Salvador Canals
Mirando al futuro
La situación de México - Maniobras norteamericanas - Origen del mal - Ejemplo para todos
La gran revista parisién Le Correspondant publica en su número de 25 de Noviembre un artículo de singular interés sobre la cuestión de México. Fírmanlo las tres estrellas, debajo de las cuales esconde su nombre no sabemos qué pensador idealista de los pocos que van quedando por el mundo. En ese estudio se expone con abrumadora claridad y argumentos fehacientes la maniobra que los Estados Unidos vienen desenvolviendo en la infortunada república hispana del continente septentrional americano. El autor recuerda, con justificada jactancia de su acierto, algo que en las mismas páginas del Correspondant escribiera en 1911.
— Muy pronto, dice, han de verificarse en México nuevas elecciones generales (ello se escribía a raíz de la caída de Porfirio Díaz). Madero será probablemente elegido Presidente; pero es de temer que esa elección sea muy luego seguida de una nueva serie de tumultos y revueltas. México está demasiado cerca de los Estados Unidos, hay ya en México demasiados intereses norteamericanos, y los financieros norteamericanos son demasiado poderosos en Washington para que sea posible que no vuelvan pronto a surgir en México hondas perturbaciones. Cuba, Hawai, Colombia, Panamá, están ahí para demostrar cómo se produce siempre, en el momento oportuno, el acontecimiento necesario...
Porque para este colaborador ilustre del Correspondant, en cuanto viene sucediendo en México está la mano de los Estados Unidos, para los cuales lo de ahora no es más que una continuación del aquel plan comenzado con aquella guerra de 1845, que el propio General Grant calificó como una de las más injustas conocidas en la historia, pero que a la gran República añadió Estados de la importancia de Tejas, California, Nuevo México, Nevada, etc. La verdad es que los documentos que en el artículo se registran justifican, no sólo el fundamento de esas acusaciones, sino también la simplicidad con que las grandes naciones de Europa han colaborado al plan del Gobierno de Washington.
Decía éste en 1895 al de Londres, a la sazón representado por lord Salisbury, que “los Estados Unidos poseen sobre América una soberanía de hecho”. A esa presunción responde la doctrina de Monroe, y por eso ha dicho de ésta M. Roosevelt que “no ha sido definida, con objeto de adaptarla mejor a la interpretación que convenga en cada caso”. La sublevación de Madero contra Porfirio Díaz, la de Huerta contra Madero, la de Carranza contra Huerta, ¿no serán otros tantos “acontecimientos necesarios”, en otros tantos “momentos oportunos”, para llevar a plena realización, por lo que a México se refiere, aquella soberanía de hecho que invocaban los diplomáticos de la Casa Blanca?
El articulista a quien vengo refiriéndome reseña los hechos fundamentales de su crítica, aludiendo, primero a lo referente al comercio de armas, ya con los leales, ya con los rebeldes; después a la actitud de los gobernantes de Washington contra el reconocimiento de Huerta, y finalmente a la desautorización verdaderamente insólita de las elecciones mexicanas y a las conminaciones contra los que aparecieron por ellas favorecidos.
Respecto del comercio de armas, no recuerda el articulista lo que a nosotros se nos hizo padecer por ello en la isla de Cuba, pero sí lo hecho respecto del mismo México en la época de Maximiliano.
— Hoy como entonces, dice, hay en los Estados Unidos políticos y financieros que tienen interés en ver a la anarquía y a la guerra civil adueñándose de México.
Porque ese imperio de la guerra civil y de la anarquía es lo que coloca a los pueblos en aquella categoría de débiles e incivilizados, recientemente invocada por un personaje inglés, Sir Hiram Maxim, para sentar esta sentencia definitiva:
— Las divagaciones amenas y elocuentes sobre la justicia y la equidad no podrán nunca impedir que las naciones fuertes, como Inglaterra y los Estados Unidos, ocupen el territorio de los pueblos más débiles o menos civilizados, y es perfectamente justo que sea así.
¿Por qué las potencias europeas secundan esa política? ¿Qué compensaciones se han ofrecido, a qué avenencias se ha llegado, qué han tratado los rabadanes sobre los despojos probables de la oveja moribunda? No lo dice el colaborador del Correspondant, pero es evidente que en la actitud de Europa se ha producido un cambio radical, desde aquel momento en que el representante de Inglaterra se apresuraba a reconocer al general Huerta como jefe del Estado Mexicano, hasta las conferencias de Veracruz y las declaraciones ulteriores de los Gobiernos europeos sintetizadas en la de Sir E. Grey, en nombre del Foreing Office, y según la cual Inglaterra aceptará todo plan propuesto por los Estados Unidos, “que en ningún caso será contrario a los intereses comerciales del mundo”. Si será idealista el escritor que, frente a esa invocación de los intereses comerciales, dice lo siguiente para final del interesantísimo y sugestivo artículo:
— Nunca ha tenido la Europa cristiana y latina ocasión tan adecuada para acabar de una vez con la doctrina de [529] Monroe. Algún día sabremos al precio de qué regateos ha preferido ella los provechos a la influencia. Así es como mueren los débiles sin voluntad y como prosperan los ambiciosos sin escrúpulos. Los latinos abdican. ¡Bien ciego será quien no lo vea!
No ya por solidaridades de raza bien atenuadas, desgraciadamente; por el mero instinto de conservación de pueblo, tenemos mucho que aprender en todo eso los españoles. Porque será muy grande, será insaciable la voracidad norteamericana; constituirá todo eso, en leyes de recta moral, un despojo afrentoso del débil por el fuerte; pero ¿podría producirse nada de eso si los débiles no se hicieran tan débiles, cada día más débiles, aunque los fuertes lo fueran mucho más de lo que son? Y, sobre todo, ¿estará en la mano de cada cual en la misma proporción el refrenar la fortaleza ajena que el curar la debilidad propia?
El colaborador del Correspondant no puede volver las espaldas a la realidad, y la proclama.
— En todos los países de la América latina hay siempre ambiciosos e intrigantes que aspiran al poder, y de los cuales es fácil servirse cuando otro país tiene interés en sembrar la discordia. Bajo este aspecto, México es privilegiado!
Privilegiado, no, por desgracia. Todas las naciones hispanoamericanas la padecen. ¿Cómo no, si también la padece, en mayor o menor medida, la propia España de que todas ellas nacieron? Un brillante escritor venezolano, Rufino Blanco-Fombona, refiriéndose a su propio país, ha hecho de ello una pintura exacta que ahora puede presentarse, sin más que cambiar los nombres propios, como un fidelísimo retrato de la situación de México:
— La barbarocracia y la tiranía no son esporádicas en Venezuela, sino constante y forzosa consecuencia de las condiciones étnicas y sociales de la Nación. Mientras éstas no cambien, la barbarocracia y el desbarajuste imperarán, en forma más o menos atenuada a veces, por obra personal de algún factor determinado, pero imperarán siempre. A idénticos sumandos, idéntico total. Gómez puede pasar; los andinos pueden perder su influencia perniciosa; pero a Gómez sucederá probablemente otro bárbaro, y alguna sección de la República, no menos rudimentaria que los Andes, llegará al Capitolio representada en un soldado...
¿Por qué sucede eso? Blanco-Fombona lo explica:
— Los ciudadanos influyentes de la política nacional no piensan de la propia suerte que yo en punto a etiología de nuestros trastornos venezolanos. Creen, algunos de la mejor fé y con una perseverancia en sus pareceres que no entibia ni descalabra un siglo de fracasos, que basta una revolución para derrocar un gobierno, remontar con nuevas piezas la máquina burocrática, y que la República sea el más libre y feliz de los pueblos en el mejor de los mundos imaginables. Multitud de oportunistas, aunque tal no piense, suscribe a semejantes pareceres, por estrecha ambición personal y para abrirse camino acogiéndose al reflejo de alguna espada victoriosa. La rutina de nuestros conciudadanos no quiere iniciar nuevos derroteros. Una y otra vez enfilamos la tortuosa y obscura senda de las guerras civiles, a cuyo término, muchas veces, tras abismos rebosantes de sangre y montañas de huesos que blanquean, no se alcanza otra meta que la desesperanza y el vencimiento que afianzan al malo en su maldad y remachan sobre las carnes laceradas de la patria los grillos que anhelamos romper...
Y aún subraya mejor Blanco-Fombona el fruto de las revoluciones:
— Sabemos que a menudo, por no afirmar que siempre, las revoluciones y guerras intestinas, después de prometer villas y castillos, después de tronchar las vidas más preciosas de la República, por ser las de los más valientes, después de costamos millones y millones, después del descrédito que nos granjean, después de la muerte y la ruina que nos legan, se reducen a mero cambio de las principales figuras decorativas, no quedándole a la Nación más herencia que la de sus lágrimas, más beneficio que el de sus campos yermos y sus tesoros exahustos, más ejemplo que el de una arbitrariedad que se derrumba y el de una nueva arbitrariedad que se levanta. Los apositos cambian, pero la incurable úlcera permanece la misma...
Blanco-Fombona señala el desenlace de todo eso, tal como el colaborador del Correspondant lo define para México:
— Es menester convencerse de que el país necesita regenerarse, o perece por descomposición y en manos de esa conquista extranjera que ya ruge a nuestras puertas...
En Venezuela como en México el mismo peligro: la intervención extranjera, la caducidad bochornosa de la autonomía nacional, la extinción de la personalidad de un pueblo. ¿Se podrá ello remediar con aquellas elocuentes y amenas divagaciones sobre la justicia y la equidad de que habla Sir Hiram Maxim? Seguramente que no. Puesto que el mal no está tanto en la impetuosidad ambiciosa de la fortaleza agena como en la impotencia y en la incapacidad de la debilidad propia, y puesto que respecto de ésta, por ser nuestra, hemos de tener siempre medios de acción que nos faltan respecto de aquélla, que es agena, ¿cómo no ver el remedio, el mismo para aquellas naciones americanas donde la crisis del patriotismo y de la ciudadanía se traducen en una incesante conflagración intestina, que para aquellas otras naciones en las cuales esa crisis sólo se revela en una absoluta y general indiferencia, en un completo menosprecio respecto de la vida pública?