Historia del Partido Comunista de España1960
Capítulo tercero ☭ La guerra nacional revolucionaria
La guerra cambia de carácter
A evitar la derrota de los sublevados acudieron Hitler y Mussolini, los cuales no vacilaron en convertir la «ayuda» inicial que habían prestado ya a los facciosos, en una intervención armada, cada vez más intensa, contra la República. Los Estados fascistas alemán e italiano estaban interesados, por motivos políticos, económicos y estratégicos, en el triunfo de la sedición que habría de establecer en España una dictadura fascista, aliada y supeditada a ellos.
En el orden político, el aplastamiento del Frente Popular español tenía gran importancia para el fascismo germanoitaliano. Dicho Frente, que era en aquel período la representación más combativa, en la Europa capitalista, de la unidad de la clase obrera y las fuerzas democráticas, impulsaba con su ejemplo la lucha antifascista en otros países.
En el aspecto estratégico, la rebelión de los generales españoles podría facilitar la integración de España en los planes de guerra del imperialismo alemán e italiano contra Inglaterra y Francia. Tal integración daría a Alemania la posibilidad de introducirse con sus fuerzas armadas en el campo de sus adversarios europeos, al disponer de una base [130] de extraordinario valor estratégico, como lo tiene el territorio de España. La posesión de esa base permitiría al hitlerismo la realización del viejo anhelo del militarismo alemán: la constitución de una tenaza estratégica destinada a triturar a Francia. El fascismo italiano, por su parte, tendía a asentar su planta en las Baleares, paso importante en la realización del plan de Mussolini de convertir el Mediterráneo en un lago italiano.
En el propósito de los dirigentes hitlerianos, la ayuda de Alemania a la dictadura fascista española habría de traducirse también en facilidades que ésta debería dar al capital alemán –el cual las obtuvo amplísimas, efectivamente, durante la guerra– para penetrar impetuosamente en la economía española, y especialmente en la rama de la minería: la explotación de la gran riqueza del subsuelo español en minerales estratégicos para alimentar la industria de guerra alemana constituyó uno de los objetivos fundamentales de la «ayuda, alemana a los facciosos.
Los hechos y los documentos publicados, principalmente después de la guerra mundial, demuestran que la llamada «ayuda» de las potencias fascistas a la rebelión consistió, en verdad, en la brutal intromisión de la Alemania y la Italia fascistas en España, tanto en el aspecto político como en el económico y el militar, para convertirla en un país vasallo, utilizando como vehículo a la reacción indígena. Esta hizo patente, una vez más en la historia española, que anteponía sus intereses de clase a los intereses nacionales y que no dudaba, para satisfacer aquéllos, en abrir las puertas del país a la intervención armada extranjera ni en hipotecar la independencia nacional.
Ya en los primeros días de la guerra, Alemania e Italia, con sus aviones y sus barcos, hicieron posible el traslado rápido a la Península de las fuerzas extranjeras y de las legionarias y marroquíes que, al decir del general García Valiño (en su artículo «La obra de Franco» publicado en «Ya»), eran «la mejor de las piezas que Franco había de jugar en el tablero de la guerra». A los sublevados llegaba, en cantidad creciente por días, el material de guerra más moderno alemán e italiano, y, más tarde, unidades militares de Alemania e [131] Italia, escuadrillas de bombardeo y caza, millares de fusiles y ametralladoras, centenares de cañones y tanques, especialistas de todas las armas, ingenieros industriales, técnicos de Economía, agentes de la Gestapo y de la OVRA.
Una parte importante de las escuadras alemana e italiana de superficie, así como varios submarinos, actuaron desde los primeros momentos de la guerra en apoyo de los sublevados, atacando a los barcos que se dirigían a la zona republicana y bombardeando diversos puntos de ésta.
Entre los agresores de la República española figuró también la dictadura fascista de Salazar, que puso los puertos, los aeródromos de Portugal, sus comunicaciones, dos fábricas de armamento ligero, sus consulados y hasta la policía portuguesa a disposición de los sublevados, y que envió 15.000 hombres armados a reforzar el Ejército de Franco.
Así, el pueblo español se vio obligado a hacer frente, no sólo a los militares rebeldes y a los fascistas españoles alzados contra la República, sino, también, a las fuerzas armadas de dos Estados tan poderosos como Alemania e Italia.
La situación se agravó aún más para los defensores de la República al ponerse en marcha la tristemente célebre política de No-Intervención, engendro del imperialismo inglés, que apadrinó el Gobierno francés presidido por el dirigente socialista León Blum.
El acuerdo de No-Intervención establecía teóricamente la prohibición de vender y proporcionar armamento a cualquiera de los dos bandos contendientes: el Gobierno legítimo de un pueblo soberano, de una parte, y un grupo de generales sublevados contra ese Gobierno legítimo, de otra parte.
En el aspecto jurídico internacional, el convenio era ya una monstruosidad. Pero, además, era una farsa. Mientras los Estados fascistas alemán, italiano y portugués violaban el acuerdo, del que hicieron caso omiso desde los primeros momentos, y enviaban constantemente a los rebeldes armas y unidades militares que iban a ser una ayuda decisiva para ellos –y todo esto a ciencia y paciencia de los otros Gobiernos capitalistas europeos– éstos aplicaban el acuerdo de No-Intervención de una manera unilateral al Gobierno español, y de este modo establecían un verdadero cerco de la República. [132]
A completar el asedio contribuyeron también los Estados Unidos con su política de «neutralismo», variante yanqui de la No-Intervención. Una y otra significaban dejar las manos libres a Alemania e Italia para hacer la guerra a España, al ayudarlas a que invadieran, destrozaran y esclavizaran al país.
Caracterizando tal política escribió el entonces embajador de los EE.UU. en España, Bowers:
«El Comité de No-Intervención y nuestro embargo representan una poderosa contribución al triunfo del Eje sobre la democracia española».
El embajador se olvidó de consignar otra contribución de los EE.UU. al triunfo del fascismo en España, más importante aún que el embargo: el haber abastecido a los rebeldes, desde el primero hasta el último momento de la guerra y en cantidad ilimitada, de la gasolina que vitalmente necesitaban sus ejércitos y su retaguardia. Como ha hecho constar en un libro el que fue ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Serrano Suñer,
«residía en Burgos un representante de, la Standard Oil que aprovisionaba sin límites de carburante al Ejército Nacional».
La política de No-Intervención y «neutralismo» era la aplicación al caso de España de la política de contemporización con el fascismo alemán y con el italiano, la política que venían practicando los círculos más rapaces del capital monopolista internacional y los gobiernos burgueses o socialistas que servían a los intereses de tales círculos.
Las clases dominantes de Inglaterra y Francia, acostumbradas a tratar a España como a un país de segunda categoría, temían que el pueblo español saliera vencedor en aquella lucha armada, y se fortaleciera así el Frente Popular; para evitarlo, ayudaban con una política antidemocrática a la victoria del fascismo.
El imperialismo anglo-francés veía en el fascismo alemán el «puño de hierro» llamado a descargar, en su día, un golpe demoledor sobre el baluarte de la país y del progreso, la Unión Soviética. Por esa razón abrieron a Hitler las puertas de Austria; por la misma razón tramaron la vileza de Munich, en septiembre de 1938, donde se pusieron de acuerdo plenamente con Alemania e Italia para entregar Checoslovaquia al fascismo alemán, y por ello también actuaron como cómplices del fascismo italo-alemán en su agresión contra la España democrática.
La intervención fascista, de una parte, la No-Intervención y el «neutralismo» de los gobiernos imperialistas llamados democráticos, de otra, actuaron durante toda la contienda española como un binomio de términos inseparables y de acción permanente y decisiva para impedir el triunfo del Gobierno constitucional español. Cada victoria republicana se aducía en un refuerzo de la intervención armada del fascismo extranjero. A cada revés sufrido por Franco correspondía, igualmente, un aumento de los esfuerzos del Gobierno inglés, secundado por los otros Gobiernos partidarios de la No-Intervención, por cubrir a los agresores y favorecer de hecho al franquismo.
En contraste con la política de No-Intervención y el «neutralismo» aparece aún más clara, generosa y ejemplar la posición respecto a España, a su pueblo y a su Gobierno legítimo, de la Unión Soviética, de los hombres y mujeres del país del socialismo, que hacían suyas las inolvidables palabras del telegrama que el camarada Stalin dirigió al Partido Comunista de España:
«Los trabajadores de la Unión Soviética, al ayudar en lo posible a las masas revolucionarias de España no hacen más que cumplir con su deber. Se dan cuenta de que liberar a España de la opresión de los reaccionarios fascistas no es asunto privado de los españoles, sino la causa común de toda la humanidad avanzada y progresiva».
Toda la población de la Unión Soviética participó en ayuda material y moral a la España republicana. Desde el principio hasta el fin de la guerra la voz potente de la Unión Soviética se alzó, en todas las sesiones del Comité de [134] No-Intervención, en las de la Sociedad de las Naciones y en todas las reuniones internacionales, para defender a España, a su pueblo y a su Gobierno legítimo, para llamar a los representantes de los países democráticos a que respetaran el derecho internacional en relación con España, para desenmascarar la hipocresía de los sostenedores de la política de No-Intervención. Y cuando se hizo evidente que la No-Intervención sólo servía para cubrir la ayuda exterior al franquismo, la U.R.S.S. declaró solemnemente que recababa su pleno derecho a prestar ayuda al Gobierno republicano. En la retaguardia y en los frentes, nuestro pueblo halló las pruebas concretas de esa ayuda que en todos los aspectos le prestó la Unión Soviética en aquellos momentos. Su importancia la proclamaron repetidas veces los representantes de todas las fuerzas que constituían el Frente Popular, desde la derecha republicana a los comunistas. El Presidente de las Cortes de la República, Diego Martínez Barrio, expresó en 1937 el sentir de todo el pueblo español en lucha contra el fascismo, en esta frase:
«Sin la ayuda de la Unión Soviética nuestra República hace tiempo que hubiera dejado de existir».
Y al cumplirse el primer año de guerra escribía el Presidente Negrín:
«A la URSS y a sus grandes gobernantes deberá España, y con España el mundo entero, perenne gratitud».
En la gran ayuda moral y material del país del socialismo a nuestro pueblo destaca con inmarcesible y emocionante recuerdo la de los heroicos voluntarios soviéticos que llegaron a España para enseñar a nuestros soldados y a los jóvenes comandantes del Ejército Popular el manejo del moderno material de guerra y el arte militar contemporáneo. Derrochando modestia y valor, ellos mostraron cómo se debía combatir en el aire, desde los tanques modernos y contra ellos. Los voluntarios soviéticos merecen ocupar un puesto de honor en la historia de nuestra guerra.
La conducta de la Unión Soviética en relación con la guerra de España fue una prueba de lo que para los pueblos [135] que luchan por su independencia y su libertad, por el progreso social, significaba y significa la existencia del País Soviético.
La lucha del pueblo español despertó la solidaridad del proletariado internacional y de los pueblos del mundo. Ningún otro acontecimiento de la lucha social y política en los diferentes países, de los ocurridos hasta entonces después de la gran Revolución Socialista de Octubre, conmovió tan profundamente a las masas obreras y populares del mundo, como la lucha del pueblo español. Desde todos los continentes, de las mismas Alemania e Italia dominadas por las dictaduras fascistas, llegaban al pueblo español la ayuda y el aliento de millones y millones de seres que comprendían que la causa de nuestro pueblo era también suya.
«La causa por la que Vds. luchan –escribía a los españoles el gran dirigente del Partido Comunista Chino, Mao Tse-tung– es también nuestra causa…»
Los Partidos Comunistas encabezaron la movilización de las amplias masas trabajadoras y las fuerzas democráticas de sus países respectivos, llamándolas a la acción unida en defensa de la República española. El 29 de julio de 1936, a los diez días de haber empezado la guerra, en el llamamiento que Dolores Ibárruri dirigió aquel día, por radio, a la opinión mundial, en nombre del Comité Central, se decía de manera profética:
«¡Ayudadnos a defender la democracia! Si la democracia española fuese destruida la consecuencia sería el estallido de la guerra que todos querernos evitar».
La solidaridad de los trabajadores y demócratas de todos los países con la República española tuvo encarnación heroica en los «Voluntarios de la Libertad» que formaron las gloriosas Brigadas Internacionales, representantes de más de medio centenar de países; había en ellas comunistas, socialistas, hombres pertenecientes a diferentes partidos burgueses democráticos, o que no pertenecían a ningún partido; hombres de los más diversos oficios y profesiones; obreros, campesinos, intelectuales. [136]
Las Brigadas Internacionales fueron la expresión del internacionalismo proletario, del sentimiento antifascista de los pueblos, del verdadero patriotismo. Eran las continuadoras de las mejores tradiciones de los voluntarios que participaron en épocas anteriores en luchas por la independencia y la libertad de otros países. Frente a los 300.000 soldados regulares y asalariados italianos, alemanes, marroquíes y legionarios que ayudaron decisivamente a Franco en el aspecto militar propiamente dicho, los 35.000 auténticos voluntarios internacionales, incluidos los soviéticos, representaban una fuerza numéricamente pequeña, pero de altísimo significado moral, político y humano, que constituyó una aportación valiosísima a la lucha del pueblo español. El heroísmo sin límites derrochado por los voluntarios internacionales en numerosos combates, acreditado para siempre en la Historia con los 5.000 muertos frente al enemigo que tuvieron las Brigadas, servía de acicate y ejemplo al heroísmo de los combatientes españoles; el ejemplo de unidad y disciplina que daban los «Voluntarios de la Libertad» tenía reflejos muy positivos en el frente y en la retaguardia. Las mil veces heroicas Brigadas Internacionales ganaron para siempre el derecho a ocupar en la historia universal un lugar de honor entre los combatientes de la libertad, el progreso y la paz, y la imperecedera gratitud de todos los demócratas españoles.
Las Brigadas Internacionales nos han legado su ejemplo, luminoso y su recuerdo inolvidable, que en la España de mañana serán lección viva y permanente de solidaridad proletaria, en su expresión más sublime, para las jóvenes generaciones.
Los poetas españoles cantaron a las Brigadas Internacionales. Rafael Alberti les dedicó este poema ya en los primeros días de la defensa de Madrid:
Venís desde muy lejos… Mas esa lejanía,
¿qué es para vuestra sangre, que canta sin fronteras?
La necesaria muerte os nombra cada día,
no importa en qué ciudades, campos o carreteras.
De este país, del otro, del grande, del pequeño
del que apenas si al mapa da un color desvaído, [137]
son las mismas raíces que tiene un mismo sueño
sencillamente anónimos y hablando habéis venido.
No conocéis siquiera ni el color de los muros
que vuestro infranqueable compromiso amuralla.
La tierra que os entierra la defendéis, seguros,
a tiros con la muerte vestida de batalla.
Quedad, que así lo quieren los árboles, los llanos,
las mínimas partículas de la luz que reanima
un solo sentimiento que el mar sacude. ¡Hermanos!
Madrid con vuestro nombre se agranda y se ilumina.
La responsabilidad de que el importante movimiento de solidaridad internacional hacia el pueblo español no consiguiese poner fin a la política de No-Intervención recayó, en primer lugar, sobre los dirigentes de la Segunda Internacional. Ellos se opusieron a las reiteradas propuestas en favor de España, de realizar la unidad de acción de la clase obrera contra la política de No-Intervención, que les fueron hechas por la Internacional Comunista. Dichos dirigentes arrastraron a la mayoría de los partidos de la Segunda Internacional a seguir, en relación con España, la misma política que practicaba la burguesía reaccionaria de Francia y de Inglaterra.
Hechos históricamente establecidos son: que fue un socialista, León Blum, Presidente del Gobierno francés, el que apadrinó la farsa de la No-Intervención; que fue otro socialista, Spaak, ministro de Relaciones Exteriores del Gobierno belga, el primero que planteó la conveniencia de reconocer a Franco; que fueron los Gobiernos de los países escandinavos, en los que actuaban dirigentes de la Segunda Internacional, los que se apresuraron a enviar a «sus representantes económicos» a Burgos en los momentos difíciles de la lucha del pueblo español, y que fueron también los primeros, luego, en reconocer al Gobierno franquista; que el Pacto de Munich fue aprobado y aclamado por la mayoría de los jefes de la socialdemocracia internacional. Todo ello, a pesar de la repulsa y la repugnancia de millares de obreros y trabajadores socialistas, que sentían fervorosa simpatía por la democracia combatiente española. [138]
La intervención armada extranjera y la No-Intervención imperialista no sólo cambiaron rápidamente la relación de las fuerzas militares, muy acusadamente en favor de los facciosos, sino también el carácter de la guerra. El Partido Comunista exponía, ya a mediados de agosto de 1936, que la lucha que se desarrollaba en España no podía considerarse dentro del marco de una contienda civil entre españoles; había rebasado los límites de la guerra civil para convertirse, fundamentalmente, en una guerra nacional revolucionaria.
El carácter revolucionario de la guerra estaba determinado por el hecho de que el pueblo, al luchar contra la agresión de la reacción fascista, luchaba por destruir sus bases materiales, por democratizar la vida económica, política y social de España. Y reforzaba ese carácter el hecho de que la guerra era la primera gran batalla en Europa de la democracia contra el fascismo. En esa contienda, como lo proclamaba el Partido el 17 de agosto de 1936, los combatientes de la República, con plena conciencia de ello, asumían en aquel momento el papel de «vanguardia mundial de la lucha antifascista».
El carácter nacional de la lucha del pueblo se derivaba del grave peligro que amenazaba a la independencia nacional. La guerra que el pueblo español se veía obligado a hacer, en respuesta a la agresión fascista, era una guerra en defensa de dos valores y derechos esenciales de la patria: la independencia y la libertad. Los grupos oligárquicos que, remedando a sus valedores hitlerianos, se titulaban «nacionales» y defensores de la patria, negaban el patriotismo de los que ellos llamaban «rojos», en general, y de los comunistas en particular. Pero la patria no es un concepto vacío de contenido político y social, sino un concepto históricamente concreto, que engloba un medio material, la tierra donde viven y trabajan los hombres, y un medio político, social y cultural históricamente determinado. Defender a la patria, en la situación concreta creada por la agresión del fascismo extranjero e indígena, era en 1936 defender la tierra y las riquezas españolas, para evitar que manos extranjeras se posesionaran de ellas con la complicidad de la oligarquía española, y era, simultáneamente, defender a la República, la democracia conquistada por el pueblo laborioso. [139]
En la guerra que el pueblo hacía al fascismo, en defensa de la independencia y la libertad de los españoles, el patriotismo adquiría su verdadero sentido.
En la España partida en dos por el hacha del fascismo tenía plena comprobación esta doble verdad del marxismo-leninismo:
«La defensa de la patria es una mentira en la guerra imperialista, pero no es en modo alguno una mentira en la guerra democrática y revolucionaria». (Lenin.)
Ante el nuevo carácter que había tomado la guerra, el Partido destacaba la necesidad de organizarla «con la perspectiva de una lucha larga», para lo que había que crear e intensificar los servicios bélicos y, en primer lugar, el ejército capaz de hacer frente y derrotar a las poderosas fuerzas enemigas.
Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 129-139.