Filosofía en español 
Filosofía en español

 
El Basilisco, número 1, 1989, páginas 41-48

 
Lengua universal, lengua francesa y “patois”
durante la revolución francesa

José Manuel Fernández Cepedal
Oviedo

 

§ 1

A pesar de que el problema de una lengua universal ha sido abordado in extenso en la historia del pensamiento, sin embargo la mayor difusión de proyectos relativos al asunto tuvo lugar durante los siglos XVII y XVIII, principalmente en Inglaterra, Francia y Alemania{1}, a los que habría que añadir la importante aportación de los españoles Juan Caramuel, Pedro Bermudo, y Joaquín Traggia{2}. Pero es sobre todo en Francia, a partir de 1790 y en plena época revolucionaria, donde la posibilidad de inventar una lengua universal, basada en una nomenclatura universal y en una gramática general, dio lugar a una importante discusión en torno a la reforma del lenguaje y a la influencia de los signos en el proceso del conocimiento. Ahora bien, explicar el aumento de interés por el lenguaje en esta época supone enmarcar el tema en una doble dimensión: horizontalmente, el interés por un lenguaje universal es solidario de las reformas políticas, administrativas y científicas que emprenden los hombres de la revolución; verticalmente, el tema debe enmarcarse en una controversia más amplia que tiene su génesis en la tradición filosófica de los siglos XVII y XVIII y que estalla en este momento por la confluencia de diferentes cuestiones.

§ 2

Los hombres de la Revolución francesa están comprometidos en una organización del país planificada y racional, acorde con los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Entre los asuntos sujetos a planificación, de gran incidencia en el tema que nos ocupa, destaca, en primer lugar, la reorganización de la instrucción pública con la creación de las Escuelas centrales, la Escuela normal de París y la fundación del Institut National des sciences et des arts, instrucción planificada de acuerdo con un método, denominado posteriormente método ideológico y en el que juega un papel de primera instancia la gramática general{3}. La planificación de la administración se hace también siguiendo criterios de uniformidad: por una parte Francia es dividida en 83 departamentos homogéneos, tomando como criterios de división el territorio, la población y la riqueza{4}; por la otra se unifica el sistema monetario y el de impuestos{5} y, además, en el revolucionario año III, bajo [42] el impulso de Cambacérès, se realizan las primeras elaboraciones de lo que después será el código civil{6}. En el orden científico, la creación del Institut y el reforzamiento de la unidad política hicieron posible la estandarización de las pesas y medidas y la adopción de los sistemas métrico y decimal{7}.

Pero al mismo tiempo que se planifica la instrucción pública, se uniforma la administración y se estandarizan las pesas y las medidas, tiene lugar el proceso de unificación de la lengua nacional. A partir de 1790 el abate Henri Gregoire comienza a reunir los informes de los administradores y comisarios de los diferentes territorios que reclaman en su mayoría la introducción de la lengua nacional en el campo, con el objeto de eliminar los patois, aquellas malditas jergas –esta fue la expresión comúnmente utilizada– que dividían a los franceses{8}. La Revolución, que llevaría a Francia a una centralización extrema, debía comenzar también por la formación de un alma nacional común mediante la adopción de un lenguaje nacional común, razonado y uniformado, de tal manera que como afirma Ferdinand Brunot “hablar francés parecía a todo el mundo una manera –y no de las menores– de ser patriota”{9}. Pero, si bien este era el estado de ánimo general, las medidas adoptadas durante la Constituyente y la Legislativa, parecían encaminarse hacia un federalismo lingüístico. El interés principal de los políticos en esta primera etapa era la expansión de las ideas revolucionarias, pero ello implicaba que fueran entendidas por quienes no hablaban el francés, y parecía que no había ninguna posibilidad de entrar en relación con ellos más que hablándoles en su propia lengua. Por ello, un decreto del 14 de marzo de 1790 ordenaba la publicación de los decretos de la Asamblea en todos los idiomas hablados en las diferentes partes de Francia{10}. El proyecto se inició con verdadero optimismo: la traducción de los idiomas no ofrecería problemas, la del alemán sería fácil de obtener y la del italiano se haría en corso; sólo parecían ofrecer algunas dificultades los patois, principalmente el bajo bretón, el bearnés y el vascuence. Pero el optimismo inicial se frustró rápidamente y la traducción de los patois terminó en el fracaso por causas internas{11}. En primer lugar, la lengua política francesa estaba aún en plena formación y el retraso de los patois no podía ofrecer los recursos técnicos necesarios para exponer y comentar el lenguaje de las asambleas. En segundo lugar, los patois eran hablas que apenas tenían escritura y ortografía adaptadas, y cuando existía era más difícil de leer que el propio francés. En tercer lugar, los patois eran internamente heterogéneos y en algunos lugares se empleaban palabras que en las ciudades vecinas, incluso con el mismo tipo de habla, eran tan desconocidas como el griego. Para poner remedio a esta situación se llegó, incluso a pensar en una lengua moyenne, una especie de “hable normalizado”, que sirviera para todas las jergas de un patois{12}. Los intentos, no obstante, sólo contribuyeron a complicar más la situación lingüística, añadiendo una nueva jerga a las ya existentes.

Pero, además de las causas antedichas, la medida que indirectamente tendría como efecto asegurar la extensión del francés en detrimento de los patois, fue la división del territorio francés en departamentos uniformes, tomando como criterios de división el territorio, la población y la riqueza, no jugando la lengua más que una débil función en la formación de las nuevas circunscripciones. Por todo ello el federalismo lingüístico era descartado casi inmediatamente a su propuesta. La división territorial adoptada comenzaba a determinar una Francia una e indivisible: una nación, una ley y una lengua.

De acuerdo con estos principios la Convención inició una serie de medidas tendentes a reforzar la extensión de la lengua francesa{13}. Se comenzó por la proscripción de los idiomas, principalmente el alemán, para declarar a continuación la guerra a los patois, llegando a producirse en algunas zonas, como en Alsacia, un verdadero terrorismo lingüístico, con propuestas por parte de los jacobinos de [43] medidas extremas de violencia, como las deportaciones en masa o el paseo por la guillotina para operar la conversión de los refractarios{14}. Medidas extremas, es cierto, pero que tenían su fundamento en la sospecha de que idiomas y patois eran los instrumentos utilizados por realistas en las fronteras y por curas refractarios y contra-revolucionarios en el campo para fanatizar contra la República a los ciudadanos que no entendían el francés{15}. En este sentido se expresaba Gregoire en su informe a la Convención del 2 de termidor del año II: “Esta disparidad de dialectos ha contrariado frecuentemente las operaciones de vuestros comisarios. Los que se encontraban en los Pirineos en octubre de 1792 escribieron que, entre los vascos, pueblo dulce y bravo, un gran número era accesible al fanatismo, porque el idioma es un obstáculo para la propaganda de las luces. Lo mismo ha sucedido en otros departamentos donde los desalmados apoyaban el éxito de sus maquinaciones contra-revolucionarias a costa de la ignorancia de nuestra lengua. Es, sobre todo, en nuestras fronteras donde los dialectos, comunes a los pueblos de los límites opuestos, establecen relaciones peligrosas con nuestros enemigos, mientras que a todo lo largo de la República las jergas son otras tantas barreras que dificultan los movimientos del comercio y atenúan las relaciones sociales”{16}.

Después del terror, a pesar de los excesos y desórdenes, el principio de la unidad lingüística no se pone en cuestión. Así Sicard, uno de los principales representantes de la gramática general{17} se expresa en el año VII en los mismos términos que lo hubiera hecho en 1792: “La uniformidad de lengua será el vehículo más rápido para la comunicación, y dispensará de la obligación humillante de traducir la lengua nacional en una jerga informe... Esta uniformidad será, en fin, el medio más seguro de evitar los equívocos y los engaños, siempre funestos en la comprensión de las leyes y en la emisión del voto de cada ciudadano”{18}. A partir del 9 Termidor los métodos cambian, se hacen más moderados, pero no por ello menos eficaces. Así la Constitución del año III prescribe, en su artículo 16, que los jóvenes para ser inscritos en el registro ciudadano, deben saber leer, escribir y ejercer una de las profesiones mecánicas. Durante el Directorio, la obra de afrancesamiento avanza con la creación de las instituciones educativas (principalmente las Escuelas Centrales). El ardor por la imposición del francés se enfría durante el Consulado y el Imperio, pero ello se debe, en parte, a que ya se ha impuesto de tal modo que no son necesarias medidas especiales, y las posiciones ganadas no se pierden ni se abandonan.

Pero a la vez que el francés se extiende y se impone como lengua nacional, se va deslizando la idea de una lengua universal. Gregoire, en su informe sobre los idiomas y los patois, habla ya del tema, aunque en términos escépticos: “Con treinta patois diferentes, en lo relativo al lenguaje estamos aún en la Torre de Babel, mientras que en lo relativo a la libertad formamos la vanguardia de las naciones... El estado político del globo destierra la esperanza de conducir a los pueblos a una lengua común... una lengua universal es, en su género, lo que la piedra filosofal es a la química. Pero al menos se puede uniformar la lengua de una gran nación de forma que todos los ciudadanos que la componen puedan sin obstáculo comunicarse sus pensamientos”{19}. Ahora bien los principios de la revolución (liberté, egalité y fraternité), no son tan sólo derechos del ciudadano francés, sino los Derechos del Hombre, los derechos de la humanidad; y extender estas ideas a todo el mundo es un deber de los revolucionarios. La lengua universal, que durante el siglo XVII era contemplada por algunos pensadores como un instrumento para llevar la palabra de Dios a todas las naciones y unir a los hombres en cristiana armonía (la Grammatica Catholica), deberá servir ahora para difundir los ideales de la revolución. Dos vías eran posibles para ello: o perfeccionar el francés siguiendo los criterios de la gramática general, convirtiéndolo así en la lengua universal; o bien, inventar una lengua universal que pusiera fin a la confusión lingüística.

Lo cierto es que el deseo de extender los ideales revolucionarios puede ser considerado como la inspiración de algunos proyectos aparecidos en Francia sobre el lenguaje ideal. Por ejemplo, Delormel en un proyecto de lengua universal presentado a la Convención en 1795 afirma: “Si el Gobierno hace entrar en la instrucción el estudio de esta lengua, se convertirá antes de seis meses, sin necesidad de emplear [44] cada día mucho tiempo, en algo muy útil para la comunicación, propio para diseminar los principios de la igualdad, y hará honor a la República por todo el mundo”{20}. De igual modo Garat, en su discurso al Conseil des Anciens de 1798, hacía el elogio de la pasigraphie de Maimieux{21}, un invento que podría extender los conceptos de la revolución a todo el mundo, un instrumento de la revolución pacífica y un arma de la moderación para ser utilizada contra la ignorancia y la pasión{22}.

En estos años, el tema de la lengua universal se convirtió en el foco de atención de un grupo heterogéneo de pensadores, denominados posteriormente idéologistes o idéologues. De ellos, la mayoría miembros del Institut, los que más profundamente se interesaban en las cuestiones del lenguaje eran Destutt de Tracy, Garat, J-M. de Gérando, Sicard, Lancelin, Laromiguiére, Prevost y Maine de Biran. Que todos ellos se interesaran en el tema de la lengua universal no quiere decir que defendieran su posibilidad, ni menos aún los proyectos de pasigraphie, excepto Sicard, el comentador de Maimieux, Laromiguiére, que defendió la gesture como verdadero lenguaje universal, y Lancelin. Que la preocupación de los ideólogos por la gramática general les lleve a reflexionar sobre los proyectos de pasigrafía no quiere decir que los consideraran como un “descubrimiento de primer orden” como pretende Jules Simón al afirmar: “Esta supuesta ciencia inventada por M. de Maimiex era, con la cuestión del origen de las ideas, una de las constantes preocupaciones de la sección de filosofía. La pasigrafía parecía a la mayor parte de los filósofos un descubrimiento de primer orden. Era uno de los aspectos de la famosa cuestión de los signos, tan popular al final del Siglo XVIII”{23}.

Ahora bien, a pesar de que las reformas políticas, administrativas &c., pueden dar cuenta de algunos aspectos del tema que nos ocupa, la preocupación de los ideólogos por el tema del lenguaje debe ser explicada por la inserción del mismo en un conjunto de cuestiones filosóficas que se van destilando a lo largo de los siglos XVII y XVIII y que confluyen en este momento en lo que Destutt de tracy denominará la Idéologie. Estas cuestiones se pueden reducir a tres: 1) Relación de los signos con nuestro pensamiento (tradición de Bacon, Locke, Condillac, De Gérando, Destutt de Tracy); 2) La gramática general (tradición de Port-Royal –Arnauld, Nicole y Lancelot– y sus desarrollos posteriores: Dumarsais, Beauzée, Harris, Condillac, Sicard y Destutt de Tracy); 3) La lengua universal, que será la cuestión de que nos ocuparemos a continuación.

§ 3

Esta cuestión se refiere a lo que en términos de Leibniz podríamos denominar la lingua characteristica universalis. Ahora bien, la cuestión reviste dos aspectos. En primer lugar el de la lengua o escritura característica, en tanto que conjunto de signos ideográficos regidos por una sintaxis e independiente de los órganos de fonación. En segundo lugar el de una lengua universal que ya no es característica, sino con escritura fonética, no ideográfica.

A. – Comenzaremos por el segundo aspecto. Cuando los autores del siglo XVII, principalmente los pensadores cristianos (Boheme, Kircher, Caramuel), comienzan a preocuparse por la lengua universal lo hacen desde la perspectiva del origen del lenguaje. Pero preguntarse por el origen del lenguaje significa para ellos determinar cuál ha sido históricamente la lengua primitiva. La lengua universal será, pues, la primera lengua, creada por Dios y entregada a Adán en el Paraíso, identificada por algunos con el hebreo o el ibero. Esta lengua adámica nos daría las claves de una gramática profunda común a todos los hombres. Pero el tema del origen del lenguaje puede plantearse en un sentido diferente al de identificar la lengua primitiva con un lenguaje histórico, ya sea el hebreo, el ibero o el chino. El lenguaje primitivo podría pensarse como un lenguaje que nadie habla en su estado simple, pero que todos hablamos de alguna manera, pues está determinado por los órganos físicos del hombre y por las sensaciones recibidas del entorno. Esta tesis comienza a abrirse paso a mediados del siglo XVIII y su principal representante es Charles de Brosses en su Traité de la formation mécanique des langues, publicado en 1765{24}. Aparte de los desarrollos especiales de esta idea por parte de De Brosses y de Thiébault, lo que interesa resaltar es que el lenguaje primitivo es un lenguaje natural que depende de la organización física del hombre y que este lenguaje está presente de alguna manera en todas las lenguas.

Estos dos aspectos nos llevan directamente a Destutt de Tracy. En efecto, para éste el lenguaje primitivo y por lo tanto el único lenguaje universal es el lenguaje de acción, que es al mismo tiempo un lenguaje natural y necesario, y por ende previo a cualquier convención, pues “nuestras ideas nunca habrían tenido signos convencionales si antes no los hubieran tenido necesarios”{25}. Es también un lenguaje universal pues es común a todos los hombres en virtud de su organización física. Cuando queremos comunicar algo, nuestra voluntad reacciona sobre nuestros órganos y dirige nuestros movimientos, produciendo gritos y gestos que no son otra cosa que los signos naturales de nuestras ideas. Así dice Destutt de Tracy: “Cuando un [45] hombre quiere aproximar o alejar de él cualquier cosa extiende las manos para alcanzarlo o rechazarlo. Estos movimientos prueban que este hombre desea o rechaza la cosa hacia la que ellos se dirigen. Cuando este mismo hombre está afectado de alegría, dolor o temor, lanza gritos, y gritos diferentes en estas tres ocasiones, que muestran el sentimiento de que está afectado. Por consiguiente, estos movimientos y estos gritos son los signos necesarios de los sentimientos que los causan, y los ponen de manifiesto inevitablemente en el hombre que los percibe, y que experimenta que lo mismo pasa en él cuando siente afecciones parecidas”{26}.

Por otra parte este lenguaje natural no sólo es el primer lenguaje, sino que está también mezclado con los lenguajes convencionales. Por ejemplo, cuando hablamos nos servimos de gestos que aumentan el efecto de nuestros discursos y los modifican frecuentemente{27}. También los gritos persisten en el lenguaje hablado convencional bajo la forma de las interjecciones, que al igual que nuestros gritos constituyen una proposición enunciativa completa. Por este mecanismo la interjección se convierte dentro de la Gramática de Tracy en la parte fundamental del discurso pues es a través de su análisis como podemos regresar a los elementos principales de la proposición: el sujeto y el atributo{28} con los que se inicia el estudio de la Gramática general.

B. – La lengua característica o escritura ideográfica no tiene por qué ser universal (p. ej., el cálculo algebraico y la lógica formal son lenguas características, pero no universales). Sin embargo las escrituras ideográficas construidas en los siglos XVII y XVIII han ido asociadas a la idea de una lengua universal. Los proyectos realizados en el siglo XVII son numerosos, principalmente los de Gerhard Vossius, Pedro Bermudo, John Wilkins, Caramuel, &c.; pero fue, sobre todo, la characteristica universalis de Leibniz la que orientaría el siglo XVIII. Leibniz recoge la tradición de los cartesianos alemanes (Joaquín Jung, Erhard Weigel) que transformaron la more geometrica de Descartes y Spinoza en la idea de convertir el método matemático en un arte inventivo según reglas{29}. Descartes ya se había planteado el tema de una lengua filosófica perfecta, declarando que, si bien teóricamente era posible, era en cambio irrealizable en la práctica, pues al tener que representar adecuadamente el pensamiento, una lengua perfecta supone el pensamiento en su perfección y acabamiento{30}. Leibniz, en cambio, supone que tal lengua no depende de la perfección del pensamiento. En su Dissertatio de arte combinatoria (Leipzig, 1666) aborda la construcción de una lengua universal a partir de unas ideas simples representables en caracteres ideográficos. Este lenguaje no sólo sirve para comunicar el pensamiento sino que lo reemplaza, o como afirma Couturat “dispensa al espíritu de pensar los conceptos que maneja, sustituyendo el cálculo al razonamiento, el signo a la cosa significada”{31}. Posteriormente Leibniz llegará, no obstante, a la idea de que esa característica debe corresponder al análisis de los pensamientos y por lo tanto depende de la verdadera filosofía{32}.

La lengua universal basada en una característica o nomenclatura universal se convirtió en un tema central del pensamiento francés de finales del siglo XVIII. Condorcet, inspirándose en Leibniz, compone en plena época revolucionaria (1793-1794) un escrito, que nunca fue publicado, sobre el lenguaje filosófico ideal{33}. También en su Esquisse alude Condorcet a su concepción de un lenguaje universal que podría llevar al conocimiento humano a una perfección y certeza semejante a la de las matemáticas al representar las operaciones intelectuales por medio de símbolos. Otros proyectos en el mismo sentido son los presentados por Delormel en 1795, ya mencionado anteriormente, y el de André Marie Ampére (1795-1796) del que tenemos un conocimiento aproximado por su correspondencia{34}. [46]

Pero en este momento un nuevo término, la pasigraphie, se había abierto paso en el mundo francés{35}. Champagne, secretario de la segunda clase del Institut, da cuenta de los sistemas sometidos a la clase por Maimieux, Zalkind-Hourwitz, Fourneaux y Montmignon{36}. Pero de todos los proyectos{37}, el que despertó mayor interés fue la Pasigraphie de Joseph de Maimieux, publicada en 1797{38}. El anuncio de la obra, de la que fue colaborador Sicard, fue realizado ya en 1795 en la Décade philosophique y en el Magasin encyclopedique, y su aparición dos años después desató gran interés en Europa y sobre todo en Francia. Son de destacar los elogios hechos por Goupil-Préfelne que la considera un invento tan importante para la humanidad como la imprenta{39}, por Garat en su discurso al Conseil des Anciens, y por el propio Napoleón. La obra de Maimieux fue enviada en 1798 a la segunda clase del Institut para su aprobación. Ello dio lugar a las memorias sobre pasigrafía de J-M. de Gérando, Roederer y Destutt de Tracy, de las cuales sólo fue publicada en las Mémoires de l’Institut la de éste último{40}. La opinión de Destutt de Tracy sobre las pasigrafías muestra claramente, por tratarse del miembro más destacado del grupo de los ideólogos, la ligereza de Jules Simon al mantener que los ideólogos consideraron estos proyectos como un “descubrimiento de primer orden”. Por contra, D. de Tracy mantiene firmemente que la pasigrafía “es una concepción viciosa en su principio que jamás producirá un resultado útil”{41}, y que el ideal de una lengua universal es una pura quimera que debe situarse “en el mismo caso que el movimiento perpetuo”{42}. Las razones que apoyan estas opiniones son varias.

El término “pasigrafía” significa escritura universal, y las escrituras son, según Tracy, los signos durables del lenguaje. Ahora bien, todo lenguaje es un sistema de signos sensibles que representan directamente las ideas: “las palabras -afirma D. de Tracy- al estar compuestas de sonidos, participan de la propiedad de las sensaciones que consiste en hacernos más sensible una impresión, de suerte que es más fácil acordarnos de ella”{43}. Las palabras resumen los resultados de combinaciones anteriormente hechas y por ello dispensan a la memoria de la obligación de tener presentes incesantemente estas combinaciones{44}. Tienen un carácter más estable que las ideas, pero son también fugaces y perecederas, por ello es deseable transformar su propiedad sensible temporal en sensible espacial para hacerlas más duraderas. Esta transformación da como resultado [47] la escritura que se puede definir como el sistema de los signos durables de las palabras. Pero es necesario observar que la escritura en sentido estricto no es un lenguaje. Las lenguas son sistemas de signos que representan directamente las ideas; la escritura, en cambio, representa, no directamente las ideas, sino los sonidos de una lengua hablada. La palabra escritura se emplea también, en sentido impropio, al hablar de los caracteres jeroglíficos, simbólicos, algebraicos, &c., es decir, para referirnos a un conjunto de ideogramas que representan directamente a las ideas; pero si esto es así, resultará que estos ideogramas constituyen en realidad una lengua. La prueba de ello es la siguiente: cuando tratamos de representar una lengua hablada por medio de caracteres ideográficos lo que estamos haciendo realmente es traducir la primera lengua a otra distinta, y si después tratamos de leer estos caracteres ideográficos lo que estamos haciendo es una retraducción a la lengua hablada. En cambio, cuando se trata de escrituras alfabéticas leer una lengua es simplemente pronunciarla{45}.

Los lenguajes ideográficos pueden ser principalmente de tres clases. 1) Aquellos cuyos caracteres representan una sola especie de ideas y en los que las relaciones entre estas ideas son también de la misma especie. Tal es el caso de los cálculos algebraicos que deben su perfección a que las ideas que representan son siempre las ideas de cantidad: la unidad y sus múltiplos, y a que las relaciones entre esas ideas son también cuantitativas: el aumento y la disminución{46}; por esta razón, y solamente por ésta, en los cálculos algebraicos podemos permitirnos olvidarnos del significado de sus signos durante todo el tiempo que los combinamos{47}, cosa que no ocurre más que hasta cierto punto en el resto de los lenguajes. 2) Cualquier otro tipo de ideografía, siendo un lenguaje como los demás, representa ideas de muy diferentes clases, de ahí que en su forma primitiva estas escrituras tendrían que hacer corresponder un símbolo a cada idea, lo que las hace prácticamente inmanejables. 3) Las pasigrafías son ideografías cuyos caracteres representan también ideas muy heterogéneas, pero donde los caracteres se han reducido considerablemente, de tal manera que infinitas ideas pueden ser representadas mediante la combinación de un pequeño número de caracteres. En cierto modo presentan la apariencia de un cálculo algebraico, pues caminan en la dirección de una sintaxis en la que podríamos prescindir de la significación de sus signos. Pero esto es sólo una apariencia pues el orden en que se combinan estos caracteres para formar fórmulas correspondientes a ideas supone ya una semántica ideológica, es decir, un análisis de las ideas en todos sus componentes, que en última instancia supone la ciencia ya realizada{48}. Tracy participa, pues, de la tesis de Descartes acerca del lenguaje perfecto, tesis que en cierto momento también defendió Leibniz y que podemos resumir en lo siguiente: la lengua perfecta supone el pensamiento en estado perfecto y acabado, y que, en última instancia, esta lengua depende de la verdadera filosofía.. O en otros términos, más acordes con el lenguaje de De Tracy: hacer el lenguaje de una ciencia es crear esa ciencia{49}.

Abreviaturas de las obras de Destutt de Tracy

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{1} Véase James Knowlson, Universal languaje schemas in England and France, 1660-1890. University Toronto Press, 1975.

{2} Véase Julián Velarde Lombraña, “Proyectos de lengua universal ideados por españoles”, Taula, 7-8, 1987, pp. 7-78. De la existencia de proyectos en otros países sólo tengo constancia de la obra del Portugués J. M. Dantas Pereira (Memoria sobre hum proyecto de Pasigraphia composta, ed dedicata o Serenissimo Snhor Infante D. Pedro Carlos, Lisboa 1800) y de la obra crítica del italiano Francesco Soave (Riflessioni in torno all’instituzione d’una lingua universale, Roma, 1774).

{3} Véase J. M. Fernández Cepedal, “Política e instituciones ideológicas durante la Revolución Francesa”, El Basilisco, 15, 1983, pp. 71-77.

{4} Jacques Godechot, Les institutions de la France sous la Révolution et l’Empire, Presses Universitaires de France, París, 1968, 2ª ed., pp. 91-112.

{5} Ibidem, pp. 160-235.

{6} Ibidem, p. 691.

{7} Ibidem, pp. 419-420. Véase también J. Knowlson, op. cit., p. 163.

{8} A. Gazier, Lettres à Gregoire sur les patois de France (1790-1794), Durand et Pedone-Lauriel, Paris 1880, passim.

{9} Ferdinand Brunot, Histoire de la langue française des origines à 1900; t. IX: La Révolution et l’Empire; 1re. Partie: “Le française langue nationale”, Armand Colin, Paris 1927, p. 7.

{10} Se entiende aquí por idiomas tanto el alemán del Alto y Bajo Rin y el italiano de Córcega y de los Alpes Marítimos, como los patois del actual territorio francés.

{11} Véase F. Brunot, op. cit., pp. 31-32.

{12} Por ejemplo, Bernadau tradujo la Declaración de los derechos del hombre a una especie de “gascon mitoyen entre tous les jargons”. Ver A. Gazier, Lettres à Gregoire, p. 128.

{13} Las principales medidas adoptadas se concretan en los decretos del 8 pluvioso del año II (18 febrero de 1794) y 2 de termidor del año II (20 de julio de 1794). El informe más importante de esta época es sin duda alguna el “Rapport sur les idiomes et patois répandus dans les differentes contrées de la Republique”, presentado por Gregoire a la Convención nacional el 16 pradial del año II (6 de junio de 1794).

{14} F. Brunot, op. cit., p. 191.

{15} El Abate Lusson compuso en patois una Marsellesa travestida que llegó a confundir en una ocasión a los republicanos. Véase, Ch.-L. Chassin, La préparation de la guerre de Vendée, 1789-1793; Dupont, Paris 1892, v. 3, p. 476.

{16} “Rapport sur les idiomes et patois... ”, Moniteur, t. XX, p. 645. Cit. por F. Brunot, op. cit. pp. 208-209.

{17} Roche-Ambroise Sicard, Elémens de Grammaire générale apliquée á la langue française, Bourlotton, Detervilles, Paris, año VII, 2 v.

{18} Le Manuel de l’Enfance contenent des élémens de lecture et desdialogues instructifs et moraux; Le Clerc, Paris 1797, año V, PP. V-VI.

{19} “Rapport sur les idiomes et les patois... ”. En F. Brunot, op. cit. p. 207.

{20} Projet d’une langue universelle présenté à la Convention nationale, Paris 1795, pp. 2-3. Véase L. Couturat-L. Leau, Histoire de la langue universelle, Hachette, Paris 1903, pp. 29-32.

{21} Joseph de Maimieux, Pasigraphie, ou premiers élémens du nouvel art-science d’ecrire et d’imprimer en une langue de maniére à être lu et entendu dans toute autre langue sans traduction; Bureau de la Pasigraphie, Paris 1797. La obra aparece también en alemán el mismo año.

{22} Corps législatif: Coseil des Anciens: discours de Garat sur l’hommage fait aut Conseil des Anciens des premiéres strophes du “Chant de départ” écrites avec les caractères pasigraphiques, sèance du 13 nivôse, an VII; Paris 1798.

{23} J. Simon, Une Academie sous le Directoire, Paris 1885, pp. 219-220.

{24} De Brosses se expresa así respecto a esta lengua: “Une langue primitive, organique, physique et nécessaire, commune à toute genre humaine, q’aucun peuple au monde ne connait ni ne pratique dans sa première simplicité, que tous les hommes parlent néanmoins, et qui fait le premier fond du langage de tous les pays; fond que l’appareil inmense des accesoires dont il est chargé laisse à peine appercevoir”, (Traité de la formation mécanique des langues et des principes physiques de I’etymologie, 2 v., 2ª ed., Paris año IX, “Discours préliminaire”, pp. XIV-XV).

{25} PL, p. 44, E/I p. 317, EI/G p. 33, nota.

{26} PL, p. 45.

{27} Ibidem, p. 49.

{28} Ibidem, pp. 51-52. El/G, pp. 37-69.

{29} En 1669 en el pseudónimo escrito político titulado Specimen demostrationum politicarum pro rege Polonorum eligendo, Leibniz, de acuerdo con el “método geométrico”, prueba en sesenta proposiciones y demostraciones que debe ser elegido rey de Polonia el conde palatino de Neuburg.

{30} Lettre au P. Mersenne de 20 de noviembre de 1629. Véase L. Couturat y L. Leau, Histoire de la langue universelle, op. cit., pp. 11-14.

{31} L. Couturat, La logique de Leibniz d’après documents inédits, Paris 1901, p. 101.

{32} Carta a Burnet (1697). Véase Julián Velarde, Historia de la Lógica, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Oviedo, 1989, pp. 189-195.

{33} Este trabajo debía figurar en el cuarto fragmento de la época X de su Esquisse d’un tableau historique del progrès de l’esprit humain, pero no apareció en ninguna de las versiones publicadas de esta obra. El manuscrito se conserva en el Institut de France. Cfr. Granger, “Langue universelle et formalisation des sciences. Un fragment inédit de Condorcet”, Revue d’histoire des sciences et leurs applications, 7, 1954, pp. 197 y ss.

{34} A-M. Ampére, Correspondance du grand Ampére publuiée par L. de Launay, 3 vols., Paris 1936-1943, v. 1.

{35} Las pasigrafías pretenden ser lenguas universales pero exclusivamente escritas, aunque fácilmente podrían convertirse en lenguas habladas. El principio que inspira todas las pasigrafías consiste en que las palabras de las diferentes lenguas con igual significado pueden ser representadas por el mismo número en un diccionario pasigráfico. Las pasigrafías se pueden clasificar y por lo tanto diferenciar entre sí, según dos criterios: a) Por el orden asignado a las palabras o ideas. Se habla de pasigrafías filosóficas cuando el orden establecido entre las palabras es un orden lógico, y de pasigrafías prácticas o empíricas cuando este orden es convencional; b) Por la naturaleza de los signos empleados. Estos pueden ser números, generalmente decimales. Estas se denominan Pasigrafías numéricas. O bien estos números pueden ser sustituidos por letras o cualquier otro signo. A falta de una denominación usual hablaremos en este caso de pasigrafías simbólicas. Por ejemplo, el Código internacional de signos marítimos adoptado en 1864 por los gobiernos francés e inglés y a continuación por otras 20 potencias marítimas, publicado en París en 1871 (Code international de signaux à l’usage des bâtiments de loutes nations), es una pasigrafía de las denominadas prácticas y al mismo tiempo simbólicas. En Cambio, la Clasificación bibliográfica internacional, propuesta en 1873 por M. Molvil Dewey, presidente de la Asociación de bibliotecarios americanos, es una pasigrafía numérica y filosófica pues utiliza números decimales clasificatorios que permiten clasificar las fichas siguiendo el orden ideológico de las materias. Véase L. Couturat-L. Lean, op. cit. pp. 1-10.

{36} Champagne, “Histoire abregée des travaux de la classe”; MIN/SMP 3, Paris año IX, p. II.

{37} El esquema de Zalkind-Hourwitz, que aparece en 1800 con el título PoIygraphie, ou l’art de correspondre à l’aide d’un dictionaire dans toutes les langues (Paris, año IX), utiliza un lenguaje numérico. El sistema de enumeración también es seguido por Montmignon en La Clef de toutes les langues, publicada en 1811. El proyecto de Fourneaux no parece que se haya publicado. Cfr. Knowlson, op. cit., nota 14 a pág. 153.

{38} La Pasigrafía de Maimiex era un medio de comunicación por medio de la escritura. Los elementos de su característica eran de tres clases: 1) Doce caracteres diferentes, pero combinables de varios modos; 2) Doce reglas sin excepciones que, según Maimieux, podían ser comprendidas en unas pocas horas de estudio; 3) se conservaban la puntuación y acentuación de uso europeo. Los doce caracteres se combinaban para formar tres tipos de palabras: el primero, que representa las partículas exclamativas y conectivas corrientes, consta de tres caracteres; el segundo, de cuatro caracteres, representa ideas y objetos de uso común; y el tercero, de cinco caracteres, representa los términos de arte y de investigación científica. Cada uno de los tipos de palabras da lugar a su vez a tablas diferentes: el Indicule (tabla de palabras formadas por tres caracteres), el Petit Nomenclateur (cuatro caracteres) y el Grand Nomenclateur (cinco caracteres). Sicard, en su Introducción a la Pasigraphie de Mairmeux, sostenía que este Grand Nomenclateur era la parte del proyecto más importante para el filósofo. Los puntos más importantes de este sistema son, a mi entender, los siguientes. En primer lugar, las fórmulas del proyecto de Maimieux (entendiendo por fórmulas las resultantes de la combinación de los caracteres de acuerdo con las reglas de formación), al constar sólo de tres, cuatro, o cinco caracteres, permiten identificar inmediatamente de qué tipo de palabra se trata y a qué tabla pertenecen, del mismo modo, diríamos hoy, que la descomposición de un número de Gödel en sus factores primos permite saber automáticamente si el número corresponde a una demostración, a una fórmula, o a un signo primitivo. En segundo lugar, todas las palabras, cualquiera que sea su significado, tienen su lugar particular en la tabla, según una longitud y una latitud. De hecho Maimieux se empeña en resaltar el carácter geográfico de su pasigrafía, lo que nos permite ver en ello una especie de sistema matricial. En tercer lugar, los caracteres se combinan entre sí dando lugar a fórmulas siguiendo una sintaxis u “orden pasigráfico”, de tal modo que un caracter determinado tiene un significado diferente según el lugar que ocupa en cada fórmula y según la tabla a que pertenezca esa fórmula (por ejemplo, el primero puede corresponder al género, el segundo a la especie, el tercero al individuo, &c.). Cfr. Knowlson, op. cit. pp. 155-160.

{39} Corps Législatif: Conseil des Anciens: discours prononcé dans la séance du conseil des Anciens le 18 pluviôse de l’an VI de la Republique française, par G.F.C. Goupil-Préfelne ... en presentant au conseil I’hommage de la pasigraphie, nouvel art litteraire inventé par le citoyen J. de Maimieux, ancien major de l’infanterie allemande; Paris año VI, p. 3.

{40} Destutt de Tracy, “Reflexions sur les projets de pasigraphie”, MIN/SMP, Paris año IX (1801), pp. 535-551.

{41} Ibidem, p. 548.

{42} Ibidem, p. 551; El/G, p. 369.

{43} PL, p. 58

{44} El/I, p. 348, nota.

{45} EI/, pp. 307 ss. PL, p. 62

{46} EI/I, p. 340, nota.

{47} EI/I, p. 341, nota.

{48} EI/G, pp. 385-386. “Reflexions sur...”, op. cit., pp. 545-546.

{49} EI/L, pp. 32-33, nota.