Filosofía en español 
Filosofía en español

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte tercera. Problemas filosóficos del conocimiento científico

El progreso de las ciencias naturales y la filosofía contemporánea


El desarrollo de los principios metodológicos de las ciencias naturales

En todas las etapas históricas, la filosofía ha influido siempre de manera esencial en el desarrollo del conocimiento científico. La diferenciación de las ciencias no ha conducido ni a la disolución de la filosofía en las disciplinas especiales (como suponen los positivistas) ni a una disminución de su importancia en el proceso cognoscitivo. Sin embargo, la influencia de la filosofía sobre el progreso de la ciencia se modifica.

En épocas anteriores, la filosofía influía en gran manera sobre la ciencia natural mediante la corriente naturalista, la cual, disponiendo tan sólo de un escaso material empírico, se desarrollaba basándose en lucubraciones especulativas. En la vieja filosofía naturalista había, claro está, profundos elementos racionales (basta recordar la hipótesis atomista). Ahora bien, dado el gigantesco progreso actual del conocimiento científico, la filosofía naturalista no puede ya proporcionar el método que la ciencia necesita. La filosofía materialista moderna ha renunciado a la especulación de la filosofía naturalista como medio para influir sobre las ciencias especiales.

La filosofía marxista actúa sobre la ciencia natural a través de la concepción materialista del mundo y del método dialéctico, a través de la interpretación, adecuada a la naturaleza, de las conexiones y leyes universales del desarrollo del mundo material. Las premisas ideológicas básicas del materialismo arraigan en las ciencias naturales modernas, de las que simplemente, no pueden eliminarse de ningún modo. Sin embargo, la realización efectiva y el desarrollo de los principios ideológicos materialistas fundamentales se hallan determinados por el justo método de investigación. Ello hace que, actualmente, en las relaciones entre la filosofía y las ciencias naturales, el centro de gravedad se desplace a la esfera de los problemas metodológicos, que poseen un gran valor ideológico. Es, precisamente, en este plano en el que se revela, ante todo, la influencia de la filosofía sobre las ciencias especiales. A medida que se desarrolla el conocimiento científico, que se pasa de la etapa descriptiva –inevitable en cualquier teoría científica– a la investigación de las conexiones esenciales, sujetas a ley, de los fenómenos que se estudian, a medida que, del conocimiento de la esencia menos profunda, nos elevamos al conocimiento de la esencia más profunda, aumenta cada vez más la importancia de que la investigación científica se ajuste a una consciente claridad de objetivos.

Una metodología filosófica puede hacer progresar el conocimiento científico, puede estimular en un determinado sentido las búsquedas científicas sugiriendo al naturalista las perspectivas objetivas de la ulterior investigación, o bien, por el contrario, puede apartarle del camino acertado, desorientarle y, simplemente, estorbarle

En las ciencias naturales contemporáneas, los problemas de metodología adquieren singular acuidad. Por eso, precisamente, en los últimos tiempos se ha acentuado tanto la afición de los naturalistas por la filosofía, corno lo prueban los numerosos artículos y libros consagrados a las cuestiones filosóficas de las ciencias naturales escritos por personalidades de tanto relieve corno Niels Bohr, Werner Heisenberg, Louis de Broglie y otros. Y es de consignar que incluso naturalistas alejados del marxismo empiezan a manifestar un interés creciente por el materialismo dialéctico.

Esta circunstancia se explica, ante todo, por el vivo carácter creador de la filosofía marxista-leninista, ajena, por su espíritu, a todo dogmatismo, relacionada estrechamente, desde un principio, con las ciencias naturales y formada no como una ciencia que se encuentra por encima de las oteas ciencias a las que dicta leyes en consonancia con las exigencias del sistema, sino como generalización de los datos de dichas ciencias. De ahí que siempre estimule el avance del conocimiento científico. Según expresión de Lenin, el materialismo plantea claramente problemas todavía no resueltos, con lo que induce a la cognición científica a resolverlos. Para convencerse de que es así, lo mejor es recurrir a los hechos, a las propias ciencias naturales.

En el siglo XIX, lo que servía de base para investigar la dialéctica de la naturaleza eran. los notables descubrimientos científicos de la astronomía, de la geología y, sobre todo, de la biología, que mostraban con toda evidencia la evolución del mundo orgánico y del mundo inorgánico. En nuestro tiempo, el fundamento científico de la concepción materialista dialéctico de la naturaleza se ha hecho incomparablemente más sólido y universal.

Si intentamos caracterizar con una frase el estado de la ciencia actual, por lo visto lograremos expresarlo mediante la tesis siguiente: "La revolución que se inició en la física en el umbral del siglo XX se ha extendido a las ramas más importantes de las ciencias naturales". En efecto, a lo largo de medio siglo se han obtenido resultados científicos, teóricos y prácticos, que superan a cuánto logró el genio humano durante los milenios precedentes.

La teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, la cosmonáutica y la energética nuclear, la automatización, la radioelectrónica [387] y la cibernética, la química de los polímeros y otras ramas de la ciencia no sólo cambian el panorama científico del mundo, sino que, además, transforman radicalmente el propio fundamento técnico de la vida de la sociedad.

La ciencia contemporánea resuelve con éxito los problemas de los "tres pilares técnicos" de la civilización moderna: nuevos tipos de energía, nuevos materiales y nuevos motores, con rendimientos inconcebibles en la técnica anterior.

La biología moderna penetra en las profundidades de la materia viva. Ello ha sido posible gracias a la aplicación de nuevos procedimientos técnicos de observación y de experimentación, que han revolucionado hasta el carácter de la investigación biológica. Los datos más recientes de la ciencia permiten descubrir con mayor plenitud la esencia de la vida. El microscopio electrónico, los métodos de análisis por difracción, los trazadores isotópicos, la resonancia paramagnética, todos esos nuevos medios de observación y experimentación, que han revolucionado el carácter mismo de la investigación biológica, han permitido a los biólogos aproximarse más a la elucidación de la esencia de la vida, al conocimiento de la física y de la química de la vida, a la solución práctica del problema de la biosíntesis.

Los métodos puramente fisiológicos, morfológicos, genéticos y otros análogos que se aplican en el estudio de los fenómenos biológicos, se van completando, cada día más, con procedimientos físico-químicos, matemáticos y cibernéticos. La biología moderna penetra cada vez más en las leyes de los fenómenos de la vida, investiga la organización interna, las propiedades físicas, la textura química y la energética de las estructuras que participan en los procesos metabólicos de las células y del organismo entero. Es importante la utilización de los datos de las ciencias biológicas para resolver varios problemas técnicos, lo que ha dado origen a una nueva rama de la ciencia: la biónica.

Se abren ante nosotros grandes perspectivas: reacciones termonucleares dirigidas, transformación directa de la energía térmica en eléctrica. Se modificará la producción química, pues se acelerarán y se simplificarán en proporciones jamás vistas los procesos de obtención de nuevas sustancias, descubriendo la naturaleza y el mecanismo de los fermentos y creando, a partir de tales descubrimientos, catalizadores de excepcional eficacia.

El progreso de la química introduce aspectos nuevos, desde el punto de vista de principio, en el avance de la ciencia y de la práctica. Los dispositivos técnicos y las máquinas habituales sirven, en cierto modo, como prolongación de los órganos del hombre y elaboran lo que la naturaleza nos proporciona. La producción química crea, cada vez en mayor medida, nuevos materiales con una combinación de elementos y una estructura que no se dan en la naturaleza. En ello encuentra expresión la fuerza transformadora de la ciencia. Lo que se convierte ahora en ley [388] del desarrollo de esta última ya no es la simple imitación de la naturaleza, sino el hallar sus caminos específicos para la utilización de las leyes objetivas con vistas a la transformación del medio material. Con mucha razón dijo Mstislav Vsiévolodovich Keldish, presidente de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S.: "Los éxitos supremos de la ciencia no se dan donde ésta imita a la naturaleza, sino donde crea posibilidades para transformarla"{1}.

Al progresar en el descubrimiento de la esencia de la vida, la ciencia indica a la praxis los caminos para la biosíntesis artificial de la albúmina, el régimen de la biosíntesis en el organismo y los procedimientos para dominar el régimen de la herencia y de la mutabilidad de los organismos, lo cual permite resolver cuestiones sumamente complejas de la medicina y de la agricultura. La amplia aplicación –y el perfeccionamiento– de las máquinas electrónicas para automatizar la industria y dirigir la economía transformará radicalmente el carácter mismo del trabajo humano.

Todos esos avances revolucionarios de las ciencias naturales enriquecen la metodología científica, exigen que ésta se aplique conscientemente, y así se hallan enlazados con el desarrollo de tendencias metodológicas esencialmente nuevas en la cognición científica.

Para caracterizar esas tendencias es indispensable, ante todo, descubrir la esencia de los principios metodológicos más importantes sobre el desarrollo del conocimiento científico moderno. En este plano resulta fundamental comprender: 1) el nexo entre teoría y práctica, 2) la universalidad del principio de desarrollo, 3) la unidad del saber científico y la interacción de todas las disciplinas científicas entre sí, la interconexión entre los medios de investigación experimental y los teórico-abstractos.

En la actualidad, se observa un vigoroso crecimiento del papel de las ciencias naturales en la vida de la humanidad. La utilización de las conquistas de la ciencia se convierte en uno de los problemas sociales importantes del presente. En la competición de los sistemas sociales. vencerá el régimen que utilice mejor y más eficientemente en bien del hombre los modernos resultados del conocimiento científico y, en última instancia, asegure una productividad más elevada del trabajo. Esta tesis básica para todo el desarrollo social de nuestra época va ligada al papel –en incesante crecimiento– de la ciencia en el avance de la producción material. En el proceso de la edificación comunista, la ciencia se va convirtiendo, cada vez más, en fuerza productiva inmediata. La ciencia y la producción se fundan orgánicamente en un sistema íntegro, lo cual señala una aproximación radical entre la teoría [389] y la práctica, un ostensible aumento de la influencia que los conocimientos teóricos ejercen sobre la actividad práctica.

Actualmente, muchos de los nuevos tipos de producción nacen en el seno de la ciencia, circunstancia que sirve de importantísima expresión del proceso que lleva al incremento del peso de la ciencia en el devenir de la sociedad así como del papel que desempeña la unidad dialéctica de la ciencia y de la producción. El desarrollo va desde los primeros dispositivos de laboratorio hasta la aplicación técnica en gran escala de tal o cual descubrimiento. A ese tipo de producción nacida en las entrañas de la ciencia pertenecen la radioelectrónica, la energética atómica, la elaboración de varios materiales nuevos y otras ramas de la producción.

Este nexo recíproco, cada día más sólido, entre la ciencia y la producción como manifestación del creciente papel que desempeñan las investigaciones científicas en los trabajos consagrados a la resolución de las tareas prácticas, constituye el rasgo medular del conocimiento científico-natural moderno.

El principio materialista dialéctico de la unidad entre la teoría y la práctica tiene un valor primordialisimo para la planificación de las investigaciones científicas. Partiendo de ese principio, se combinan con espíritu creador las investigaciones que ya hoy proporcionan resultados directamente aplicables en la producción y las que preparan un determinado proyecto informativo con vistas a futuros dispositivos técnicos y a futuras aplicaciones prácticas. En este sentido, adquiere un significado de cardinal importancia el problema de la efectividad económica de las elaboraciones científicas.

Al guiarnos por la dialéctica materialista, nos es posible desarrollar armónicamente la ciencia y evitar que se aleje de las necesidades prácticas de la producción sin limitar, a la vez, las profundas investigaciones de gran perspectiva, sin encerrarla en cauces de una aplicación miope. Con esta apreciación dialéctica de los requisitos indicados, la ciencia participa muy efectivamente –en grado máximo– en la formación de la base material y técnica del comunismo.

Un aspecto importantísimo del nexo que existe entre las ciencias naturales del siglo XX y la dialéctica estriba en el hecho de que en la entraña misma del trabajo de investigación se introduce en creciente medida el principio dialéctico de desarrollo como cambio cualitativo. La ciencia del siglo XVIII concebía el movimiento como desplazamiento en el espacio, mientras que seguía teóricamente incomprendido el cambio de los objetos en el tiempo. En el siglo XIX, la idea de desarrollo se aplicó en geología, y luego se generalizó a raíz del descubrimiento de la ley de la conservación y de la transformación de la energía. En dicho siglo, el principio de desarrollo encontró su expresión más completa en la doctrina de Darwin sobre la evolución del mundo orgánico. [390]

Ahora bien, las representaciones decimonónicas sobre el desarrollo de la naturaleza adolecían de una insuficiencia de principio. Se debía ello, sobre todo, a que en ese período la idea de desarrollo se formaba hallándose las diversas ciencias separadas unas de otras. Por consiguiente, no había modo de elaborar un esquema íntegro de la evolución de la realidad objetiva. En cuanto al defecto principal de la concepción del desarrollo consistía en tomar como inmutables los "ladrillos" básicos de la materia, los átomos. Al fin se produjo, pues, una situación incongruente: por una parte, ya se estudiaban procesos materiales en desarrollo; por otra, en la ciencia los átomos se concebían como invariables. Únicamente la ciencia del siglo XX resolvió dicha contradicción al formular la idea de la mutabilidad y de la transformabilidad recíproca de todos los pequeñísimos elementos estructurales que componen la materia. Por sus propiedades, cada una de estas partículas "elementales" es inagotable. La idea, expuesta por Lenin, de que la materia es inagotable en todos sus niveles estructurales constituyó el principio metodológico cardinal de la ciencia del siglo XX. Así lo reconocen ahora, también, sabios eminentes de los países burgueses, aún hallándose muy lejos, por sus concepciones, del materialismo dialéctico.

En varias ramas de las ciencias naturales teóricas, la utilización consciente, creadora, de la idea materialista dialéctica de desarrollo resulta a veces decisiva para determinar el rumbo de las investigaciones.

El hecho aparece con toda evidencia, por ejemplo, en la cosmogonía actual. Un científico, al emprender el estudio del desarrollo de tal o cual sistema cósmico, se rige inevitablemente por una determinada concepción de las particularidades propias de todo proceso de desarrollo. Sin ello no podría decidir, de ningún modo, qué hechos ha de examinar ni de qué manera.

En las investigaciones cosmogónicas que se llevan a cabo en Occidente no es raro observar, incluso en nuestros días –junto a logros y descubrimientos relevantes–, la tendencia a considerar los procesos evolutivos de los objetos celestes como "degradación" unilateral de la materia, "degradación" que se intenta explicar por el segundo principio de la termodinámica, al que se atribuye un valor absoluto. Semejantes interpretaciones arrancan de un principio: la concepción no dialéctica del proceso de desarrollo. En cambio, los éxitos de las investigaciones cosmogónicas en nuestro país se hallan en gran parte condicionados por el hecho de que los científicos soviéticos se apoyan, conscientemente, en la visión dialéctica del desarrollo.

Para el análisis metodológico de las ciencias naturales modernas tiene valor de principio el ulterior desarrollo de la doctrina acerca de las formas del movimiento de la materia y sus portadores estructurales. [391]

La experiencia –tomada en su interpretación dialéctica– de las ciencias naturales contemporáneas, pone de manifiesto que la materia posee una capacidad de diferenciación infinita y una capacidad, no menos infinita, de adquirir una organización diferente en los diversos niveles de su desarrollo y de su complicación. Tal proceso tiene por base la multiplicidad de formas del movimiento de la materia.

Las distintas esferas de la ciencia, como demostró admirablemente Engels, con datos de las ciencias naturales del siglo XIX, estudian determinadas formas del movimiento de la materia. Engels ya descubrió la interconexión y la diferencia de formas del movimiento de la materia y de las ciencias que las estudian. Llamó a la física, mecánica de las moléculas; a la química, física de los átomos, y a la biología, química de la albúmina. "Así como una forma del movimiento –escribió– se desarrolla de otra, los reflejos de estas formas, las distintas ciencias, han de desprenderse uno de otro con carácter necesario"{2}.

Fue, ésta, una anticipación metodológica genial, pues en aquel entonces las ciencias aún se desenvolvían por separado, y el valor que, desde el punto de vista de principio, tiene su mutua relación no se había descubierto todavía en las investigaciones prácticas. La previsión teórica de Engels sobre el nexo recíproco que existe entre las diversas formas del movimiento de la materia no podía aún trascender plenamente en el avance concreto de las ciencias, pues la mutua influencia de estas últimas poseía todavía un carácter esporádico. Hoy esas ideas de Engels se concretan más y adquieren un contenido más profundo de lo que era posible en el siglo XIX.

Cuando Engels clasificaba las ciencias en dependencia de las formas del movimiento de la materia no existían todavía muchas ramas del saber actual (verbigracia, la física atómica y nuclear, la astrofísica teórica, la biología molecular, &c.) que caracterizan la llegada de la ciencia a nuevos niveles del desarrollo de la materia. La cosa cambia en nuestra época. En las presentes condiciones ya no basta tomar únicamente las formas del movimiento para clasificar las ciencias y para resolver los problemas que plantean su interconexión y las perspectivas de su progreso. Es necesario tener en cuenta los distintos niveles estructurales de la materia, cada vez más evidentes, estrechamente relacionados entre sí.

Dichos niveles estructurales (partículas, átomos, moléculas, macrocuerpos, galaxias, organismos) son objetos materiales que constituyen puntos medulares o grados de un proceso único del desarrollo de la materia en el espacio y en el tiempo. Y su conocimiento adquiere cada vez más un carácter sintético, se convierte en un proceso de interacción de muchas ciencias. [392]

En efecto, determinados niveles estructurales de la materia son objeto de distintas ciencias. Por ejemplo, al organismo no sólo lo investiga la biología, sino, además, la física, la química, &c.; la Tierra es objeto de investigación de la geología, de la geografía, de la geofísica, de la geoquímica, &c.

En nuestra época resulta inevitable no ya simplemente completar y enriquecer los datos de una ciencia con los de otra, utilizar en una los métodos de otra, sino, crear algo a modo de aleación de una nueva ciencia. Y ello es necesario no en aras de la comodidad y de la utilidad pragmática, sino por la peculiaridad interna y objetiva del propio objeto de investigación. Así, al analizar los procesos vitales, el científico ha de recurrir, también, a la física y a la química de lo vivo. Es evidente que para mostrar en toda su plenitud las leyes de los procesos vitales, el hombre de ciencia no puede ser únicamente físico, químico o biólogo. En el nivel de la molécula, los límites de las formas del movimiento de la materia se vuelven oscilantes, las formas física y química de dicho movimiento se convierten en forma biológica. Así la bioquímica no es simplemente la química aplicada a lo vivo ni es simplemente la biología que utiliza los métodos de la química, sino algo más: cierta unidad sintética de química y biología, unidad que da origen a una nueva calidad, a una nueva ciencia.

En su tiempo –siglo XIX–, junto a la química orgánica, que estudia la composición, la estructura y las propiedades de las combinaciones orgánicas, incluidas las del organismo, se constituyó la química fisiológica, cuyo objetivo no se circunscribía al estudio de la composición de los cuerpos vivos, orgánicos, sino que abarcaba, además, el estudio de los procesos en virtud de los cuales se forman las substancias orgánicas en el organismo vivo. Mas también esto resultó insuficiente para la comprensión de la vida. Su estudio en el nivel molecular exigió una concatenación todavía más estrecha entre el enfoque biológico, el químico y el físico. Algo análogo puede observarse en el desenvolvimiento de otras ciencias, como por ejemplo la químico-física, la físico-química, &c. Vemos, por tanto, que para establecer la interconexión de las ciencias y clasificarlas con acierto, es necesario no ya tener en cuenta las formas del movimiento de la materia y de sus transiciones e interacción, sino, además, sus distintos niveles estructurales.

Como quiera que esos niveles son multiformes, las ciencias, en nuestro tiempo, se ramifican cada vez más, y, simultáneamente, se van entrelazando a medida que van penetrando en el seno de la materia. Este complejo proceso se realiza en la unidad dialéctica de tendencias contradictorias de diferenciación e interacción de las ciencias.

Desde hace mucho tiempo, el conocimiento científico se ha comparado a un árbol cuyas ramas eran el símbolo de las diversas [393] facetas del saber. Esta imagen representaba con acierto el crecimiento y la ramificación de las ciencias, simbolizaba su conexión genética y su diferenciación. En nuestro tiempo, cuando las ciencias, a la vez que siguen diferenciándose se influyen recíprocamente y se vinculan entre sí de manera cada día más evidente, no hay más remedio que tener en cuenta la acción inversa de las nuevas ramas del saber sobre su tronco materno. El complejo acopio de conocimientos modernos puede compararse con el sistema circulatorio, en el cual, la ramificación de los vasos sanguíneos desde el corazón hasta la periferia se completa con su reunificación en dirección inversa, de suerte que se forma un sistema único de circulación de la sangre. En semejante comparación, puede en verdad considerarse como corazón de todo el sistema del conocimiento científico la dialéctica materialista, como único método seguro que orienta y estimula el avance de todas las ramas de la ciencia.

En el análisis de las leyes generales del desarrollo del conocimiento científico, ocupa un lugar importante, junto a la interacción de las disciplinas científicas que se forman, la dialéctica de la acción "inversa" de los nuevos descubrimientos y de los nuevos métodos de investigación que de éstos se derivan sobre las "viejas" partes de la ciencia. Somos testigos de una especie de "segundo nacimiento", por ejemplo, de muchas secciones "clásicas" de la física de los cuerpos sólidos por el influjo que sobre ellas ejercen los métodos nucleares y electrónicos de investigación, &c. Al mismo tiempo, una comprensión más profunda y concreta de las leyes materiales de los procesos físicos que tienen lugar en los cuerpos sólidos, a cuyas propiedades determinan, permite utilizar mejor tales propiedades con vistas al desarrollo de la física electrónica y nuclear así como de la física de las partículas "elementales" (para crear una nueva técnica experimental, &c.).

La línea general del progreso, en todas las direcciones de las ciencias naturales, se encuentra, hoy, en la interacción de las ciencias, basada en la unidad del conocimiento científico. Pese a la multiplicidad de sus formas y métodos, el conocimiento, en cuanto proceso que refleja la realidad objetiva es único. Así lo demuestra el desarrollo de las ciencias. Ahora no cabe poner en duda que las modernas ciencias naturales constituyen un sistema íntegro de disciplinas que se influyen recíprocamente. La misma naturaleza sintética de las ciencias naturales contemporáneas, plantea al conocimiento complejos problemas metodológicos.

Para comprenderlos, es necesario tener en cuenta uno de los principios metodológicos más importantes del desarrollo de la ciencia moderna: la unidad del examen substancial y del formal. Es totalmente inmotivado el prejuicio, difundido por los positivistas, de que el materialismo niega la formalización del saber y [394] la importancia de la misma para el progreso de la ciencia. Al contrario, el materialismo científico de nuestra época descubre la esencia de la formalización de la ciencia y, al mismo tiempo, subraya la completa inanidad de la interpretación idealista de esa tendencia.

La construcción de formalismos no es un fin en sí, sino un medio, un procedimiento de descripción exacta y elucidación de los procesos naturales. La ciencia tiende a expresar el saber substancial mediante el formalismo productivo. Además, la propia formalización en el estudio de los procesos de la naturaleza constituye uno de los testimonios de la madurez a que ha llegado el saber científico en el conocimiento de la índole objetiva del objeto.

Como es notorio, ya en Materialismo y empiriocritismo llamó Lenin "gran éxito de las ciencias naturales" a la aproximación a elementos de la materia tan homogéneos y simples que hacen posible la elaboración matemática de las leyes de su movimiento. Lenin escribió: "La cuestión verdaderamente importante de la teoría del conocimiento, que divide las direcciones filosóficas, no consiste en saber cuál es el grado de precisión que han alcanzado nuestras descripciones de las conexiones causales, ni si tales descripciones pueden ser expresadas en una fórmula matemática precisa, sino en saber si el origen de nuestro conocimiento de esas conexiones está en las leyes objetivas de la naturaleza o en las propiedades de nuestra mente, en la capacidad inherente a ella de conocer ciertas verdades apriorísticas, &c. Eso es lo que separa para siempre a los materialistas Feuerbach, Marx y Engels de los agnósticos (humistas) Avenarius y Mach"{3}.

En la manera de tratar la tendencia a la formalización del análisis científico se manifiesta con total claridad la radical contraposición entre el materialismo dialéctico y todos los tipos de filosofía idealista.

Los principios metodológicos que hemos examinado relativos a las ciencias naturales de nuestra época (principio del desarrollo inagotable de la materia, idea de la unidad del mundo y de la síntesis del saber, idea del profundo nexo recíproco entre los procedimientos formalizados y substanciales para la investigación de objetos reales) no agotan, por supuesto, la problemática filosófica del conocimiento científico moderno. Mas el desarrollo de dichos principios, su introducción, cada vez más profunda en la trama misma de los estudios científicos demuestra convincentemente el creciente valor de la dialéctica materialista para las ciencias naturales.

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{1} “Problemas metodológicos de la ciencia”, Moscú, 1964, p. 228.

{2} C. Marx y F. Engels, “Obras”, t. XX, p. 565.

{3} V. I. Lenin, “Obras”, t. XVIII, p. 164. (“Materialismo y empiriocriticismo”, edic. cit., p. 169).