Eugen Relgis, Los Principios Humanitaristas, Valencia 1932  
Eugen Relgis [1895-1987]

Los Principios Humanitaristas

 
Versión española de
Eloy Muñiz

 
Biblioteca de «Estudios»
Valencia 1932

 
 

A manera de prólogo

Los Principios Humanitaristas {(1) En el año último fue publicado en inglés el estudio que da título al presente folleto en una primorosa edición de arte por la Oriole Press, de Nueva York, con una notabilísima introducción y comentarios del editor Joseph Ishill. Esta magnífica edición, limitada a setenta y cinco ejemplares. fue distribuida, como felicitación del nuevo año (1932), a las personalidades más representativas de nuestro tiempo.}, que he vertido al español con un interés sin igual y con verdadero cariño, ya que mi amistad con el autor tiene todo el carácter de una compenetración espiritual fraterna y profunda, no empalidecida en momento alguno por las distancias enormes que nos separan, han visto la luz hace algunos años en siete idiomas europeos: francés, alemán, búlgaro, italiano, sueco, húngaro, español e inglés, además de la lengua original, rumana. Fueron publicados también en el idioma internacional esperanto y han aparecido traducidos por primera vez en español en la revista sociológica de Buenos Aires Nervio (número 3, julio de 1931). En 1927 fueron editados, junto con otros dos estudios, por La Brochure Mensuelle, de París, y esta edición francesa, con algunas correcciones e interpolaciones del autor, es la que nos ha servido de base para la presente traducción. El Llamamiento a los intelectuales libres y a los trabajadores iluminados, [4] que va inserto al final, fue publicado con Los principios humanitaristas como hoja suelta en francés y en enero de 1924.

Estos someros estudios constituyen la enunciación y un mero reflejo del vasto pensamiento pacifista y humanitarista de Relgis, quien, sobrecogido por el pavoroso fantasma de la barbarie guerrera, con el corazón lacerado de angustia y de dolor por los desastres y desolaciones infinitas que produce toda guerra y toda violencia que ocasiona la muerte de seres humanos, se ha convertido en el verdadero e inspirado apóstol de la paz y fraternidad humanas y su voz profética y poderosa ha brotado apremiante e irresistible por su elocuencia soberana, desde el pequeño país balcánico que le vio nacer, para resonar en los ámbitos de Europa, hallando el eco apetecido, llamando a la puerta de los grandes intelectuales puros y encontrando en ellos la más alentadora y fraternal acogida.

Desde los eximios pensadores Romain Rolland y Stefan Zweig hasta el divino cantor de la paz y bondad humanas, el grandioso poeta indostánico Rabindranath Tagore, todos los genuinos y más sólidos representantes de la cultura europea e intercontinental se han adherido con una efusión conmovedora al vibrante llamamiento de Relgis.

La obra pacifista y humanitarista de Relgis es ya copiosa. Su concepción del amor integral humano, su lucha contra el odio engendrador de los grandes homicidios colectivos, sus aceradas críticas contra las plutocracias, militarismos e imperialismos que lanzan a los pueblos a las barbaries guerreras, valiéndose de toda suerte de mentiras simbólicas para enardecerlos y embriagarlos de ardor bélico, abarca ya varios volúmenes.

He aquí sus principales obras sobre este problema: El Humanitarismo y la Internacional de los Intelectuales, con prefacio del profesor naturalista alemán Georg-Fr. Nicolai (1922); La literatura de la guerra y la nueva era, que, como dice Philéas Lebesgue, en el admirable prólogo a la novela de Eugen Relgis Les voix en sourdine, «nos enseña el encaminamiento del escritor hacia este ideal» (el humanitarismo); Humanitarismo y Socialismo (1925), El Humanitarismo bíblico (1926) y un resumen publicado en rumano en 1920 de la admirable obra de G. Fr. Nicolai, La biología de la guerra. [5]

Su última obra, La Internacional Pacifista {(1) Editor: André Delpeuch, París 1929.}, en la que sintetiza y expone en toda su amplitud el ideal humanitarista, forma una carta-folleto dirigida a Romain Rolland, que ha tenido su origen en la carta que el insigne pensador francés dirigió a Relgis contestando a la exposición que el infatigable pacifista rumano leyó en la Conferencia antibélica y antimilitarista que tuvo lugar en Sonntagsberg (Austria) del 27 al 31 de julio de 1928. Esta obra, bellísima y sumamente interesante (cuya versión al español tenemos comenzada y que, probablemente, será editada dentro de este año) constituye un alegato formidable contra la barbarie bélica y un canto, un poema inspiradísimo a la paz universal.

Leyendo las obras de Relgis, saturándose de su pensamiento humanitarista e interpretando a conciencia sus nobles sentimientos de fraternidad humana, no puede por menos de sentirse un afecto y una simpatía ilimitados por este escritor que, en plena juventud, sostiene una lucha titánica e incesante por la paz y fraternidad entre todos los pueblos. Un hombre de tan elevados y nobilísimos sentimientos, de una bondad inagotable y atrayente no debiera tener enemigos. Y, sin embargo, ¿quién duda que no ha de tenerlos? ¿Quién no los tiene? La plutocracia internacional, cuyas ambiciones y egoísmos infinitos no tienen límites, los espíritus imperialistas y belicosos, los que sostienen que las guerras son necesarias (necesarias para sus intereses mezquinos e inhumanos), a los que Relgis combate con una energía inquebrantable y con una gallardía sin igual, habrán de considerar con profunda aversión y con un odio inconfesable la vasta obra del admirable pensador rumano. Pero a buen seguro que Relgis tendrá un soberbio desdén para esa aversión y ese odio de las minorías privilegiadas, sabiéndose querido y admirado por las masas proletarias de todos los países y, en particular, por esos «intelectuales libres y trabajadores iluminados», que de modo tan fraternal y efusivo han respondido a su generoso llamamiento.

* * *

Cuando escribo estas líneas, 11 a 12 de febrero, la guerra chinojaponesa que hace tiempo venía incubándose, se halla en pleno y bárbaro encarnizamiento. Ya han caído bajo el plomo y la metralla centenares de seres humanos. Parte de la ciudad de Shanghai ha sido destruida por la artillería nipona ; el barrio chino de Chapei ha sido totalmente devastado, según las informaciones periodísticas. El imperialismo japonés ha clavado sus tentáculos de hierro en el territorio de China, ávido de conquistas para hallar expansión a sus ambiciones imperialistas, valiéndose de pretextos fútiles y de endeble consistencia. No es más que otro nuevo imperialismo (y amarillo, por añadidura) que se apresta a nuevas matanzas para dar satisfacción a sus desmedidas ambiciones.

En este nuevo y probablemente pavoroso conflicto intervienen, con su diplomacia estéril y sainetesca, varias potencias internacionales. Ya se han cambiado diversas notas entre el Japón, por una parte, y Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, por la otra. Navíos de guerra ingleses, norteamericanos, franceses e italianos llegaron hace días a Shanghai y merodean por aquellas aguas para proteger las vidas e intereses de los súbditos respectivos. Las notas diplomáticas cruzadas entre los mencionados países no han dado, al parecer, un resultado satisfactorio, debido a la actitud intransigente y poco, o nada, propicia a la paz del imperialismo nipón, que quiere satisfacer sus vastas ambiciones y sus odios de raza. ¿Será aventurado pensar y sospechar que este conflicto asiático pueda dar origen a una nueva y más temible conflagración internacional? La actitud arrogante, intransigente y retadora del Japón no hace presagiar nada bueno para la paz universal.

La impotencia y la ineficacia de la Sociedad de las Naciones para impedir ese conflicto guerrero nos confirma una vez más la gran comedia y la detestable farsa que representa. Y mientras las máquinas de guerra de toda especie siembran la muerte y la desolación en China, se celebra la Conferencia del Desarme que, por su esterilidad y vaguedad, a todas luces evidente, quedará designada en la Historia como una de las más divertidas e irónicas comedias de la diplomacia intercontinental.

Hermano Relgis: adivino vuestro gesto de amargura y de ira quizá ante este nuevo atropello a la fraternidad humana, [7] ante este nuevo y feroz insulto a la paz y concordia universales. Es un nuevo imperialismo ávido de sangre, es el siniestro Moloch que ha salido de su caverna, donde yacía en un sopor letárgico, deseoso de imprimir de nuevo sus sangrientas huellas por los campos de la Muerte... Pero ya no estamos en 1914. La psicología de los pueblos ha experimentado una honda transformación y es de creer que los «objetadores de conciencia» se contarán por millones. ¿Será posible que nuestra lucha tenaz por la paz y fraternidad humanas resulte vana y estéril? No, no es posible. Una voz interior me dice que el militarismo europeo se ha esfumado casi por entero en las brumas de lo pretérito. No es de creer que el cañón mortífero llenará nuevamente con sus fragores horrísonos los ámbitos de Europa. Si esto llegara a ser una amenaza inminente con visos de posible realidad el «¡NO!» absoluto y airado al asesinato colectivo resonaría imponente por todos los países civilizados.

Es menester un redoblamiento de esfuerzos. Se impone la intensificación de la propaganda pacifista y humanitarista. Hay que aprestarse a dar la batalla suprema a los imperialismos y militarismos agonizantes, cuyos estertores tienen espasmos de tragedia. Es preciso que al imperio de la Guerra y de la Violencia suceda en un mañana glorioso el imperio sublime de la Paz y Fraternidad universales.

¡Animo, pues, querido Relgis!

Eloy Muñiz
Febrero de 1932.

 

Los Principios Humanitaristas

I

«¡Soy hombre!» Tal será nuestra respuesta, según nuestra propia conciencia, a todos los que nos preguntaren sobre la nacionalidad, la confesión o el Estado a que pertenecemos. Y esta respuesta significa: –Sé que soy el producto de la evolución biológica, que existe en mí el mono, el reptil, la planta y el mineral; sé también que debo desarrollar en mí mi humanidad, engrandecida por los esfuerzos de las generaciones desaparecidas; conservar la cultura y la civilización heredadas y perfeccionarlas tanto como esté a mi alcance, pues preveo el porvenir contemplando el pasado y es humanizándome a mí mismo como construyo para mis descendientes un nuevo peldaño en la escala del progreso.

II

Dos nociones, que son dos realidades, forman la base de mi humanidad, y éstas son : el Individuo y la Especie, la célula y el organismo. La libertad puede armonizarse siempre con la necesidad: mi voluntad de individuo halla un campo de acción creadora en el cuadro de la especie. Reconociendo las fatalidades naturales es como llegamos a ser sus dueños. En cuanto a las fatalidades sociales, no existen sino para los que no tienen conciencia individual ni conciencia de la especie.

Entre la unidad simple del hombre y la suprema [10] unidad de la humanidad, no existe otra unidad natural intermediaria, sino tan sólo formas sociales y políticas: la familia, la tribu, la clase, la nación, el Estado y la raza... Son formas artificiales y transitorias: no las reconocemos de manera absoluta. Librémonos de su tiranía, si vienen a paralizar nuestra personalidad y si no corresponden a las tendencias hacia el progreso de la Humanidad.

III

La creencia en el Progreso es la savia de mi humanidad. No es ésta una creencia mística o simplemente idealista. El ideal nace de realidades y no de sueños. El aliento de la vida de la Naturaleza, hecho consciente por el hombre, halla expresiones cada vez más perfectas, a pesar de todas las catástrofes cósmicas y de todos los desastres provocados por la guerra. El principio de todos los progresos materiales y espirituales reside en el progreso del cerebro; una idea superior no germina más que en un cerebro libre de las brumas de la ignorancia, de los fantasmas de la superstición y de las obsesiones fetichistas. La mayoría de la Humanidad tiene el cerebro en letargo; despertemos, por medio de una educación libre y positiva, las posibilidades que oculta. La humanidad que se halla en nuestros corazones verá y obrará mejor cuando sea dirigida por la inteligencia.

IV

El mandamiento central de la conciencia humana es este: Que la Idea se convierta en Acto. Así es como se conocerá nuestra sinceridad y como conoceremos nuestro poder. Ese mandamiento nos lleva, además, a la ley natural de la armonía, pues humanidad quiere decir armonía de los contrarios. Que nos sirva siempre de ejemplo el dualismo de la naturaleza donde todo concurre, sin embargo, a una armonía unitaria.

¿Materia y espíritu? Espiritualicemos la materia.

¿Individuo y muchedumbre? Personalicemos a la multitud. [11]

¿Arte y trabajo bruto? Embellezcamos el esfuerzo creador.

¿Religión y ciencia? Llevemos la fe a la verdad.

¿Proletariado y capital? Socialicemos los medios de producción.

¿Barbarie y cultura? Civilicemos a los pueblos.

¿Dios e iglesia? Divinicemos al hombre.

Que todas las actividades humanas, permaneciendo en los límites que les son asignados por la Naturaleza, guarden entre sí los lazos vitales; que tiendan todas, cada una por su esfuerzo particular, al desarrollo omnilateral de la humanidad individualizada.

V

El Pacifismo es el eje principal del humanitarismo. Persuadámonos no sólo del destino pacífico del hombre, sino también de su origen pacífico: la sociabilidad primordial en la época de sus antepasados simiescos, y la anatomía del cuerpo humano demuestran que el hombre primitivo no tenía otras armas que la solidaridad numérica y su inteligencia.

Que la acción pacifista persiga, por tanto, en primer lugar, el despertar del pacifismo primario. El odio ha llegado a injertarse en el corazón del hombre a consecuencia de la multiplicación de las guerras. Por medio del conocimiento del origen humano, de las condiciones de desarrollo de las civilizaciones y sobre todo de la conciencia, es por lo que tendremos «organismo de la Humanidad» y por lo que fortaleceremos en nosotros el pacifismo individual. Explicando a todos que las guerras, sobre todo en nuestra época, son vanas desde todos los puntos de vista, puesto que dan resultados contrarios a los que se persiguen, fortaleceremos el pacifismo en el alma del pueblo.

Basados en principios científicos, biológicos, económicos, &c., podemos dar al pacifismo la fuerza de convicción que determina la acción. El mandamiento de la conciencia: ¡No matarás! (lo que significa respetar la vida, toda la vida), se unirá entonces el anhelo del corazón: ¡La paz sea con vosotros! (lo cual significa fraternidad entre individuos y armonía entre los intereses de los pueblos libres). [12]

VI

El Internacionalismo es el segundo eje del humanitarismo. Tiene su origen en el pacifismo como las ramas en el tronco del árbol. Ha existido siempre bajo diversas denominaciones. La solidaridad de horda o de raza, la alianza entre naciones o clases sociales, las asociaciones entre grupos dispersos por todos los continentes –y también la división del trabajo entre los individuos y los pueblos–, no son sino formas (unas embrionarias y otras híbridas) del Internacionalismo o más bien de la interdependencia.

El interés priva por todo y sobre todo. El Internacionalismo económico hállase reconocido por todo el mundo, aun cuando revista todavía la forma del imperialismo político. El Internacionalismo técnico se realza con cada progreso, el de los aviones, por ejemplo, o el de la máquina que reemplaza el trabajo bruto del hombre. El Internacionalismo de la ciencia es incontestable: la verdad afluye de todos los puntos cardinales, como el canto de los poetas, como el verbo de los profetas...

La cultura y el arte de las diversas naciones tienen una esencia común; las mismas raíces les sirven para extraer la savia en el mismo suelo: tan sólo las flores y los perfumes son distintos. Y esto es lo que constituye el esplendor del jardín de la Humanidad, en el cual se armonizan, en la sumisión del mismo destino, las individualidades nacionales, sociales o personales.

VII

La tendencia a la Unidad: he ahí la significación esencial del Pacifismo y del Internacionalismo. La paz entre las naciones y el Internacionalismo económico, técnico, científico y cultural preparan la unidad suprema de la Humanidad. La tendencia a la unidad admite los progresos más diversos: la variedad en la unidad.

Por medio de la unidad moral, cuya ley es el acuerdo entre la idea y el acto; por medio de la unidad psicofísica, esto es, el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu; por medio de la unidad social, que es la armonía de los [13] intereses de las diversas clases no parasitarias; por medio de la unidad nacional, síntesis de las unidades individuales y sociales de cierta región geográfica y sin carácter agresivo para otras naciones; por medio de la unidad de raza o de la unidad continental que comprende las unidades nacionales vinculadas entre sí por la misma civilización; por el «patriotismo cultural» o por la necesidad de una expansión económica pacífica; por medio de todas esas unidades progresivas habremos de dirigirnos hacia la unidad planetaria de la Humanidad.

La tendencia a la unidad de la especie existe desde los orígenes del hombre; tiene su punto de partida, en las realidades del «organismo de la Humanidad». Seamos conscientes de esta tendencia: todas las actividades humanas convergen hacia la creación del Estado único de la Humanidad; ese «Estado universal» será la expresión social de la realidad biológica de la Humanidad y del Progreso técnico, económico, cultural y espiritual de ésta. Por último, ese «Estado universal» desaparecerá en el organismo consciente de la Humanidad entera.

VIII

Evolución civilizadora: he ahí el método del Humanitarismo. Esta resulta de los demás principios y no es más que una continuación de la evolución natural, dirigida por la inteligencia y por la fuerza del hombre.

El fruto no se desarrolla ni germina antes de tener raíces, un. tronco, ramas, hojas, flores y, sobre todo, antes de haber extraído la savia de la tierra. Lo propio ocurre con el individuo, con el pueblo y con la Humanidad. Les son menester todos los elementos y el tiempo necesario. ¡Cada cosa a su tiempo! Es por medio de una ascensión gradual, de una a otra cima, por lo que el ideal se realiza. Pero nunca de manera definitiva: siempre mediante transformaciones insensibles, en virtud de alientos naturales, por el hecho de una voluntad consciente...

No hay perfección, no existe más que una tendencia a la perfección. El método revolucionario pertenece a los que creen que el ideal puede ser conquistado de manera integral y que es posible anticiparse al porvenir. [14] Una revolución da origen a otra revolución, lo mismo que de una guerra surge otra. La verdadera revolución no es más que el término final de la evolución.

Los utopistas y los tradicionalistas son esclavos del Absoluto. El presente debe ser una síntesis viva del pasado y del porvenir: que el mono y el superhombre fraternicen en el hombre actual, simple eslabón en la cadena de la vida que asciende en una espiral infinita.

IX

Amor y Libertad: he ahí «las armas» de la Humanización, manejables según una ley única: ¡Conócete a ti mismo! Emancipándose uno a sí mismo de una tradición hecha parasitaria y del amor egocentrista, que no se manifiesta sino por el odio; purificándose en el amplio caudal de la vida humanizada, es como puede llegarse a amar verdaderamente a su prójimo y a defender su libertad como la suya propia.

La fuerza en el dominio social y la intolerancia en el dominio moral e intelectual no tienen otros efectos que el determinar una fuerza y una intolerancia contrarias. Los tiranos –clases, Estados, razas– que oprimían a la mayoría de la Humanidad, han perecido por su propia gigantanasia. Han crecido desmesuradamente, olvidando o negándose a saber que hay también otras tendencias de crecimiento y de conservación. Fue el peso de su propia fuerza el que les ahogó.

Los doctrinarios –laicos o eclesiásticos–, los tiranos del alma y los verdugos del libre pensamiento, han creído (y lo creen aún) que el alma y el espíritu de la Humanidad pueden ser encerrados en moldes sociales o espirituales. Si no corresponde a los meandros que se practican naturalmente las tendencias del individuo y de la especie –el molde «ideal» se rompe. El progreso de la civilización excede con mucho al progreso moral–; que tu humanidad interior y la de toda individualidad social corresponda a la Humanidad verdadera del planeta. [15]

X

Será hoy y no mañana cuando comenzarás a humanizarte. No esperes la orden ajena y obedece alegremente a tu propio mandato. ¡Hay tantas generaciones que murmuran en tu corazón y tantos tesoros reunidos en torno tuyo, que esperan para reflejarse en tu conciencia!

Libértate, aunque los grillos entorpezcan tus pies: ¿qué puede un cuerpo libre si el espíritu se halla encadenado?

Ama e instruye a tu prójimo sin descanso: ¿qué puede un espíritu libre en una sociedad ignorante y esclavizada?

Sé hombre, y tan multilateral como te sea posible, pero, sobre todo, aplícate a realizar tu tarea cotidiana. Y podrás decir a no importa quién y no importa cuándo:

–Me he elevado por encima de mi propia Individualidad, harto de malas herencias; me he elevado por encima de la Clase, en la cual me situaba mi trabajo; me he elevado por encima del Estado, cuya presión me pesa; me he elevado por encima de la Patria, en la cual he nacido por casualidad, y por encima de la Sociedad, que especula sobre todas mis necesidades y sobre todos mis actos; me he elevado por encima de la Raza que me ha modelado, y no conservando de todo esto sino lo que es bello, verdadero y bueno, lo he confundido todo en mi humanidad, que permanece activa y fiel en esta tierra donde mi especie ha crecido.

Y si alguno te pide tu carta de nacionalidad, replícale simple y resueltamente:

–No la tengo. Pero quiero ser y tal me siento, CIUDADANO DE LA HUMANIDAD.

 

Misión de una Internacional
de los intelectuales

Durante estos cinco años de matanza europea, paralelamente a los sufrimientos físicos de las trincheras, otro drama formado de tormento moral y de sensibilidad desgarrada, torturaba las conciencias y los corazones. Guiada por sus instintos, la masa del pueblo presentía la siniestra farsa de aquella matanza, de derecho y de civilización, con el solo provecho de dominadores que no tienen otros dioses que el crimen, la mentira y el becerro de oro...

Su intuición humanitaria le hacía presentir que en «el campo enemigo» otros hermanos suyos tenían la misma misión, y que esta sociedad no se halla fundada sobre el derecho y el amor. A pesar de todo, esta masa obedecía a las órdenes de asesinos y dejábase ilusionar por ideales ficticios. Habituados al fetichismo social y a la pereza de pensar, esta masa proporcionó el material inagotable de la matanza guerrera. El drama del pueblo fue ciego, desarrollándose como en el cuadro de las fatalidades primitivas; era el drama del hombre deshumanizado, del rebaño extraviado por sus malos pastores en tempestades artificiales.

El otro drama, el del espíritu humano, desarrollábase en el alma de los que se hallaban habituados a estimar el tesoro forjado por el penoso esfuerzo de las generaciones de pensadores, de artistas, de profetas y de sabios. Trabajando en sus bibliotecas o en marcha hacia las fangosas trincheras, los intelectuales asistían al hundimiento de la civilización y a la agonía de la cultura. Algunos escépticos anunciaron la muerte de la era moderna y la aparición de una fase nueva: la Barbarie, que surge cuando el capitalismo y la plebe, como dos monstruos gigantescos [18] devorándose recíprocamente, se confunden en la noche ancestral... La mayor parte de los intelectuales se han habituado a la guerra; por una lógica forzada han conciliado sus creencias a los intereses de los ricos dominadores. Así llegaron a ser los servidores inteligentes que fabricaron los ideales nacionales y culturales, tratando de curar con sus melosas palabras las llagas de la nación que luchaba en las tinieblas y en el lodo ensangrentado.

El número de los verdaderos intelectuales fue muy escaso, como fue muy reducido el número de los que tuvieron el valor de gritar a los pueblos y a sus camaradas: ¡Despertad!

Un número muy exiguo de intelectuales pudieron ver claro en la noche que invadía a la Humanidad, y fue en la conciencia de estos «combatientes del espíritu» donde surgieron los ideales milenarios de la Humanidad. Comprendieron que la verdad es sencilla, que debía proclamársela sin cesar, sabiendo que la redención no puede venir más que del interior y no del mundo exterior. Antes de buscar una nueva forma de organización para la sociedad, examinaron sus propias almas. Así es como descubrieron o más bien volvieron a hallar su humanidad, y así fue como vivieron en esta comunión suprema con las masas ignoradas. La expresión que resume su crisis de conciencia y que al propio tiempo es la fórmula de acción social, es ésta: la revolución en los espíritus, es decir, el despertar de la Humanidad en el hombre, el conocimiento de sí mismo, la solidaridad creadora, en el derrumbamiento del viejo mundo y de su espíritu de mal, derrumbamiento causado no por los golpes desesperados del pueblo hambriento, sino por su propia debilidad orgánica.

Así es como el ser multiplicado de la Humanidad renovará sus alientos vitales: Por la fuerza interior del alma que ha renegado de sus antiguos ídolos sanguinarios; por la voluntad consciente que sabe que cerca de las «fatalidades económicas y sociales», hállase la fatalidad del esfuerzo hacia el acabamiento; por el amor que no conoce fronteras, que abraza al genus humanum en su totalidad con sus alientos creadores; por el valor de reconocer los viejos pecados, quemándolos en el fuego rojo del remordimiento y por un esfuerzo religioso de purificación espiritual. ¡Entonces podrá ser salvada la Humanidad!... [19]

Así es como el pequeño número de pensadores que vivieron las miserias de la guerra comienzan ahora la obra de la regeneración. Por encima de los movimientos para la reforma de los antiguos parlamentos y de las diferentes asociaciones ocasionales, la acción internacional de los intelectuales es una prueba precisa de que la Humanidad vuelve al camino ascendente de la bondad. Esta acción es de las más desinteresadas, de las más vastas y sin dogma alguno; no ordena en nombre de una clase ni representa los intereses limitados de un clan.

Los intelectuales (no olvidemos que hay muchos pseudo intelectuales), los verdaderos intelectuales, son la expresión superior de toda la Humanidad. En su alma se han acumulado las experiencias dolorosas y los espejismos de los ideales creadores. El intelectual activo representa una síntesis de la materia y del espíritu, del trabajador y del pensador, del luchador libre y solidario con el destino de sus hermanos desconocidos. Entre el capital y el trabajo, él es el lazo de unión. El intelectual debe luchar por la socialización de los medios de producción, por el abolimiento de la esclavitud de los asalariados. Instruyendo al trabajador, debe prepararlo para una vida nueva: vida colectiva en lo que concierne a los bienes materiales y libre en sus manifestaciones espirituales. De este modo, el trabajador ilustrado, librando al mundo de la esclavitud económica, se convertirá finalmente en el compañero consciente del intelectual, cuya lucha no acabará con la victoria socialista. El intelectual deberá librar al mundo de las cadenas, de toda la innoble herencia del viejo mundo, de la ignorancia, de la idolatría, del odio, de la pereza de pensar, de la mentira, de las enfermedades hereditarias.

Y en el mundo nuevo que se prepara, los pueblos no tolerarán a los herederos de un poder conquistado por la violencia, ni a los hombres de Estado ni a los potentados del oro, sino a los que han preparado la libertad de los hombres: a esos profetas modernos que, de hecho, han repetido en otra forma las mismas palabras de amor, creyendo en los mismos fines que los viejos profetas cuyas profecías nos guardan todavía la Biblia, los Vedas y el Nuevo Testamento. [20]

* * *

Estas líneas parecen quizá una simple profesión de fe, muy poco interesante para la realidad social actual. Por el contrario, he escrito lo que precede, porque he podido sentir, en cierta medida, las necesidades del tiempo. Si reconocemos el desarrollo victorioso de La Internacional proletaria, estamos convencidos de que nadie podrá negar la necesidad, el sentido vital para los destinos de la Humanidad, de La Internacional de los Intelectuales. Esta verdad fue anunciada por voces autorizadas, tal como la de Román Rolland, que lanzó la Declaración de la independencia del espíritu, como la de George F. Nicolai, que proclamó en medio de la guerra la unidad y la autonomía de la cultura, sufriendo por la palabra sintética: Europeísmo, arrojada en el caos de la guerra. Todos los verdaderos «combatientes del espíritu» han hecho llamamientos, en distintas formas, para La Internacional de los Intelectuales.

En realidad, esta Internacional hállase en formación. Los numerosos Círculos y Federaciones de los intelectuales surgidos en todos los países culturales, son las primeras células vivientes que crecen rápidamente bajo el impulso de la simpatía consciente. Recordamos en primer término al grupo Clarté, que prometía ser el punto de partida de la Internacional de los Intelectuales, si la declaración de adhesión a la Tercera Internacional no hubiese tenido como consecuencia la adopción, por el grupo Clarté, de la ideología y de la técnica del partido comunista. Como tipo de Federaciones que reunieron a los intelectuales de todos los países culturales en una solidaridad profesional y moral, citaremos la Federación Internacional de las Artes, Letras y Ciencias (F.I.A.L.C.) y la «Confederación del Trabajo Intelectual» (C.T.I.), de París. Es una coalición con la depreciación del trabajo intelectual y para el mantenimiento de la independencia creadora por la ciencia y el arte. Como ejemplo de acción positiva en el dominio político social y de indagación rigurosa concerniente a las responsabilidades de la Gran Guerra, podemos citar la Unión para el control democrático, cuya residencia se halla en Londres. Debemos citar también la Liga Internacional de las mujeres para la Paz y la Libertad, que prueba que la mujer, la otra mitad de la especie, insiste en desempeñar su papel pacífico en una [21] sociedad que se encuentra todavía en plena convulsión guerrera y revolucionaria.

En mi obra El Humanitarismo y La Internacional de los Intelectuales {(1) La primera edición apareció en rumano, en Bucarest, 1922.}, he insistido ampliamente sobre los principios y la acción de las distintas organizaciones de los intelectuales; he estudiado la doctrina humanitarista con relación al individualismo, a la estética, a la religión, a la ciencia, al socialismo y a la revolución. He llegado a la conclusión de que el individualismo no puede sentirse limitado por el cuadro vasto y móvil del humanitarismo: al contrario, todo individualismo creador hallará aquí su plena libertad de manifestación. Sin hallarse subordinada a la masa, la estética ampliará su horizonte, y su vitalidad será acrecida si penetra en el océano de la vida humanizada. La religión adquirirá un nuevo impulso: la ciencia no la destruye, sino que más bien crea una religión que conciliará el corazón de los sencillos y el racionalismo del civilizado. La religión de la Humanidad será fundada no sólo sobre la moral, sino también sobre la biología. El socialismo tampoco puede hallarse en antagonismo con el humanitarismo, que le guardará de la reacción (véase el comunismo en Rusia) hacia la cual tiende toda doctrina política y social que hace uso de la fuerza y de la intolerancia. En lo que atañe a la revolución, el humanitarismo la conducirá por su camino natural: la evolución civilizadora. En modo alguno la anticipación forzada, sino una progresión consciente por el camino pacifista de la evolución biológica, técnica y espiritual de la Humanidad.

* * *

Todos los que, en medio de la guerra, han pronunciado las palabras claras y firmes de fraternidad; todos los que rodearon a Román Rolland, que fue llamado «el director de conciencia del Pacifismo Internacional» ; todos esos «buenos europeos» a los cuales dirigió Nicolai el llamamiento para la unidad cultural y la unidad de Europa; todos esos bravos consciencious objetors, como Russel y Morel, que desenmascaron a los fabricantes de ideales [22] desastrosos; todos los hombres que pasaron por el infierno de la guerra, y todas las mujeres que, como las reunidas en la «Liga para la Paz y la Libertad», no han querido abdicar su misión, deben formar el núcleo viviente y generador de La Internacional de los Intelectuales. Un Congreso mundial de los representantes de todas las Federaciones de intelectuales puede ser preparado fácilmente y puede consagrar una idea que exige ser realizada sin tregua. Es tiempo y nunca será demasiado pronto. Los que son jóvenes aún, los que se han debatido impotentes en las trincheras cenagosas o han guardado un silencio desesperado, inclinados sobre los libros de los sabios, esperan la señal de reunión dada por los que ellos consideran como sus padres espirituales. Las jóvenes generaciones formarán el ejército de los combatientes de mañana. El pasado no les pesa como a los otros. Miran el porvenir con los ojos intrépidos y el alma tensa.

Haced resonar la palabra mágica de los profetas y de los precursores y se verán venir, desde los cuatro puntos del horizonte, a los solitarios ignorados en su esfuerzo prometeico. Vendrán todos cuantos poseen un universo ideal bajo su cráneo y un mundo de espíritu en su corazón amante: los espíritus del Amor que buscan una expresión vívida, que buscan a los hombres a los cuales podrían abrazar, ayudar si son débiles, instruir si son ignorantes y humanizar si la antigua sociedad les ha deshumanizado...

Los que ven más allá de las apariencias y sienten profundamente cuál es la misión del hombre y adónde tiende la evolución de la Humanidad entera, los combatientes del espíritu (reunidos en La Internacional de los Intelectuales y en un paralelismo activo con las Internacionales socialistas, anarquistas, &c.), podrán crear tan sólo las armas de la vida, y no de la guerra militar o civil; las herramientas con las cuales se fecunda la tierra y con las cuales se levantan, definitivamente, los palacios de la Paz y de la Civilización. [23]

 

El sentido del humanitarismo

El humanitarismo sentimental y moral existe desde larga fecha. En el transcurso de los siglos, la palabra humana ha resonado siempre como un aliento para los oprimidos y como una advertencia para los verdugos. Sin embargo, hoy día, después de la matanza de los pueblos europeos, el humanitarismo parece tener menos influencia que nunca. Estamos convencidos de que la debilidad práctica de los humanitaristas estriba precisamente en el hecho de que el humanitarismo se halla considerado como un término sentimental y moral.

Hoy en día, el humanitarismo tiende a salir de la nebulosa sentimental, afirmándose como concepción, como doctrina basada en los elementos verdaderos de evolución biológica de toda la especie humana y como en el progreso total de la civilización y del espíritu humano. Este intento, emprendido por un pequeño número, está considerado como utópico hasta por los socialistas. Recordamos a éstos lo que era el socialismo hace setenta u ochenta años. Los manifiestos, redactados entonces por algunos idealistas en un modesto cuartito, dominan y atormentan hoy al mundo. Ahora que el socialismo comienza a ser realizado, vemos que –a pesar de su lucha en nombre de los ideales humanitarios– los ignora en gran parte, tanto como la burguesía, que se cree el defensor «del derecho y de la civilización».

Toda doctrina o todo movimiento nace en el momento fijado por la evolución cerebral, económica o espiritual de la Humanidad. El humanitarismo aparece ahora como una doctrina (no como un dogma) que abraza a todos los demás ideales socialistas, científicos, religiosos y estéticos, [24] armonizados y controlados conforme a los principios positivos que resultan del estudio de la evolución de toda la especie humana, pues existe una verdad que penetra todas las situaciones locales y todas las ideologías restrictivas. A pesar de sus errores guerreros, de sus luchas nacionales y de sus conflictos de clases, la Humanidad tiende hacia esa pacificación impuesta por su origen y por su misma finalidad, esencialmente pacíficos. Ella aspira a esa internacionalización que no es sino una nueva expresión de la solidaridad ancestral y una necesidad impuesta por la ley del progreso cerebral, técnico y cultural del hombre moderno.

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Indiquemos en pocas palabras la génesis del humanitarismo de la trasguerra. En la Biología de la guerra (aparecida en 1917), a la cual ha consagrado Román Rolland un largo estudio en Les Précurseurs, su autor, el profesor Georg-Fr. Nicolai, ha demostrado los dos ejes del humanitarismo: el pacifismo y el internacionalismo, pero no nos ha expuesto el propio humanitarismo. «El decálogo de la Humanidad», incluido en la Biología de la guerra, contiene una veintena de líneas de sentencias morales, resultantes de la comprobación científica de esas dos leyes de progreso. Como naturalista, G. F. Nicolai se ha limitado al dominio biológico; no ha querido extender sus indagaciones al dominio social. Su objeto era el dar al pacifismo y al internacionalismo una base inquebrantable y por esto ha querido probar su existencia biológica. Logró unir a estos dos ejes del humanitarismo la concepción del «organismo de la Humanidad», concepción bastante vieja, que él rejuveneció con la precisión de los hechos naturales y con el descubrimiento de las tendencias de la evolución de la especie humana.

Cuantos fueron penetrados de la inmensa importancia de las verdades proclamadas por Nicolai, sintieron la necesidad de avanzar más. Del dominio biológico tuvieron que pasar al dominio social; sólo de este modo podían esas verdades llegar a ser fértiles. He ahí por qué, después de haber resumido en una edición popular la Biología de la guerra (1921), escribí El Humanitarismo y el Internacionalismo de los Intelectuales, [25] prologado por Nicolai. Este libro es la consecuencia natural de la Biología de la guerra.

El humanitarismo debía ser trasplantado a otros dominios sociales: dominio técnico, económico, cultural, estético, &c. Pero sus raíces residen en las verdades biológicas. El humanitarismo intuitivo de las viejas religiones hállase hoy desnaturalizado por las iglesias. Para tener una expresión práctica, el humanitarismo moderno debe ser presentado en una forma organizada. Evidentemente, es a la conciencia individual a la que debe dirigirse, pues debe transformar la mentalidad del individuo. Su mejor propaganda es, por tanto, la de individuo a individuo, privada del formalismo que paraliza tantos Círculos, tantas Agrupaciones y Federaciones. El llamamiento a los Intelectuales libres y a los Trabajadores ilustrados, que he lanzado en 1923, en siete lenguas, proclamó los principios humanitaristas, indicando que el último objeto de la acción humanitarista es el de formar «ciudadanos de la Humanidad».

Los PRINCIPIOS HUMANITARISTAS resumen mi libro El Humanitarismo y el Internacionalismo de los Intelectuales. Sea cual fuere la forma en que se realice La Internacional de los Intelectuales, basada sobre el humanitarismo, LOS PRINCIPIOS HUMANITARISTAS sintetizan para su autor las verdades, que durarán tanto como esta Humanidad martirizada continúe luchando por sus ideales –que son al propio tiempo sus intereses– integrales y permanentes. [27]

 

Llamamiento a los intelectuales
y a los trabajadores iluminados

(Lanzado por el «Primer Grupo Humanitarista»
Bucarest (I), Rumanía. Strada T. M. Rosetti, 5.)

Europa hállase conmovida en la hora presente por catástrofes sociales que afectan a las propias bases de la existencia de los pueblos civilizados y que quebrantan lentamente su cultura milenaria, formada de tesoros y de verdades que el genio de todas las naciones y de todas las razas, ha reunido con gran esfuerzo. Asolada por la guerra y por la revolución, Europa es el centro de donde se difunden hacia los demás continentes los gérmenes de nuevas guerras. Jamás se ha hallado la Humanidad tan próxima a una total decadencia y a una barbarie exasperada, como en estos últimos años de hambre y de matanza.

En un movimiento continuo de flujo y de reflujo, la Humanidad se obstina en luchar, a pesar de todo, por el mantenimiento de su vida social, política, económica, técnica y cultural. El individuo, como asimismo los pueblos, se hallan cada vez más bajo la «dominación» de una nueva minoría despótica. Todos los cambios políticos, todas las reformas legislativas, todos los nuevos sistemas económicos son otras tantas manifestaciones febriles y violentas del instinto de conservación, no del individuo, del pueblo o de la Humanidad, sino de ciertas clases que tienen intereses especiales y doctrinas parciales que se sostienen o que se derrumban solamente por la fuerza y por la intolerancia, por el terror de las armas y por la violación del pensamiento. [28]

Pero la Humanidad, con las naciones y los individuos que la componen, tiene su evolución determinada por las leyes naturales, más poderosas que todas las leyes artificiales de las sociedades humanas. Cuantos conocen o sospechan esta evolución biológica, seguida por la evolución técnica y cultural de la Humanidad, se dan cuenta de que en vano los «amos» de todas clases imponen al hombre una ley exterior si esa ley no corresponde a la ley interior del progreso cerebral y espiritual de la Humanidad.

No obstante, el progreso exterior, la civilización técnica, por ejemplo, hase adelantado con exceso al progreso interior, moral y cultural. Preciso es ver en ese desacuerdo la causa principal de los males que padece la Humanidad y que se resumen en guerra y revolución. El amo y la mayor parte de los esclavos han ignorado su propia humanidad; han tratado de dominar o de libertarse (para dominar a su vez) sin conocer su razón de ser en esta tierra y sus vínculos con el resto de la Humanidad.

No nos conocemos todavía nosotros mismos, aunque la verdad se halle muy cerca de nosotros y sólo espere nuestras miradas sinceras y nuestros oídos atentos. No nos hemos humanizado todavía, aun cuando leamos a Kant, contemplemos a Rodin y escuchemos a Beethoven y a Ibsen, aunque hayamos llegado a comunicarnos por medio de la telegrafía sin hilos y a volar por los aires. No somos aún más que bárbaros con máquinas perfeccionadas y teorías einstenianas. El pueblo siempre es la arcilla que se deja modelar por los dedos de hierro del amo: militarista, capitalista, clerical o esteta-aristocrático; los amos son sus propios esclavos, aterrorizados por inquietudes absurdas, por falsos intereses y por enfermizas ambiciones, y un elevado número de representantes de la cultura son simples máquinas de pensar o lacayos engalanados que han olvidado su origen y la finalidad humana de la cultura.

Entre los movimientos que han nacido de la guerra mundial, sólo el movimiento humanitarista procede del deseo de salvación de la humanidad entera, y cerniéndose por encima de los intereses efímeros, permanece desprovisto de toda ambición de dominio. El humanitarismo no es una simple expresión verbal, vagamente idealista, sino que resume las tendencias al progreso de toda la [29] humanidad. El humanitarismo intuitivo y moral preconizado por las viejas religiones ha adquirido, con ayuda de la ciencia moderna, una amplitud y una claridad que le hacen accesible a los que obedecen a la voz del corazón, así como también a los que siguen los imperativos de la razón.

El humanitarismo es una concepción general de la vida humana, una doctrina práctica que nunca llegará a ser un dogma por la razón de que sus bases no son políticas ni estrictamente sociales. El humanitarismo es una expresión de la evolución biológica, económica, técnica y cultural de la Humanidad que es un organismo unitario, en el cual las razas, las naciones, las clases y los individuos pueden vivir en armonía, teniendo cada cual su tarea especial en el cuadro de un solo interés común. Este interés común es: el progreso pacífico, por conducto internacional, de la actividad creadora de las diversas categorías de trabajadores intelectuales y manuales.

El humanitarismo hállase basado, por lo tanto, en los ideales permanentes e integrales del hombre y en las tendencias naturales de la evolución humana. Abraza el pasado de la Humanidad, lleno de victorias sobre la Naturaleza; su presente, dominado por la omnipotencia de la máquina, y su porvenir, que verá la realización de una armonía definitiva entre la materia y el espíritu. La maldición que constituye el dualismo social (amos y explotados), el dualismo sexual, el dualismo religioso y las múltiples mentiras idealizadas, debe tener fin con el retorno a la unidad genérica: a la Humanidad organizada económica y técnicamente, pero en cuyo seno conservará el individuo toda la libertad de sus aspiraciones, de sus convicciones y de sus manifestaciones estéticas, científicas y morales.

Porque el humanitarismo no se dirige a una clase o a una nación, sino al hombre, a todo individuo que conoce o que quiere conocer su destino de paz y de sociabilidad en medio del grupo, de la clase, de la nación, de la raza y de la Humanidad, de la cual forma parte. Tan viejo como la especie humana, el humanitarismo preséntase hoy en una forma que resiste a todas las indagaciones científicas y responde a las conciencias más complicadas y más vastas.

Todos cuantos sienten la necesidad de humanizarse a sí [30] mismos antes de comenzar la lucha por la humanización del prójimo ; todos cuantos reconocen que por encima de los antagonismos políticos se halla el interés común de librar al hombre de las supersticiones, de la ignorancia, del culto a la fuerza armada y del odio contra el vecino «de allende las fronteras»; todos los que se hallan convencidos de que la transformación de la mentalidad es la condición de toda mudanza en las relaciones exteriores: políticas, económicas, culturales; todos las que quieren ser hombres libres y servir a la Humanidad por su propia humanización, tienen el deber de agruparse para proceder a la acción.

Los círculos humanitaristas son una primera expresión de ese movimiento; son reuniones de estudios, mas sobre todo, de práctica. Desde un principio, la idea debe ser seguida del acto; el humanitarismo teórico sería tan inútil como el humanitarismo sentimental de las antiguas religiones. El humanitarismo moderno, basado en la biología, en la técnica, en la economía y en la cultura, siente repugnancia en convertirse en «una nueva religión» que produciría nuevos antagonismos, tan disolventes como los antiguos. Tiende en primer término a la unificación de los intereses especiales en un interés general humano, lo cual es mucho más natural y mucho más fácil, desde el momento en que reconocemos la vanidad absoluta de la fuerza y de la intolerancia en tanto sean medios de progreso.

Basados en los principios humanitaristas hacemos llamamiento para la fundación de los círculos humanitaristas, a todos los que se reconocen hombres: a los «combatientes del Espíritu» y a los que desean saber, a los que se hallan decididos a demoler los diques artificiales levantados entre los individuos, entre las clases, entre las naciones, entre las razas, por los amos de esta Humanidad que aspira siempre hacia el progreso, a pesar de sus extravíos sanguinarios.

Pues más fuerte que el cañón es la herramienta que crea, y más tenaz que el odio es el amor que cura las heridas y que hace a los hombres hermanos de sus contemporáneos, de los antepasados que les han dejado en herencia una civilización y de los que, en un porvenir próximo, formarán una Humanidad libre y unificada. [31]

El presente llamamiento, lanzado en enero de 1923 por el Primer grupo humanitarista, ha tenido un eco poderoso, que prueba que las ideas y los actos que sirven a las aspiraciones a la paz y a la humanización hallan por doquier un terreno favorable para germinar. Citemos tan sólo algunos de los firmantes de este llamamiento:

Francia. Banville d'Hostel, Henri Barbusse, Gabriel Belot, Paul Brulot, Armand Charpentier, Manuel Devaldés, Camille Drevet, H.-L. Follin, Florian-Parmentier, L.S. Judius, Gérard de Lacaze-Duthiers, E. Lanti, Pierre Lariviére, Philéas Lebesgue, Alex Mercereau, Emile Pignot (fallecido), Henri Poulaille, J. Riviére, Dr. A. Robertson-Prochowsky, P.N. Roinard (fallecido), Han Ryner, Madeleine Vernet, &c.
Alemania. Prof. Georg. Fr. Nicolai, Gral. Freiherr von Schoeinaich, Kasimir Edschmied, Herwarth Walden, Werner Ackermann, &c.
Austria. Stefan Zweig, Pierre Ramus, &c.
Estados Unidos de América. Upton Sinclair.
India. Rabindranath Tagore.
Méjico. Prof. A. L. Herrera.
Brasil. Fabio Luz.
Argentina. Campio Carpio.
Holanda. B. de Ligt, Jo. B. Mejer, &c.
Suiza. Prof. Auguste Forel (fallecido); y centenares de otros en todos los países europeos.

Para toda clase de informes, dirigirse a Eugen Relgis, Strada C. A. Rosetti, núm. 5, Bucarest (I), Rumanía.

 

Folleto de 31 páginas, publicado por Biblioteca de «Estudios» (Apartado 158, Valencia), impreso en «1932. Tipografía Pascual Quiles, Grabador Esteve 19. Valencia», en cuya contracubierta figura el logotipo: «Estudios, educación sexual, arte, ciencia, cultura general» y «Precio: 30 céntimos»


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Eugen Relgis (1895-1987)
Los Principios Humanitaristas [1922]