Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Primer periodo de la filosofía griega

§ 33

Crítica

La doctrina de Heráclito coincide en el fondo y en cuanto a la substancia con la que caracteriza a la escuela jónica. El fuego o éter primitivo es para el [116] filósofo de Éfeso, lo que es el agua para Tales y el aire para Anaximenes. Sin embargo, su doctrina acerca del flujo o fieri perpetuo de las cosas, acerca de la insuficiencia e impotencia de los sentidos para percibir la verdad acerca de la unidad real el ser o substancia primigenia, en medio y a pesar de la pluralidad fenoménica del mundo, revelan y descubren que la escuela eleática había ejercido alguna influencia en su espíritu y en la elaboración de sus teorías. Pero esta influencia parcial no excluye el predominio del pensamiento cosmológico de la escuela jónica, y por eso nos parece poco fundada la opinión de algunos autores, entre los cuales se cuenta Hegel, que sólo ven en la Filosofía de Heráclito un ensayo de conciliación o armonía entre el ser y el no ser, tan rudamente opuestos en la teoría eleática.

Ya queda indicado que la doctrina de Heráclito contiene el germen de varios sistemas filosóficos posteriores, y presenta afinidades y analogías notables con el estoicismo y el hegelianismo. Basta recordar, al efecto, la doctrina de los estoicos acerca del origen y fin del mundo por el fuego, acerca del destino y acerca del alma universal del universo y de las almas particulares. Con respecto al hegelianismo, basta fijarse en la doctrina de Heráclito acerca de la formación de los seres, mediante la oposición, lucha y mezcla del ser y del no ser; acerca de la ley fatal o el destino que rige esta lucha, y acerca de la transformación evolutiva y progresiva, mediante la cual las substancias terrestres llegan por gradaciones sucesivas y ascendentes hasta convertirse en el éter o fuego primitivo, que es el dios del filósofo de Éfeso. [117]

Heráclito fecundó, además, el pensamiento griego, depositando en él las semillas, siquiera groseras y muy incompletas, de la psicología y de la fisiología. Lo cual, unido a la nueva fase y al notable desarrollo que comunicó a la escuela jónica, planteando a la vez el problema de la pluralidad y distinción de los seres, demuestra la originalidad relativa de su genio, y que no sin razón ocupa lugar preferente entre los filósofos del periodo antesocrático.

Preciso es reconocer, sin embargo, que lo que distingue y caracteriza la doctrina de Heráclito, lo que constituye y representa la idea central de su concepción filosófica, es el fieri de las cosas, es la lucha y contradicción perpetua del ser y no ser, como ley necesaria de la existencia de los seres cósmicos y medida de su realidad. Por otro lado, ese mudar perpetuo de los seres, en medio de la permanencia e inmutabilidad y eternidad del Ser; esa percepción de objetos fugaces e ilusorios por parte de los sentidos, entraña el planteamiento implícito e inicial del problema crítico, a causa de la distinción profunda que supone y establece entre la percepción sensitiva y la racional, entre la sensación y la razón, y consiguientemente entre la apariencia y la realidad, entre el fenómeno y el noumeno. Los sofistas, que más tarde dieron que hacer a Sócrates, se aprovecharon de esta doctrina de Heráclito para establecer y propagar sus conclusiones escépticas.

Más todavía: la teoría de Heráclito tiene, por decirlo así, el mérito de haber servido de ocasión y como punto de partida a Platón, para formular su gran teoría de las ideas. Porque, según indica con bastante [118] claridad Aristóteles {26}, lo que principalmente indujo a Platón a excogitar su teoría de las ideas, fue la consideración de la movilidad y flujo perpetuo de las cosas sensibles, y la consiguiente imposibilidad de servir de objeto y materia para la ciencia.


{26} He aquí cómo se explica que el filósofo de Estagira sobre este punto: «Post dictas philosophias, disciplina Platonis supervenit. Cum Cratillo namque ex recenti adolescentia conversatus, et Heracliti opinionibus assuetus, tanquam omnibus sensibilitus semper defluentibus, et de eis non existente scientia, haec quidem postea ita arbitratus est... Impossibile enim (putavit), definitionem communem cujuspiam sensibilium esse, quae semper mutantur; et sic talia entium ideas appellavit». Metaphys., lib. I, cap. V.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 115-118