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  El Basilisco (Oviedo), nº 17, 1994, páginas 37-44
  
Ideología «brumarista»
y Napoleón Bonaparte


José Manuel Fernández Cepedal
Oviedo
 

I El término «Ideología», surgido durante la Revolución francesa, es utilizado por primera vez por Destutt de Tracy en 1796 {1} y, en principio, dará nombre al conjunto de pensadores que se relacionan con la segunda clase del Institut national des sciences et des arts, pensadores que a partir de entonces serán conocidos como idéologistes o idéologues. Dos sentidos muy generales podemos dar al término ideología: gnoseológico y epistemológico {2}. En su sentido gnoseológico la ideología tiene que ver con la teoría lógico-material de la ciencia, y así es utilizado por Destutt de Tracy para quien el término «ideología» es el nombre de una nueva ciencia, la «Science des idées», entendiendo las ideas en un sentido sensualista, según la tradición del empirismo de Locke y Berkeley o del sensismo de Condillac. Las ideas de las que se ocupa la Ideología no serían, en el contexto de Destutt de Tracy, «ideológicas» (en la acepción que adquirirá el término en Napoleón y, posteriormente, en la tradición marxista). El sentido epistemológico del término «ideología» aparecerá, en la polémica que Napoleón Bonaparte mantuvo con los miembros de la segunda clase del Instituto. La ideología en esta segunda acepción no será ya el nombre de una pretendida ciencia sino un conjunto de opiniones particulares que tienen que ver con el error y la falsedad y, por ende, las ideas devienen, en este caso, «ideológicas». Los dos sentidos se asocian, además, a dos calificativos: «idéologiste», que es usado por Destutt de Tracy y los miembros de la segunda clase para referirse a su actividad, e «idéologue», acuñado por Napoleón para referirse despectivamente al mismo grupo.

II. La palabra «ideología» es traducción literal de «ciencia de las ideas» que tiene como objeto el conocimiento del hombre basado únicamente en el análisis de sus facultades. Condorcet utilizaba unas veces la palabra «metafísica», y otras la expresión «análisis de las sensaciones y de las ideas», para referirse al estudio del hombre fundado en la «psicología sensualista» de Locke y Condillac. Esta disciplina fue enseñada por Garat en 1795 en la Escuela Normal de París, y se convirtió en el estudio fundamental de la «Clase de ciencias morales y políticas» del Instituto cuya primera sección lleva el nombre específico de «análisis de las sensaciones y de las ideas». Para distinguir la nueva filosofía de la «antigua metafísica» Tracy la denomina «ideología» en su Memoria sobre la facultad de pensar presentada al Instituto en 1796.

A partir de 1801 Destutt de Tracy comienza la publicación de sus Élémens d’idéologie, donde la ideología es presentada como la ciencia que trata de la formación, expresión y deducción de nuestras ideas. Pero añade también que la Ideología «es una parte de la Zoología», la parte de la Zoología que se ocupa del hombre {3}. Esta tesis puede ser interpretada en dos sentidos: [38]

a) Metodológico. Que la Ideología es una parte de la Zoología significaría que debemos analizar nuestra facultad de pensar del mismo modo que se analiza una planta o un mineral {4}.

b) Ontológico. El método ideológico, no obstante, nos remite a un naturalismo radical. La Ideología como parte de la Zoología nos hará regresar, en última instancia, a la génesis fisiológica de nuestras ideas. Según Tracy las dos facultades humanas que explican la formación de nuestras ideas son la sensación y el movimiento (voluntario o involuntario). Estas facultades nos remiten a la fisiología del nervio y del músculo. Sentimos por medio de nuestros nervios y nos movemos por nuestros músculos y, por ende, la relación entre la contracción muscular y las corrientes nerviosas constituyen el fundamento fisiológico de la formación de nuestras ideas {5}. Destutt de Tracy se niega a reconocer, como punto de partida para el análisis de las ideas, ninguna propiedad religiosa, moral o espiritual del hombre, y esta es la razón, por una parte, de su rechazo a la metafísica, descrita como reino de las fantasías ilusorias «destiné à nous satisfaire et non à nous instruire» {6}, y, por la otra, del rechazo de la palabra «psicología» –en cuanto el término nos remite a la realidad sustancial del alma– utilizada por Condillac para designar la «ciencia de las ideas».

Ahora bien, la ontología naturalista de Tracy cumple, a su vez, funciones gnoseológicas en cuanto nos sirve para clasificar un conjunto de ciencias que están a la base de la Ideología. Nos referiremos a ellas como ciencias proto-ideológicas. Destutt de Tracy menciona, en primer lugar la Fisiología de Cabanis, en cuyos estudios acerca de las relaciones de lo físico y lo moral en el hombre se apoya la Ideología. También menciona la Patología de Pinel como complemento necesario de la Ideología, pues los hombres comienzan por el idiotismo infantil, acaban por la demencia senil y en el intermedio tienen más o menos manías delirantes: «Pinel –afirma Tracy– al explicar cómo desatinan los locos enseña al mismo tiempo cómo piensan los cuerdos» {7}. Cita también la «ldeología comparada» entre hombres y animales de Draparnaud, el desarrollo del pensamiento en los niños, en las comunidades campesinas aisladas, en los niños selváticos, &c. El conjunto de «ciencias proto-ideológicas» nos permite establecer la diferencia entre una ideología fisiológica y una ideología racional {8}.

a) Ideología fisiológica. Agrupa las investigaciones del grupo de los médicos: Cabanis, Pinel, Bichat, Roussel, &c. La naturaleza de las investigaciones viene dada por el propio título del libro de Cabanis: Rapports du physique et du moral de I’homme.

b) Ideología racional. Sus principales representantes son Destutt de Tracy, Volney, Garat, De Gérando, Lancelin, Laromiguiére y el joven Maine de Biran. Sus investigaciones, se centran en el estudio del desarrollo de nuestras facultades intelectuales y la formación de las ideas, la gramática general, la lógica, la ciencia de los métodos, ... Es decir, en terminología de Tracy: Historia de nuestros medios de conocer, y aplicación de estos medios al estudio de la voluntad y sus efectos.

La forma canónica de la «ideología racional» viene representada por la obra de Destutt de Tracy Projet d’Élémens d’ideologie à l’usage des Ecoles centrales de la Republique française. Publicada en 1801, se convertirá en la primera parte de sus Élemens d’Idéologie. La segunda parte, Grammaire, aparece en 1803, la tercera, Logique, en 1805, y la cuarta y quinta partes, Traité de la volonté et ses effets, en 1815. El proyecto de Ideología constaría de nueve partes (ciencias) distribuidas en tres secciones {9}:

 
  • Sección Primera.
    Historia de nuestros medios de conocer.
  • I. De la formación de nuestras ideas. Ideología propiamente dicha.
    II. De la expresión de nuestras ideas. Gramática.
    III. De la combinación de nuestras ideas. Lógica.
  • Sección Segunda.
    Aplicación de nuestros medios de conocer al estudio de la voluntad y sus efectos.
  • I. De nuestras acciones. Economía.
    II. De nuestros sentimientos. Moral.
    III. De la dirección de unos y otros. Legislación
  • Sección Tercera.
    Aplicación de nuestros medios de conocer al estudio de los seres diferentes a nosotros.
  • I. De los cuerpos y sus propiedades. Física.
    II. De las propiedades de la extensión. Geometría.
    III. De las propiedades de la cantidad. Cálculo.

    Las disciplinas de la Sección Primera constituyen aspectos de una misma ciencia que puede denominarse Ideología cuando ponemos nuestra atención en el sujeto, es decir en la formación de nuestras ideas, Gramática si atendemos al medio, la expresión de nuestras ideas, y Lógica si atendemos al fin, la combinación de nuestras ideas. Por ello aparecen dos sentidos del término [39] ideología: a) Genérico. Ciencia de las ideas en general que abarca las tres partes. b) Específico. Ideología propiamente dicha, referida a la primera parte {10}.

    La ideología propiamente dicha tiene por objeto determinar los «elementos» de nuestra facultad de pensar. El término «pensar» tiene varias acepciones. Por una parte pensar es igual a juzgar, pues se piensa cuando se opina o se forma un juicio acerca de algo. Pensar es aquí sentir una relación entre dos cosas. Pensar es también recordar, y pensar algo pasado es sentir un recuerdo. Pensar, por otra parte, es sinónimo de querer o desear y significa, en este caso, sentir un deseo. Por último, pensar es sentir una sensación de placer o dolor. De cualquier forma que lo tomemos es siempre sentir (sentir sensaciones, recuerdos, relaciones o deseos). Pero, además, pensar = sentir es igual también a existir, pues la sensación es el modo específico de mi existencia {11}. El pienso luego existo de Descartes se transforma en Tracy en siento luego existo. Pensar = sentir = existir es igual, además, a tener impresiones o ideas. Nuestras ideas, según las acepciones del pensar, son de cuatro clases: sensaciones, recuerdos, relaciones y deseos, correspondientes a las cuatro facultades particulares en que se descompone la facultad de pensar: sensibilidad, memoria, juicio y voluntad {12}.

    Ahora bien, las ideas mencionadas hasta el momento pertenecen a la historia de nuestras modificaciones internas, de las creaciones de nuestro pensamiento, haciendo abstracción de los seres diferentes a nosotros. Pero si nuestras facultades elementales sólo nos informan de nuestra propia existencia, lo cierto es que también poseemos ideas de los seres exteriores a nosotros. ¿Cómo es posible, entonces, el conocimiento de la existencia, de las propiedades y de los modos de los seres exteriores? ¿Cómo es posible establecer la relación entre mi interioridad y la exterioridad? Para explicar esta posibilidad Tracy introduce la facultad de movimiento dependiente de nuestra organización muscular. El conocimiento de la existencia de seres diferentes a nosotros se produce por medio de la facultad de movernos voluntariamente y de la resistencia que esos seres oponen a nuestro movimiento. La sensación del movimiento voluntario y la sensación de resistencia a ese movimiento establecen el puente entre mi interioridad y mi exterioridad {13}. Por todo ello es necesario, después del análisis de la facultad de pensar, aplicar los principios de la ideología al estudio de los seres diferentes a nosotros y a nuestra voluntad. De todo ello resulta la sistematización de las ciencias de Destutt de Tracy que resumimos a continuación: ciencias proto-ideológicas (Fisiología, Zoología, Patología y las actualmente denominadas Etnología, Psicología evolutiva, &c.), ciencias ideológicas (Ideología propiamente dicha, Gramática general, y Lógica), ciencias físico-matemáticas (Física, Geometría, Cálculo) y ciencias morales y políticas (Economía, Moral y Legislación).

    Ahora bien, la consideración de las ciencias morales y políticas (ciencias sociales) como aplicación de una Ideología implantada en la naturaleza animal del hombre (en la vida){14} es de suma importancia para comprender el alcance de la crítica de Napoleón a los ideólogos y el significado que adquirirá posteriormente el término «ideología» en Marx. Para Destutt de Tracy el conocimiento de la naturaleza humana –que en su proyecto figura como Historia de nuestros medios de conocernos proporciona los medios para conocer la sociedad o, para decirlo con el ilustre ideólogo, que «la moral y la política son susceptibles de demostración» {15}. En una carta a Jefferson (fechada [40] el 21 de octubre de 1811) Destutt de Tracy informa que lo que pretende con su proyecto es llegar «por una serie de consecuencias rigurosas e ininterrumpidas desde el examen de nuestro primer acto intelectual hasta la última de nuestras disposiciones legislativas» {16}. Pero no se trata tan sólo del conocimiento del hombre y de la sociedad. El verdadero conocimiento debe servir también a fines prácticos que se resumen en el perfeccionamiento de la especie humana. Lo que es natural es también social, y, por ende, la ciencia de las ideas que nos proporciona el verdadero conocimiento de la naturaleza humana, proporciona también al legislador los medios de definir las leyes de la sociabilidad. Maine de Biran recordando sus primeros contactos y conversaciones, en torno al año 1802. con D. de Tracy y Cabanis nos presenta esta finalidad práctica mediante la expresión: «la ideología debía cambiar la faz del mundo» {17}. El ideólogo se ha convertido de este modo en un reformador social que, inspirado en los principios de la razón, pretende conseguir su objetivo por medio del legislador y del educador, es decir, por medio de leyes ideológicas y por la educación en la ideología. La actividad política de los ideólogos en las asambleas legislativas y su participación en la planificación de la instrucción pública armonizan perfectamente con los principios teóricos y los objetivos prácticos de la «ciencia de las ideas» {18}. Recordemos, finalmente, que los Elemens d’Idéologie de Destutt de Tracy fueron diseñados como manual de filosofía para uso de las escuelas centrales cuyo alumnado provenía, principalmente, de las clases burguesas ilustradas.

    III. El sentido que llamamos «epistemológico» del término «ldeología» viene representado por Napoleón Bonaparte quien después del golpe de 18 Brumario y una vez Cónsul comienza a calificar despectivamente de ideólogos, metafísicos nebulosos y oscurantistas a sus antiguos colegas del Instituto. La relación de Napoleón con los ideólogos había comenzado hacía apenas diez años. Volney es, quizá, el primer representante del grupo con quien toma contacto Bonaparte en 1791 cuando aquél fue nombrado director del departamento de Córcega, patria de Napoleón. En esta época ostentaba el grado de teniente que se transforma rápidamente en el de general de brigada por la toma de Tolón en 1793. En agosto de 1794, después del 9 de Termidor, es acusado de agente de Robespierre. Declarado inocente pasa a Niza, donde vuelve a encontrar a Volney, al que comunica sus planes sobre Italia. Relevado del mando desde su arresto Napoleón se encuentra en 1795 en París, donde refuerza su amistad con Volney, La Réveillière Lepeux y Barras.

    Entre tanto se prepara la constitución del año III que entraría en vigor en octubre de 1795. Esta constitución depositaba el poder legislativo en el Consejo de los Quinientos y en el Consejo de los Antiguos, mientras que el poder ejecutivo recaería en un Directorio de cinco miembros. Los convencionales tratan de cerrar el paso de los contra-revolucionarios al Consejo de los Quinientos y preparan decretos que estipulan que dos tercios de los Quinientos deben ser elegidos entre los antiguos convencionales, perpetuando así las antiguas asambleas en la nueva. El descontento por estas medidas es capitalizado por los realistas que se sublevan contra los decretos. Para controlar la situación la Convención, en sesión permanente, encarga al general Menou el desarme de las secciones sublevadas y la defensa de las Tullerías. No obstante, el general parlamenta con los jefes de la Guardia Nacional (cuyas tropas eran cuatro veces superiores a las gubernamentales) por lo que es acusado de traición y detenido. Napoleón sabe que Barras trata de recuperar a los oficiales, caídos en desgracia por su «republicanismo» y en la tarde del 12 Vendimiario (4 de octubre de 1795), presintiendo su entrada en escena, se dirige a la asamblea, atareada en la elección de un nuevo general para reemplazar al destituido. Allí alguien cita su nombre y Napoleón decide presentarse al Comité de Salud Pública al que impone sus condiciones: verse exento de toda vigilancia y autoridad civil {19}. Sólo aceptará la colaboración en el marido de Barras y Daunou. Durante la noche, Napoleón transforma la [41] Convención en una fortaleza y encarga a un joven oficial de caballería, Murat, traer cuarenta cañones de grueso calibre que se encuentran en su poder a las cinco de la mañana. Poco después el pueblo de París avanza en secciones repartidas en compañías bien armadas y sitia la asamblea. El espectáculo parece debilitar a los convencionales que hablan de claudicar y parlamentar. La situación es tensa y a mediodía parte de las tropas pretende confraternizar con el pueblo. La gran ocasión de Napoleón parece perdida. Pero al atardecer suenan los primeros disparos. La señal está dada, truenan los cañones y el pavimento se llena de sangre, el pueblo se dispersa y dos horas después las calles están despejadas y las secciones desarmadas.

    La jornada del 13 Vendimiario (5 de octubre de 1795) convierte a Napoleón en el salvador de la República. Inmediatamente es designado para el mando del Ejército del Interior y pocos meses después, el 2 de marzo de 1796, recibe, a propuesta de Barras, el mando del ejército de Italia, cuando aún no ha cumplido veintisiete años. El 25 de marzo se reúne en el cuartel general de Niza con los generales del ejército de Italia puestos a sus órdenes (Auguereau, Massena, Sérurier) que más viejos que él no acogen de buen grado a aquel «matemático» que se ha distinguido en los «combates callejeros». Desde este momento hasta el 17 de octubre de 1797 en que se firma la paz de Campo-Formio, Napoleón no deja de aumentar su fama. El vencedor en 18 batallas y 65 combates recibe el título de «Héroe de Italia» {20}.

    El 3 de diciembre de 1797 el general Bonaparte entra triunfante en París e inmediatamente contacta con los miembros del Instituto. François de Neufchâteau, uno de los directores y presidente del Instituto, reúne, en una cena celebrada el 11 de diciembre, al general con veinte colegas del Instituto. El general habla de metafísica con Sieyès, de política con Gallois, de matemáticas con Lagrange, de poesía con Chenier; pero es, sobre todo, con Daunou, el fundador del Instituto, con quien se encuentra más solícito. Las consecuencias de estos contactos no se dejan esperar y el 25 de diciembre de 1797 Napoleón es elegido miembro del Instituto en la sección de mecánica de la primera clase. Al día siguiente, el general envía una carta de agradecimiento al presidente en la que expresa: «La aprobación de los hombres distinguidos que componen el Instituto me honra. Sé muy bien que antes de ser su igual, seré durante mucho tiempo su discípulo ... Las verdaderas conquistas, las únicas que no producen pesar son las que se realizan contra la ignorancia. La ocupación más honorable, así como la más útil para las naciones es contribuir a la extensión de las ideas humanas. El verdadero poder de la República francesa debe consistir, en lo sucesivo, en no permitir que exista una sola idea nueva que no le pertenezca» {21}.

    Al mismo tiempo el Directorio otorga a Napoleón el título de General en jefe del Ejército de Inglaterra. Bonaparte, no obstante, considera irrealizable el ataque directo a la isla y propone, en cambio, una campaña para estrangular el comercio inglés en Egipto, con lo que se pretendía crear en Oriente puntos de aproximación para poner en peligro la dominación británica en las Indias.

    La idea de ocupar Egipto no era nueva en Francia. Leibniz había enviado ya a Luis XIV un informe aconsejándole conquistar Egipto para minar las posiciones de los holandeses en todo el Oriente. «Al final del siglo XVIII no eran los holandeses, sino los ingleses, el enemigo principal y ... los dirigentes de la política francesa no consideraron de ninguna manera a Bonaparte como un loco, cuando les propuso atacar Egipto»{22}. La ocupación de Egipto había sido pensada por Napoleón durante la campaña de Italia y sabemos que leyó, entre otros muchos libros sobre el tema, el Voyage en Egypte et en Syrie de Volney. El general contaba con el apoyo decisivo del ministro de relaciones exteriores. Talleyrand, que había presentado en julio de 1797 una memoria a la Segunda clase del Instituto relativa a las ventajas de obtener nuevas colonias. El 14 de febrero de 1798, Talleyrand envía al gobierno un «Rapport sur la question d’Egipte» [42] que concordaba con las tesis de Bonaparte. El Directorio, reacio al principio, se dejó convencer por dos razones: 1) Porque veía con interés y sentido la empresa por razones generales de tipo económico, 2) porque, como afirma Tarlé, «algunos directores (Barras, por ejemplo) podían suponer efectivamente que esta lejana y peligrosa expedición presentaba justamente la ventaja de ser tan lejana y peligrosa ... La inmensa y brillante popularidad súbitamente alcanzada por Bonaparte les inquietaba hacía tiempo» {23}.

    Además los miembros del Instituto apoyaron en todo momento la propuesta de su colega Bonaparte. Como respuesta a esta cooperación el general va hacerse acompañar en su nueva campaña de sabios y artistas. Entre ellos destacan los nombres de Monge, Berthollet, Geoffroy Saint-Hilaire, Laplace, &c. y encarga a J.B. Say la composición de una lista de libros para transportarlos con él. En resumidas cuentas toda una universidad flotante. Con la ayuda de tan ilustres miembros fundará la Escuela central de Malta, el Instituto del Cairo, y la Décade egyptienne, hermana de la Décade parisina de los ideólogos. A Bonaparte le hubiera gustado llevar consigo a Volney, pero éste no había vuelto de América. También invitó a Destutt de Tracy a recoger su espada y unirse a él como mariscal de campo. Sin embargo Tracy declinó la invitación, acaso molesto por ser recordado como militar más que como un sabio {24}. El honor que sentía Napoleón por haber sido admitido en el círculo de los sabios del Instituto lo prueba que durante la campaña de Egipto firmaba sus proclamas al ejército como «General en jefe, miembro del Instituto».

    La campaña de Egipto se convierte, al igual que la de Italia, en una campaña fulgurante. Parte de Toulón el 19 de mayo de 1798 y desembarca en Alejandría a finales de junio. Poco después tiene lugar la batalla de Gizeli que le abre las puertas de El Cairo. En cambio la flota francesa es derrotada en Abukir y el general queda aislado de Francia. Además, en septiembre, el sultán turco declara la guerra a Francia y Bonaparte inicia la campaña de Siria. Toma Jaffa el 6 de marzo e inicia el sitio a la fortaleza de San Juan de Acre, pero las noticias que le llegan de Francia deciden a Napoleón volver a Egipto. De regreso derrota al ejército anglo-turco en Abukir el 24 de julio de 1799. En este momento caen en sus manos unos periódicos por medio de los cuales se forma una idea clara de los acontecimientos europeos y de la desastrosa situación de la República. El general decide entonces retomar a Francia y abandona el Cairo el 22 de agosto de 1799 dejando al general Kléber al mando del ejército.

    El 13 de octubre (21 vendimiario del año VIII) el Directorio informa «avec plaisir» al Consejo de los Quinientos que Napoleón había desembarcado en Frejus, y todos los representantes del pueblo saludaron ampliamente esta vuelta. Después de su entrada triunfal en París (16 de octubre de 1799) los primeros contactos que procura realizar serán con los miembros del Instituto y del salón de Mme. Helvetius en Autevil. El 5 Brumario (27 de octubre) Bonaparte asiste a la sesión general del Instituto acompañado de Monge y de Volney {25}. El general lee dos comunicaciones: En la primera, apoyado por Volney, habla de la piedra Rosetta resaltando el interés de su triple inscripción (en jeroglífico, copto y griego) para el desciframiento de la escritura jeroglífica. En la segunda hace mención al Canal de Suez, resaltando su existencia anterior entre los dos mares, mostrándose partidario de la posibilidad de restablecerlo mediante nivelamientos necesarios. A continuación visita a Cabanis en Autevil y solicita ver a Mme. Helvetius. ¿Por qué Bonaparte rinde visita a la viuda de Helvetius? Cuando el autor De l’Esprit y De l’Homme muere en 1771, su viuda deja París y se establece en una casa de considerables dimensiones en Autevil. Muchos de sus amigos tomaran el camino de su retiro y algunos de ellos se instalaran allí definitiva o temporalmente, convirtiéndose la mansión en uno de los lugares de reunión de la inteligencia francesa: Morellet, Cabanis, Malesherbes, Turgot, Franklin, Jefferson, Holbach, Volney, Condorcet, Destutt de Tracy, Daunou, Sieyès, Marie Joseph Chenier, &c., fueron asiduos visitantes de la casa. Entre los personajes que se hospedaron en la casa cabe resaltar, en primer lugar, a Franklin y Cabanis. Éste fue literalmente adoptado como hijo por la viuda de Helvetius y heredero de la [43] casa a la muerte de ésta en 1800. Volney, introducido por Cabanis en este círculo el año 1776, es huésped de Mme. Helvetius entre 1785 y 1787, fecha de la publicación de su Voyage en Egypte et en Syrie. Condorcet se instala en la casa en 1792 y cuando es decretado su arresto el 8 de julio de 1793 la sociedad de Autevil sabe proteger su huida. Destutt de Tracy se instalará con su familia en casa de Mme. Helvetius cuando en 1792 decide no acompañar a La Fayette en su huida a Austria {26}. Por ello, la visita de Bonaparte a Mme. Helvetius no tenía nada que extrañar; él sabía que allí se reunían los más grandes representantes de la intelectualidad francesa y de sus contactos extranjeros (Frankklin, Jefferson, ...), sabía que los principales ideólogos y miembros del Instituto frecuentaban el lugar, y que, además, desempeñaban cargos políticos claves y tenían un gran poder en los Consejos {27}.

    Después de la visita a Mme. Helvetius, Napoleón se reúne con Sieyès diciéndole: «No tenemos constitución, al menos no la que necesitamos. Es propio de su ingenio proporcionárnosla» {28}. Sieyès, el veterano constitucionalista, había sido nombrado Director en mayo de 1799, y sabía muy bien que el gobierno de la República no podría perpetuarse con la constitución del año III. Pero el procedimiento de revisión de la constitución era tan lento y laborioso que, en el mejor de los casos, podrían transcurrir diez años para legalizar una nueva constitución. Por lo tanto, se necesitaría la fuerza para arrancar el consentimiento de los consejos y hacía tiempo que Sieyès buscaba «la espada» capaz de ejecutar sus planes. Al principio pensó en el general Joubert, pero éste había muerto recientemente en Novi, por lo que a Sieyès no le quedaba más remedio que entenderse con Napoleón. Lucien Bonaparte, a la sazón Presidente del Consejo de los Quinientos, informa a su hermano de los planes de Sieyès y le pide su acuerdo. Napoleón detestaba a Sieyès, pero para acceder al poder político era necesario contar con la ayuda de un director que a su vez contara con alguna fuerza política. Bonaparte era la fuerza moral y militar, pero Sieyès, que desde su nombramiento como director se imponía cada vez más como el jefe de los ideólogos, representaba la fuerza política. Roeder y Talleyrand sirven de intermediarios entre Sieyès y Bonaparte a los que se une inmediatamente otro director, Roger Ducos. A su vez Volney, Cabanis, Chenier y otros republicanos conspiran activamente en Autevil.

    La comisión ejecutiva del consulado surgido del 18-19 Brumario está formada por Bonaparte, Sieyès y Roger Ducos. El proyecto constitucional de Sieyès servía plenamente a los intereses de los ideólogos. En él, la soberanía popular era eclipsada por la noción de un Senado conservador dominado por una élite revolucionaria inmóvil –la «Academia Revolucionaria»–. El Senado nombraría, de una lista nacional de elegibles, los miembros del Cuerpo Legislativo y del Tribunado. El Senado extiende sus tentáculos hasta el ejecutivo: un Gran Elector, elegido por el Senado y responsable ante él, nombraría a su vez los consejos y organizaría el gobierno. El proyecto de Sieyès fue inmediatamente criticado, recortado y dictado de nuevo por Napoleón. Su objeción principal se dirigió contra el papel irrisorio del Gran Elector que podía ser «absorbido» por el Senado. En su lugar introduce un Primer Cónsul no responsable ante el Senado. El resto del sistema electoral permanecía, en líneas generales, según el proyecto de Sieyès. Se designaba a Napoleón como primer Cónsul y los miembros del partido del Instituto, en recompensa por los servicios prestados, ocupan sus puestos en el Senado y en el Tribunado y se les dota con el salario de 100.000 francos al año que Sieyès, tan solícito con los intereses de sus colegas, había dispuesto. Después de recompensar a Sieyès con una finca cerca de Versalles por el consentimiento a su modelo de consulado, Napoleón comenta a su secretario: «En lo que concierne al dinero, Sieyès es muy positivo. Licencia la ideología, lo que le convierte en fácilmente manejable. Abandona sus sueños constitucionales por una cantidad de dinero» {29}. Con el partido del Instituto jubilado en el Senado y en el Tribunado y con las manos libres en el ejecutivo, el Primer Cónsul tiene abiertas las puertas para su transformación en Cónsul decenal, Cónsul vitalicio y, posteriormente, Emperador.

    A este primer combate entre los ideólogos y Napoleón sucede la batalla de las Escuelas centrales, creadas por la Convención y centros claves de la propaganda ideológica. Después de cuatro años de funcionamiento la encuesta realizada entre 1798 y 1799 por Guienguené dio lugar a que el Comité de Instrucción Pública, del que formaba parte Destutt de Tracy, iniciara un informe con el objeto de subsanar algunos aspectos acerca de la planificación de los estudios. El Rapport del Comité de Instrucción quedó concluido tres meses después del 18 Brumario. Lucien Bonaparte, ministro del Interior, acusa recibo de su entrega por Destutt de Tracy, y deja continuar las Escuelas centrales sin iniciar reforma alguna. En el verano de 1800, el Consejo de Estado aborda el tema de la organización de la enseñanza pública y Lucien Bonaparte, a mediados de octubre, ordena la disolución del Comité de Instrucción pública. J.A. Chaptal, nuevo ministro del interior, presenta el 9 de noviembre de 1800 un extenso plan que reorganizaba la educación pública. El plan establece escuelas primarias en cada ciudad, y reemplaza las Escuelas centrales por Escuelas comunales en las [44] que la gramática general, la moral y la legislación serían eliminadas del curriculum. Por fin, en 1802, el Tribunado y el Cuerpo Legislativo, previamente depurados, aprueban la supresión de las Escuelas centrales y su sustitución por los Liceos nacionales. En lo relativo a los estudios, las principales innovaciones respecto a las Escuelas centrales fueron la intensificación de los estudios de lenguas clásicas y la eliminación total de la ideología y de las ciencias morales y políticas.

    La Segunda clase del Instituto era el último vestigio del poder «ideológico». Pero aquella «Academia de ateos y republicanos» fue cerrada por orden de Napoleón el 23 de enero de 1803, y sus miembros fueron dispersados por las demás clases. En cuanto al órgano de expresión de los ideólogos, la Décade philosophique, cambia en 1804 su título por el de «Revue» philosophique, littéraire et politique, y, en 1807, se ve obligada, por orden del gobierno, a asociarse con su viejo enemigo, el Mercure de France {30}.

    Al mismo tiempo Napoleón inicia una campaña de desprestigio contra los cultivadores de la ideología, a los que despectivamente comienza a calificar de «idéologues». La palabra, adoptada después por Napoleón, aparece por primera vez en el Messager des rèlations exterieures que escribía: «La facción civil se conoce también por el nombre de facción metafísica o ‘idéologues’. Aduladores de Robespierre, lo empujaron a la muerte por los muchos excesos que ellos le permitieron. Utilizaron el directorio para proscribir talentos que les hacían sombra. Buscaron héroes para derribar el Directorio. Siempre han tramado nuevos planes» {31}. El 24 de diciembre de 1800 una bomba intentó matar a Napoleón en la Ópera. Se responsabilizará del atentado, erróneamente y sin pruebas, a los jacobinos, y Napoleón decidió exilar por esta razón a ciento treinta. Los ideólogos protestaron por estas medidas y Napoleón dice despectivamente de ellos: «Los metafísicos son una clase de hombres a los que nosotros debemos todos nuestros males» {32}. Los siguientes calificativos que Napoleón asociará a los ideólogos serán los de «charlatanes» y «espíritus confusos y falsos». A la crítica por parte de Chenier, Guinguené y Daunou al proyecto de castigos especiales sin juicio en los casos de bandidaje Napoleón dirá ante el Consejo de Estado del 2 de febrero de 1801: «Hay una clase de hombres que desde hace diez años ha hecho ... más mal a Francia que los más furiosos revolucionarios. Esta clase se compone de charlatanes e ideólogos. Ellos han combatido siempre la autoridad existente. Después de derrocar la autoridad de 1789, después de parlotear durante algunos meses, y aunque eran muchos y elocuentes, fueron derrocados a su vez. Reaparecieron de nuevo y parlotearon mucho más. Al despreciar siempre la autoridad, aun cuando la tenían en sus manos, siempre la han denegado la fuerza necesaria para resistir las revoluciones; espíritus confusos y falsos, tendrían un poco más valor si hubieran recibido algunas lecciones de geometría» {33}. Dos días después, en el Journal de Paris, aparece una hoja de observaciones atribuida a Napoleón donde se refiere a los ideólogos como «metafísicos nebulosos»: «Ellos son doce o quince y se creen un partido. Durante cinco o seis días han realizado pesados discursos que se imaginan pérfidos pero que sólo son ridículos ... ¿A quién guardan rencor? Al Primer Cónsul ... Verdaderamente se han lanzado contra él máquinas infernales, afilado los puñales y suscitado intrigas sin éxito. Añádase a ello, si se quiere, los sarcasmos y suposiciones de doce o quince metafísicos nebulosos. Él [el Primer Cónsul] opondrá todo el pueblo francés a todos estos enemigos» {34}. Después del desastre de Rusia, en un discurso al Consejo de Estado el 20 de diciembre de 1812, Napoleón atribuye la culpa de la catástrofe a los ideólogos: «Es a la ideología, a esta tenebrosa metafísica que, investigando con sutilidad las causas primeras, quiere, sobre estas bases, fundar la legislación de los pueblos, en lugar de apropiarse las leyes en el conocimiento del corazón humano y en las lecciones de la historia, es a ella a quien hay que atribuir todos los males de nuestra bella Francia» {35}.

    Los aspectos más importantes de la crítica napoleónica a la ideología y a los ideólogos podemos resumirlos en lo siguiente:

    a) La Ideología es reducida por Napoleón a un conjunto de opiniones particulares, propias de un grupo o de un partido. No se trata ya de la pretendida «ciencia de las ideas», vinculada a verdades universales, sino de opiniones de una parte de la sociedad que pretende imponer su ideología, mediante leyes ideológicas y la educación en la ideología, a toda la sociedad: «yo opondré –viene a decir Napoleón– a todo el pueblo francés a este partido». Hans Barth, en su obra Ideología y Verdad, ha tratado de rescatar la imagen de la ideología frente al sentido que ha tenido que soportar desde la crítica napoleónica y desde el marxismo. Barth opone el despotismo napoleónico al carácter democrático y liberal de los ideólogos, verdaderos seguidores de los principios de la revolución: libertad, igualdad y fraternidad. Pero el carácter democrático y liberal de los ideólogos es demasiado sospechoso. ¿Acaso no puede considerarse como una burla de la democracia y de la libertad la constitución de Sieyès llamada a perpetuar en el Senado una élite revolucionaria? ¿A dónde ha ido a parar la democracia ante el nombramiento directo de los cargos de entre una lista de elegibles? En cuanto a la igualdad, ¿no es el propio Tracy quien en su informe sobre la instrucción pública defiende la tesis de que la educación debe mantener separadas las dos clases que la Naturaleza ha establecido? {36}

    b) La Ideología deviene ideológica, es decir falsa conciencia, al tratar de deducirlo todo de ciertos principios de la razón pura. El hombre racional que nos presenta la ideología es una abstracción inherente a cada individuo, segregado, por lo tanto, del conjunto de las relaciones sociales y de las determinaciones históricas. No niegan el carácter social del hombre, pero esta sociabilidad no es más que el resultado de unir naturalmente los múltiples individuos. La crítica de Napoleón significa el fin de la ilustración y el comienzo de una nueva era en la que el hombre empieza a ser analizado como un ser social e histórico. Napoleón en su crítica a la ideología parece inspirarse en el método histórico. El método comparativo o histórico es el mejor medio de conocer los hechos sobre los que apoyar el razonamiento: «La historia –afirma Fievée– es la política en acción y la moral práctica: es la verdadera filosofía puesto que ella nos permite conocer al hombre, no como los sofistas lo imaginan sino tal como él existe en la sociedad» {37}. Palabras estas que parecen anticipar la crítica de Marx a la «Ideología alemana», análoga en este caso de la «ldeología francesa».


    {1} Destutt de Tracy comienza, a partir de 1796, la lectura de la Memoire sur la faculté de penser, publicada en 1798, donde aparece por primera vez el término «ideología», nombre con el que se proponía designar la ciencia de la cual se ocupaba la segunda clase del Instituto (clase de Ciencias morales y políticas) a la que habría que añadir la sección de gramáticos de la tercera clase (Memoires de l’Institut National. / Sciences morales et politiques, termidor del año VI (1798), págs. 287, 323-ss.)

    {2} Las acepciones gnoseológico y epistemológico son utilizadas aquí en el mismo sentido que alcanzan en la teoría del cierre categorial de G. Bueno, reservando el término «gnoseológico» para la Teoría de la Ciencia mientras que el adjetivo «epistemológico» se reserva a los temas relacionados con la Teoría del Conocimiento. La perspectiva gnoseológica privilegia las relaciones entre materia y forma, mientras que la epistemológica se circunscribe a las relaciones entre sujeto y objeto. Cfr. G. Bueno, Teoría del cierre categorial, vol. 1, Pentalfa, Oviedo 1992, págs. 43-55.

    {3} «On n’a qu’une connaissance incompléte d’ un animal, si l’on ne connaît pas ses facultés intellectuelles. L’Idêologie est une partie de la Zoologie, et c’est sur-tout dans l’homme que cette partie est importante et mérite d’être approfondie», Élémens d’ldéologie, I, Courcier, Paris 1817 (3ª), pág. XIII.

    {4} Ibid. pág. XV.

    {5} lbid. págs. 229-ss.

    {6} Ibid. pág. XVI.

    {7} Ibid. pág. 299.

    {8} D. de Tracy establece esta distinción en su «Memoire sur la faculté de penser», MIN/SMP, I (1798) págs. 344-345.

    {9} Élémens d’Idéologie, I, págs 434-435; III, Logique, Courcier, Paris 1805, págs. 520-521. Estas partes constarían de un apéndice sobre las falsas ciencias. De estas tres secciones Tracy sólo llegará a publicar las dos primeras.

    {10} «Cette science peut s’apeller Idéologie, si l’on ne fait attention qu’au sujet, Grammaire générale, si l’on n’a egard qu’au moyen, et Logique, si l’on considére que le but. Quelque nom qu’on lui donne, elle referme nécessairement ces trois parties; par on ne peut en traiter une raisonnablement sans traiter les deux autres. Idéologie me paraît le terme générique, parce que la science des idées renferme celle de leur expression et celle de leur déduction. C’est en même-temps le nom spécifique de la première partie», Élémens d’ldéologie, I, págs. 4-5.

    {11} «Pensar, como se puede ver, es siempre sentir y nada más que sentir»... «sentir es un fenómeno de nuestra existencia, pues un ser que no siente nada, puede muy bien existir para otros seres, si éstos lo sienten; pero no existe para sí mismo puesto que él no se da cuenta de ello», Élémens d’ldéologie, I, pág. 24.

    {12} Ibid. pág. 27.

    {13} Ibid. págs. 123-ss.

    {14} El naturalismo de los ideólogos no puede ser entendido como reducción a la naturaleza corpórea en general, sino que debe ser recortado al «reino de la vida» que algunos de ellos intentan, a su vez, extender a todo el universo. Así, Cabanis se sentía atraído, como los antiguos estoicos, hacia la tesis del «animismo universal». Cfr. Colonna d’lstria, «La Religion d’aprés Cabanis», Revue de Metaphisique et de morale, 1916 (23). págs. 455-471.

    {15} Migne, «La vie et les travaux de Destutt de Tracy», La Revue de «Deux Mondes», 1842 (30), pág. 698.

    {16} Chinard, Jefferson et les l’déologues, P.U.F., Paris 1925, pág. 88.

    {17} Cfr. J. Kitchin, La Décade (1794-1807), un journal «philosophique», Minard, Paris 1965, págs. 117-121.

    {18} Para un bosquejo histórico de la actividad política de los ideólogos y su intervención en la planificación de la enseñanza cfr. J.M. Fernández Cepedal, «Política e instituciones ideológicas durante la Revolución Francesa», El Basilisco 15 (1983), págs. 71-77.

    {19} «Si me nombráis –afirma el general– no seré el responsable Y, por lo tanto, deberé tener libertad de acción. Si el general que me precedió en este puesto se encontró en situación comprometida, culpa fue de los Comisarios del Pueblo. ¿O es que creéis que habrá que esperar a que el pueblo nos dé permiso de disparar contra él? Puesto que, sólo con nombrarme, me habéis comprometido, es muy justo que me dejéis obrar como mejor me parezca». cit. por E. Ludwig. Napoleón, ed. Juventud. Barcelona 1982 (6ª) pág. 44.

    {20} Volney, que durante la campaña de Italia se encontraba en América, al tener conocimiento del paso de los Alpes asombrará a sus interlocutores «profetizando» el orden triunfal de las operaciones, realizadas puntualmente según el plan que Napoleón le había comunicado hacía dos años durante su encuentro en Niza.

    {21} Décade Philosophique, 20 nivoso del año VI.

    {22} E. Tarlé, Napoleón, 2 vols., ed. Progreso. Moscú 1957. vol 1. pág,. 75.

    {23} Ibid., pág. 78.

    {24} E. Kennedy, A Philosopher in the Age of Revolution. Destutt de Tracy and the Origins of «Idelogy», Memoirs of the American Philosophical Society, Philadelphia 1978, pág. 77.

    {25} De esta asistencia informa la Décade en los siguientes términos: «Bonaparte en el seno del Instituto no es más que un viajero instruido, un sabio en medio de sus iguales, y parece no acordarse de sus otros títulos de gloria»; Décade Philosophique, 10 Brumario del año VIII.

    {26} Cfr. L. Viffefosse & J. Bouissounouse, L’oposition à Napoleon, Flammuarion, Paris 1969, págs. 48-88.

    {27} Autevil y el restaurante de la «rue du Bac» fueron los centros de reunión de los ideólogos. Bajo el Directorio, Garat, Tracy, Cabanis, Thurot, Daunou y otros ideólogos se reunían a cenar, el tercer día de cada década, en este restaurante. En 1802 traman un complot para derrocar a Napoleón, pero advertido Fouché, comunica a Cabanis que está al tanto de la conjura. A partir de entonces las cenas de la «nue du Bac» cesaron, y los ideólogos ya sólo se reunieron en Autevil.

    {28} Citado por E. Kennedy, op. cit. pág. 77.

    {29} L. A. Bourrienne, Memoires de M. Bourrienne, 10 vols., París 1829-1830, vol. 3, pág. 128.

    {30} Cfr. J. Kitchin, op. cit. págs. 3-25.

    {31} Cfr. F. Brunot, Histoire de la langue fraçaise des origines à 1900, pág. 847. vol. IX, Armand Colin, Paris 1927.

    {32} L. Viffetosse & J. Bouissounouse, op. cit. pág. 154.

    {33} Ibid. pág. 168.

    {34} Ibid. pág. 169

    {35} Citado por H. Barth, Verdad e ideología, FCE. México, 1951, págs. 23-24; cfr. H. Taine, Les origines de la France contemporaine, París 1898 (5ª), vol. II, págs. 219-220.

    {36} D. de Tracy, Observations sur le système actual d’lnstruction publique, Panckouke, París, año IX, pág. 3.

    {37} Fievée, Journal des Débats, 26 floreal, año IX. Cfr. A. Cabanis, «La contre-révolution dans le Journal des Débats et le Mercure de France (1799-1814)», Revue de l’Institut Belge de Science Politique, vol. XIV, 1972 (4), págs. 843-864.

     

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