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Comentarios críticos al Diccionario soviético de filosofía

Carlos Darwin

Carlos Darwin en el Diccionario soviético de filosofía


 

Carlos Darwin · Daniel López Rodríguez · 15 de mayo de 2019

Carlos Darwin (1809-1882)

1. Un científico innovador y materialista

Darwin es el «fundador de la teoría evolucionista moderna», o al menos el que la fundamentó con un abundante material. Al viajar alrededor del mundo entre 1831 y 1836 pudo reunir una ingente cantidad de material que le hizo posible la elaboración de sus teorías, que se iban elaborando mediante se iba clasificando dicho material.

Como dice la edición abreviada de 1955, Darwin es el «fundador de la biología materialista y de la doctrina materialista del origen y de la evolución de las especies». Y se añade que fue un científico innovador que no temió en «atacar los dogmas caducos». Como dijo Marx (citado por el diccionario), «Darwin había asestado un golpe mortal a la “teleología” en las ciencias naturales». De modo que dio una explicación materialista de la adaptación de las especies, y así «afirmó la victoria de la interpretación materialista de los fenómenos de la naturaleza orgánica. Fue una gran hazaña científica», leemos en la edición abreviada de 1955.

Como dice la edición de 1963, Darwin era «un naturalista materialista, un dialéctico espontáneo, un ateo, pero con rasgos propios de la limitación burguesa». Y su obra facilitó «la reestructuración de la ciencia natural en un sentido materialista dialéctico».

En la edición de 1980 se dice que «La teoría de Darwin figura entre los descubrimientos más destacados de las ciencias naturales del siglo 19, que constituyeron la premisa para el surgimiento del materialismo dialéctico. En nuestros días, la teoría de Darwin, conservando en conjunto su trascendencia metodológica general e ideológica, se desarrolla y modifica bajo la influencia del material fáctico y teórico de la genética, la biocibernética y otras disciplinas científicas».

Darwin continuó las teorías científico-naturales de Kant (que, como reconocía Engels, fue el primero en plantear el desarrollo dialéctico de la naturaleza). Y también de Lamarck y Lyell. Como leemos en la entrada «Teoría de la evolución», ésta «ha demostrado la inconsistencia del procedimiento metafísico del pensar». Así pues, el darwinismo «con su prueba de que toda la naturaleza orgánica existente, plantas y animales, y entre ellos, como es lógico, el hombre, es producto de un proceso de desarrollo que dura millones de años, ha asestado a la concepción metafísica de la naturaleza el más rudo golpe» (Friedrich Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico, Editorial Progreso, Moscú 1981, pág. 136).

La teoría darwiniana supuso para las ciencias naturales un «progreso gigantesco» (Friedrich Engels, Filosofía (Esquemática del mundo. Filosofía de la naturaleza. Moral y derecho. Dialéctica), Ediciones R. Torres, Barcelona 1976. Pág. 64). «La filosofía que se puede hacer antes y después de Darwin es diferente porque la realidad antes y después de Darwin es también distinta. Desde nuestros presupuestos, no podemos afirmar, como hace Wittgenstein, que la teoría de Darwin sea irrelevante para la investigación filosófica» (David Alvargonzález, «El darwinismo visto desde el materialismo filosófico», El Basilisco, nº 20, Oviedo 1996). Ahí donde pone «Darwin» podríamos poner «Marx» y también suscribiríamos la cita. Aunque Darwin era un científico y Marx, a nuestro juicio, era más bien un filósofo.

La teoría de la evolución influenció a la psicología, a la lingüística, a la historia comparada de las religiones y a la historia en general, y también tuvo su impacto, como no podía ser de otro modo, en el materialismo dialéctico y en el materialismo histórico. Pero sobre todo fue muy notable la influencia del evolucionismo en la antropología cultural que ya se iba incubando en Inglaterra a mediados del siglo XIX. También en antropología física el evolucionismo de Darwin fue de enorme influencia, pues fue repercusión directa para que los investigadores siguiesen buscando fósiles, y ello contribuyó de manera notable al crecimiento de la paleontología, de la morfología comparada, de la embriología, &c.

Sin que pretendamos llevar a cabo un enfoque sociológico, el evolucionismo era algo que se respiraba en el ambiente decimonónico en el que vivió Darwin; aunque Darwin tenía sus reservas respecto al término «evolución» y lo aceptó, a través de Herbert Spencer, a regañadientes. Darwin se convenció de la evolución de las especies por el estado de la ciencia de su época (la geología de Lyell, la astronomía de Kant, &c.). La teoría de la evolución no era, por sí misma, ni monárquica ni republicana, «aun cuando algunos monárquicos, que eran “fijistas” en política, la consideraban republicana, y algunos republicanos, que eran igualitaristas, la consideraban monárquica, porque favorecía a la aristocracia de los triunfadores en la lucha por la vida» (Gustavo Bueno, TCC, pág. 36).

La Inglaterra en la que Darwin elaboró su doctrina era la Inglaterra del Imperio Británico que a raíz de sus colonias se interesaba por cuestiones prácticas inmediatas como la botánica, la zoología, la geología, la geografía, &c. Estas disciplinas en marcha fueron las que hicieron posibles el contexto en el que Darwin elaboró su doctrina de la evolución de las especies. Por eso hay que tener en cuenta que «dentro de este estado colonialista, Darwin pertenecía a una clase social que tenía influencia allí donde hacía falta tenerla, lo cual posibilitó su formación, su periplo marítimo y sus relaciones con las personas adecuadas. Basta recordar que los materiales recogidos en la expedición del Beagle fueron estudiados y catalogados por naturalistas tan prestigiosos como Owen, Waterhaouse, Gould, Jenyns, Hooker, Lyell, Bell. Probablemente en ningún otro país del mundo podrían haberse encontrado, en aquel momento, un elenco de geólogos, botánicos, y zoólogos con tan alto grado de especialización y conocimiento» (Alvargonzález).

Desde la perspectiva gnoseológica de la verdad como identidad sintética sistemática que se postula desde la teoría del cierre categorial afirmamos que «había innumerables materiales, agrupados en curso operatorios distintos, dispersos unos con relación a los otros, confusamente mezclados en los contextos más heterogéneos que quepa imaginar y que, vistos con el anacronismo propio de toda interpretación ex post facto, estaban “listos” para ser ensamblados en esa construcción sintética, esencia, sistemática que es la teoría darvinista» (Alvargonzález).

Marx le escribió a Darwin y le envió el primer libro de El Capital. Y, a su vez, Darwin le contestó el 1 de octubre de 1873 diciéndole: «Querido señor, le agradezco vivamente el honor que me ha hecho eviándome su gran obra El Capital. Desearía de todo corazón ser más digno de este regalo entendiendo mejor los profundos e importantes problemas de la economía política. Aunque nuestros campos de investigación sean tan diferentes, creo que ambos deseamos seriamente la extensión del saber, y que este saber acabe por contribuir a la dicha de la humanidad. Reciba, querido señor, los saludos de su seguro servidor Charles Darwin» (Karl Marx y Friedrich Engels, Cartas sobre las ciencias de la naturaleza y las matemáticas, Anagrama, Barcelona 1975, pág. 101).

El darwinismo –señala el diccionario– fue desarrollado por sabios rusos como K. A. Timiriázev, Sechenov, V. Kovalevski, A. Kovalevski, Dokuchaiev, Mechnikov, Pavlov, Komorov, Michurin, Williams y otros.

2. El origen y la evolución de las especies

Darwin publicó en 1859 El origen de las especies por medio de la selección natural o la conversación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Allí expuso los principios fundamentales de la teoría del origen y evolución de las especies. En 1868 publicó La variación de los animales domésticos y plantas de cultivo, en donde explicaba la selección artificial de plantas y animales domésticos.

Su teoría demostraba que las especies animales y vegetales van cambiando constantemente generando nuevas especies, así como otras se iban extinguiendo. Desde entonces ya no se podía decir que las especies permanecían iguales desde el momento en que Dios las creó hasta la actualidad («tantas son las especies cuantas Dios creó en el principio», decía Linneo). Como escribiría Lenin (citado por el diccionario), «Darwin ha puesto fin a la idea de que las diversas especies de animales y plantas no están ligadas entre sí, son casuales, “creadas por Dios” e invariables».

A partir de Darwin los investigadores ya no estudiarían a las especies como esencias fijas e inmutables (géneros porfirianos-linneanos) sino como seres que evolucionan y poseen un origen común (géneros plotinianos-darwinianos: «Los heráclidas son del mismo género no porque sean semejantes entre sí, sino porque proceden de la misma estirpe», decía Plotino). No obstante, «no hay corte epistemológico entre la taxonomía de Linneo y la de Darwin, aunque hayuna reordenación a fondo, una inversión –pero una reordenación sobre losmismos términos–» (Gustavo Bueno, «Los “Grundrisse” de Marx y la “Filosofía del Espíritu objetivo” de Hegel», Sistema, Madrid, enero 1974, nº 4, pág. 36). De todos modos lo que a nosotros en este momento nos importa no es la prioridad cronológica, sino la prioridad gnoseológica de las identidades sintéticas halladas en El origen de las especies.

Darwin ponía a la mutabilidad, la herencia y la selección (ya sea ésta artificial o natural) como los factores fundamentales de la evolución. La pista de todo esto está en los fósiles animales y vegetales, los cuales muestran que los organismos más antiguos son más simples que los posteriores, pues la evolución orgánica se efectúa de lo más simple a lo más complejo.

Según Darwin, el origen de las especies se explica por la lucha por la existencia y la selección natural por la que algunas especies se consolidan o desaparecen. Darwin comparó tal selección con la selección artificial que los hombres llevan a cabo en la economía rural de sus granjas, pues seleccionan aquellos animales y vegetales que muestran mayor signo de utilidad. Sostiene el autor de El origen de las especies: «Al comienzo de mis observaciones me pareció probable que un estudio cuidadoso de los animales domésticos y de las plantas cultivadas ofrecería las mayores oportunidades para resolver este oscuro problema. No he sido defraudado; en éste y en todos los demás casos dudosos he hallado invariablemente que nuestro conocimiento, por imperfecto que sea, de la variación en estado doméstico, proporciona la pista mejor y más segura» (Charles Darwin, El origen de las especies, Biblioteca de los Grandes Pensadores, Barcelona 2003, pág. 47). De modo que Darwin toma como patrón el modelo de la selección artificial, lo cual viene a significar el núcleo del teorema de la evolución biológica, aunque sea para introducir considerables modificaciones. Ahora bien, la selección artificial no hay que interpretarla como si se tratase de un principio cronológico, sino más bien como una prioridad lógico-material (gnoseológica) que en el teorema de Darwin va conformándose en el espacio gnoseológico a medida que van estudiándose los términos, las operaciones y las relaciones en el eje sintáctico y los referenciales fisicalistas, los fenómenos y las esencias en el eje semántico.

En la lucha por la existencia (que puede ser interespecífica e intraespecífica) sólo sobreviven los más aptos, y en tal selección van perfeccionándose la estructura y funciones de los organismos, los cuales van adaptándose al medio. La expresión spenciariana de «la superviviencia del más apto» no sería empleada por Darwin como sinónimo de «selección natural» hasta 1869 cuando se publicó la quinta edición de El origen de las especies. «He denominado a este principio, por el cual toda variación ligera, si es útil, se conserva, con el término de “selección natural”, a fin de señalar su relación con la facultad de selección del hombre. Pero la expresión frecuentemente empleada por Mr. Herbert Spencer de la “supervivencia de los más aptos” es más exacta y, a veces, igualmente conveniente. Hemos visto que el hombre puede producir, ciertamente por selección, grandes resultados, y puede adaptar a los seres orgánicos a su usos particulares, mediante la acumulación de leves pero útiles variaciones, que le son dadas por la mano de la naturaleza. Pero la selección natural, como veremos en seguida más adelante, es una fuerza incesantemente dispuesta a la acción, y tan inconmensurablemente superior a los débiles esfuerzos del hombre como las obras de la naturaleza lo son a las del arte» (Charles Darwin, El origen de las especies, pág. 91-92). Si la adaptación es el aspecto activo de la evolución, la herencia es el aspecto conservador. De modo que Darwin estaba convencido de que la selección natural, además de la selección artificial, es el único medio de modificación de las especies.

La armonía preestablecida que postuló Leibniz inspiró a Malthus que a su vez influyó a Darwin y su tesis de la selección natural. «En lugar del principio de la victoria del más fuerte –todo lo racional es real– basta aplicar el criterio de reconocimiento de mayor fortaleza a quien ha vencido –todo lo real es racional» (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, pág. 170).

La lucha por la existencia –como leemos en la entrada con este título– es la «Resistencia que oponen los organismos a los factores de la naturaleza inanimada y de la naturaleza viva desfavorables para su vida y su propagación. Como resultado de la lucha por la existencia, sobreviven y dejan una descendencia más numerosa y viable los individuos que resultan mejor adaptados a las condiciones circundantes. La lucha por la existencia es una de las formas de relación entre los organismos en el interior de una misma especie y entre los representantes de especies distintas, sirve como factor de la evolución de plantas y animales».

Con la lectura que en octubre de 1838 Darwin hizo por «entretenimiento» del libro de Thomas Robert Malthus Ensayo sobre el principio de la población (1798) –donde se sostiene que de un momento a otro tiene que producirse una crisis, y esta crisis sólo es superable a través de la lucha por la existencia– se percató de que, bajo unas condiciones favorables, la lucha por la supervivencia, si la especie está adaptada al medio, permite que sobreviva; pero si no lo está o lo está en menor medida que otras especies más potentes entonces llega a su fin. Este es el mecanismo de la selección natural que Darwin establece, la lucha por la supervivencia, a través de estar más o menos adaptado al medio. El concepto de «adaptación» es fundamental en Darwin. La selección natural se debe por una prueba, se seleccionan los individuos más adaptados que otros. «La lucha por la existencia resulta inevitablemente de la elevada proporción en que tienden a aumentar todos los seres orgánicos. Todo ser que en el transcurso natural de su vida produce varios huevos o semillas, tienen que sufrir destrucción durante algún período de su vida, o durante alguna estación, o accidentalmente en algún año, pues, de lo contrario, según el principio de la progresión geométrica, su número llegaría a ser rápidamente tan excesivamente grande que ningún país podría mantener la producción. De aquí que, como se producen más individuos que los que pueden sobrevivir, tiene que haber en caso una lucha por la existencia, ya de un individuo con otro de la misma especie o con individuos de especies distintas, ya con las condiciones físicas de vida. Es la doctrina de Malthus aplicada con doble motivo al conjunto de los reinos animal y vegetal [aplicación que criticó Marx], pues en este caso no puede haber ningún aumento artificial de alimentos, ninguna limitación prudencial por parte del matrimonio. Aunque algunas especies pueden estar aumentando numéricamente en la actualidad con más o menos rapidez, no pueden estarlo todas, pues no cabrían en el mundo». Y continúa: «No hay ninguna excepción a la regla de que todo ser orgánico aumenta naturalmente en progresión tan elevada que, si no es destruido, pronto, estaría la tierra cubierta por la descendencia de una sola pareja. Incluso el hombre, que es lento en reproducirse, se ha duplicado en veinticinco años, y, según esta progresión, en menos de mil años su progenie no tendría literalmente sitio para estar de pie» (Charles Darwin, El origen de las especies, pág. 93, corchetes míos).

No obstante, el diccionario le reprocha a Darwin el exagerado papel que le da a la lucha por la vida en los organismos y que no fuese crítico con la teoría reaccionaria de Malthus sobre la superpoblación. En 1862 Marx volvería a leer El origen de las especies y fue algo más crítico desde que lo leyó por primera vez en 1859. Así se lo comentó a Engels el 18 de junio de 1862: «En cuanto a Darwin, al que he examinado de nuevo, me divierte cuando pretende aplicar IGUALMENTE a la flora y a la fauna, la teoría “de Malthus”, como si en el señor Malthus no residiera la astucia justamente en el hecho de que NO ES aplicada a las plantas y a los animales. Es curioso ver cómo Darwin descubre en las bestias y en los vegetales su sociedad inglesa, con la división del trabajo, la concurrencia, la apertura de nuevos mercados, las “invenciones” y la “lucha por la vida” de Malthus. Es el bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos] de Hobbes, y esto hace pensar en la Fenomenología de Hegel, en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre de “reino animal intelectual”, mientras que en Darwin es el reino animal el que representa a la sociedad burguesa» (Karl Marx y Friedrich Engels, Cartas sobre El capital, Edima, Barcelona 1968, pág. 94).

El 29 de marzo de 1865 le escribe Engels al sociólogo y filósofo alemán, autor de una historia del materialismo, Albert Lange: «A primera lectura de Darwin, también a mí me sorprendió el parecido frappante [sorprendente] entre su pensamiento de la vida vegetal y animal y la teoría de Malthus. No obstante, yo saqué de ello una conclusión diferente a la suya, a saber: que lo que tiene de menos glorioso el desarrollo burgués contemporáneo es que todavía no haya superado el nivel de las formas económicas del reino animal» (Karl Marx y Friedrich Engels, Cartas sobre las ciencias de la naturaleza y las matemáticas, Anagrama, Barcelona 1975, pág. 36).

Y el 15 de febrero de 1869 le escribe Marx a su hija Laura y a su yerno Paul Lafargue: «A partir de la lucha por la vida en la sociedad inglesa –la guerra de todos contra todo, bellum ómnium contra omnes– Darwin acabó por descubrir que la lucha por la vida era la ley dominante en la vida “animal” y vegetal. Pero el movimiento darwinista ve en esto una razón decisiva de que la sociedad humana no se libere [emanzipieren] jamás de su animalidad» (Cartas sobre las ciencias de la naturaleza y las matemáticas, pág. 71). Como vemos los breves diagnósticos que ofrecen Marx y Engels sobre la obra cumbre de Darwin están hechos más bien desde un enfoque sociológico y no desde un enfoque gnoseológico, sin querer decir con esto que con tal enfoque estuviesen equivocados, pues a su modo denunciaban la política del Imperio Británico, un Imperio que diagnosticamos como claro ejemplo de Imperio depredador. Otra cosa es que se pensase en derribar dicho Imperio (como todos los Imperios y todos los Estados burgueses y reaccionarios) bajo la doctrina del comunismo marxista. No fue así; y la Realpolitik, si bien no es tal y como la justificaba el darwinismo social, todavía se parece menos a la unión del proletariado universal y la derrota de los Estados capitalistas cuya consecuencia sería el fin de la explotación del hombre por el hombre.

Leemos en la edición abreviada de 1955: «El parentesco de los organismos es confirmado por la comunidad de su plan de estructura. El brazo del hombre, el ala del murciélago, la extremidad de la foca están construidos de acuerdo al mismo plan y se componen de huesos dispuestos en el mismo orden. El parentesco de los organismos está confirmado de igual modo por su estado embrionario. Organismos que en estado adulto difieren mucho entre sí, se asemejan en cambio en estado embrionario».

Todo esto está pensado para demostrar la incoherencia del fijismo y no sólo eso, pues también se piensa directamente contra el creacionismo bíblico (por lo que la doctrina de Darwin venía a ser escándalo para unos y necedad para otros). Ahora bien, no todos los organismos proceden de un solo ser originario –como pensó Eugen Dühring–, pues Darwin afirma que ve «a todos los seres no como creaciones particulares, sino como descendencia, en la línea recta, de unos pocos seres» (citado por Friedrich Engels, Anti-Dühring, Editorial Grijalbo, México D. F. 1968, pág. 60). Darwin afirmaba que «los animales descienden, a lo sumo, de sólo cuatro o cinco progenitores, y las plantas de un número igual o menor» (El origen de las especies, pág. 465).

3. El origen del hombre

En 1871 Darwin publica El origen del hombre y la selección en relación al sexo. Doce años después de publicar El origen de las especies; aunque tuvo una segunda edición corregida y aumentada en 1874 y una tercera y definitiva edición en 1877.

En oposición a ideas religiosas –le gusta señalar al diccionario– demostraba con «pruebas científicas irrefutables» que el hombre proviene de «monos antropoides». No obstante, el diccionario advierte que Darwin no pudo completar el problema del origen del hombre pues permaneció en el terreno puramente biológico. Es decir, no trascendió el campo de la biología, y éste es insuficiente para explicar tal origen; y no digamos ya su estructura. Pues semejante tarea no implica simplemente los saberes de primer grado, saberes científicos con sus respectivos cierres categoriales, que son necesarios pero no suficientes, sino también implica un saber de segundo grado, una filosofía, una ontología por la que se tome partido apagógicamente).

Engels se apoyó de las teorías de Darwin en su Humanización del mono por el trabajo. Es el trabajo el que fue esencial para que el hombre se diferenciase de los demás animales. El trabajo mutó la naturaleza física del hombre, e hizo desarrollar su mano y su cerebro, así como también la aparición del lenguaje. «La producción material –comenta la edición abreviada de 1955–, y no los factores geográficos y biológicos como quisieran demostrar los sociólogos reaccionarios, es lo que desempeña un papel determinante en el desarrollo del hombre, ser social». Al asignar a las manos una función distinta que los pies y al marchar en dirección erecta se dio así «el paso decisivo para la transformación del mono en hombre» (Friedrich Engels, «El papel del trabajo en el proceso de transformación del mono en hombre», Ediciones Vanguardia Obrera S. A., Madrid 1990, pág. 50). A través de miles de siglos de trabajos el hombre ha ido desarrollando sus manos con una habilidad que, aun disponiendo de los mismos músculos y huesos, a la mano del mono le está vedada imitar. «Ninguna mano de simio ha producido jamás ni la más tosca herramienta» (Ibid. Pág. 51).

Darwin se percató de que el hombre puede contagiarse de algunas enfermedades de los animales inferiores, y también puede contagiar a su vez a los animales. Para Darwin esto suponía que había muchas semejanzas en los tejidos y en la sangre del hombre con el tejido y la sangre de estos animales (hoy en día la genética ha demostrado que el 98,4% de nuestros genes son iguales a los de los chimpancés, el 97% son como los del gorila y el 96,4% son como los del orangután). Darwin se dio cuenta de que los medicamentos hacen los mismos efectos tanto en los hombres como en los animales. «De modo, pues, que la correspondencia en estructura general, en la estructura fina de los tejidos, en la composición química y la constitución entre el hombre y los animales superiores, especialmente los simios antropomorfos, es muy elevada» (Darwin, El origen del hombre, pág. 8). También observó cómo los monos disfrutan bebiendo tea, alcohol y fumando tabaco igual que los hombres. Según Darwin tanto el hombre como los demás vertebrados proceden del mismo modelo general, luego han pasado por el mismo estadio primitivo de desarrollo y tiene en común ciertos rasgos. Darwin afirmaba que los hombres se negaban aceptar de su antepasado animal por la arrogancia de creer que descendían de semidioses; pero –como dijo Engels– es más digno para el hombre ser el resultado de un animal que se eleva hasta la condición de ángel, que ser un ángel que ha caído en su condición animal.

Aquí Darwin le da la vuelta del revés a Plotino, pues Plotino se preguntaba cómo era posible que al espíritu le saliesen uñas y dientes y Darwin, al igual que el materialismo dialéctico, se preguntaba cómo es posible que a las uñas y a los dientes le salga espíritu; y si el cartesianismo sostenía que el hombre es un espíritu («una cosa que piensa») unido a un cuerpo viviente aunque mecánico, la revolución biológicadarwiniana invierte el orden y sostiene que el hombre es un cuerpo viviente (no ya mecánico, sino orgánico) que a través de un largo proceso evolutivo desarrolla una conciencia y con ella su libertad. Y si el proceso de inversión teológica sitúa al ser humano en el centro mismo de la existencia, el darwinismo vendría a traer una especie de inversión etológica que hace del ser humano una especie animal entre otras muchas; y, pese a todo, desde el materialismo dialéctico se seguía diciendo que el hombre se define por ser «el animal vertebrado en el que la naturaleza cobra conciencia de sí misma» (Friedrich Engels, Dialéctica de la naturaleza, Grijalbo, Barcelona, Buenos Aires y México D.F 1979, pág. 19). La cuestión, a nuestro juicio, es que la naturaleza no tiene conciencia de sí misma. Más bien la situación sería la siguiente: unas partes de la naturaleza conocen a otras partes de la naturaleza (y a su vez desconoce otras partes). Es decir, unos sujetos operatorios involucrados en esa realidad que llamamos «naturaleza» (más bien naturalezas particulares) conocen a otros sujetos y a una determinada pluralidad de objetos, pero como toda determinación es una negación ello quiere decir que ningún sujeto es omnisciente ni tampoco absolutamente nesciente.

El evolucionismo supone así un reduccionismo descendente del hombre con sus antepasados animales. Como decía una señora inglesa de la época victoriana a la hora de tomarse el tea: «Será verdad que procedemos del mono, pero por lo menos que no se entere la servidumbre». Aunque Darwin advierte que «no hemos de caer en el error de suponer que el primitivo progenitor de todo el grupo de los simios, incluido el hombre, era idéntico, o incluso muy parecido, a cualquier mono o simio actual» (Charles Darwin, El origen del hombre, Crítica, Barcelona 2009, pág. 202).

4. El darwinismo social y la crítica del Diamat

El diccionario diagnostica como errónea y reaccionaria la aplicación del darwinismo al terreno social: el llamado «darwinismo social» o «socialdarwinismo». Éste venía a ser la ideología que trataría de justificar el dominio colonial del imperialismo depredador británico.

Según los darwinistas sociales (Lange, Amnion, Kidd, Woltmann, Wisman &c.), leemos en la entrada «Darwinismo social», «las clases explotadoras gobernantes se componen de los hombres mejor dotados, vencedores en la lucha por la existencia». De este modo la burguesía justificaba las guerras imperialistas, la rapiña y el racismo.

El darwinismo social santifica al capitalismo y considera inútil la lucha del socialismo contra el mismo, de ahí su carácter reaccionario. No obstante, el socialdarwinismo se infiltraría en la socialdemocracia alemana, como fue el caso de Woltmann, el cual pretendía que la historia cultural, humana y natural «se conformaría a los principios biológicos y de adaptación, de la herencia y del perfeccionamiento a través de la lucha por la vida», leemos en la entrada «darwinismo social» de la edición abreviada de 1955. También se señala a Karl Kautsky, «traidor al socialismo» como propagador de «esas ideas anticientíficas».

En la edición de 1963 de la entrada «Darwinismo social» se dice que «otros creen que la selección natural actuaba con todo su rigor en la sociedad un siglo atrás, pero que desde entonces, como resultado de los éxitos alcanzados por la ciencia y la técnica, la lucha por la existencia se ha debilitado y se ha creado una situación en la cual han empezado a sobrevivir no sólo los más adaptados, sino también, aquellos que en las condiciones anteriores se habrían visto condenados a la extinción. Los propagandistas de semejantes teorías ven en el incremento de la reproducción de tales “deficientes” la raíz de casi todos los males sociales».

El darwinismo social exalta la «ley de la jungla» que se da en la sociedad capitalista. Los que se imponen llegan a ser poco menos que «superhombres» y los trabajadores vienen a ser seres inferiores. Por eso –como leemos en la edición de 1980 de la entrada «Darwinismo social»– «el socialdarwinismo se suma a la escuela racial antropológica en sociología».

Por lo demás, la doctrina de Darwin hizo posible la incubación de la eugenesia, como puede leerse en El origen del hombre (Págs. 173-174): «En los salvajes, los débiles de cuerpo y mente pronto son eliminados, y los que sobreviven presentan por lo general un estado de salud vigoroso. En cambio, nosotros, los hombres civilizados, hacemos todo lo posible para frenar el proceso de eliminación; construimos asilos para los imbéciles, los tullidos y los enfermos; decretamos leyes para los necesitados, y nuestros médicos aplican toda su habilidad a salvar la vida de cada uno hasta el último momento. Hay razones para creer que la vacunación ha conservado la vida a miles de personas que, debido a una constitución débil, habrían sucumbido anteriormente a la viruela. De esta manera, los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su estirpe. Nadie que se haya dedicado a la cría de animales domésticos pondrá en duda que esto debe ser muy perjudicial a la raza humana. Es sorprendente con qué rapidez la falta de cuidado, o la atención mal dirigida, conduce a la degeneración de una raza doméstica; pero, excepto en el caso del propio hombre, es difícil encontrar alguien que sea tan ignorante que permita que sus peores animales se reproduzcan».

Aunque el pensamiento sobre la raza empezó mucho antes de Darwin, y las publicaciones social-darwinistas sobre eugenesia empezaron con Alexander Tille y John B. Haycualf en los años noventa del decimonónico siglo. El término «eugenesia» fue acuañado en 1883 precisamente por un primo de Darwin, Francis Galton, el cual tomó como base la biótica tras estudiar los talentos y caracteres humanos; por eso, junto a August Weismann, es el fundador de la eugenesia argumentada genéticamente.

Lejos de acabar con la desigualdad, el darwinismo social la promovía; pues –como se ha comentado– «La lucha por la existencia es considerada como la forma existencial del modo natural y capitalista de existencia del hombre, pero no como una ley inmodificable. En su lugar, el hombre trabajador ha de llevar a cabo la lucha por una existencia propia de calidad, por su autorrealización. Hay que perseguir la armonía, tanto con la naturaleza como también entre los hombres» (Reinhard Mocek, Socialismo revolucionario y darwinismo social, Akal, Madrid 1999, pág. 68).

En esto la posición frente al marxismo era la diametralmente opuesta. Pero mientras la igualdad para el marxismo se ponía como un ideal ad quen, la desigualdad en el darwinismo social era una realidad a quo. Tanto el social-darwinismo como el marxismo hablaban de un «hombre nuevo»; y si las cualidades morales e intelectuales del hombre nuevo del darwinismo social trataban de asegurar su adaptabilidad genética, el hombre nuevo del marxismo trataba de liberar al hombre de la explotación y la esclavitud. Por ello, la «biología de la liberación» no pudo sustituir a la «sociología de la liberación».

5. Materialismo filosófico y darwinismo

La evolución de las especies, tal y como la empleó Darwin, no habría sido sólo una revolución biológica, o restringida al campo de la biología, sino que habría sido ante todo aunque simultáneamente una revolución lógica (no en lógica proposicional sino en lógica de clases o teoría de conjuntos).

El árbol de Porfirio-Linneo es interpretado por la revolución lógica darwinista como el árbol de Plotino o, en rigor, el árbol de Darwin. No obstante, Gustavo Bueno advierte que es de trascendental importancia «tener en cuenta que estas estructuras lógico-plotinianas acaso no estuvieron ausentes en la obra de Linneo, sin perjuicio de su general aceptación de las estructuras lógico-porfirianas. El mismo Linneo, en su trabajo de 1759, Generatio Ambigena, sostuvo, sin menoscabo de su creacionismo, que las especies de un género podrían ser descendientes de una especie-madre singular revestida con los trajes (córtices) de diferentes padres. “La sustancia medular (medulla) estaría como aprisionada por la sustancia cortical (cortex)”. De hecho, a partir de los años 1762 y 1767, Linneo se habría inclinado a sustituir la idea de una creación divina de las especies por la idea de una creación de los tipos (unos 60 tipos u órdenes de plantas y unos 50 prototipos de animales) encarnados en individuos (o parejas) “genéricas” o “prototípicas”, de cuya hibridación ulterior resultarían las especies (von Hofsten, op. cit., págs. 78-79, cree poder deducir que Linneo estaría sugiriendo que, tras la reproducción e incremento de un determinado número de cada prototipo, podría cruzarse, por ejemplo, machas del tipo Carnívora y hembras del tipo Rumiantes, para dar lugar a especies diversa; y Linneo “pudo haber sacado la conclusión, aunque no lo hizo”, de que el mismo género Homo podría ser el resultado de la hibridación entre el tipo primordial de los primates –Anthropomorpha– y un tipo de otro orden diferente)» (Gustavo Bueno, «Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae», Separata de Evolucionismo y Racionalismo, Zaragoza 1998, pág. 67).

Así pues, Darwin puso en marcha los cuadros del tablero de Linneo. Entre la tabla de Linneo y la de Darwin no hay un «corte epistemológico» sino más bien una inversión y reordenación en torno a los mismos términos. Si los componentes linneanos eran estacionarios los de Darwin vienen a ser, pues, transformacionales. «Desde la perspectiva de Linneo (que era la de Porfirio), la clase de los peces, incluida en la clase (en el sentido lógico) de los vertebrados, se trataba como si fuese una clase enteramente independiente de la clase de los anfibios, de la de los reptiles, de la de las aves, o de la clase de los mamíferos. Pero la “revolución darwiniana” determinó, entre otras cosas, que esa clase (o tipo) de los vertebrados tuviese que interpretarse antes como clase atributiva (un philum) que como mera clase distributiva, porque las clases de los peces, anfibios, reptiles, &c., no podrán ya tratarse como independientes distributivamente (“creadas directamente por Dios desde el principio”), sino como manteniendo entre sí relaciones diatéticas en virtud de las cuales tendría algún sentido (el de la “ley de la recapitulación”) ver a la clase de los peces como incluida (y no sólo formalmente o extensionalmente, sino también materialmente o intensionalmente) en la clase de los anfibios, a la que conforma, sin perjuicio de que ulteriormente, la “segregación distributiva” se produzca. Y, en el mismo sentido, podrá decirse que la clase de los peces, en cuanto incluida en la clase (tipo) de los vertebrados no se limita a estar incluida de un modo distributivo, sino conformando, de algún modo, a las sucesivas clases de los anfibios, de los reptiles, &c.» (Gustavo Bueno, «Arquitectura y Filosofía», en Filosofía y cuerpo, Ediciones Libertarias, Madrid 2005, pág. 413).

También la revolución darwinista puede interpretarse como una revolución nominalista frente al esencialismo de Linneo, pero replanteando la cuestión diferenciando entre un nominalismo atomístico (el cual niega las especies como rótulos que engloban a los individuos en un círculo común porque mediante el nombre común borran las irreductibles diferencias entre los individuos) y un nominalismo continuista o comunalista (que niega las especies pero esta vez las niega como rótulos que introducen separación de los individuos englobados en los diferentes círculos porque ocultan las semejanzas y relaciones entre ellos, entre los individuos englobados en especies distintas). Aunque Darwin no se plantease la cuestión, por nuestra parte diremos que su nominalismo era continuista, cosa que se puede apreciar a raíz de la metáfora del árbol con ramificaciones que engloban las relaciones genéricas entre los organismos biológicos, porque las especies son ramificaciones en continuidad con las ramas principales, que representan a los géneros y con el tronco que viene a representar al reino. Fue así una revolución nominalista pensada contra la gramática realista o esencialista de Linneo.

Afirma Gustavo Bueno: «La revolución lógica de Darwin podría definirse entonces como la sustitución de la lógica de las especies y géneros porfirianos (linneanos), común a todas las regiones del universo, por la lógica de las especies y géneros plotinianos que, por otro lado, no excluyen a aquellas, sino que necesitan ser reconstruidas incesantemente. Pero esta revolución lógica sólo podría llevarse a cabo mediante la circunscripción de la idea de evolución a la categoría de los vivientes, y recíprocamente, la circunscripción de la idea de evolución a esta categoría, sólo podría haber desbordado el sentido de lo que podría ser interpretado como una mera estipulación pragmática (inspirada acaso por la prudencia o por la circunscripción metódica) cuando se vincula a la revolución lógica de referencia» («Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae», pág. 87).

Tal y como Darwin planteó la teoría de la evolución, ésta no se extrapola al resto de la realidad, es decir, no se habla nunca de evolución cósmica ni es tratada como ley general de la realidad. La evolución se restringe a las especies animales y vegetales y, por mediación de ellas, a los géneros y a los individuos. La evolución es una Idea constituida a escala de especies, insertada en una biocenosis y en una symploké de especies (en donde no todas las especies están conectadas con todas, como sería el caso del monismo del orden armonicista), del mismo modo que el concepto de polígono se inserta a escala de lados y ángulos y supone múltiples lados y ángulos.

Si la teoría de la evolución pretende ser científica y no metafísica ésta tiene que constituirse en un campo por el cual pueda ser vista como ciencia positiva, como una serie de teoremas que van configurando un cierre categorial sin trascender su campo hacia extraños terrenos que desbordarían su categoría (incluso en el empeño, como hacen muchos fundamentalistas cientificistas, de situar la categoría que estudian como el fundamento y fondo exclusivo de la realidad: «Todo es química», Severo Ochoa dixit). No cabe hablar, pues, de una evolución global del universo, como si éste tendiese hacia no se sabe muy bien dónde (hacia el punto omega que decía el Padre Teilhard).

La referencia categorial del concepto de evolución corresponde al campo de los vivientes orgánicos. La evolución se circunscribe, pues, a la vida somática, luego tampoco cabe hablar de «evolución del genoma» ni de «evolución molecular». Así como la mecánica de Newton no explicaba la esencia de la gravedad ni por qué se producía, la biología evolucionista de Darwin no explica el origen de la vida y queda fuera del horizonte de sus categorías al ser un asunto ontológico que transciende el campo biológico y el de cualquier ciencia (sin que queramos ignorar o despreciar a ninguna); pues Darwin parte in medias res de los organismos vivos ya dados (o de los fósiles de organismo extintos).

El intento de aplicar el esquema de la evolución de las especies en el contexto de la selección natural a esquemas culturales institucionales, históricos, sociológicos, éticos y morales, como si se tratase de la única metodología realmente científica, da lugar a interpretaciones que diagnosticamos con la etiqueta de reduccionismo ascendente.

Así pues, la evolución no es un atributo trascendental a la omnitudo rerum, pero tampoco lo es a todos los seres vivientes (hay especies que se extinguen, y otras que ni siquiera evolucionan), aunque sí sea un atributo propio de los mismos. Tampoco se comporta igual la evolución en todos los organismos, por ejemplo, no es lo mismo la evolución de los seres sexuados que la de los asexuados, así como en los vertebrados y en los invertebrados (y no digamos en las plantas y en los animales). Las ideas de «evolución supraorgánica» (evolución de los Estados, del lenguaje, del arte, de la filosofía, &c.) y «evolución inorgánica» (evolución de los elementos de la tabla periódica, evolución de las galaxias, evolución molecular, &c.) son extrapolaciones de la idea de evolución darwinista que solamente se circunscribe a los organismo vivientes. Si circunscribimos la idea de evolución a las especies vivientes evitaremos muchos quebraderos de cabeza y sinsentidos escatológicos. La «Idea general» de evolución, que incluye además de la evolución orgánica a la evolución inorgánica y supraorgánica, «desvirtúa y destruye el concepto mismo de esta evolución orgánica, al desplazar su “centro de gravedad” hacia los momentos genéricos, en lugar de mantenerlo en los momentos específicos que le son propios» («Los límites de la evolución en el ámbito de la Scala Naturae», pág. 54).

Daniel López Rodríguez

 
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Las cuatro versiones soviéticas del Diccionario filosófico de Rosental e Iudin
Diccionario filosófico marxista · Rosental & Iudin · Montevideo 1946
Diccionario de filosofía y sociología marxista · Iudin & Rosental · Buenos Aires 1959
Diccionario filosófico abreviado · Rosental & Iudin · Montevideo 1959
Diccionario filosófico · Rosental & Iudin · Montevideo 1965
Diccionario marxista de filosofía · Blauberg · México 1971
Diccionario de comunismo científico · Rumiántsev · Moscú 1981
Diccionario de filosofía · Frolov · Moscú 1984