Filosofía en español 
Filosofía en español

cubierta

Cuadernos Socialistas

≈≈≈≈

El Congreso del Movimiento Europeo, celebrado en Munich

Estertores de agonía del franquismo

En el Cuarto Congreso del Movimiento Europeo, los españoles europeístas definen con firmeza su actitud ante la integración de España. – El franquismo, despechado, contesta con insultos, calumnias y deportaciones. – El Movimiento Europeo, todos los demócratas del mundo, deben replicar rápida y enérgicamente a ese demencial desafío franquista.

◒◓

[ 1962 ]

 

«El Movimiento Europeo reunirá los días 7 y 8 de junio, en Munich, un Congreso Político, cuyos trabajos se consagrarán al estudio de la democratización de las Instituciones europeas y de los medios y maneras de llegar a la creación de una Comunidad Política, susceptible de asegurar un verdadero progreso en la construcción de los Estados Unidos de Europa...»

En estos términos claros que figuran en la convocatoria-invitación, se expresaron los organizadores del Cuarto Congreso del Movimiento Europeo para precisar el sentido y la significación del Congreso. Y, en efecto, el Congreso de Munich no ha sido una reunión de «técnicos», sino de «políticos». Ha constituido una espléndida manifestación política, de cuya trascendencia no cabe la menor duda. Esa trascendencia responde a la importancia que revistió el Congreso en sí mismo; pero su trascendencia se ha acrecido con las demenciales reacciones con que ha respondido el franquismo a las reuniones de Munich. Las consecuencias de todo ello para con los delegados que vinieron de España a asistir al Congreso, como las consecuencias para con el régimen franquista, han comenzado ya. Han comenzado nada más.

Falso europeísmo del franquismo

Los problemas de la construcción europea interesan grandemente a muchísimos españoles que ven en esa construcción la posible redención de España. Al lado de los europeístas españoles sinceros, que son los más, no faltan, en España, los europeístas de ocasión, cuando no de encargo. Lo son o aparentan serlo para evitar que la bandera del europeísmo quede solamente en manos de los antifranquistas. Y aunque franquismo y europeísmo son términos que se repelen, el franquismo se ha descubierto recientemente su tardía vocación europeísta. ¿Quién no recuerda el discurso del general Franco de fin de año 1956, en el que declaró solemnemente que pensar en una Europa unida equivalía a pensar en una quimera? ¿Quién no recuerda que hace un año, al clausurar el primer Congreso Sindical, Franco proclamó que las tendencias a la integración europea eran «las nuevas formas de los modernos imperialismos»? ¿Quién no recuerda, en fin, que en su discurso de 1.º de octubre de 1961, en Burgos, habló Franco de los peligros políticos que suponía todo acercamiento a Europa?

Sin embargo, a pesar de haber dicho todo lo anterior, cuando el Mercado Común entra en su segunda etapa, y los técnicos de la economía franquista advierten la grave situación en que va a encontrarse España si España queda al margen del Mercado Común, el ministro Castiella se dirige, el 9 de febrero de 1962, al presidente del Consejo de ministros de los Seis, solicitando se estudie la manera de que pueda asociarse España a la C.E.E.

Y con la proverbial desenvoltura de todo régimen dictatorial, ciscándose en cuanto habían dicho hasta entonces contra cualquier forma de integración europea, Castiella fundamenta su pretensión en... «la vocación europea de España, repetidamente confirmada a lo largo de la Historia...», en «la posición geográfica de España...», en «los nexos que unen a España con los países americanos...» Pero digan lo que digan los franquistas, no pueden engañar a nadie. El europeísmo de los franquistas es falso. Lo que acaba de ocurrir con motivo del Congreso de Munich, lo confirma elocuentemente.

Los españoles en el Movimiento Europeo

Los españoles pertenecemos al Movimiento Europeo desde que se fundó. En el Congreso fundacional de La Haya hubo españoles. Y en cuanto llegó el momento oportuno, se constituyó el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, siempre presidido por Salvador de Madariaga. Al principio, lo integraban solamente las formaciones europeístas del exilio. Con el tiempo, poco a poco, fueron incorporándosele elementos y formaciones del interior de España, con lo que se lograba el pensamiento esencial del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo. Porque éste, desde el primer día, se impuso la obligación de hacer cuanto estuviese a su alcance para favorecer la convivencia entre españoles de dentro y de fuera de España, prefigurando así, en cierto modo, la España de mañana que todos los españoles, salvo los franquistas, desean: Una convivencia limpia de rencores, donde cada cual, sin abdicar de sus convicciones políticas, filosóficas y religiosas, pudiese defenderlas libremente, dentro del respeto mutuo que todos nos debemos. Ese ensayo de sincera convivencia ayudaría a unos y a otros a conocerse mejor, a corregir los prejuicios que la separación geográfica creó y que el franquismo alimentó con su criminal campaña contra los exiliados, a base de mentiras, injurias y calumnias. Esa convivencia prepararía los espíritus para el proceso de reconciliación de los españoles. Como la inmensa mayoría de los españoles es eso lo que piensan y desean, ha sido posible poner en marcha esos preparativos que unos y otros nos impusimos. El Congreso de Munich ha ofrecido su más espléndida confirmación.

Los 118 de Munich

Contrariamente a lo que se pretende hacer creer, la reunión de Munich no es la primera reunión en que coinciden voluntariamente españoles de dentro y de fuera. Mucho antes, y en diversas ocasiones y circunstancias, han coincidido no pocos españoles más o menos afines. El hecho no tiene nada de extraordinario. Hace falta ser franquista para extrañarse y hasta pedir severos castigos para quienes realizan un acto propio y natural de toda persona civilizada. Hace falta ser franquista para querer impedir que unos compatriotas se preocupen y se ocupen en la tarea de cicatrizar las heridas que hace veinticinco años abrió la guerra civil.

De todos modos, la reunión de Munich ha sido la más numerosa en su género. Y, como se comprenderá, no ha sido improvisada. Hace mucho tiempo que se pensaba en ello, dentro y fuera de España.

Hemos aprovechado la gran oportunidad que nos ofrecía la reunión del Cuarto Congreso del Movimiento Europeo, para celebrar, sólo los delegados españoles que acudiesen al Congreso, un Coloquio durante los días 5 y 6 de junio. El Coloquio no tuvo nada de secreto. Lo convocó, de acuerdo con el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo, el Secretario del Movimiento Europeo, Robert van Schendel. Y como dice la convocatoria-invitación, el Coloquio era para tratar de «los problemas de la integración de España en Europa». Los delegados que acudimos éramos 118: 80 del interior y 38 del exterior. Hubiesen venido muchos más de España de no haber puesto el Gobierno franquista, a no pocos, ciertas cortapisas a la hora de obtener el pasaporte. Y algunos, decididos a venir y no habiendo conseguido pasaporte, llegaron a Munich después de atravesar clandestinamente dos fronteras.

Todos los delegados nos alojamos en el mismo Hotel. Todas las fuerzas o grupos de la oposición antifranquista estaban en Munich con sus hombres más representativos. Entre los delegados figuraban cuatro o cinco sacerdotes. Presidió el Coloquio Salvador de Madariaga; el secretario del Movimiento Europeo, el belga Robert van Schendel, asistió a todas las sesiones plenarias y a cuantas reuniones de Comisión quiso.

A pesar de cuanto se ha escrito en contrario, los contactos personales se establecieron desde el primer momento sin dificultad. Todos los delegados sabían a lo que venían, y conocían, al menos de nombre, a sus posibles interlocutores. Hubo una tentativa para que se reunieran simultáneamente y por separado, los del interior y los del exterior, lo que era contrario a los fines que se perseguían esto es, acabar con esa nefasta separación que tanto cultiva el franquismo. Como había dos textos, uno del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo y otro de la Asociación Española de Cooperación Económica, se formaron dos grupos para examinar dichos textos. Aunque se reunieron separadamente, los delegados tenían libertad de asistir al grupo que quisieran. No estará de más subrayar que al grupo donde se examinaba el texto «del exterior», acudieron en gran número los delegados «del interior».

Eso pasaba el martes 5, por la tarde. Aquella misma tarde se acordó que una vez terminado el examen, por separado, de los dos textos, se formase una Comisión de diez miembros –cinco por cada grupo– para que, durante la noche, redactase un solo texto, que sería discutido en sesión plenaria, con asistencia de todos, el día 6 por la mañana.

Los que formamos parte de la Comisión mixta, que presidió Madariaga, podemos asegurar que la sesión duró menos de dos horas; que se discutió con la máxima libertad, a veces con calor, según los temperamentos de cada cual, y siempre con cordialidad. El texto, aprobado por unanimidad, está hecho a base de los dos textos primitivos y en él se advierte las concesiones mutuas, que se consintieron sin ninguna violencia. En realidad, los dos textos primitivos se parecían mucho.

El día 6, por la mañana, se celebró la sesión plenaria. Estaban todos los delegados. Madariaga, que presidía, dio cuenta de los trabajos de la Comisión mixta y leyó el texto definitivo en su versión española y en su traducción francesa. Todos los delegados aprobaron el texto, en medio de grandes aplausos. Fue un momento de gran emoción, pues era la prueba de cuán fácil es llegar a un acuerdo en cosas concretas y esenciales cuando se derriba la barrera de prejuicios que el franquismo se empeña en mantener para que no puedan conocerse y entenderse los españoles de dentro y de fuera de España que están dispuestos a recorrer juntos el trozo de camino que sea menester para que nuestro país vuelva a ser dueño de sus destinos.

Esta emoción se agrandó cuando Madariaga, con sencilla solemnidad, pronunció unas palabras al mismo tiempo que depositaba en manos del Secretario, van Schendel, el texto aprobado. Y van Schendel, tan emocionado como los españoles, aceptó el texto y subrayó la importancia, la trascendencia de lo que acababa de conseguirse. Madariaga, Schendel y todos los presentes, estaban dominados por un mismo sentimiento: En aquella sala del Hotel Regina, y en aquel momento, se acababa de cerrar un paréntesis doloroso y se había escrito una de las páginas más fecundas para el porvenir de España.

Intolerables presiones franquistas

Al día siguiente, 7, comenzó el Congreso del Movimiento Europeo. Al comenzar la sesión de la tarde, nos enteramos que el Gobierno franquista, informado por sus servicios «especiales», que tienen sus bases de operaciones en tierras alemanas, del texto que habíamos aprobado unánimemente el día anterior, pidió al Gobierno alemán que consiguiese del Congreso que este no aceptase la presentación de nuestro proyecto de resolución. En nombre del Gobierno alemán se hicieron presiones sobre Madariaga. Este las rechazó. Las hizo igualmente el Gobierno de Baviera –católico– y fueron igualmente rechazadas. De Bruselas llegaron emisarios –no del Gobierno belga, naturalmente– que presionaron al secretario, van Schendel. Los franquistas tienen un sentido imperialista del poder. Creen, por lo visto, que pueden avasallar a los españoles fuera de España como los avasallan dentro. Creen que todos los Gobiernos tienen que estar a su servicio para, por delegación, vejarlos. Creen los franquistas que por haber conseguido esa docilidad del Gobierno de algún país para molestar a los refugiados, que todos los Gobiernos deben hacer lo mismo. Pero esta vez se equivocó. A la estúpida maniobra franquista replicamos todos nosotros alertando a nuestros amigos, que son numerosos en el Movimiento Europeo. Nuestro amigo Fernand Dehouse, senador socialista belga, que ha sido presidente de la Asamblea del Consejo de Europa, en su intervención en la tribuna, encontró ocasión de decir contra el régimen franquista las verdades que tanto aplaudieron los congresistas.

La mejor respuesta a la intolerable inmixión franquista la dio el Congreso. Cuando en la mañana del viernes se concedió la palabra a Madariaga para presentar nuestro proyecto de resolución, el Congreso, todo el Congreso, le hizo una interminable ovación. El discurso de Madariaga fue interrumpido muchísimas veces con grandes aplausos. Y cuando terminó de leer nuestro texto y pronunció las palabras finales, los congresistas se pusieron en pie al mismo tiempo que le prodigaban una formidable ovación. Gil Robles, que pronunció unas palabras a continuación, fue igualmente muy aplaudido. El Congreso, con su actitud, aprobaba nuestra resolución y, con ello, condenaba el desdichado régimen que padece España. El Movimiento Europeo se hubiese deshonrado de haberse plegado a los caprichos de la dictadura franquista. El Movimiento Europeo ha cumplido con su deber y el franquismo ha sufrido una tremenda derrota.

La gran rabieta del franquismo

Comprendemos perfectamente la rabia del franquismo. Gil Robles confesó durante el Coloquio y repitió en sus declaraciones a la prensa que, antes de salir de Madrid para Munich, depositó en una notaría el texto de la resolución de la A.E.C.E. que venía a defender ante el Congreso, y el sentido de las palabras que iba a pronunciar llegado el caso. Todo ello, además, fue comunicado a Carrero Blanco, esto es, al Gobierno franquista. Cuando Gil Robles hizo esa declaración durante el Coloquio, ante la Comisión que primeramente se designó, hubo quien se sorprendió de dicha actitud. Y la sorpresa fue expresada con singular viveza y contestada a tono. Ese ha sido el motivo del único momento «explosivo» que ha conocido el Coloquio. Y para evitar interpretaciones equivocadas, digamos en seguida que ese «incidente» no fue entre «adversarios», sino entre amigos y casi «correligionarios».

Pero volvamos a nuestro tema. Es decir, el Gobierno franquista sabía que se venía al Congreso de Munich, como sabía quiénes íbamos a concurrir, pues de lo contrario hay que dimitir a los numerosos agentes de los «servicios especiales», al Embajador, al Cónsul de Munich y, sobre todo, a lo que funciona mal y cuesta caro, en Francfort y en Bruselas. Lo sabía y los dejó salir de España. Ello nos hace pensar que el texto que traía la A.E.C.E. no disgustaba al Gobierno y hasta que creyese, seguramente por haberlo leído precipitadamente, que, de aprobarse, facilitaría la entrada del franquismo en el Mercado Común. Pero el Gobierno franquista seguramente se llamó a engaño cuando se enteró del texto que unánimemente aprobamos los españoles del Coloquio en la mañana del miércoles, día 6, y cuyo preámbulo dice así:

«El Congreso del Movimiento Europeo, reunido en Munich los días 7 y 8 de junio de 1962, estima que la integración, ya en forma de adhesión, ya en forma de asociación, de todo país a Europa, exige de cada uno de ellos instituciones democráticas, lo que significa en el caso de España, de acuerdo con la Convención Europea de los Derechos del Hombre y la Carta Social Europea, lo siguiente:»

Entonces hace intervenir al Embajador en Bonn para que evite a toda costa que se presente nuestra resolución al Congreso. El viernes se entera de que no sólo no se ha podido evitar la presentación sino que el Congreso la ha aclamado. Aquella misma noche hay Consejo de Ministros en El Pardo. El Caudillo está furioso ante la derrota sufrida en Munich. Los ministros acreditados por su mano dura piden que se acabe de una vez con los perturbadores. Los ministros «económicos» que lograron imponerse cuando las huelgas para que no se reprimieran violentamente, capitulan esta vez. Se aprueba el decreto que suspende el artículo 14 del Fuero de los Españoles durante dos años, y se encomienda al ministro del Interior que tome las medidas pertinentes. El sábado comienzan a llegar a Madrid los primeros delegados de Munich. Y el ministro del Interior, general Alonso Vega, empieza a aplicar las «medidas pertinentes». Ya se conocen esas «medidas pertinentes». Quienes estuvieron en el Congreso de Munich, pueden elegir: o se van al exilio o se les destierra a Fuerteventura. Como se ve, el franquismo es auténticamente europeísta. La hazaña de ahora es un mérito más para que le abran de par en par las puertas del Mercado Común.

La replica que se impone

Las jornadas de Munich han sido muy eficaces y muy provechosas para todos. Para los españoles, en primer lugar. Pero también lo han sido para los no españoles que asistieron al Cuarto Congreso del Movimiento Europeo.

El Coloquio de los españoles ha hecho posible que, durante dos días, quienes apenas se conocían, o se conocían mal, hayan podido tratarse, expresarse libremente, traducir directamente, sin énfasis, el fondo de sus pensamientos. Estamos seguros de que con esos contactos y esas informaciones mutuas se han superado en todos no pocos prejuicios falsos, injustos e irritantes.

Nosotros, además, hemos podido comprobar con satisfacción, que se ha producido una profunda mutación en los espíritus. Y si se tiene en cuenta que entre los que asistieron al Coloquio habían quienes pueden considerarse como auténticos exponentes de situaciones sociales y estados de opinión muy diversos que completan, con lo que significamos nosotros, la verdadera fisonomía actual de España, se comprenderá cuán importante han sido las jornadas de Munich que estamos comentando.

No será menester insistir en que, en Munich, no se ha firmado ni establecido pacto político de ninguna clase. No era ese el objeto ni la finalidad del Coloquio. Lo que en el Coloquio se ha conseguido es, ni más ni menos, que lo que se pretendía. Sus efectos saltan a la vista.

La brutal reacción del franquismo no puede ser más aleccionadora. Mal, muy mal, debe sentirse el régimen para creerse obligado a deportar o exiliar a quienes no quieren ser «súbditos» sino «ciudadanos» de una España auténticamente democrática. Mal, muy mal debe sentirse el régimen, cuando se ha creído obligado a movilizar a todos sus mercenarios para que organicen manifestaciones de adhesión al Caudillo en las principales capitales de provincia. Mal, muy mal, debe sentirse el régimen cuando ha dado orden a sus asalariados de la radio y de la prensa para que con su grosería habitual nos consagren sus emisiones, y sus artículos, echando mano a los epítetos que consideran más infamantes. Júzguese si no, por algunos de sus títulos: «Reconciliación de traidores», «La traición y la estupidez, aliadas en sucio contubernio contra España»... Mal, muy mal, debe sentirse el régimen, cuando el Caudillo se ha considerado obligado a desplazarse hasta Valencia para pronunciar uno de esos jocosos discursos en que, con palabras tronitruantes que no impresionan a nadie, quiere ocultar la agonía del régimen. Porque en realidad, esas reacciones del franquismo no son más que los estertores de su agonía.

Si el Coloquio ha tenido esa importancia y ese significación para los españoles, el Cuarto Congreso del Movimiento Europeo, en el que participaron tantas y tan eminentes personalidades, ha sido fatal para el régimen franquista. No sólo porque aprobando que para ingresar en cualquiera de sus formas en las Comunidades Europeas, es condición indeclinable que el país que lo solicite tiene que ser una democracia y aplicar la Carta de los Derechos del Hombre y la Carta Social del Consejo de Europa, con lo que se excluye el régimen franquista y su democracia orgánica, sino porque han sabido solemnemente lo que piensan y quieren los españoles más representativos de la España auténtica.

Y, terminado el Congreso, cuando se hayan enterado de que el falso europeísmo franquista deporta y exilia a quienes son verdaderos europeístas y que los persigue por haber acudido a la reunión de Munich los españoles que integran el Movimiento Europeo, tienen que reaccionar rápida y enérgicamente. Ya lo ha hecho la Socialdemocracia alemana pidiendo al Gobierno alemán que proteste ante el Gobierno de Madrid por haber castigado a quienes fueron a Munich invitados por los alemanes. Ya lo han hecho los senadores socialistas belgas, anunciando que van a llevar sus quejas contra el franquismo ante el Consejo de Europa. Y cada día nos enteraremos de nuevas protestas. El Movimiento Europeo no puede tolerar la persecución de que son víctimas sus afiliados españoles. Los demócratas del mundo tienen que ejercer cuantas acciones estén a su alcance para contrarrestar las brutalidades franquistas. Para quien lo necesitara, el franquismo se ha quitado la careta. Ningún demócrata tiene ahora excusa para mantenerse indiferente ante tantos atropellos. A los trabajadores, siempre blanco de las iras franquistas, les siguen ahora quienes no son obreros. Ello demuestra la amplitud del antifranquismo en España. A eso hay que replicar.

Que se enteren los españoles de la verdad. Y la verdad es que España no se benefició del Plan Marshall por culpa del franquismo, y que ahora no se beneficiará del Mercado Común por culpa del franquismo. Los españoles tienen que elegir entre el franquismo, con la miseria y la opresión; o la libertad y el bienestar sin el franquismo. En realidad, los españoles han elegido ya. Munich lo ha confirmado.

≈≈≈

Resolución del Congreso del Movimiento Europeo

El Congreso del Movimiento Europeo, reunido en Munich los días 7 y 8 de junio de 1962, estima que la integración, ya en forma de adhesión, ya de asociación de todo país a Europa, exige de cada uno de ellos instituciones democráticas, lo que significa en el caso de España, de acuerdo con la Convención Europea de los Derechos del Hombre y la Carta Social Europea, lo siguiente:

1. La instauración de instituciones auténticamente representativas y democráticas que garanticen que el Gobierno se basa en el consentimiento de los gobernados.

2. La efectiva garantía de todos los derechos de la persona humana, en especial los de libertad personal y de expresión, con supresión de la censura gubernativa.

3. El reconocimiento de la personalidad de las distintas comunidades naturales.

4. El ejercicio de las libertades sindicales sobre bases democráticas y de la defensa por los trabajadores de sus derechos fundamentales, entre otros medios por el de la huelga.

5. La posibilidad de organización de corrientes de opinión y de partidos políticos con el reconocimiento de los derechos de la oposición.

El Congreso tiene la fundada esperanza de que la evolución con arreglo a las anteriores bases permitirá la incorporación de España a Europa, de la que es elemento esencial; y toma nota de que todos los delegados españoles presentes en el Congreso expresan su firme convencimiento de que la inmensa mayoría de los españoles desean que esa evolución se lleve a cabo de acuerdo con las normas de la prudencia política, con el ritmo más rápido que las circunstancias permitan, con sinceridad por parte de todos y con el compromiso de renunciar a toda violencia activa o pasiva antes, durante y después del proceso evolutivo.

≈≈≈

Reacción demencial del gobierno franquista

Como se ha dicho anteriormente, los Embajadores franquistas de Bonn y de Bruselas presionaron cuanto pudieron para impedir que el proyecto de Resolución aprobado por los 118 españoles se presentara al Congreso del Movimiento Europeo. Todas las presiones fracasaron. El proyecto de Resolución se presentó y el Congreso la hizo suya en medio de grandes manifestaciones de entusiasmo.

Al día siguiente, viernes, hubo en El Pardo Consejo de Ministros, que duró doce horas. Se trató de lo ocurrido en Munich. Los ministros partidarios de la moderación y del apaciguamiento, fueron derrotados. La actitud de éstos no respondía a sentimientos humanitarios o de justicia, sino a cálculo. Pensaban en las gestiones en perspectiva para la admisión en el Mercado Común. Por eso, al terminar el Consejo, el ministro de Asuntos Exteriores pudo decir que «con la absurda decisión que acababa de tomar el Consejo de Ministros, se había perdido el beneficio de seis años de trabajo diplomático para acercarnos a Europa».

El Consejo había aprobado el Decreto-Ley siguiente:

«Las campañas que desde el exterior vienen realizándose para dañar el crédito y el prestigio de España, han encontrado eco y complicidad en algunas personas que, abusando de las libertades que el Fuero de los Españoles les reconoce, se han sumado a tan indignas maniobras.

El propio Fuero de los Españoles ofrece los recursos que la ocasión exige. En su virtud, visto el artículo 35 de dicho texto legal, a propuesta del Consejo de Ministros, en su reunión del día de hoy,

Dispongo:

Artículo 1.– Se suspende, en todo el territorio nacional, y por el plazo de dos años, el artículo 14 del Fuero de los Españoles.

Artículo 2.– Se encomienda al ministro de la Gobernación, la adopción de las medidas que, en cada caso, se juzguen necesarias en aplicación del artículo anterior, de las que dará cuenta al consejo de Ministros.

Artículo 3.– Del presente Decreto-Ley se dará inmediata cuenta a las Cortes.

Dado en El Pardo, a 8 de junio de 1962. – Francisco Franco.»

—o—

Todos los periódicos franquistas dieron el texto del Decreto-Ley acompañado de la siguiente aclaración:

«Los artículos 14 y 35 del Fuero de los Españoles, a que se refiere el anterior Decreto-Ley, dicen lo siguiente:

Art. 14.– Los españoles tienen derecho a fijar libremente su residencia dentro del territorio nacional.

Art. 35.– La vigencia de los artículos 12, 13, 14, 15, 16 y 18 podrá ser temporalmente suspendida por el Gobierno, total o parcialmente, mediante Decreto-Ley que taxativamente determine el alcance y duración de la medida.»

—o—

Las medidas que el general-ministro de la Gobernación estimó necesario adoptar fueron, como se sabe, las de ir cazando a cada uno de los españoles que regresaban de Munich a España; a unos, en la frontera, y a otros, en el aeródromo, obligándolos a que, en el acto, eligiesen el destierro a Fuerteventura o el Exilio. Según el general-ministro de la Gobernación, en el divertido discurso que leyó en las Cortes de procuradores el 13 de julio, seis eligieron la expatriación y nueve la deportación.

Suponiendo que esas cifras sean exactas –todo el discurso está plagado de errores– la gravedad de la fechoría no depende del número de víctimas. Pero las fechorías cometidas por el Gobierno al amparo de ese ominoso Decreto-Ley, no quedan reducidas a esas 9 deportaciones y a esas 6 expatriaciones, sino que, además, metódicamente, la Dirección General de Seguridad ha ido convocando a todos los españoles residentes en España que figuraban en la relación distribuida en el Congreso por la Secretaría del Movimiento Europeo, relación incompleta, desde luego. Incluso la policía ha interrogado a quienes no fueron a Munich ni figuran en la relación. A todos los interrogaron groseramente, no ahorrándoles ninguna vejación. A unos, les impusieron fuertes multas; a otros, les retiraron el pasaporte para que no pudieran salir al extranjero donde, por su profesión, necesitan trasladarse con frecuencia. Lo que se hizo con el ilustre Profesor de la Universidad de Sevilla, Don Manuel Jiménez Fernández, presidente de Izquierda Demócrata Cristiana, fue odioso. Y más odioso aún lo que se ha hecho con el prestigioso abogado de Palma de Mallorca, Don Félix Pons, ex-Decano de aquel Colegio de abogados, que fue trasladado a Madrid como un vulgar delincuente y, de allí, tras los vejámenes de que fue objeto en la Dirección de Seguridad, lo expidieron a Fuerteventura.

Traidores y agentes de Moscú

Al Gobierno le pareció poco esa acción punitiva individual. Había que demostrar al mundo que España entera estaba contra «los traidores de Munich, verdaderos agentes de Moscú». Para ello «espontáneamente», todos los periódicos, obedeciendo las consignas de ministerio de la Información, desataron una campaña de injurias y calumnias contra quienes asistieron al Coloquio y al Cuarto Congreso del Movimiento Europeo celebrado en Munich. Júzguese, sino por algunos de los títulos de los artículos publicados: «Reconciliación de traidores», «La traición y la estupidez, aliadas en sucio contubernio contra España»... La campaña de los periódicos se completó con las emisiones de la radio.

Pero todo ello era poco. No bastaba con injuriar y calumniar a los que se reunieron en Munich. Había, además, que desagraviar al decadente Franco. Todos los gobernadores civiles enviaron el consabido telegrama de adhesión. Y, seguidamente, se intentaron organizar manifestaciones a la gloria del ya ex-invicto Caudillo de España, aunque todavía «por la gracia de Dios». La que tuvo más éxito fue la de Valencia, aprovechando el viaje de Su Excelencia. Durante una semana, todo un Estado Mayor operacional se estuvo estrujando el magín para que la organizada manifestación popular resultase verdaderamente espontánea y grandiosa. Requisaron autobuses y camiones para acarrear gente hasta los pueblos más lejanos de la capital. La jornada de la tarde se declaró festiva para los trabajadores y pagada por los patronos. Se obligó a los soldados de la guarnición a que acudiesen vestidos de paisano a la manifestación. Se repartieron unos cuantos duros y se bebió gratis cuanta coca-cola se quiso. Y para preparar psicológicamente al auditorio a fin de que comprendieran mejor el alcance y significación del discurso que iba a pronunciar el «ex-centinela del Occidente», se lanzaron profusamente unas octavillas, cuya redacción confiaron a los falangistas más idiotas. He aquí los textos de algunas de las octavillas cuya lectura hizo las delicias de los valencianos.

En una de las octavillas se dice: «Munich: el pacto de la traición. –El pueblo denuncia el contubernio de los pseudo-católicos, de los pseudo-monárquicos y de los pseudo-demócratas.» En otra octavilla se lee: «Vergüenza y asco. Esto siente el pueblo de España ante el acuerdo de Gil Robles-Llopis. ¡Españoles, alerta!». Y en otra tercera octavilla, añaden: «Rodolfo Llopis, un socialista fracasado; José María Gil Robles, un pseudo-demócrata-cristiano; Dionisio Ridruejo, un falangista traidor; Satrústegui, un traficante monárquico; Prados Arrarte, un intelectual resentido... Kruschef los aplaude... y todos, por ambición personal, agentes directos o indirectos de Moscú.»

Todas las octavillas llevan en el dorso unos dibujos alusivos del peor gusto. Esta tercera octavilla, en el dorso, en vez del dibujo de turno, lleva la siguiente inscripción: «¡Españoles! Todos unidos frente al contubernio de los traidores. ¡Abajo los firmantes del Pacto de Munich!» No caben más mentecateces en menos palabras.

El discurso se pronunció. Las brigadas de los aplausos y los interruptores estipendiados, colocaron más o menos a destiempo las ovaciones conocidas y los gritos contratados que pretendían ser injuriosos para los españoles que estuvieron en Munich. Pero no se preocuparon de explicar, y menos justificar, los epítetos de traidores y de agentes de Moscú que con tanta prodigalidad nos han lanzado.

En cambio, el haber jurado derramar hasta la última gota de su sangre en defensa del rey Alfonso XIII y, llegado el momento, en 1931, sin haber sido relevado de su juramento, abandonar a su rey y ofrecerse a la República, tiene un nombre muy claro y muy expresivo: traición. El haber jurado defender la República, y llegado el momento, en 1936, alzarse contra la República, tiene un nombre muy claro y muy expresivo: traición. El pactar con Hitler y Mussolini la destrucción de España, y abandonar a sus protectores cuando la suerte de las armas comienza a serles adversa, tiene un nombre muy claro y muy expresivo: traición. El haber sacrificado a España, ayer, privándola de los beneficios del Plan Marshall, y el empecinarse, hoy, con motivo del Mercado Común, en arruinar totalmente a España, tienen también un nombre muy claro y muy expresivo: traición.

Estos profesores de moral, vestales de la lealtad, que han hecho de la traición la norma de su política, son los que, en un ambiente verbenero o fallero –puesto que la fechoría se sitúa en Valencia–, se permiten llamar traidores a los españoles que se preocupan de sacar a España del ludibrio en que la han hundido los fementidos acusadores que han montado ese número de feria pueblerina que repiten por todo el país para mejor ocultar el oprobio en que se consume España. Eso si que produce asco y náuseas. No produce menos asco la lectura de una hoja de Falange, impresa en los talleres de la Diputación provincial de Burgos, en la que se dice lo siguiente:

«El nauseabundo episodio de Munich es un capítulo mas de una larga historia de traiciones. Sus protagonistas son profesionales de la felonia. José María Gil Robles es una especie de repulsiva medusa curtida en todas las aguas turbias de la perfidia política; Rodolfo Llopis es un viejo delincuente en quien los ringorrangos del pseudointelectualismo se concilian siniestramente con una irrenunciable vocación de asesino; Salvador de Madariaga es la anciana alcahueta de un internacionalismo desmedulado, muy apto para jovencitos de cintura quebradiza; Dionisio Ridruejo es el recuelo pestilencial de todas las infamias, el sedimento residual de la vileza. Y los comparsas de esa tragicomedia canallesca son los representantes típicos de un señoritismo estúpido y nostálgico, en quienes los signos de la virilidad de la raza se presentan en lamentable estado de decadencia.»

La hoja termina con estas agoreras líneas:

«Ha llegado a todos los límites del agotamiento nuestra paciencia ante el crimen contra España. A los decrépitos fantasmas de Munich y a quienes aquí puedan sentirse solidarios con su propósito antipatriótico, les advertimos solemnemente que la Falange tiene el espíritu más robusto que nunca y las armas dispuestas para un castigo ejemplar. Una voz cuya evocación nos arrebata en la madurez lo mismo que nos arrebató con su magisterio directo en la primera juventud, nos dijo que no hay mas dialéctica admisible que la de los puños y las pistolas cuando se ofende a la Patria o a la justicia. En nombre de España y de la justicia seremos implacables.»

Quien ha sido implacable con esos valientes profesionales de Falange es Franco, ya que días después de todos esos eruptos literarios de los mercenarios de turno, se producía la crisis ministerial del 12 de julio y se constituía el nuevo (!!) Gobierno del que fueron expulsados –del Gobierno y de sus aledaños– unos cuantos significados falangistas presupuestívoros. Uno de ellos, Arias Salgado, tomó tan a mal la expulsión, que murió del berrinche días después. No valía la pena haberse desgañitado gritando en las distintas manifestaciones callejeras ¡todo el poder para Falange! Franco es un desagradecido. O ha llegado a la conclusión de que Falange es un estorbo. Los falangistas, pues, tendrán que buscar otro año. O darse de acta en la Legión.

Reacciones internacionales:

Los trabajadores, los socialistas, los demócratas de todo el mundo habían saludado con extraordinaria simpatía y profunda emoción las huelgas que los trabajadores españoles declararon en los meses de abril y mayo, ante las cuales el franquismo hubo de capitular. Esa emoción y esa simpatía, no solo tuvieron su expresión en los infinitos comentarios aparecidos en la prensa mundial, en las protestas a favor de los huelguistas que se hicieron públicas en las principales capitales del mundo democrático, sino además y sobre todo, en el magnífico movimiento de solidaridad moral y material que los sindicatos y los Partidos socialistas promovieron en todas partes a favor de los trabajadores españoles. Jamás se había conocido, hasta entonces, un movimiento de solidaridad tan amplio ni tan profundo. Ese movimiento de solidaridad para con los huelguistas, para con el pueblo español era, al mismo tiempo –nadie lo ocultó– una formidable condena por el despótico régimen franquista. El asco que el régimen franquista inspira a los demócratas de todo el mundo quedó evidenciado una vez más.

Cuando se estaban apagando los ecos de esa magnífica protesta mundial, surge lo de Munich. Los acuerdos de Munich fueron saludados igualmente con inmensa alegría por todos los demócratas del mundo que veían en lo ocurrido en Munich la prueba fehaciente de la amplitud de la oposición española al régimen franquista.

La demencial reacción del gobierno franquista injuriando, calumniando, deteniendo, multando, deportando y exiliando a quienes habían participado en el Coloquio y en el Cuarto Congreso del Movimiento Europeo celebrados en Munich, indignó a todos los europeístas y a todos los demócratas del mundo. Los Movimientos Europeos de cada país publicaron encendidas protestas; los grupos parlamentarios socialistas de Europa protestaron con extraordinaria viveza; los Partidos Socialistas hicieron llegar a los Embajadores franquistas su indignación; el Labour Party, con Gaitskell a la cabeza, visitó al Embajador franquista de Londres; los parlamentarios socialistas alemanes interpelaron en el Bundestag al ministro alemán de Asuntos Exteriores; los parlamentarios socialistas holandeses llevaron la cuestión a la Cámara, provocando una votación para que no se entablaran negociaciones acerca del Mercado Común con la dictadura franquista, y lograron derrocar al gobierno holandés. La Internacional Socialista con sus veinte millones de afiliados, aprobó los acuerdos de Munich y condenó una vez más el régimen franquista. Y la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres, con sus sesenta millones de afiliados, en su Congreso celebrado en Berlín en el mes de julio, aprobó los acuerdos de Munich y ha pedido que se rompa toda clase de relaciones económicas con la dictadura franquista. Y, por último, el Comité Ejecutivo del Movimiento Europeo, no podía permanecer impasible ante las arbitrarias sanciones que el gobierno franquista había impuesto a los españoles que, invitados por dicho Comité, acudieron al Congreso de Munich. Designó una Comisión para que se trasladara a Madrid, y expresase al Caudillo su protesta. La Comisión estaba constituida por el belga socialcristiano Pierre Wigny, que ha sido ministro de Asuntos Exteriores y que fue Ponente en el Congreso de Munich, por el francés Etienne Hirsch, que ha sido director del Euratom y; por el ex ministro laborista inglés John S. Hynd. La delegación iba acompañada del secretario del Movimiento Europeo, el belga Robert Van Schendel.

La delegación fue recibida por Franco durante la tarde del jueves 5 de julio. El Caudillo, siempre rencoroso, no permitió que asistiese a la entrevista el Secretario del Movimiento Europeo que tan inteligentemente cumplió con su deber en Munich. Por lo visto, no basta amar a España para ser estimado de El Pardo. Hace falta, sobre todo, ser lacayo del franquismo. La visita a la que asistió Castiella, fue muy fría. Los visitantes hubieron de escuchar de labios de Franco, que éste aprobaba los términos de la Resolución votada en Munich –¿entonces?– pero que no podía aceptar que se hubiese facilitado la ocasión para que se reuniera la oposición del interior y del exterior. A ello replicaron los visitantes que la relación de delegados la dieron las organizaciones europeístas que funcionan dentro y fuera de España. Si el texto es aprobado por Su Excelencia –se dijo– ¿por qué se les ha castigado? Su Excelencia, al oír esa frase, se puso en pié indicando la puerta para que se marcharan.

Los visitantes, con la experiencia de su visita en la que pudieron comprobar el cinismo y la soberbia que derrochan los franquistas, tienen nuevos elementos de juicio para condenar severamente el régimen que padecen los españoles, régimen que tienen el impudor de pretender ingresar en las Comunidades europeas que son democráticas por antonomasia.

Una nota de las ejecutivas del P.S.O.E. y de la U.G.T.

Ante el enorme barullo que los franquistas habían armado para enturbiar la verdadera significación de lo ocurrido en Munich, las Comisiones Ejecutivas del Partido Socialista Obrero Español y de la Unión General de Trabajadores de España dieron a la publicidad la siguiente nota:

«Las Comisiones Ejecutivas del P.S.O.E. y de la U.G.T., debidamente informadas de cómo se han desarrollado el Coloquio entre españoles y el Cuarto Congreso del Movimiento Europeo, celebrados en Munich, proclaman su gran satisfacción ante la profunda significación de dichos actos y ante los resultados obtenidos en los mismos.

El Coloquio entre demócratas españoles que residen dentro y fuera de España y que están adscritos a las más diversas corrientes espirituales y políticas, ha demostrado a quienes podían dudarlo, que la inmensa mayoría de los españoles pueden y desean convivir juntos; que pueden coincidir en problemas concretos, aunque se discrepe en otros, y que coincidencias y discrepancias pueden expresarse libremente sin molestias para nadie, ni abdicaciones de ningún género.

En el Coloquio de Munich coincidieron unánimemente los 118 delegados españoles en un texto que establece las condiciones previas y necesarias que debe reunir todo país, y desde luego España, para poder integrarse en las Comunidades Europeas.

La acogida, más que entusiasta, apoteósica, que el Cuarto Congreso del Movimiento Europeo dispensó al proyecto de resolución confeccionado en el Coloquio y presentado al Congreso por la delegación española, demostró que Europa se felicitaba de ese estado de espíritu de los europeístas españoles. Su aprobación constituyó el más firme de los alientos para que los españoles perseveren en el camino emprendido. Y a través de la resolución, el Congreso lanzaba una solemne advertencia al Régimen franquista, cuyas consecuencias no se harán esperar.

Pero el Régimen franquista, después de haber fracasado en su grosera maniobra para impedir que el proyecto de resolución fuese presentado al Congreso, despechado y vengativo, en un acceso de furor decidió castigar con la deportación y el exilio a los españoles que habían cometido el imperdonable delito de convivir humanamente, durante cuatro días, con otros españoles que, como ellos, piensan en la posible y necesaria convivencia nacional.

El Régimen franquista, con esa demencial reacción, ha demostrado una vez más que para sobrevivirse necesita alimentarse de rencores y de odios y agitar diariamente el espectro de la guerra civil. El Régimen franquista, carente de autoridad, quiere seguir imponiéndose a los españoles por la arbitrariedad y el terror.

Esta vez, las víctimas no han sido, como tantas otras veces, los trabajadores. Ello no nos impide, en nombre de la justicia atropellada, saludar con la mayor simpatía a las actuales víctimas del franquismo, sean cuales fueren sus ideas.

El Régimen franquista se ha quitado, pues, la careta. Los Gobiernos de los países democráticos que pudieron creer que con sus apoyos y ayudas de todas clases contribuían a liberalizar la dictadura franquista, se habrán convencido ya del tremendo error político cometido y del daño que han causado al pueblo español prolongando artificialmente la agonía del franquismo. Esos Gobiernos deben rectificar sin pérdida de tiempo su insensata política a favor de la dictadura franquista, retirando las ayudas y los apoyos que le venían prestando. Que sepa el franquismo que es incompatible con la Europa democrática que se está construyendo. Y que lo sepa el pueblo español. La dictadura franquista no cabe en las Comunidades Europeas. Una España democrática, sí.

Junio 1962.»

En Munich

Allí estábamos nosotros

Creemos que en Munich se ha producido algo trascendental con motivo del Congreso del Movimiento Europeo. El previo coloquio de españoles del interior y del destierro, su coincidencia en unas conclusiones condenatorias del régimen del Caudillo y la aprobación clamorosa de estas conclusiones por el Congreso puesto en pie, hubieran sido ya mucho; pero hay bastante más.

Hay en los acontecimientos políticos un gran factor que no se inventa ni se crea con la inteligencia, sino que se descubre y aprovecha con ella, o que se hace presente sin avisar: es la oportunidad. Esta oportunidad es a veces no cosa fortuita y efímera, sino necesidad histórica que requiere satisfacción. La imperiosa atracción de una tal necesidad de España es lo que ha producido la reunión española de Munich y ha amplificado el rango que ya le daba la caracterización personal de tantos de sus componentes. Y sobre esto ha habido mucho más: ha habido la dignidad y la gallardía de las huelgas que acaban de producirse en España y que han puesto un vigoroso fondo de pueblo español detrás de los reunidos en forzosa expatriación.

De ahí que el acto de Munich haya interpretado con plenitud una coyuntura que puede ser histórica. De ahí que la opinión europea, y hasta mundial, le haya dedicado una atención tal que nos ha sorprendido a nosotros mismos. De ahí que se haya hecho luz la idea de que para la digna y eficaz incorporación de España, hay que dar fin al régimen ocupante de nuestro país.

Creemos, sí, que en Munich se ha producido algo muy importante. Y no lo creemos sólo nosotros; lo cree también el Caudillo, acreditando así por esta vez la efectividad de ese talento político que, entre tantos ingentes méritos, le atribuyen los encargados de elogiarlo. Lo cree y lo proclama el Caudillo encarcelando a unos, deportando a otros y dando orden a sus periódicos y a sus emisoras para que nos dediquen los más agresivos dicterios a cuantos hemos participado en la reunión. Nos felicitamos por esto. Las amarguras del destierro tienen a veces ciertas compensaciones, y una de ellas es el placer y hasta el honor de oírse llamar traidor y cretino por el Caudillo y por quienes han aceptado ser ministros suyos.

Pero mientras el Caudillo, justamente sobresaltado, se organiza esos clamorosos homenajes que preceden la caída de los déspotas, nosotros, esperando y procurando mejores días para España, regustamos la emoción de aquella hora de Munich.

Fue una hora inolvidable. El gran salón del Palacio de los Congresos se había quedado pequeño para tanta concurrencia y para tan grande atención. Los espacios laterales se habían llenado de gentes en pie. En ningún otro momento la expectación había sido mayor ni acaso igual. Se iba a escuchar los discursos de dos hombres respectivamente representativos de los españoles que desde el destierro y desde el interior de España, separados no sólo por las fronteras, sino también por contrapuestas ideas, coincidían en el convencimiento de que la permanencia del régimen del Caudillo es nefasta para España y nociva para Europa.

Los discursos de don Salvador de Madariaga y de don José María Gil Robles, breves, coincidentes con precisión inequívoca en unas conclusiones escritas, respondieron a la expectación. Pronunciados en francés y escuchados simultáneamente en diferentes idiomas por aquel gran auditorio multinacional, que ceñía sus auriculares, fueron numerosas veces interrumpidos por los aplausos. Al final de cada uno, la concurrencia, puesta en pie, les tributó unas larguísimas ovaciones. No se había visto en el Congreso otro momento igual; y cuando la ovación parecía decaer por cansancio, otra oleada de aplausos la restablecía con redoblado entusiasmo.

Sería quedarse muy corto atribuir tan expresiva actitud a una improvisada sugestión oratoria. Más que eso, aquello era la satisfacción de ver realizado algo que se venía deseando y pidiendo desde fuera de nosotros. El Congreso del Movimiento Europeo creía ver allí por primera vez una expresión no banderiza, sino amplia e irrecusablemente española; y ante el hecho nuevo, la efusión de tantos caracterizados europeos se nos aparecía como también nueva y como prometedora hasta más allá de nuestras propias previsiones.

Salimos satisfechos. Llevábamos la impresión de que tal vez habíamos asistido a un momento histórico para España. A nuestro paso, en un jardín de Munich, la estatua de Goethe nos recordaba aquellas palabras del poeta en la batalla de Valmy, cuando presintió que en su presencia estaba ocurriendo algo muy trascendental: «De este lugar y de este día arranca una nueva época de la historia del mundo, y vosotros podréis decir: Yo estaba allí.»

P.

[ Transcripción del texto impreso en un folleto de 12 páginas numeradas, más cubiertas, de 143×227 mm, sin editor, fecha, lugar ni impresor. “Cuadernos Socialistas” era rótulo utilizado entonces por el P.S.O.E. asentado en Toulouse. La última parte de este opúsculo: “En Munich. Allí estábamos nosotros”, firmada por “P.”, fue publicada en Le Socialiste, Paris, jeudi 21 juin 1962, nº 27, pág. 1 (pie de imprenta en Marsella). ]