Filosofía administrada

Carlos París
Vigencia actual de la filosofía escolástica
Alcalá, 25 febrero 1952

 

Ante mí se encuentran dos trabajos editados en nuestra actualidad de 1951, cuyo tema común es el pensar escolástico, y cuyos autores son dos españoles vocacionalmente vueltos hacia la tarea filosófica: Julián Marías y el que fue mi maestro, Juan Francisco Yela, a quien el Señor haya acogido en su seno. Sus títulos: La escolástica en su mundo y en el nuestro, el de Julián Marías, y La fecundidad del pensar escolástico, el de Yela.

En ambos trabajos se persigue una caracterización y comprensión de la Escolástica, desde su ambiente histórico, en el caso de Marías, o desde los rasgos formales de su pensar, en el de Yela, en afán confrontativo con la especulación moderna. En ambos se plantea culminantemente la vigencia del escolasticismo en nuestro mundo o en nuestra Universidad. Y en las contestaciones que ambos encierran se insiste en la implicación de la tradición escolástica en nuestro presente y su eficacia magistral. Finalmente, en los dos, mirada la Escolástica desde fuera, es tratada con el más hondo respeto o afecto, que se cumple con el reconocimiento de su ineludible presencialidad y posibilidades frente a la reflexión actual.

No carece de interés este hecho de que hombres que en España se preocupan de Filosofía sientan la necesidad, o el deseo, de tratar temáticamente -y no sólo de un modo implícito, ineludible- la vigencia del pensar escolástico.

En el trabajo del señor Marías hay una preocupación característica. La de fijar los límites y fisonomía del «mundo» medieval. Encuadrar las fronteras entre las cuales la especulación filosófica de la Escolástica del Medievo opera. Determinar lo que gusta de llamar sus «supuestos», su «situación», palabras repetidas como andamios desde los cuales el intento por determinar la vigencia del escolasticismo se monta. Es un modo peculiar de reaccionar ante el pasado filosófico. En él la atención del investigador se centra sobre la precisión de estas grandes categorías, «supuesto», «situación», «mundo», «circunstancia», talismanes de dicha índole de hermenéutica.

Cumplida con elegante y fina soltura la tarea de precisar los «supuestos» del pensamiento medieval, considera Marías la vigencia de la Escolástica en el mundo filosófico que nuestra actualidad soporta. La vinculación condicionante entre los resultados de toda filosofía y la situación histórica en que la misma ha sido pensada, tesis fundamental en el pensamiento sistemático del autor, presupone ya que la vigencia del escolasticismo en nuestros días no puede ser la de una validez rigurosa de respuesta frente a las incógnitas que angustian al filósofo actual. Pero Marías, dentro de los forzosos límites impuestos por su doctrinal perspectivismo, subraya enérgicamente la presencialidad operante del escolasticismo. Este pervive en nuestro presente e incluso encierra un especial valor esclarecedor sobre nuestro momento. Valor que Marías centra en dos grandes extremos. Las respuestas escolásticas al problema de la persona, «máximas precisiones» del pasado filosófico sobre el tema, hoy central, del hombre. Y, en segundo lugar, la eficacia magistral de la incorporación operada por el escolasticismo del pensamiento helénico ante la gran tarea que el moderno plantea a la actualmente cristiana.

El trabajo del fallecido profesor Yela, por su parte, persigue centralmente una precisión de los rasgos formales del pensar escolástico. Tarea que es cumplida con singularísima finura. Pensar «dialógico», «histórico», «libre». Como culminación subraya la vida íntima de la herencia escolástica en la Universidad actual. Su vigencia es patente en una presencia que, lejos de soslayar, se hace necesario proclamar y explotar en sus fértiles posibilidades.

Hay reconocido en ambos trabajos un grado ineludible de presencia de la Escolástica, aun en su forma arcaica medieval, en nuestro tiempo, el de un pasado incorporado, cuya herencia, en lugar de ser negada es contemplada con afán solícito de discencia. El escolasticismo medieval proyecta su luz orientadora sobre el atormentado presente filosófico. Pero el más íntimo fondo de la reflexión filosófica nos sitúa ante mayores y ásperas exigencias de calibración. Por mucho que se quiera insistir en la fuerza condicionante del horizonte histórico sobre la especulación filosófica que desde él emerge, es innegable que precisamente lo más medular de la tarea filosófica radica en el afán de alzarse sobre todo enmarcamiento limitativo para ganar la posesión de una verdad absoluta. La mente que contempla el pasado con un anhelo «comprensivo», con aspiración por percibirlo enclavado en su propio suelo, cumple una misión ineludible y hermosa, precisando el alcance de los antiguos conceptos. Pero, o reconoce la provisionalidad de su cometido, que se queda a medio camino en la brega con la historia filosófica o, erigiéndose en categoría última, traiciona con su visión relativista el afán insobornable de la empresa filosófica por anclarse en lo absoluto.

Ciertamente, toda filosofía creada por una mente humana se vincula a la situación histórica en que nace. Pero no han de trasladarse los que son supuestos «ónticos», que tan sólo pueden gravitar psicológicamente guiando el interés del intelecto creador hacia unos u otros nortes problemáticos o fijando las dimensiones adecuadas de su lenguaje al orden lógico, cual si afectasen la validez de los enunciados en que aquella tarea creadora cristaliza y a cuya formulación se endereza.

Así el modo más hondo de ocuparse con la Escolástica consiste en repensarla sistemáticamente desde las preocupaciones filosóficas de nuestros días. Ahora bien, no tenemos por qué soslayar las dificultades en la realización de esta tarea. Aunque creamos en la validez intemporal de las conclusiones filosóficas, la congruencia entre éstas y la concreta situación del hombre de nuestro tiempo plantea grandes problemas. Hay momentos en que la mente humana puede estar más inclinada al espejismo del error que a la difícil posesión de la verdad. Y el ascenso a ésta suscita un orden entero de problematismos.

En el caso de la recepción de la Escolástica en nuestro mundo, este orden alcanza dos grandes vertientes. Una de ellas mira a su vinculación con la fe católica; otra, al lenguaje medieval y al de nuestra época. En primer lugar, el hecho de que en la línea de especificación se pueda desglosar la Filosofía escolástica y la Teología correspondiente, constituyendo con la primera un sistema llamado a moverse en el mundo de la pura razón, no impide el que, de hecho, en el real ejercicio de la inteligencia que se enfrenta con el escolasticismo siga habiendo una vinculación muy íntima que dificultará singularmente la admisión de la verdad escolástica por una mente no católica. Al par que la imbuída por la fe, en cambio, aunque quepa, claro es, el católico no escolástico mirará siempre a este sistema con una inevitable afinidad.

El segundo campo de dificultades se centra en lo que hemos designado como «lenguaje». Expresión de la verdad consonante con las exigencias estilísticas, en el más amplio sentido, que la inteligencia de cada época vive. La verdad es inmutable, pero no el estilo que a la vida impone cada momento histórico. Ni tampoco el interés específico de cada uno de los problemas filosóficos, entre los cuales el espíritu moderno ha levantado tantas nuevas incógnitas inabordadas, en su faz actual al menos, por el pensamiento medieval.

Estamos, pues, frente a un horizonte de urgentes y graves posibilidades, abierto ante el pensamiento católico por el reflorecimiento del pensar escolástico en nuestro tiempo. Nuestra reflexión se cierra levantando una gran incógnita suscitada por nuestros simultáneos y entrañables amores a España y a la especulación filosófica. ¿Qué lugar habrá de caber a nuestra Patria en esta gran tarea de armonizar el ánima medieval y cristiana, rasgos tan españoles, de la Escolástica con las inquietudes y apetencias actuales a que nuestra tierra en nuestro siglo se ha ido abriendo? Ya para muchos en España no es la Escolástica la filosofía culinaria del «sentido común», que con soluciones ramplonas y «saludables» trata de resolver los problemas de un pensamiento inentendido, como algún día pensó el grandioso y mutilado Miguel Unamuno, tristemente ajeno a la oculta autenticidad del escolasticismo. Empieza a ser fuente viva en sus medulares conceptos de una reflexión telúricamente enraizada en las angustias de nuestros días.

Carlos París

{Tomado de Alcalá. Revista Universitaria Española, Madrid, 25 de febrero de 1952, número tres, página 3.}


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