Filosofía administrada

Patricio de Azcárate
Prólogo a Veladas sobre la filosofía moderna
Madrid, 1853

 

{Patricio de Azcárate Corral (1800-1886) decidió escribir sobre asuntos de filosofía para poder administrar a su hijo Gumersindo de Azcárate (1840-1917) la formación que no encontraba en los planes de estudio oficiales. Ocurría esto en 1852: al año siguiente publicaba unas Veladas sobre la filosofía moderna (Rivadeneyra, Madrid 1853, 474 págs.), obra que refundiría en Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos y verdaderos principios de la ciencia (Francisco Mellado, Madrid 1861, 4 vols. [edición en microficha por Pentalfa, Oviedo 1982]). Diez años más tarde Patricio de Azcárate inició la publicación de los 11 tomos que componen su famosa traducción de las Obras completas de Platón, las primeras disponibles en lengua española. Ofrecemos el Prólogo a las Veladas... de 1853, recogido como Apéndice en la Exposición histórico-crítica... de 1861.}


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Apéndice

En el prólogo de esta obra se remite al lector que desee conocer su objeto y motivos, al prólogo de las Veladas publicadas por el autor en 1853, mas como estas se han refundido en el primer tomo de la que ahora da a luz y carecen por lo mismo de todo interés, se publica a continuación el prólogo que precedía a aquella obra, y a que se hace referencia en el de esta.

Prólogo
[Veladas sobre la filosofía moderna, 1853]

Muy ajeno, lector, estaba, y he estado toda mi vida, de darme a conocer en el sentido en que aparezco en esta obra; pero una porción de circunstancias han creado esta necesidad, y llamo necesidad por lo mismo que la voluntad ha tenido la menor parte... Cuando seguí mi carrera literaria de jurisprudencia tuve ocasión de entregarme a una variada y vasta lectura en la biblioteca del Sr. Jovellanos, en la villa de Gijón, vecindad de mis padres, venciendo antes el obstáculo de las lenguas vivas de naciones que van delante de nosotros; y estaba en el lleno de mis [218] estudios cuando tuve que abandonar, por el estado de mi salud, aquel pueblo de grato recuerdo para mí, y establecerme en León, mi país natal. El cúmulo de negocios que me rodearon en el momento que abrí mi bufete, y la circunstancia de haber comenzado a muy luego la guerra civil, en la que tomé parte en defensa de la Reina, símbolo del principio de libertad, sirviéndola con mi entendimiento, hicieron que en diez años se vieran interrumpidos mis estudios absolutamente, pues en todo este período apenas tuve el tiempo necesario para el descanso ordinario. Separado de la vida pública en fines de 1843, con la renuncia que hice del gobierno de una provincia, pude, sin perjuicio de mi profesión, consagrar horas y reanudar mis estudios, como compensación a un alma que no conocía solaz en tantos años. Los que sepan lo que son los placeres del entendimiento advertirán con qué gusto renové mis antiguas ideas, y adquirí otras nuevas después de diez años de interrupción.

Así las cosas, llega el curso literario de 1852 a 1853, en ocasión que un hijo mío entraba a estudiar cuarto año de Instituto, o lo que es lo mismo, primer año de filosofía elemental, y con este motivo me movió la curiosidad de examinar el plan vigente de estudios, que es de 10 de setiembre de 1852, y saber qué clase de enseñanza iba a recibir, como preparación para cursar facultad mayor en universidad. Tristes reflexiones se me ofrecieron a la vista de este documento, del que sólo hablaré como el artista que critica una imagen sin faltarla al respeto. {(1) Lo que decíamos entonces del plan de 1852, podemos decir hoy del vigente, porque la filosofía no ha ganado con él nada, absolutamente nada. [Nota de 1861]}

Por lo pronto se nota una idea, y es, hacer que se resuelve y no resolver el problema, es presentar solo las ramas, y ocultar cuidadosamente el tronco del árbol de la ciencia; con la diferencia de que, teniendo que contemporizar mas con las exigencias de la opinión en los gobiernos constitucionales, se procura [219] presentar las ramas con más follaje, para que sea la ilusión más completa, y aun este follaje en espalier para que la dirección y vegetación sean forzadas. Baste decir que la facultad de filosofía se divide en cuatro secciones, que son: literatura, administración, ciencias naturales y ciencias físico-matemáticas; y en ella, según se ve, no han tenido cabida ¡parece increíble! la ciencia del espíritu, la ciencia del bien, la ciencia de la humanidad, la ciencia de Dios. Allí no desempeñan ningún papel, ni hay sección para ellas, la psicología, la ética, la ontología y la teodicea, que constituyen el ideal de la verdadera filosofía y la grandeza y realidad de la ciencia. Allí todo, todo a las aplicaciones de la ciencia; nada, nada a la forma filosófica; todo, todo a la materia; nada, nada al pensamiento. La filosofía del plan de estudios vigente, sin elevación y sin dignidad, es la filosofía de la materia; y materializada la ciencia no sé cómo deje de materializarse la sociedad. Y el español, que es espiritualista por instinto, por raza, por elevación de sentimientos y por sus creencias religiosas ¿es acreedor a que se le inocule en estas tendencias empíricas y se desnaturalice su carácter? Las universidades sin vida propia, el profesorado condenado en parte a arrastrarse en las antesalas, los libros de texto convertidos en un objeto de especulación mercantil, y un espíritu reglamentario, que todo lo encadena con eslabones de hierro, forman el cortejo de un sincretismo, alma del plan, magnífico para formar eruditos a la violeta y pedantes que hablen de todo, y de nada entiendan.

Las ciencias todas se ligan y encadenan por hilos imperceptibles, y el descubrimiento de un solo principio central sería el mayor grado de perfección. Este descubrimiento será quizá inasequible para nuestra débil inteligencia; pero la cultura e ilustración de los pueblos se gradúa por la mayor centralización hacia este principio único. Los planes de enseñanza deben ser un fiel reflejo de esta centralización; y siéndolo tienen que aparecer a la cima de la enseñanza en las universidades, cátedras que caractericen [220] el verdadero espíritu filosófico de la época. Y ¿cuál debe ser su asignatura? La alta filosofía, la ciencia de los primeros principios, la metafísica, única que, hablando científicamente, puede tener el carácter de facultad mayor en las ciencias profanas. Pudiendo concurrir a estas cátedras los jóvenes al término de sus carreras, estando ya en edad conveniente, llevarían allí los principios de sus respectivas facultades, que serían otro tanto cabos sueltos que irían a buscar en la ciencia del absoluto los lazos que les ligan entre sí y a otros principios superiores. Vislumbrado así el ideal de la legislación, de la medicina, que también tiene su ideal, de las bellas artes, de la literatura, de las ciencias físicas y naturales y físico-matemáticas, se ensancharía el campo de los conocimientos, y con la grandeza del objeto recibirían las inteligencias una expansión capaz de las mas altas concepciones. Pero esta enseñanza central, que forma la clave de la bóveda en todos los ramos, no debe estar a cargo de profesores asalariados, mientras los haya voluntarios que, llevados del entusiasmo de la ciencia y ansiosos de gloria literaria, se presten y tomen de su cargo estas asignaturas, a imitación de la gran institución del privat docentem de las universidades de la Alemania, en cuya escuela se han formado los grandes hombres de aquella nación sabia. De esta manera aparecerían, como en un foco común, todas nuestras capacidades intelectuales, y los jóvenes de las distintas carreras, en presencia unos de otros, se animarían, se entusiasmarían, se agrandarían sus miras y se crearía un espíritu filosófico que caracterizaría la época; y en las modificaciones que recibirían las primeras ideas en nuestro país, darían a éste una fisonomía determinada, que recibiría en el tiempo y en el espacio el bautismo de filosofía española, y entonces el crédito de las universidades descansaría en el crédito del profesorado, por el sello que hubiere impreso en la región de las ideas, y no en ejecutorias, edificios vastos y bibliotecas materiales, como sucede ahora, por no presentarse ocasión a estos cuerpos científicos para el desenvolvimiento [221] de la mucha ciencia de que son depositarios.

Francklin, ciudadano de los Estados Unidos, decía en el siglo pasado a la metrópoli: «Dejadnos obrar y no gobernéis demasiado.» Así digo yo a los que dirigen la enseñanza. La ciencia es como la virtud; los grandes caracteres, los héroes en la virtud, se forman en el seno de la libertad. La ciencia no necesita pedagogos; lo que necesita es protección, y la protección consiste en remover obstáculos, y los obstáculos se remueven destruyendo el espíritu reglamentario, capaz por sí solo de ahogar todo germen intelectual; en términos que no faltará quien califique de una atrevida prevaricación de los reglamentos vigentes de enseñanza que yo, sin títulos, ni de doctor ni de licenciado, ni aun de regente en filosofía, invada este territorio, por el que nadie puede viajar sin tales pasaportes. Que el profesorado obtenga sus puestos por oposición y mérito, y que las universidades tengan vida propia, sin reservarse el gobierno otras atribuciones que velar en los aledaños del templo de la ciencia, removiendo obstáculos y evitando abusos, y entonces el desarrollo en el seno de la libertad será inmenso, y el genio español, rivalizando con el genio de las demás naciones, sostendrá la competencia en las grandes cuestiones científicas, y no se nos llamará semigodos y semiárabes, como decía Herder en el siglo pasado.

Estas y otras muchas reflexiones son las que se me ofrecieron a la vista del plan de estudios; y haciendo la aplicación a mi hijo, que era mi objeto especial, aun fueron mas tristes mis presentimientos, considerando que si se dedica a la carrera de jurisprudencia, a que manifiesta inclinación, no iba a recibir otras nociones filosóficas que en el último año de instituto, destinado por el plan al conocimiento de la psicología, lógica, ética, ontología y teodicea, y estas en combinación con otras enseñanzas. Acercándome a saber más, supe también que los profesores, para abarcar tantos objetos y tan vastos en tan poco tiempo, daban esta enseñanza por medio de cuadernos que, por mas esfuerzos que el [222] profesor haga para que sean perfectos, nunca dejan de tener las cualidades de esqueletos y de producir en los jóvenes los mismos efectos que produce la vista de un esqueleto, que son el horror y el hastío. De manera que el método adoptado para que los jóvenes adquieran elementos filosóficos es magnífico para cobrarles odio; resultado de la enseñanza de unos cuadernos que no entendieron ni pudieron entender, por aventajado que sea el profesor, y que fatigaron su memoria y no cultivaron su entendimiento. Y mi hijo, decía yo, ¿no ha de recibir otra enseñanza filosófica? No; y hasta donde alcancen mis débiles fuerzas le tengo de inspirar sentimientos elevados sobre la ciencia, descorriendo el velo misterioso con que se la quiere ocultar. Quiero que sea filósofo para que enriquezca su alma y sepa también por la razón que está hecho a imagen de Dios. Quiero que sea filósofo, para que su alma no se vea sorprendida por el halago falaz de obras seductoras llenas de materialismo y ateísmo, que, traducidas, corren por desgracia de mano en mano; y que firme en la religión de sus padres y de sus abuelos, acredite por sí mismo la profundidad que encierra aquella máxima de Bacon: «Un poco de filosofía natural hace inclinar los hombres hacia el ateísmo; un conocimiento más profundo de esta ciencia los vuelve a la religión.» Jamás las luces pueden perjudicar a la verdad; y siendo la religión toda verdad, jamás pueden perjudicarla los conocimientos filosóficos. Lo cierto es que, cuanto mayores han sido los descubrimientos en ciencias naturales, tanto más evidentes han resultado las interpretaciones bíblicas, dadas por la Iglesia a los libros santos; y cuantos más progresos se han hecho en el conocimiento de Dios, del hombre y de la naturaleza por la razón, tanto más se han afianzado las verdades fundamentales de la religión, como la existencia de Dios, la de su providencia, la espiritualidad e inmortalidad del alma, la inmutabilidad del principio moral, y otras.

¿Por qué pues se estrecha el campo de la filosofía a nuestra juventud hasta el punto de proscribir del plan de estudios, como [223] acabamos de ver, todo el orden de las verdades psicológicas, morales, ontológicas y metafísicas, o por mejor decir, ¿por qué se proscribe entre nosotros el estudio de la filosofía propiamente dicha? ¿Qué significa la libertad de imprenta, o lo que es igual, la libertad de pensamiento, consignada en nuestro código fundamental, si se excluye de la enseñanza nacional el objeto predilecto en que puede y debe ejercitarse nuestra inteligencia? No hay razón ninguna que pueda justificar esta conducta. Se dirá quizá que el temor al abuso; pero el temor al abuso no es razón. Del seno de la Iglesia han salido herejías terribles que han asolado la Europa; y ¿habría razón para proscribir la religión por temor a las herejías? La filosofía es buena, porque su objeto es grandioso. La Iglesia se gloria con santos padres filósofos, como un San Agustín, un Santo Tomás y otros; la filosofía se estudia en todos los establecimientos eclesiásticos, y yo mismo la estudié en un seminario conciliar; y si es buena, no hay razón para proscribirla por temor al abuso. Si sus discusiones en el terreno de la razón dan orígen a algunas exageraciones, estas mismas producen el bien, que Reid dice han producido los escépticos, que, descubiertos por ellos los flancos débiles del templo de la ciencia, obligan a los verdaderos operarios a fortificar el muro por aquel rumbo, y asegurar así mas y mas el edificio. Lo cierto es que, si no hubiera habido los Hobbes y los Collins, tampoco la filosofía se gloriaría con los ilustres nombres de sus impugnadores los Clarkes, los Leibnitzes, los Fenelones y los Bossuets, lo mismo que si no hubiera habido los malos libros de caballería, tampoco se gloriaría la nación española con su inmortal Don Quijote. La luz que derraman las discusiones filosóficas siempre tiene por resultado el triunfo de la verdad, reina del mundo; y los que sostienen la verdad llevan una ventaja inmensa sobre los autores de falsos sistemas, porque el tiempo, que madura las discusiones, repara las sorpresas, restablece el equilibrio y asegura el triunfo de los buenos principios; y la ruina de la filosofía empírica del siglo XVIII, que se creyó [224] invencible, es una prueba de esta verdad providencial.

Con estos ligeros antecedentes ya puedes, lector, formar juicio sobre el orígen de esta obra. Yo, que, aunque pequeña criatura, siento en mí aspiraciones al infinito, que forman todo mi ser, mi grandeza y mis esperanzas, y que en su integridad quisiera transmitir al alma de mi hijo, para que si la suerte le condena a ser pobre de bienes, sea rico de sentimientos, ¿podía ver con indiferencia que, víctima del plan vigente de estudios, se pegara, como alma ruin, al terruño, y fuera juguete de ilusiones ridículas de ciencia? No, dije para mí, y hasta donde alcancen mis débiles fuerzas le haré conocer el campo entero de la filosofía, para que nivele su alma a la grandeza del objeto. Entonces fue cuando tomé la pluma para escribir unas lecciones, como un asunto interior de familia, de padre a hijo, y que las conservara como un recuerdo. Esta ocupación la miré como un desahogo y un descanso a mis habituales ocupaciones; pero es cosa singular: llevaba escritos los dos primeros capítulos, y al reconocerlos me encontré con que en su estilo, en su lenguaje y en sus formas había tomado el tono de quien se dirige al público, olvidándome absolutamente del carácter familiar que estaba en mi pensamiento. Pues señor, dije entonces, mi pluma se ve arrastrada por un fatalismo irremediable, y esto quiere decir que quizá supla a los padres que se hallan con sus hijos en iguales circunstancias que yo me hallo con el mío; y desde aquel acto hice mi profesión de fe de ser escritor público, y terminar la obra como la había comenzado.

Reflexiones de otro orden muy distinto han venido después a robustecer esta determinación. En nuestra sociedad española se advierten de lleno los efectos de haber desaparecido los obstáculos morales y materiales que mantenían este país absolutamente extraño al movimiento filosófico general de la Europa, y nuestras instituciones han sido el escalón para llegar a ocupar tan ventajosa posición; pero, como el movimiento filosófico toma su [225] raíz desde el renacimiento de las letras, y por efecto de nuestro aislamiento por espacio de tres siglos, no nos ha sido tradicional, es claro que, borrados los Pirineos en sentido científico, respiramos en la misma atmósfera que los demás países de Europa; pero, como solo es el tiempo el que madura el fruto de la ciencia, hasta ahora solo tenemos el sentimiento, tenemos el instinto, y nada mas que el instinto. Pero el instinto no satisface, y la prueba es la incertidumbre y falta de fijeza que se nota en todos los espíritus, y que tanto refluye en nuestro bienestar social, sin que ninguno adivine la causa, y es preciso caminar hasta la convicción. Y ¿cómo se crea esta convicción? Poniendo en claro a la juventud el statu quo de la ciencia, rasgando el velo que cubre a los sistemas filosóficos, nacidos todos en otros países, hasta hacerlos conocer en su conjunto, en sus ilaciones, en sus afinidades, en sus diferencias y en el orden progresivo en que cada uno ha marchado, como base y fundamento de los ulteriores trabajos a que puedan consagrarse nuestras inteligencias privilegiadas. Este es el gran servicio que la ciencia espera, y servicio que está en su madurez, porque nuestro país en estos momentos no puede aspirar a mas. Sin excluir los genios, y en el orden regular, para nosotros el resto de este siglo es siglo de erudición, y no de invención.

Dos grandes hombres (hablo solo de fallecidos), cuya muerte prematura ha sido una desgracia para la filosofía y para su país, parecía que estaban destinados a llenar esta misión. Los señores Balmes y Valdegamas, dotados de vastos conocimientos, de una rara comprensión y de un decir armonioso, sonoro y elegante, hubieran atraído en torno suyo toda la juventud si se hubieran propuesto descubrir los tesoros filosóficos que se encierran en las demás naciones que van delante de nosotros; pero quizá miraron esta empresa como muy inferior a la superioridad de su genio, quizá no la creyeron digna de ocupar sus talentos, y a fe que fue una desgracia que lo creyeran así. Es verdad que [226] el señor Balmes no fue tan extraño a este pensamiento, y su Filosofía fundamental tuvo por objeto dar la clave de los sistemas filosóficos; pero llevado del poder inagotable de su genio, aspiró a un imposible. Entre el magnífico ropaje y las galas de una fecunda imaginación, se descubren las arrugas de la vieja escolástica, que el señor Balmes se propuso resucitar; y entre las sutilezas de la edad media y el idealismo moderno, ha resultado un conjunto, que admiran todos, pero que pocos entienden. Sin embargo, si no le ayudó la fortuna en la elección de pensamiento, su obra, por sus detalles, será siempre un tesoro para la ciencia y uno de los monumentos de gloria para nuestro país. En alas del éxtasis y del amor divino voló el señor Valdegamas a la región de los ángeles algunos años antes de su muerte natural, porque solo el infinito podía satisfacer sus aspiraciones religiosas e idealistas; y si bien esta misma sublimidad produjo obras inmortales que eternizarán su memoria, fue, sin embargo, sensible que perdiera las condiciones de este mundo, para que sus producciones prestaran una utilidad más efectiva a las ciencias filosóficas. Siguiendo una comparación de Bacon, estos dos filósofos, honra y prez de la nación española, el uno caminando hacia atrás, y el otro hacia adelante, y en alas ambos del infinito, se remontaron, como la alondra, a los cielos con su vuelo, hasta perderse de vista, y por perderse de vista, no dejaron los rastros necesarios para que la juventud les tomara por guía y utilizara sus vastos conocimientos. Yo, en mi pequeñez, también he querido remontarme a las regiones del infinito; pero no como la alondra para perderme de vista, sino como el falcón, para volver con la presa; es decir, he querido embeberme en las aspiraciones del infinito para conocer los sistemas, y vuelto a mi estancia, darlos a conocer y hacerlos accesibles e inteligibles a la juventud; y si mis trabajos en este sentido son flacos y débiles en sí mismos, tienen la ventaja de poder ser provechosos a los demás, y no perderse en la vaguedad del espacio y del tiempo. [227] Se calificará de orgullo en haber ido con mi pobre inteligencia en busca del infinito; pero en el infinito, por lo mismo que es el infinito, caben todas las inteligencias; y aunque no puedo tener asiento en la asamblea de los Platones y Aristóteles, de los Leibnitzes y Kants, de los Balmes y Valdegamas, hago lo que Cervantes en el Parnaso, doblar mi capa y sentarme en el suelo, y nadie me priva de la complacencia de estar en relación con las primeras inteligencias que ha habido en el mundo...

Esto es lo que tenía que decirte, lector, sobre el orígen, extensión y objeto de esta obra, y ahora me permitirás que te deje en paz, para dirigir un apóstrofe a mi libro.

Adiós, libro mío. Vas al mundo sin antecedentes, sin valedores, sin Mecenas, sin reales órdenes que te declaren texto. Yo te entrego absolutamente en manos de la divina Providencia, y si flaco y débil como eres, tienes la virtud de provocar a los verdaderos talentos a que suelten sus plumas y creen un movimiento filosófico espiritualista y liberal, que encarrile los espíritus y engrandezca mi patria, me daré por satisfecho; pero si, por lo contrario, nadie hace aprecio de ti, y vas al panteón de tantos libros inútiles como se han escrito en el mundo, se me acusará de imprudente, pero no de criminal, por haberte dado a conocer sin merecerlo; pero también te aseguro que, escarmentando tú, ahorrarás los dolores de alumbramiento de los otros dos libros tus hermanos.


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Prólogo
[Exposición histórico-crítica..., 1861]

Si quieres saber, lector carísimo, el orígen de mis estudios filosóficos, no debido por cierto a las tres universidades donde hice mi carrera, la causa ocasional y la causa final de haberme dado a conocer como escritor público en esta materia, mi juicio sobre los planes de enseñanza que en ciencias filosóficas han ido de mal en peor, y sobre los filósofos que en época recientísima han descollado entre nosotros sin dejar apenas rastro para el porvenir, te remito a mi prólogo, puesto al frente de mis Veladas sobre la filosofía moderna, publicadas en 1853, y que para no serte molesto, doy aquí por reproducido. Ahora me limito a decirte, que [2] esta nueva obra, que abraza el conjunto de mi pensamiento, y que por su objeto y por sus detalles requería retiro, soledad, tranquilidad de ánimo y meditación profunda, ha sido escrita precisamente en circunstancias diametralmente opuestas, por el género de vida a que habitualmente estoy y he estado consagrado; y esto no te lo digo, para que perdones mis defectos, porque ya se, que tú nunca perdonas, puesto que decides siempre con la cabeza y no con el corazón en materias científicas, sino que lo hago tan solo para que admitas siquiera como compensación la sinceridad y buena fe, que guía mi pluma, celosa en promover las glorias y engrandecimiento de mi país por el camino de la ciencia.


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{Patricio de Azcárate, Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos y verdaderos principios de la ciencia, Francisco Mellado, Madrid 1861, 4 vols. El Apéndice en el tomo 4, págs. 217-227, el Prólogo en el tomo 1, págs. 1-2.}


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