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  El Basilisco (Oviedo), nº 21, 1996, páginas 66-67
  Actas de las II Jornadas de Hispanismo Filosófico (1995)

Estética y nueva retórica
en Juan de Mairena


Ricardo Piñero Moral
Salamanca
 

«El que pretenda ser retórico es necesario que sepa las formas que el alma tiene...»
(Platón, Fedro, 271 d)

Nadie mejor que un poeta sabe las formas que el alma tiene, aún más cuando la poesía misma deviene filosofía apócrifa. Por ello debemos partir de una hipótesis, a saber: que en esta obra de Machado poesía, retórica y filosofía se implican de una manera tan sobria y tan radical que se funden en un único destino para el hombre que busca no sólo la verdad de las cosas, sino el modo de comprenderlas, expresarlas e incluso de crearlas. Porque «hay hombres que van de la poética a la filosofía; otros van de la filosofía a la poética. Lo inevitable es ir de lo uno a lo otro»{1}, y ese tránsito inevitable es la retórica.

La Retórica que Juan de Mairena enseña de modo apócrifo se nutre de ese ir y venir inevitable que es en sí mismo «un acto vidente, de afirmación de una realidad absoluta, porque el poeta cree siempre en lo que ve, cualesquiera que sean los ojos con los que mire»{2}. El poeta es un visionario, un metafísico fracasado, y el filósofo un poeta que cree en la realidad de sus poemas... En ambos el punto de encuentro, su lugar de redención ontológica y gnoseológica es creer... En la creencia filosofía y poesía encuentran su camino de ida y vuelta, su procesión y su conversión, su «próodos» y su «epistrophé»... Ese camino de ida y vuelta nada lo refleja mejor que la imagen del espejo, que el género del autorretrato. Espejo y retrato son -como dirían los místicos- como un centro sin centro, como una espiral tan perfecta que nos es muy difícil advertir si es ascendente o descendente, siendo las dos cosas a un tiempo. «La retórica que Mairena pretende enseñar-construir está estrechamente vinculada a la producción de un pensamiento poético, que, por contraposición al pensamiento homogeneizador de la lógica racional»{3} «quiere ser creador»{4}.

La nueva retórica es un pensamiento poiético, vivo, tan fecundo como la lengua del pueblo, tan dinámico como los «dichos en los que la lengua del pueblo late»{5}, es en fin, una auténtico diálogo socrático que consta de un momento «negativo, desrealizador» y de un segundo momento «creador»{6}. Negativo en el sentido de que sin una crítica previa el filosofar corre el peligro de adoptar posiciones poco ponderadas, tesis infundadas que posteriormente acarrean consecuencias no queridas, para solventar las cuales no es ni siquiera suficiente ningún ardid de la razón. Creador porque la propia esencia de la «poíesis» es un movimiento constructivo, aún más, generativo que intenta conformar un nuevo modo de implicarse con la realidad y explicarla.

Dando un paso más es como observamos que la lengua viva del pensamiento -a un tiempo negadora y creativa- se hace literatura, deviene literatura como consecuencia lógica de ese doble movimiento de procesión-conversión. La lengua viva se hace literatura en el ejercicio hablado de la retórica, porque lo importante «es hablar bien: con viveza, lógica y gracia»{7}. Esta dinamicidad es una condición necesaria, pero no suficiente para que la retórica nazca. Porque, a pesar de esa literaturización de la lengua, Machado por boca de Mairena sigue insistiendo: «Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y decir a nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya la infracción de una norma natural y un pecado contra la naturaleza de nuestro espíritu. Pero si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado.»{8}

La retórica es, pues, pensamiento hablado, y en ese hablar se expresa la verdadera naturaleza del espíritu que es algo que siempre fluye, algo dinámico que no quiere ser apresado por nada. La escritura es la cárcel del lenguaje, como el cuerpo es la cárcel del alma. Una vez que la lengua se detiene, se congela, pierde su estado natural, disfraza su verdadera esencia siempre heterogénea. La única posibilidad válida de la literatura está en transcribir fluidez, en traducir pensamiento hablado con el menor número de rémoras posibles. Por eso la nueva retórica aspira a ser diálogo y a no dejar de serlo nunca. La filosofía primera fue diálogo, no es que se construyera a partir del diálogo, es que su esencia era dialógica, buscaba el logos primero, que paradójicamente era inefable. Juan de Mairena intenta restaurar en su Escuela Popular de Sabiduría Superior sólo dos cátedras: la de Sofística y la de Metafísica. Fuera prejuicios, fuera matices peyorativos, porque el propósito de Mairena es lograr precisamente aquello que da nombre a su escuela: sabiduría superior, y «lo superior no sería la escuela, sino la sabiduría que en ella se alcanzase»{9}. Sofística y Metafísica, pero vayamos por partes.

«Los sofistas tuvieron éxito al hacerse con el monopolio del discurso público, abandonado por los especialistas de lo enigmático. La batalla contra la sofística se saldo con un trágico reparto del territorio, vigente todavía en muchos aspectos de nuestra cultura: los demagogos se quedaron con el espacio del entretenimiento, con lo interesante y divertido, con el humor y la ironía, con el discurso apasionado; los filósofos se quedaron con las palabras serias, con lo esotérico y aburrido, en el reservado de su propia jerga. De ahí que lo obtuso haya gozado de un extraño prestigio, como si el ser incomprendido fuera siempre una garantía de que se tiene razón (y no más bien un indicio de todo lo contrario). La antítesis de verdad e influencia -de la que se sirve Platón para criticar a los sofistas- arrastra también la justificación de la retórica como tal. No es lícita la retórica si verdad e influencia se excluyen mutuamente. Pero es una contraposición superficial, pues la influencia retórica no es la opción alternativa a un conocimiento que también se podría tener, sino a una evidencia que no se puede tener, o todavía no, o no aquí y ahora. Ante esta dificultad, surge la ineludible retórica. De la necesidad de no poder decirlo todo surge la virtud de hablar convincentemente. Si lo supiéramos todo, probablemente no habríamos hecho los dos mejores descubrimientos del discurso humano: la brevedad y la elegancia.»{10}

La retórica no anula el conocimiento de la verdad, es un instrumento decisivo para su consecución. La sofística es una especie de artificio cuya misión es ponernos en camino hacia la verdad, hacia una verdad no conocida, pero que suponemos que se puede conocer. Ese es el espíritu de la nueva retórica machadiana. No se trata de elegir lo oscuro de los sistemas filosóficos, sino de hallar la claridad del filosofar. Y esa claridad si no se da en el lenguaje es que no se ha dado en el pensamiento. Donde se dice claridad dígase brevedad y elegancia y estaremos ante los axiomas de esa nueva retórica de la que Mairena es no sólo maestro, sino testimonio.

Aun así debemos permanecer vigilantes en estas clases de retórica, porque «la sencillez del estilo de Juan de Mairena es, en realidad, un señuelo que disimula una gran diversidad de procedimientos, de tonos, de ritmos en las frases, de enlaces entre ellas, de niveles de lengua»{11}. El arte del lenguaje es a la vez el arte del pensamiento. Sólo en el correcto desarrollo de la retórica encontraremos el recto filosofar, sólo en el arte del lenguaje podremos despojar a la filosofía de su manto esotérico y aburrido y la convertiremos en algo interesante y divertido, en algo popular, en la entraña misma del pueblo, «pues lo que los filósofos hacen no es algo completamente distinto de lo que los hombres son, les interesa o preocupa»{12}.

Por otro lado, Machado está convencido de que sin refundar el lenguaje no se puede hacer metafísica. Husserl y Heidegger también lo habían percibido. La Sofística es la propedeútica de la Metafísica. Mairena afirma -y es de las pocas afirmaciones que hace- que su «pensar pretende ser pensar de lo infinito»{13}. Y sólo en la mutua implicación de lo finito y lo infinito surge la metafísica. La refundación del lenguaje desencadena, por tanto, la refundación de la realidad. Por eso la retórica es una ciencia de asombros, una especie de docta ignorancia que el talante escéptico obtiene como fruto de su duda sobre lo dado. El lenguaje pregunta a las cosas lo que son y ha de contestar él mismo. Todo saber ficticio ha de dejar paso a una «ignorancia admirativa»{14} que constituye la esencia dinámica del lenguaje que interroga a la realidad.

La metafísica machadiana -constitutivamente estética y retórica- se aleja de los tratados de ontología entendidos como una ciencia de apresar las cosas, de determinarlas hasta negarlas, y se aproxima más a un poema en el que las cosas manifiestan lo que son siendo. Al igual que la lengua viva rehuye la escritura, la vitalidad de la realidad desprecia la esclerosis que padece en las conceptualizaciones racionalistas.

Las dos cátedras -Sofística y Metafísisca- de la Escuela Popular de Sabiduría Superior se funden en una enseñanza que las transciende superándolas: la nueva retórica. La vieja retórica, como la vieja filosofía de la razón son a la nueva retórica y al nuevo filosofar como Aquiles a la tortuga. «Es seguro que Aquiles, el de los pies ligeros, no alcanzaría fácilmente a la tortuga, si sólo se propusiera alcanzarla, sin permitirse el lujo de saltársela a la torera. Enunciado en esta forma, el sofisma eleático es una verdad incontrovertible. El paso con que Aquiles pretende alcanzar, al fin, a la tortuga no tiene en nuestra hipótesis mayor longitud que la del espacio intermedio entre Aquiles y la tortuga. Y como, por rápido que sea este paso, no puede ser instantáneo, sino que Aquiles invertirá en darlo un tiempo determinado, durante el cual la tortuga, por muy lenta que sea su marcha, habrá siempre avanzado algo, es evidente que el de los pies ligeros no alcanzará al perezoso reptil marino y que continuará persiguiéndolo con pasos cada vez más diminutos, y, si queréis, más rápidos, pero nunca suficientes. De modo que ese sofisma eleático puede enunciarse de la forma más lógica y extravagante: Aquiles puede adelantar a la tortuga sin el menor esfuerzo; alcanzarla, nunca.»{15}

Entre la nueva retórica y la antigua filosofía existe una distancia cualitativa -casi tanto como la filosofía antigua y cualquier otra- que no se puede salvar si no se recrea desde el paradigma que este maestro apócrifo nos brinda. Por eso la filosofía de la razón se empeña en atacar y desdeñar la retórica sin caer en la cuenta de que, en el fondo, «el rechazo de la retórica es retórico»{16}, porque ésta no es algo añadido o ajeno al pensamiento, sino su misma expresión.

Tras la retórica, e incluso desde su interior, el poema sustituye al sistema, la poesía redime la impotencia de la razón complementándola{17}. La poesía es su reverso, que es lo mismo que afirmar que la filosofía se cura en su espejo, saliendo de sí, dejando de ser ingenua y/o presuntuosa, convirtiéndose en saber. Nos encontramos con una especie de fe poética que desencadena no sólo la vitalidad de la razón, sino que desata la posibilidad de un sentimiento admirativo ante el flujo constante de una realidad que no se detiene. Aún más, la fe poética instaura el padecimiento de la otredad y de lo uno, nos sitúa ante la esencial heterogeneidad del ser y ante el propio ser del hombre.

En la búsqueda de ese modo de ser, ante la necesidad de encontrar el auténtico «éthos» del hombre, es cuando Machado nos marca el camino que hemos de seguir: «a la ética por la estética.»{18} Que ¿cómo llegamos a la estética? La respuesta es unívoca: por la nueva retórica. Sólo ésta nos libera de ese «fantasma de mala sombra»{19} que persigue y atemoriza a toda actividad del pensamiento transportándonos más allá de oposiciones y contrarios. Lo que se nos presenta, en el fondo, es la necesidad de una nueva «paideia», tal vez una nueva educación que no puede ser más que una educación estética que nos enseñe a amar la sabiduría, es decir, que nos haga filó-sofos...


{1} A. Machado, Juan de Mairena, Madrid 1986, XXIII, pág. 166. En esta formulación «ir de lo uno a lo otro» aparece uno de los axiomas fundamentales del pensamiento machadiano: la esencial heterogeneidad del ser, como muy bien constata el trabajo de B. Sese, Claves de Antonio Machado, Madrid 1990, en su capítulo titulado «Filosofía», págs. 251 y ss. No es casual que la esencial heterogeneidad del ser aparezca tratada en el mismo ámbito que la retórica. Ambas constituyen un sólo conjunto a partir del cual se despliega su pensamiento. La esencial heterogeneidad del ser es un axioma cuya naturaleza incide en la forma de pensar, y la retórica es una forma de pensar que representa la entidad, el alcance y la expresión de dicho axioma.

{2} Ibidem, XXX, pág. 203.

{3} V. García de la Concha, «La nueva retórica de Antonio Machado», en Antonio Machado Hoy, Sevilla 1990, vol. I, pág. 20.

{4} Machado, Juan de Mairena, XIV, pág. 127.

{5} V. García de la Concha, op. cit., pág. 20.

{6} Machado, Juan de Mairena, XII, pág. 115.

{7} Ibidem, I, pág. 66.

{8} Ibidem, XLVIII, pág. 299.

{9} Ibidem, XXXV, págs. 230-231.

{10} D. Innerarity, La filosofía como una de las bellas artes, Barcelona 1995, págs. 82-83.

{11} B. Seses, op. cit., págs. 293-294.

{12} D. Innerarity, op. cit., pág. 83.

{13} Machado, Juan de Mairena, XXV, pág. 176.

{14} Ibidem, XLII, pág. 267.

{15} Ibidem, XLII, pág. 268.

{16} D. Innerarity, op. cit., pág. 85.

{17} Cf. A. Sánchez Barbudo, El pensamiento de Antonio Machado, Madrid 1974, págs. 61 y ss.

{18} Machado, Juan de Mairena, VI, pág. 93. Bernard Sesé afirma a este respecto que «el poeta añade a su arte un componente ético, que se une al estético, aunando así los dos componentes fundamentales del alma de Antonio Machado: belleza y verdad», op. cit., pág. 289.

{19} Ibidem, XXXVIII, pág. 249.

 

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