Filosofía en español 
Filosofía en español

Historia del Partido Comunista de España1960


 
Capítulo segundo ☭ La República

Frente al peligro fascista

Al mismo tiempo que nuestro Partido criticaba la política antipopular de los gobiernos republicanos, luchaba contra el peligro de la reacción y del fascismo que amenazaban al régimen republicano.

El primer pilar de la contrarrevolución era entonces la aristocracia terrateniente, la clase parasitaria de los señores de la tierra.

La otra columna de la contrarrevolución era la gran burguesía financiera e industrial, fundida por intereses económicos y de clase a la nobleza terrateniente. El brazo armado de ambas eran los generales africanistas y monárquicos, los Franco, los Sanjurjo, los Goded y tantos otros.

Al día siguiente de instaurarse la República, la contrarrevolución comenzó a reorganizar sus huestes, decidida a impedir el desarrollo pacífico de la revolución democrática. El 10 de mayo de 1931, los monárquicos organizaban ya una [81] provocación que desató contra ellos la primera borrasca popular que conoció la República.

El Partido advertía que la conducta del Gobierno republicano-socialista creaba en España un clima propicio a los ataques de la contrarrevolución.

Las advertencias del Partido Comunista no tardaron en verse confirmadas. El 10 de agosto de 1932 se producía el golpe militar de Sanjurjo, que era un intento de la oligarquía terrateniente-financiera de restablecer el viejo régimen y que fue aplastado por la resuelta actitud de las masas. En la lucha contra la sanjurjada y en la defensa de la República, el Partido Comunista de España desempeñó un destacado papel. En Sevilla, punto neurálgico de la subversión, gracias a la actividad de la organización comunista, se logró la acción unida de las masas y la derrota de Sanjurjo. Esta sublevación era ya un sintomático exponente del espíritu de guerra civil latente en las clases reaccionarias españolas.

Desgraciadamente, el Gobierno republicano-socialista no supo extraer tampoco las necesarias lecciones de la sublevación del 10 de agosto. Las posiciones económicas, políticas y militares de la contrarrevolución, que había sufrido una derrota en la calle, no fueron desmanteladas y la amenaza de nuevas agresiones por su parte siguió pendiendo sobre la cabeza de la democracia española. En esta atmósfera de impunidad, la contrarrevolución continuó su obra de sabotaje económico y político y de reagrupamiento de fuerzas para destruir la República.

En 1933 el peligro fascista ya había adquirido en España contornos amenazadores, con el estímulo que le prestaba el triunfo del fascismo alemán. La reacción fascista se agrupó entonces en tres corrientes principales. La primera, filial del fascismo italo-germano, estaba integrada por diversos grupos que constituyeron la Falange Española de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista). Carente de asistencia y de calor popular, Falange reclutó sus escuadras de pistoleros entre elementos desclasados y señoritos ociosos, que aportaban al clima político de nuestro país la «dialéctica de las pistolas» y un odio ciego hacia las ideas de la democracia y del progreso. [82]

El segundo grupo era el de los monárquicos, acaudillados por el abogado de los grandes capitalistas, Antonio Goicoechea, que en aquel período se inclinaba también hacia soluciones dictatoriales y fascistas.

El tercer grupo estaba integrado por las derechas católicas, agrupadas en Acción Popular, cuya jefatura había pasado a José María Gil Robles, abogado de los grandes terratenientes castellanos y de los jesuitas. Acción Popular fue la espina dorsal de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que en 1933 se convirtió en el partido fundamental de la contrarrevolución.

Las divergencias entre las fuerzas señaladas eran esencialmente tácticas. El partido clerical-fascista de Gil Robles se orientaba a implantar el fascismo en España por la vía legal. Los falangistas y monárquicos, por el contrario, se pronunciaban por el golpe de Estado y la cuartelada militar, para aplastar el avance de la democracia en España.

La sucursal de las fuerzas reaccionarias en el campo republicano eran los radicales de Alejandro Lerroux. Desde que, a fines de 1931, fue eliminado del Gobierno, Lerroux se había colocado abiertamente en el campo de las derechas, en la constelación de los partidos contrarrevolucionarios; personificación de la corrupción política, Lerroux y sus secuaces estaban ligados a lo más turbio de las finanzas, y, particularmente, a Juan March, a quien nuestro malogrado escritor, Manuel Benavides, caracterizara, certero, de «último pirata del Mediterráneo». Si la CEDA era el centro aglutinante de la reacción fascista, el Partido Radical era su caballo de Troya: la demagogia lerrouxista, que lograba cierto crédito en algunos sectores de la opinión republicana, abría el camino del Poder a las fuerzas reaccionarias.

La aparición de la amenaza fascista introdujo cambios esenciales en la situación política y en la correlación de fuerzas en España y en el mundo. La subida de Hitler al poder en Alemania en 1933 y los acontecimientos de Austria en los primeros meses de 1934 mostraron, con su crudo dramatismo, que allí donde no existía unidad de las fuerzas obreras y populares, el fascismo lograba abrirse paso, instaurar su dictadura terrorista y desatar una bestial ola de persecuciones y crímenes [83] no sólo contra el Partido Comunista, sino contra todo el movimiento obrero y democrático. Ya a comienzos de 1933, frente a quienes en España tomaban a broma el peligro fascista, afirmando con notoria ligereza que se trataba de un fantasma inventado por los comunistas, el Partido Comunista levantó la bandera de la unidad y de la lucha antifascista.

En un mensaje dirigido el 16 de marzo de 1933 al Partido Socialista, a la Unión General de Trabajadores, a la Federación Anarquista Ibérica y a la Confederación Nacional del Trabajo, el Partido Comunista de España decía:

«Todos los trabajadores, sin distinción de tendencias, deben unirse en un gran frente común para la lucha antifascista. Todos los trabajadores tienen el mismo interés vital en aniquilar en sus mismos gérmenes el peligro reaccionario, sus provocaciones funestas y sus preparativos de golpe de Estado. El ejemplo de Alemania debe servir de advertencia imperiosa para todos. Una dictadura fascista en España, si llegara a establecerse a causa de la insuficiente vigilancia y de la falta de unidad de los trabajadores, al desencadenar su terror sangriento no haría ninguna distinción entre los obreros socialistas, anarquistas o comunistas».

El Partido propugnó y propició la creación del Frente Antifascista, concebido como un amplio movimiento de masas para agrupar a cuantos estuvieran dispuestos a cerrar el paso a la reacción. Inicialmente, el Frente Antifascista estuvo integrado por el Partido Comunista, la Juventud Comunista, la Confederación General del Trabajo Unitaria, la Federación Tabaquera, el Partido Federal, la Izquierda Radical Socialista y diputados de diversas tendencias.

También fue el Partido el animador en 1933 del nacimiento de una organización femenina de carácter político muy amplio, para la lucha contra la guerra y el fascismo. En breve tiempo, esta organización se extendió por toda España, constituyéndose Comités de Mujeres contra la Guerra y el Fascismo en las ciudades y pueblos más importantes. En esta organización participaban, no sólo como afiliadas, sino como [84] dirigentes, junto a las mujeres comunistas que realizaban una gran actividad entre las mujeres de las diversas clases sociales, otras, pertenecientes a la pequeña burguesía, sin partido muchas de ellas, militando en los partidos republicanos la mayoría, que trabajaban, defendiendo las ideas democráticas, con verdadero entusiasmo y abnegación.

La política de Frente Antifascista fue refrendada en el Pleno ampliado del Comité Central reunido en Madrid el 7 de abril de 1933. En el Frente Antifascista estaba ya en embrión la idea del Frente Popular, que iría desarrollándose a través de un proceso crítico y autocrítico, tanto para vencer la resistencia de las demás fuerzas democráticas, como para eliminar los restos de sectarismo que aún frenaban en nuestras filas la audaz aplicación de esa política.

Y allí donde fueron vencidos una y otros se cosecharon frutos prometedores, como en Málaga en noviembre de 1933, donde se creó el primer Frente Popular con el pacto entre comunistas, socialistas y republicanos, gracias al cual la candidatura antifascista triunfó sobre la reaccionaria, saliendo entre los elegidos el primer diputado comunista de España: el doctor Cayetano Bolívar.

Las elecciones parlamentarias de noviembre de 1933 mostraron el crecimiento de la influencia del Partido entre las masas. Si en las de julio de 1931 nuestros candidatos habían obtenido 60.000 votos, esta vez reunieron ya 400.000, a despecho de los fraudes electorales de las derechas y de la ley mayoritaria que favorecía exclusivamente a los grandes bloques electorales.

En las elecciones salió triunfante la reacción como consecuencia de la desunión de las izquierdas, de la táctica anarquista de abstención que restó muchos votos a las fuerzas democráticas y ayudó al bloque reaccionario. Pero ante todo, como consecuencia de la política de vacilaciones y renunciamientos practicada durante más de dos años desde el Gobierno por el bloque republicano-socialista, política que sembró la desconfianza en ciertos sectores populares y, muy especialmente, en una parte de los campesinos que vieron defraudadas las esperanzas de que la República les diese la tierra. [85]

Afortunadamente la lección no cayó en saco roto. Los trabajadores socialistas vieron por fin que la táctica de su Partido no les había llevado hacia el socialismo que les prometieran sus líderes, sino hacia la reacción y el fascismo. Era ya inocultable que la línea general del Partido Comunista de España había sido la única justa y revolucionaria en todas las cuestiones decisivas de la revolución española.

La experiencia fracasada del gobierno conjuncionista, la rebelión de las masas del PSOE contra el oportunismo de sus dirigentes, el desplazamiento de muchos trabajadores socialislas hacia las posiciones del Partido Comunista fueron las causas de una honda crisis del PSOE, donde afloraron tres corrientes claramente definidas, que ya con anterioridad existían latentes en el Partido Socialista:

1) La derechista-reformista, dirigida por Besteiro, Saborit, y Trifón Gómez, que repudiaba abiertamente los métodos revolucionarios y cualquier contacto con los comunistas. Aparecía como la «protegida» de las derechas, la partidaria acérrima de una política de colaboración de clases.

2) La centrista, encabezada por Prieto y Fernando de los Ríos, cuyo fin era, sin enfrentarse directamente con la base socialista, impedir la radicalización del Partido Socialista y la colaboración de éste con el Partido Comunista. Los centristas querían volver a una situación semejante a la de 1931, o sea a una conjunción republicano-socialista basada en que la clase obrera actuase a remolque de la burguesía.

3) La izquierda, representada sobre todo por Largo Caballero, cuya actitud reflejaba la radicalización de las masas socialistas, el deseo vehemente de éstas de llegar a la unidad con el Partido Comunista. Muy pronto se convirtió en la corriente dominante.

Francisco Largo Caballero, que había sido en 1920 y años posteriores, junto a Besteiro, uno de los clásicos representantes de la tendencia derechista-oportunista en las filas del Partido Socialista y de la UGT, pasó de la experiencia colaboracionista con la dictadura y con los gobiernos republicanos, a posiciones izquierdistas extremistas, que si políticamente no eran consecuentes ni correctas, representaban, de una manera general, un gran paso hacia la transformación del Partido [86] Socialista en un partido obrero clasista y preparaban el terreno para el entendimiento entre los dos partidos obreros: el Partido Comunista y el Partido Socialista. Ello explica por qué el Partido Comunista saludó este cambio y se esforzó en establecer con el Partido Socialista un acuerdo como base de la realización de la unidad de la clase obrera, sin lo cual no era posible oponer una resistencia seria a la amenaza fascista ni asegurar la consolidación de la República y de la democracia.

Historia del Partido Comunista de España, París 1960, páginas 80-86.