El Capitán General de las Provincias de Puebla y Veracruz
a las tropas seducidas por el ingrato Santana
Amigos: escandalizado está el Imperio todo del paso precipitado y criminal que acabáis de dar, engañados por un traidor: en un momento obscurecisteis vuestros pasados servicios adquiridos a costa de fatigas y de sangre; en un momento habéis atraído sobre vosotros el odio de vuestros compatriotas, el desprecio de los extranjeros, las maldiciones de la posteridad y la execración de la Patria: ¿y será posible que eternicéis vuestra infamia? Oíd a vuestro Jefe legítimo: un compañero vuestro os habla: no sé si el dolor que ha penetrado mi alma al observar vuestra criminal conducta me permitirá… ¡ah! yo no soy más que un soldado: ¿quién me diera poder manifestaros a su verdadera luz la falsedad de vuestro procedimiento, la iniquidad de ese monstruo a quien seguís? os horrorizaría un cuadro tan espantoso. Reflexionad las consecuencias de vuestra empresa temeraria: no pueden ser otras que la ruina de mil familias, la devastación de nuestras fértiles provincias, los estragos de la guerra civil, la esclavitud de la Patria, y borrar por siempre de los anales de la historia las glorias que adquirimos, cuando unidos bajo el estandarte de la libertad, dimos un ejemplo al mundo de valor y de grandeza, destrozando el pesado yugo que abrumó a nuestros tristes padres; y vosotros desgraciados, ¿emprendéis de nuevo forjar nuestras cadenas? y ¿os llamáis mexicanos? No: sabed que no sois más que los instrumentos de la tiranía de los españoles. ¿Qué furor os agita? ¿qué negro veló se extiende delante de vuestros ojos? ¿no veis ya en la continuación de vuestro delirio los campo de Anahuac empapados de nuestra sangre, y nuestros cadáveres andando en las lágrimas de nuestras desconsoladas mujeres; de nuestros hijos miserables? Ea, soldados: un instante solo de cordura, una mirada de compasión hacia vosotros mismos, vuestras familias y vuestros amigos os harán abandonar esa bandera obscura, que no es otra cosa que la nube próxima a despedir el rayo de la desolación y el exterminio: corred a mis brazos, formemos una misma familia, dad a la Patria un día de gloria, y borre el arrepentimiento los de duelo que le ocasionará vuestro extravío. AGUSTÍN PRIMERO es nuestro Padre, nuestro libertador: su divisa es, amor, humanidad, filantropía; nada temáis si sois dóciles; pero temedlo todo, desgraciados, si la contumacia pone el sello a la iniquidad: desoíd a ese hipócrita que os alucina: pues qué, ¿os son desconocidos sus vicios, su intolerable orgullo, su ambición desenfrenada, sus maneras groseras, su ingratitud, su inmoralidad? Fijad la vista en su semblante, y no podréis dejar de ver en él retratada la agitación de una alma devorada por la envidia, un corazón roído de injustos resentimientos, una imaginación en continuo movimiento sin fijarse jamás: yo os aseguro que solo la mirada de un hombre de bien le abate y le anonada. Miente cuando ostenta valor: la noche del 27 de Octubre se mantuvo cobardemente fuera del alcance de las balas. Miente cuando se dice militar: es indigno del uniforme que viste, desconoce la disciplina, injuria a los soldados, desprecia a los subalternos, desaira a sus compañeros, desobedece a sus jefes, y distrae al Gobierno con solicitudes impertinentes hechas con bajeza. No tiene amigos, porque a todos fue ingrato: no tiene parientes, porque a todos los trató mal: no tiene adictos porque nunca hizo bien: no tiene patria, porque ésta abomina al espurio que la vende a sus enemigos. Miente infamemente cuando se atreve a calumniar con sus labios sacrílegos la augusta persona del Emperador: el Plan de Iguala que jurasteis, el Tratado de Córdoba en que convenisteis, están en su fuerza y vigor: si Agustín Primero ocupa el trono de Moctezuma, la Nación y vosotros se lo dieron, repugnándolo él y haciendo los mayores esfuerzos para evadirse de tan insoportable pesadumbre: si el Congreso dejó de existir en su totalidad, impútese a sí mismo por su apatía, por su abandono, por su intriga, por la ilegalidad de su elección, por sus miras facciosas y destructoras del orden; y elógiese por siempre la sabiduría de un Emperador, que supo evitar los males sin destruir la representación nacional, respetando sus juramentos y la voluntad de los pueblos: si la conducta de platas se ha detenido, las necesidades públicas lo exigieron; esta es la ley suprema: los propietarios conservan sus derechos, son acreedores al Erario, y este les satisfará cuando los traidores no impidan al gobierno desplegar sus recursos y poner en corriente los manantiales de la riqueza del Estado. El mismo Santana, que ahora quiere fascinaros con estos pretextos especiosos, se prestó mil veces al Emperador espontáneamente para destruir al Congreso en lo absoluto, con estrépito, con escándalo y aun con sangre. Ese mismo Santana pidió a S. M. la destrucción de la Plaza de Veracruz, la confiscación de los bienes de los europeos, y echar mano de la conducta sin responsabilidad y sin reintegro. Ese Santana que ahora predica República, nunca tuvo las virtudes de un republicano: vano, presumido, altanero, despreciador de los derechos del hombre, díscolo, enemigo de la sociedad, rastrero en sus pretensiones, bajo en sus procedimientos, no tiene otro sistema, no le animan otros deseos que el de dominar sobre infelices: sus insubordinaciones, sus felonías, las representaciones dichas y escritas de los Pueblos que se pusieron a su dirección obligaron al Emperador a substituirle un jefe benemérito y conocido por sus virtudes; y ved aquí, soldados, todo el motivo de su furor y de su rabia, con la que os arrastra al suplicio y prepara a la madre Patria un abismo de desventuras. Volved en vosotros: salvaos y salvémonos: tres días os concede la piedad de Agustín; pasados, vuestra perdición es indefectible, un cadalso infame pondrá término a vuestros crímenes, y los nombres de los secuaces del traidor serán borrados de la lista en que la fama inscribe los de los hombres de bien.
Jalapa Diciembre de 1822.
José Antonio Echávarri.
( Transcripción íntegra y directa del texto impreso sobre las tres primeras páginas de un pliego de papel sin pie de imprenta. )