Fabián Vidal

Diálogos de actualidad

Méjico

— Sigue en Méjico la guerra civil. El asesinato de Carranza no puso fin a ella. Cada día se subleva un nuevo ambicioso. El militarismo mejicano llevará a la nación al caos preliminar de la conquista.

— ¿Pero no encontrará Méjico la paz que anhela?

— Es muy difícil que disfrute, en largos años, de una normalidad bienhechora. País de inmensas riquezas naturales, aumentadas por una envidiable situación geográfica, excita muchas codicias. Para vencerlas, debía guardarse de los estremecimientos convulsionarios, de terremotos sociales y políticos. Y, lejos de ello, se obstina en el juego trágico de los cuartelazos, los pronunciamientos y las guerras civiles absurdas. Parecía que Carranza había, al cabo, impuesto una legalidad a las demagogias y a las ambiciones personales. Su muerte ha destapado nuevamente la Caja de Pandora. De ella ha salido, desmelenada, hosca, venenosa, armada de sierpes mortales, la Discordia atroz.

— ¡Triste herencia dejamos a los americanos que tienen nuestra sangre!

— No nos calumniemos. Si en la América ibera no acaban de encontrar su punto de apoyo, y oscilan, y titubean, y ensayan, y no terminan el edificio de su constitucionalismo, perfecto en los planos de los estadistas, arquitectos de regímenes, pero que carece de cimientos reales, no es porque españoles y portugueses hayamos plasmado el alma colectiva de esos pueblos jóvenes y díscolos. Precisamente, salen del Escila de la dictadura para entrar en el Caribdis de la rebelión sangrienta y estéril, porque domina en ellos el aborigen, mezclado con el mestizo.

— ¿Todavía?

— Todavía, salvo en la Argentina y en Chile, si acaso, y algo también en el Brasil. Veamos la composición étnica de la nación mexicana. Según los datos del geógrafo García Cubas, hace unos treinta años. El 19 por 100 de los mejicanos era de raza blanca, el 38 de raza india y el 43 de raza mestiza. Había en Méjico solamente, en 1900, 16.278 españoles, 15.266 norteamericanos, 5.820 guatemaltecos, 8.979 franceses, 2.899 ingleses, 2.837 chinos, 2.720 cubanos, 2.574 italianos, 2.567 alemanes y 2.698 de otras nacionalidades. Y no es creíble que estas cifras hayan subido mucho. Antes al contrario, es estado de perpetua agitación en que vive Méjico desde la caída de don Porfirio y la guerra europea han debido disminuirlas notablemente.

— ¿Y qué indios predominan?

Los aztecas, en el centro; los tarascas, en el valle del Lerma; los chichimecas, en Durango; los mixtecas y zapotecas, en el Sur; los mayas, en el Yucatán, Campeche y Tabasco y entre Veracruz y Tampico. Además, quedan todavía cochimis y guayacuras en la California mejicana; punas, opatas, yanquis y mayos, en Sonora; tarahumares, más hacia el centro; tepehuanas –tipo originalísimo, parecido al tártaro de Siberia-, en la Sierra Madre Occidental; otomíes –llamados serranos-, en la Sierra Madre Oriental-, y aun apaches, en las orillas de Río Grande.

— ¿De modo que usted opina que Méjico es víctima de su escasez de sangre blanca?

— Estoy seguro de ello. Sin indiadas, sin mesticerías, un Zapata hubiera sido imposible y un Pancho Cilla carecería de prosélitos. Y no es que el indio sea mal elemento. Pero hay demasiada diferencia entre él y el blanco puro, orgulloso de su abolengo europeo y caucásico, para que la Constitución federal deje de ser una farsa. Por otra parte, en Méjico no hay apenas clase media. Y no olvide usted que los países sin clase media son los menos sólidos. Ejemplo: Rusia.

— Pero no toda la América ibera es como Méjico.

— Toda, no, mas sí parcialmente y en proporciones muy considerables. Fijémonos en Venezuela. Un admirable escritor venezolano, Rufino Blanco Fombona, ha dicho en una de sus obras (Judas Capitolino, introducción): "Por último, necesita Venezuela resolverse a ser un país de raza blanca. Sí, señor. Venezuela no tiene salvación si no se resuelve cuanto antes a ser un país de raza caucásica. Esa es la clave de su porvenir. En sus embrollos étnicos reside principalmente — me atrevo a afirmar exclusivamente— la causa de sus desórdenes y el secreto de sus desgracias." Y luego añade: "Estamos a dos pasos de la selva por nuestros negros y nuestros indios. Alejémonos de la selva. Gran porción de nuestro país es mulata, es mestiza, es zamba, con todos los defectos que desde Spencer se reconocen en el hibridismo. Transfundamos en sus venas la sangre regeneradora. No se trata de acabar por destrucción con los indios y negros del país, que son nuestros hermanos, sino de blanquearlos por constantes cruzamientos. En resumen: se trata de que una población blanca, numerosa, absorba la población de color."

— Es el de Blanco Fombona un voto de calidad.

— ¡Y tan de calidad!... Blanco Fombona, criollo descendiente de españoles por dos líneas, no tiene prejuicios ridículos. Ve claramente dónde está el mal y lo dice.

— Sin embargo, algunas veces pienso en que, aparte del problema racial, hay otros factores que explican las inquietudes centro y; sudamericanas.

— Sí. Pocos europeos piensan en que la América ibera no ha salido todavía del período constituyente. ¿Qué es un siglo en la historia de la humanidad? Los americanos tienen desiertos casi infinitos, bosques fantásticos, ríos inmensos de curso no bien explorado, montañas cuyas cimas están vírgenes de la humana huella. Se están formando nacionalmente. Se les plantean cuestiones que resolvió Europa después de la desaparición del feudalismo y de la fundación de las grandes monarquías absolutas. Y han de moldear la masa fundente y maleable de sus criollismos, indigenismos y mesticismos con las arcillas políticas de unas constituciones ultraperfectas. De ahí la antinomia permanente entre la Teoría y el Hecho.

— La vieja Europa, demasiado henchida, demasiado congestionada y rebosante, debía ayudarles.

— Ya lo hace con sus emigraciones.

— Pero con mucha lentitud.

— ¿Qué quiere usted? El hombre no ama los éxodos. Prefiere lo mediocre y aun lo pésimo, que ya conoció, a lo admirable desconocido e hipotético.

Fabián Vidal