El Basilisco EN PAPEL
Revista de filosofía, ciencias humanas,
teoría de la ciencia y de la cultura
Versión digital
Versión papel
Suscripciones
Redacción
Índices
 
El Basilisco DIGITAL
  El Basilisco (Oviedo), nº 21, 1996, páginas 98-99
  Actas de las II Jornadas de Hispanismo Filosófico (1995)

Consideraciones
a propósito de la especificidad
de la filosofía española


María Joáo Monteiro Tavares
Madrid
 

Históricamente, la dominación de paradigmas centroeuropeos conduce el pensamiento filosófico ibérico a una caída en un regionalismo subvalorado acompañado de un afán notorio en el seguimiento de categorías y sistemas importados desde fuera, como modelos de razonamiento. Porque la realidad histórico-social, y luego cultural de la Península asume en su diacronía caracteres radicalmente distintos de la Europa continental, lo que designamos por filosofía ibérica –en su doble dimensión lusa e hispana– peca en dos líneas fundamentales, a saber:

— una, por su atraso en el reconocimiento puntualizado de su valor como quehacer espacio-temporalmente determinado, distinto y distanciado de ese otro que se presenta y actúa como universal y universalizador;

— otra, por perseguir categorías de un pensar que por haber sido introducido inadecuadamente en una realidad distinta de la que lo produce, queda deficiente en el contenido.

El balance final de las 2 vías se salda por mantenernos atados a un logos en lo cual nunca nos hemos visto reconocidos noblemente, sino como hermanos menores. Si algún fallo hay en el cuerpo de la filosofía occidental es el de no haber nunca saludado a sus distintas ramas como hijas de una misma madre heleno-cristiana, concediéndoles el derecho de diálogo. Por supuesto el diálogo supone ya una condición de igualdad y el logos dominante lo ha sido todo menos un logos dialógico: su carácter impositivo olvida todas las diferencias en sus ansias de universalidad.

Tentación y tendencia a la unicidad especulativa y razonante, el problema remite a su vez a la confrontación entre identidad y diferencia. Categoría asumidamente posmodernista, la de la diferencia, presenta tradicionalmente contornos de insuficiencia, de carencia, de minusvalía.

Es el producto empobrecido, de consumo local y ahí mismo tímida y moderadamente, porque siempre comparado al brillo y gloria del otro que se muestra e impone no como diferente, sino como el mejor, como la luz radiante que ilumina y ofusca donde todo lo demás es sombra. O sea, la verdad absoluta de una realidad que se quiere absolutizar.

Entra aquí un tercer error metodológico en la construcción de la filosofía europea como tronco compuesto de distintas ramas: la situación de minoridad de las diversas filosofías surge no tanto de sus contenidos respectivos, sino más bien de un vicio en la postura de los que con ellas están comprometidos. En la persecución de una filosofía que es un producto de una realidad que no es la nuestra, como arquetipo a copiar o a ajustar a un mundo extraño, hemos postulado una concepción de unidad que no actúa por integración, sino por reducción del otro o lo mismo.

Funcionando como ideal un modelo valorativo dado desde fuera, opera ya implícitamente una devaluación de la esencia misma de la filosofía ibérica. La postura adoptada por los nuestros no es tanto una postura de afirmación de acoplamiento, sino más bien de rebajamiento.

Al establecer una jerarquía ante lo extraño, que se postula como más valioso ya se está introduciendo la minoridad en el pensamiento filosófico hispánico.

Los saberes no pueden, no deben de ser comparativos, sino complementarios. Comparar conlleva ya un valorar y la valoración así tratada es el hueco de una actitud anti-filosófica.

No hay mejores ni peores filosofías, como no hay paradigmas o sistemas de mayor o menor validez. Todos son interdependientes y complementarios. Todos son portadores de su novedad. Y de esa dinámica sigue viviendo la filosofía. Todavía sigue. En su relación es como se constituye la filosofía como logos humano.

No es tanto la comparación para valorar cualitativa o cuantitativamente sus contenidos sino ponerla en diálogo consigo misma y fundamentalmente considerar e integrarle lo diferente. Nuestro logos ibérico tampoco supo a su tiempo alzarse a la condición de interlocutor válido y capacitado de contribución novedosa para ampliar la universalidad de la categoría de filosofía.

En el universo de las diferencias ignoradas por la identidad dominante, nuestra diferencia confirma la especificidad que se reivindica para la filosofía española. Especificidad determinada por nuestra condición ibérica la cual entraña la raíz misma y el fundamento de nuestro ser y de nuestro pensar.

Se impone desde luego analizar cual es la condición ibérica, qué rasgos la determinan y de qué formas se reviste en nuestro pensamiento.

Antropológicamente, la categoría de ibérico conlleva la referencia originaria a un espacio geográfico distinto del continental. Porque la naturaleza envolvente marca todo hombre en ella creado es por lo que tenemos ya una primera nota de distinción. Si la categoría espacial deja esa huella originaria acompañante del quehacerse uno hombre-naturaleza, no es menos verdad que lo humano social es el producto de una dinámica surgida de diversos factores radicados en la temporalidad: relación intersubjetiva, relación sujeto-instituciones, cuadro político situacional, relación yo-divino, en fin, lo histórico. Espacio y tiempo, raza y razón, articulados, constituyen el hacerse uno mismo hombre. Ser uno peninsular e ibérico apunta ya a estas dos categorías constitutivas y determinantes de distinción. Mientras una permanece esencial, la otra, en su devenir, en su fluir dinámico, opera por construcción y des-construcción.

Sujeto-naturaleza y sujeto-histórico determinan al hombre como hombre en su identidad y en sus diferencias. La diferencia radica en lo geo-histórico. Esto es lo constitutivo de lo que consideramos «condición ibérica» y en ésta, lo que ontológicamente consideramos ser el Ser ibérico.

La esencialidad ibérica determina un vivir, un actuar, un pensar propios. La pregunta por la vida, por el Ser radica en un pensamiento introspectivo, meditativo; el carácter individualista de lo ibérico surge así expuesto en la filosofía. Alejado de las preocupaciones científicas, sistematizadoras o racionalistas, el logos ibérico busca las respuestas al «porqué» y al «para qué» en la práctica del vivir. En el enfrentamiento con la vida, la búsqueda de respuesta conlleva el sentirla y desde ahí el interrogarla.

Esta modalidad de sentir posee una fuerza vital de absorción, de integración en una naturaleza que lo determina como ser –«la mater natura»–. Una inmanencia originaria que el devenir temporal histórico no diluye, al contrario, acentúa. Tierra es concepto que en lo ibérico asume contornos de poder. Un poder entrañado, constitutivo de una doble dimensión, cuerpo-alma.

La relación naturaleza-yo / yo-naturaleza siendo fundamentalmente antropológica, vitalista en su quehacer, arraiga en una relación de interioridad absoluta. De mí para mí, de mí frente al mundo, de mí relativamente a Dios en mí, trayendo a Dios a mi mundo haciéndome yo mismo un dios humanizado como protagonista de mitos y leyendas, héroe caballero o monje predicador, el logos así postulado es un logos individualizado, introspectivo, mediativo, más arquetípico de una sabiduría que de un saber tachado de racionalista.

Nos movemos, pues, más bien en una sabiduría intuitiva –que anticipa, determina y complementa lo racional. Un logos de los sentidos que no apunta todavía a un empirismo, sino a una absorción inmediata de la realidad.

No significa esto una reducción de toda nuestra filosofía al empirismo puro. No se trata aquí de una investigación gnoseológica, sino de indagar los fundamentos de un tipo de postura frente al mundo. Una postura que no abandona el sentir a un racionalismo a secas, más que todo al contrario, confirma el contenido de la «inteligencia sentiente» zubiriana. Es así, igualmente, que mística y metafísica son dimensiones que en la filosofía española cobran un valor raciocognitivo que no entra con igual peso en la tradición europea.

La escisión operadora en Europa dentro del «corpus» filosófico entre cuerpo y alma, sentimiento y razón, es fenómeno que no aparece en toda su radicalidad en nuestra filosofía. Puede que tienda más a un lado o al otro pero, en el filósofo hispano, siempre se encuentran presentes los dos.

El hombre es como un todo. Y es como un todo que plantea sus interrogaciones hacia lo horizontal y hacia lo vertical. La ligación –relación establecida dialécticamente– a uno y a otro es puramente subjetiva. La vive uno por sí y por sí mismo la nutre. Y a partir de sí la piensa. Su vivir y su sentirse en y para, determinan un tipo de quehacer filosófico que se presenta más como cavilación, más cercano al pensar oriental, que a la desgastada y desgastante categoría del saber, construida en todos sus distintos y variados matices por el occidente, a lo largo de milenios.

La categoría griega de sabiduría, abandonada en nombre de un afán sistematizante, por un mundo cada vez más preocupado por traducir la humanidad por racionalidad, retoma sentido en el constructo hispánico de filosofía.

Una filosofía que no cobra valor como ciencia, (ya que no tiene porque serlo) perdiendo así su esencialidad más pura y originaria, cerrada en sistemas lógico-matemáticos ordenados, sino más bien como una categoría abierta: al vivir y en el vivir. ¿Un saber? Por supuesto, mas un saber desde la vida y de la vida misma; es donde debe ser, brotar y caber toda y cualquier filosofía.

El logos ibérico es ante todo un logos de raíz antropológica y existencial. Y desde ahí marca una racionalidad que no dejando de serlo y tampoco reduciéndose a una conceptualización terminológica, arraiga en una estrecha ligación tridimensional: vertical ascendente hacia Dios, horizontal yo hombre-mundo/ mundaneidad y vertical descendente yo hombre/naturaleza madre.

En esta triple relación se constituye el sujeto de ese logos específico de Iberia.

 

www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 1996 www.filosofia.org
Revistas El Basilisco