E. Gómez de Baquero

El hombre de hierro


Sólo por el afán de poner nombres raros a la cosas me explico que el literato venezolano D. Rufino Blanco Fombona haya puesto a su libro «El hombre de hierro», el nombre de novelín, que resulta un poco cómico aplicado una novela de tomo y lomo, que consta de cerca de 350, páginas en 4.°. Nos deja esto una impresión parecida a la de esos zagalones a quienes padres extremosos tratan como si fueran tiernos infantes, y no les hablan más que en diminutivo.

El libro deI Sr. Blanco Fombona es intenso. Hay en él dos tipos, que son cada' uno, desde su punto de vista, un acierto psicológico y estético. Uno es el protagonista, Crispín Luz, un hombre apocado, laborioso, enteco, de esos que nacen para carne de sacrificio y de quienes abusa todo el mundo por su propia bondad. De las desventuras de este personaje se puede sacar una acerada moraleja nietzscheana: sed malos, antes que ridículos. El otro es un tipo femenino, más frecuente en la vida real que en la novela, donde suelen ser preferidos los caracteres de algún relieve. Es una mujer apática, egoísta, de genio reconcentrado, de un romanticismo soso, de floja voluntad, una de las predestinadas al adulterio sin pasión, o a la pasión sin disculpa por vanidad, porque lo hacen otros; una de esas mujeres que son esclavas de los hombres egoístas y fuertes y tiranas de los maridos o los amantes buenos y débiles. El cuadro de costumbres que pinta el Sr. Blanco Fombona tiene color, animación, vida. Lo que tenga de local no podrá apreciarlo el público europeo (la acción pasa en Venezuela); pero como las costumbres de las clases alta y media de los pueblos civilizados son casi cosmopolitas, hay en esta pintura de costumbres un fondo de realidad y de interés dramático perfectamente comprensible.

Como novelista, hay que aplaudir al señor Blanco Fombona; pero no se le puede alabar en la misma medida como escritor, por su afición a los neologismos y extranjerismos. Yo no soy enemigo del neologismo, ni creo que las lenguas vivas pueden estancarse y declarar definitivo y cerrado su léxico. Mas el neologismo y las voces de estirpe extranjera, para ser aceptables, necesitan mejorar las voces existentes o suplir las que en un idioma falten o hayan caído en desuso, pues lo primero es raro en las grandes lenguas modernas. No veo ventaja ni progreso alguno en decir «tutelaje» por tutela, «desapuñar» por soltar, «fortunoso» por afortunado, «reclamo» por reclamación, ni otras cosas parecidas que el Sr. Blanco escribe, y peor todavía me parece el uso de ciertas preposiciones cuando la construcción está pidiendo otras (v. gr., «de» en lugar de «por» o «para»). Sin embargo, creo que no debe darse demasiado alcance a esta crítica gramatical, pues es fácil que algunos de estos defectos dependan de deformaciones regionales delcastellano en América, y no son tampoco tan frecuentes que afeen continuamente el lenguaje.

E. Gómez de Baquero