Filosofía en español 
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“Para Espartero el olvido: para O'Donnell la expiación”

EsparteroEsparteroO'Donnell

Se supone que fue Fernando Corradi quien terminó con esta frase redonda –“Para Espartero el olvido: para O'Donnell la expiación”– un editorial publicado, el jueves 6 de noviembre de 1856, en su diario: El Clamor Público, periódico del partido liberal. No fue una frase que pasara desapercibida del todo, y tampoco quedó simplemente olvidada entre cientos y cientos de nuevas frases y textos que fueron llenando las páginas de los periódicos del día siguiente y de los sucesivos… hasta hoy. Más de siglo y medio después no pretendemos hacer aquí hermenéutica, ni ofrecer alguna interpretación definitiva sobre tal fórmula. Bastará recopilar algunos textos relacionados y que, al menos el prudente, se aparte de simplismos maniqueos.

«La revolución en España ha adquirido ya el carácter de situación permanente hasta el punto de que, como nos informa nuestro corresponsal en Londres, las clases adineradas y conservadoras han comenzado a emigrar y a buscar seguridad en Francia. Esto no es sorprendente; España jamás ha adoptado la moderna moda francesa, tan extendida en 1848, consistente en comenzar y realizar una revolución en tres días. Sus esfuerzos en este terreno son complejos y más prolongados. Tres años parecen ser el límite más corto al que se atiene, y en ciertos casos su ciclo revolucionario se extiende hasta nueve. Así, su primera revolución en el presente siglo se extendió de 1808 a 1814; la segunda, de 1820 a 1823, y la tercera, de 1834 a 1843. Cuánto durará la presente, y cuál será su resultado, es imposible preverlo incluso para el político más perspicaz, pero no es exagerado decir que no hay cosa en Europa, ni siquiera en Turquía, ni la guerra en Rusia, que ofrezca al observador reflexivo un interés tan profundo como España en el presente momento. […] Los hemos presentado porque son necesarios, no sólo para apreciar la crisis actual, sino todo lo que ha hecho y sufrido España desde la usurpación napoleónica: un período de cerca de cincuenta años, no carente de episodios trágicos y de esfuerzos heroicos, y sin duda uno de los capítulos más emocionantes e instructivos de toda la historia moderna.» (Carlos Marx, “La España revolucionaria”, New York Daily Tribune, 9 de septiembre de 1854.)

Tras la década moderada, la Vicalvarada permitió que en julio de 1854 triunfase la revolución en España, que no llegó a durar el límite más corto de tres años que observaba Carlos Marx para las revoluciones españolas, y se quedó en bienio progresista: el 18 de julio fue nombrado el general Baldomero Espartero (1793-1879, duque de la Victoria) presidente del Consejo de Ministros, con Leopoldo O'Donnell (1809-1867, conde de Lucena) como ministro de la Guerra –O'Donnell formará la Unión Liberal, para tratar de armonizar a liberales moderados y progresistas–; y dos años después cae Espartero, el 14 de julio de 1856, pasando precisamente O'Donnell a presidir el Consejo de Ministros de España, hasta el 12 de octubre de 1856, en que es sustituido por el moderado Ramón María Narváez.

1856 el periódico del partido liberal va reinterpretando lo sucedido entre 1854 y 1856

Clamor Público

«En nuestro artículo de ayer juzgamos al Gobierno de Espartero: en el de hoy dejaremos sucintamente consignada nuestra opinión sobre el que presidió el general O'Donnell. Seremos breves, porque la conciencia pública ha pronunciado ya la sentencia que condena al conde de Lucena y le señala a todos los partidos como uno de aquellos espíritus a quienes en el infierno del Dante rechazaban de consuno los ángeles fieles y rebeldes a Dios. […] Oculto detrás de Espartero durante dos años y cubierto con el manto de la inmerecida popularidad de su colega, preparaba con sus hechuras y parciales el cambio de 1856. Fantasma que se interponía entre Espartero y los verdaderos progresistas, […] Quería gobernar solo, y repetir en la Península, como presidente del Consejo de ministros, la dominación opresora que había ejercicio en la isla de Cuba como capitán general. Tenía una ambición de gigante con la capacidad política de un pigmeo. […] La conducta de O'Donnell después de su triunfo, preparado muy de antemano, no tiene ejemplo en los anales de las revoluciones. […] Armado de la piqueta y del martillo demolió con frenética complacencia todas las obras que se habían construido durante dos años. Anuló la Constitución de 1856, disolvió las Cortes constituyentes, extinguió la Milicia, atacó la desamortización, suspendió la venta de bienes del clero, atropello todos los derechos y todas las garantías. […] Pero ni las mismas instituciones que salían de su cabeza calenturienta llegaban a ponerse en ejecución. Quedaban solo escritas sobre el papel como notas de música: eran una letra muerta que no podían vivificar, aunque hubieran querido, O'Donnell y sus parciales; los desertores procedentes del partido moderado y los prófugos que habían abandonado al partido progresista. […] ¿Y todo para qué? Para restablecer el orden político de 1845, obra de los moderados y de que era fundador el general Narváez, jefe legítimo de este partido. […] ¿Y qué diremos de esos ex-progresistas que dieron decidido y declarado apoyo al poder dictatorial del conde de Lucena, que se levantaba sobre las ruinas de las instituciones fundadas por su partido; que hollaba nuestros principios; que restablecía la oligarquía opresiva de 1845, contra la cual habíamos constantemente protestado; que nos arrojaba al rostro hecho pedazos con la punta de su espada el Código donde habíamos consignado los derechos y las garantías de la Nación? Esos progresistas, si aun insisten en el nombre, no serán nunca nuestros amigos políticos. Entre ellos y nosotros hay un abismo. Para Espartero el olvido: para O'Donnell la expiación.» («Sección política. Madrid 6 de noviembre», El Clamor Público, Madrid, jueves 6 de noviembre de 1856, página 1.)

Para Espartero

La España, al día siguiente, se desmarca del ardor despechado de su colega

«Resumen de la prensa (periódicos de ayer mañana). […] El Clamor Público, que después de la muda ha recobrado la facultad de hablar, la emprende hoy con el general O'Donnell, del mismo modo que ayer la emprendió con el general Espartero. Si severo fue con el uno, no lo es menos con el otro. Allá van por vía de muestra las siguientes andanadas: “[…] Esos progresistas, si aun insisten en el nombre, no serán nunca nuestros amigos políticos. Entre ellos y nosotros hay un abismo. Para Espartero el olvido: para O'Donnell la expiación”. Nosotros que no estamos cegados por la pasión, ni irritados por la derrota, diremos francamente que todas estas cosas, y acaso más, nos hubieran parecido bien dichas cuando el general O'Donnell ocupaba el poder, y estaba, según la novísima opinión del Clamor, causando la ruina del partido progresista. La idea que nosotros tenemos formada es precisamente opuesta a la de nuestro colega: creemos que al general O'Donnell es deudor el partido progresista de su resurrección en 1854, y que sin la energía y el espíritu de gobierno que el ministro de la Guerra trató de inocular en la revolución, esta hubiera perecido mucho antes de enfermedad de anarquía. Pero déjemoslo todo a los panegiristas de la unión liberal, para que se las entiendan, si quieren, con el Clamor.» (La España, Madrid, viernes 7 de noviembre de 1856, año IX, número 2316, página 3.)

1857 desde Londres un filólogo reduce la frase a mero ejemplo en sus cuitas ortográficas

A Manuel Martínez de Morentín, profesor de lengua y literatura española del London Athenaeum [su lema: «Morentín vencer y nunca vencido»], que publicó en 1857 en Londres unos interesantes Estudios filológicos: o sea exámen razonado de las dificultades principales en la lengua española (obra que tiene además otro título extenso, mucho más largo y descriptivo: «Estudios filológicos: o sea exámen razonado del empleo de los verbos Ser y Estar; del uso de los tiempos del subjuntivo; del de las preposiciones Por y Para; de los accidentes del adjetivo, y de los pronombres: dificultades principales en la Lengua Española. Trozos escogidos en prosa y verso de los más distinguidos autores clásicos y un apéndice en el que se desenvuelven…»), le vino muy bien la frase como ejemplo, pero no ya tanto por su contenido filosófico o político, sino porque su autor, o el tipógrafo, escribió espiación y no expiación.

«Ya el filólogo Puigblanch, en sus Opúsculos Gramático-satíricos, había levantado la voz contra la práctica de escribir “Es-Gobernador” con s de uno que dejó de serlo, y aun acaso de existir, en lugar de “Ex-Gobernador” con x: y todavía mas contra el intolerable abuso de escribir que un “espía” espía en vez de expía con la pena de su delito; y que aun después de muerto y enterrado espía: abusos que se quieren sancionar a pretexto de suavizar una lengua (* […] Y para corroborar mas esta doctrina copiamos lo que acabamos de leer en uno de los principales Periódicos de Madrid, El Clamor Público, que dice: “Para Espartero el olvido: para O'Donnell la espiación.”) cuyos dotes característicos son la plenitud de los sonidos, la eufonía, la hinchazón y redondez.» (Manuel Martínez de Morentín, Estudios filológicos, Trübner y cia, Londres 1857, introd., pág. 15.)

1858 dos años después no podían dejar de recurrir a la hemeroteca…

«Revista de la prensa. La España. […] «Anteayer, queriendo el León Español buscar los antecedentes en que el Clamor Público apoya el ardiente amor que hoy le inspira el general O'Donnell, se expresa de este modo: «El Clamor Público, órgano en otro tiempo del partido progresista de 1843, es uno de los tres diarios que ponen al general O'Donnell por encima de los hombres de Estado mas eminentes de todos los países. Para el Clamor Público, O'Donnell es el restaurador de los principios liberales, el gran político, el modelo de los ciudadanos, la lealtad y la pureza personificadas. Pues bien el Clamor Público juzgaba así al conde de Lucena en noviembre de 1856: “Oculto detrás de Espartero durante dos años […] Entre ellos y nosotros hay un abismo. Para Espartero, el olvido: para O'Donnell, la expiación.” La fabulosa consecuencia del Clamor Público aparece tan alta a nuestros ojos, que en este instante tenemos el sentimiento de perderla de vista. El triple asunto que acabamos de exponer, encierra materia en abundancia; pero no cometeremos la crueldad de detener por mucho tiempo las miradas de nuestros lectores en este desagradable espectáculo. Hay operaciones que deben ejecutarse con rapidez, y seremos breves. La estrecha alianza del Diario Español, de la Epoca y del Clamor Público, tiene una razón mas poderosa que el presupuesto, más sólida que la conveniencia del momento, más firme que el lazo frágil de su común ministerialismo. Es un instinto de raza, es la simpatía natural con que se atraen recíprocamente las organizaciones iguales, los seres de una misma naturaleza. Los tres diarios ministeriales pueden mirarse entre sí con tranquilo desembarazo, con la confianza que inspira el hábito común de unas mismas costumbres. Los tres defensores del general O'Donnell son la expresión más fiel y hasta más leal del hombre que los patrocina. Cada uno lleva su inconsecuencia como un título legítimo a la admiración y al respeto de aquel cuya vida política está llena de sangrientas contradicciones. Esta es la prensa de la unión liberal. La unión liberal, que para hacer creer que era grande, ha dicho: aquí caben todas las opiniones, sin observar que semejantes palabras, revelando su pequeñez, solo quieren decir: aquí solo caben todas las inconsecuencias. Es imposible que la unión liberal esté nunca mejor representada. Ha elegido por careta su propia cara, y se cree oculta detrás del lienzo en que se ostenta su propio retrato. Las tres famosas contradicciones de los tres famosos diarios forman un terrible argumento contra los que piensan en leyes que maten la libertad del pensamiento. ¡Qué necesidad hay de reprimirla cuando hay quien la deprima! La prensa ministerial, es en nuestra opinión, la ley de imprenta más eficaz y más terrible. Nosotros dijimos en cierta ocasión que cuando el general O'Donnell no está al frente de los destinos públicos, suele estar al frente de las sublevaciones. Ahora diremos que cuando la unión liberal está en el poder tiene por órganos al Diario Español, a la Época y al Clamor Público, y cuando está en la oposición suelen ayudarle el Murciélago y toda aquella escandalosa serie de libelos que fueron en 1854 los precursores de su venida al mundo. Fueron como los rabiosos dolores con que se anunciaba tan monstruoso parto. Ahora buscad el pensamiento del gobierno; pero es inútil, no lo encontrareis. Preguntádselo a los periódicos ministeriales y oiréis estas majestuosas palabras: El gobierno se ha rodeado de los hombres honrados de todos los partidos.» Eso no reza con nosotros, y por consecuencia que allá se las entiendan con la España los aludidos. Mas el país que tendrá lugar de ver las contestaciones, podrá juzgar a todos como merecen.» (La Discusión, Madrid, domingo 19 de septiembre de 1858, pág. 1.)

1872 José Selgas se acuerda, quince años después… de “estas proféticas palabras”

El Padre Cobos

El periodista y escritor José Selgas Carrasco (Murcia 1822-1882), fundador del antiprogresista periódico satírico El Padre Cobos (1854-1856), azote de Espartero, más de quince años después del editorial de El Clamor Público, ya elegido académico de la Española (en 1865) pero sin haber tomado aún posesión del sillón b (en 1874), recuerda la frase en su primera novela, Deuda del corazón (1872):

«Un periódico de aquel tiempo (El Clamor Público, si no recuerdo mal), juzgando los sucesos de 1856, que pusieron término al trastorno de 1854, terminaba con estas proféticas palabras: “Para Espartero el olvido, para O'Donnell la expiación.” Nadie hizo entonces, ni ha hecho después, mérito alguno de esas palabras, que se han cumplido al pie de la letra. O'Donnell, sinceramente católico, persigue a los obispos, coarta la libertad de la Iglesia y reconoce las usurpaciones del Piamonte. O'Donnell, militar pundonoroso, es el jefe de una sedición militar y el dispensador de gracias y honores a los rebeldes. O'Donnell, monárquico tradicional por carácter, por educación y por origen, se subleva, contra el poder real, y le impone la perpetuidad de su dominación, como la única prenda segura de su lealtad. O'Donnell, aristócrata orgulloso del nobiliarismo de su estirpe, tanto que sus lisonjeros han creído ver sangre real en sus venas, llega hasta a hacerse cómplice de los descamisados; más aún, cortesano de los demagogos. Rivero, en pleno parlamento, lo llamó el gran institutor de la democracia.» (José Selgas, Deuda del corazón. Novela original, Librería de Don Leocadio López, Madrid 1872, págs. 155-156.)

1885 ¿Por qué un académico necrólogo se acuerda, treinta años después, de “aquel fatídico artículo”? ¿por qué y para quién habría resultado “fatídico”?

«Volvieron los moderados, y Corradi hizo dimisión, fundando en 1844 El Clamor Público, que fué hasta la revolución de 1854 uno de los más importantes periódicos de España. La historia de aquellos once años es tan conocida, así como la influencia que en la dirección de su partido ejerció Corradi, que excusado sería entrar en ella, cuando la saben todos nuestros lectores. Durante el bienio de 1854 a 1856, cediendo Corradi a las instancias del duque de la Victoria, fue a Lisboa de ministro plenipotenciario cerca del rey de Portugal. Disueltas las Cortes, y habiendo caído aquel Gobierno, hizo dimisión y se retiró a la vida privada por pocos meses, pues sus ideas y sus amigos le hicieron volver a la lucha, escribiendo aquel fatídico artículo, intitulado Para Espartero el olvido, para O'Donnell la expiación. […] D. Fernando Corradi había nacido en 10 de Diciembre de 1808 y murió en 26 de Febrero del presente año. ¡Dios le haya acogido en su seno, y consuele a su afligida y digna esposa!» («Necrología. Excmo. Sr. D. Fernando Corradi», Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 6, Madrid 1885, págs. 156-158.)