Filosofía en español 
Filosofía en español


María Josefa Cordero

XII Congreso de Filósofos Jóvenes

La Facultad de Letras de la Universidad de Oviedo era un antiguo convento, cuyo interior está adaptado a la enseñanza. En su recinto una numerosa asistencia –a veces cerca de trescientas personas–, entre congresistas venidos de todas las provincias españolas y universitarios ovetenses, han asistido durante cuatro días –del 22 al 25 de marzo– a ponencias y debates en torno al tema “Teoría y praxis”.

La secuencia de estos Congresos filosóficos ha sido más bien difícil. Las tradiciones y los dispositivos oficiales, tanto académicos como de parte de la administración gubernamental no veían claramente el contenido y las metas de este grupo de filósofos que se denominan “jóvenes”, más por señalar en lo implícito las significaciones cualitativas del antónimo que por referencia a la cuantificación generacional.

La filosofía oficial en general tiene su realidad en los programas del Ministerio de Educación y Ciencia y su aparición sobre las tarimas áulicas bajo la forma de clases. Otras actividades filosóficas frecuentes, como seminarios, conferencias, etcétera, caen en la consideración de complementarias, y están vinculadas a locales y efemérides bien señaladas.

Una filosofía itinerante de resurgimiento anual prácticamente espontáneo, sin becas ni aparato burocrático, sin cuadro horario ni escalafones, una filosofía autodirigida, que no otorga diplomas ni hace exámenes, presentaba un cariz que, para ser suaves, al establecimiento se le antojaba increíble o lúdico, y en casos extremos, disolvente. La obstinación de hasta doce reuniones del Congreso, con una siempre creciente asistencia, debería estar a punto de hacer saltar las estimaciones consagradas, pues ni la pueril, aunque taimada negativa del Tenerife oficial, que rechazó el año pasado a última hora el XI Congreso, logró romper la continuidad, y, con inevitable retraso, fue Madrid quien suplió a la Universidad canaria de La Laguna.

Este que hace algunas semanas concluyó estuvo bajo el amparo del Departamento de Filosofía que dirige en Oviedo el profesor Gustavo Bueno, porque ni todas las provincias tropiezan tan fácilmente ni todas las Universidades españolas sufren la rigurosa e inmerecida suerte de la tinerfeña.

Este grupo de filósofos jóvenes está inscrito en la Sociedad Española de Filosofía, que actualmente Preside el profesor Carlos París, a quien debemos el éxito de más de una difícil batalla.

En Oviedo se ha introducido una novedad en el Congreso. Dos participantes fueron extranjeros. Los pensadores Etienne Balibar y Claude Berger. Por todos los estudiosos de filosofía es conocido el discípulo de Althusser, Etienne Balibar, profesor de la Sorbona, con obra en parte traducida al español. No ocurría lo mismo con Claude Berger, otro joven filósofo francés que acaba de lanzar “Marx, L'association, l'anti-Lenine”. Para los congresistas fue muy interesante la controversia entre ambos participantes franceses.

Las tendencias comenzaron pronto a hacerse patentes, y a lo largo del Congreso los ponentes y sus interlocutores se agruparon claramente en ellas y polemizaron desde las mismas. Las corrientes más acusadas eran: estructuralismo althusseriano o el Althusser rectificatorio y autocrítico, por un lado; por otro, marxismo-leninismo como partido o asociacionismo espontáneo y anti-leninismo.

A Fernando del Val, profesor de Sociología de la Universidad Complutense, tocaba este año la sesión de apertura, por ser el presidente del Congreso, pero la visión panorámica que ofreció sobre el tema “Teoría y Praxis” fue lo suficientemente vasta y densa como para encajar precisamente en la función contraria, la de clausura y resumen de buena parte de lo expuesto.

Entre los críticos del althusserismo se opusieron al primer momento de la escuela y más cercano al estructuralismo y al leninismo stalinista, ponentes como José María Laso, de la escuela de Oviedo, que sostuvo una lectura sobre “El capital”, sin divorcio entre teoría y praxis, y que la teoría mientras no se materializa en actos de una praxis total no deja de ser actividad teórica y diferente a la otra actividad práctica. El propio Del Val también polemizó en torno a la ya clásica lectura althusseriana-leninista de la obra fundamental de Marx, recomendando la no inocente lectura de la obra completa marxiana, así como condenando las rupturas epistemológicas –alusión a la denunciada por Althusser respecto de Marx– como estériles maneras de entender la historia.

Otros anti-althusserianos lo fueron en forma distinta. Tal vez entre ellos pareció el más beligerante Claude Berger, que atacaba concretamente los rasgos althusserianos fieles al partido y desarrolló su punto de vista sobre la lucha de clases, hoy como organización del espontaneísmo obrero frente al esquema del P. C. oficial, que presenta el grupo decisorio político como un Estado de apropiación de los medios de producción y sigue conservando separado al proletariado de sus medios de trabajo, separación que no es marxista.

Gustavo Bueno hizo una crítica del althusserismo más generalizada, aunque sobre cuestiones fragmentadas y de manera ocasional. El profesor Bueno habló ante un aula abarrotada y sobre un tema diverso, al que entregó impreso a los congresistas, titulado: “Veinte cuestiones cara al XII Congreso de Filósofos Jóvenes”. El rótulo de su disertación verbal podría ser “La Academia” o “Sobre las tareas filosóficas hoy en la Academia” y fuera de ella. De todos es conocida la constante defensa de Bueno hacia la filosofía –actualmente en situación de encrucijada muy crítica–, lo que no es precisamente malo; que el catedrático de Oviedo ponga su empeño a contribución de la Academia tanto filosófica como institucionalizada es cuestión aparte.

Bueno separó la filosofía como reflexión de segundo grado, de cualquier otro menester, pues la profesión de la filosofía está incluso más allá de la revolución, distante del mero practicismo, y no mediada por la lucha de clases. La conciencia política activa es una forma objeto de reflexión filosófica, pero la forma filosófica verdadera es la agnóstica, y su actitud, la de práctica general del tratamiento dialéctico de las ideas que brotan necesariamente de las realidades políticas, científicas, etcétera. Este análisis dialéctico dijo que era el definido por Platón.

Está aquí seguramente el nudo conflictivo más importante entre el punto de vista de la escuela ovetense y el expuesto por Balibar, colaborador de Althusser, en su sólida y convincente lección sobre “La contradicción, categoría fundamental de la dialéctica materialista”. La dialéctica, la contradicción, son entendidas y empleadas analíticamente desde muy distintos presupuestos por Bueno y Balibar.

Para el profesor español, la contradicción recibe en la escuela althusseriana un trato inadecuado que conduce a su deformación, pues la contradicción es “composición de fuerzas” cuyo fondo es el principio de identidad.

Para Etienne Balibar, una dialéctica que entiende así la contradicción es “idealista”. La contradicción de la dialéctica materialista, que no es un principio, sino una práctica ligada a las luchas de clases, muestra en el antagonismo de su lucha un desarrollo desigual, que tiene como principio subyacente el contrario al clásico de identidad, puesto que siempre uno de los contrarios predomina, su base en cualquier caso sería el principio de desigualdad. Según Balibar, todo materialismo filosófico que se pretenda exposición canónica de la dialéctica es “idealismo”, puesto que no practica la lucha interna de los contradictorios. El profesor de la Sorbona acabó incluso afirmando que la contradicción principal es la lucha contradictoria entre materialismo e idealismo en la dialéctica misma.

Un ponente español, Gabriel Albiac, joven seguidor de la escuela althusseriana, cuyos pensadores ha frecuentado en París, presentó una exégesis sobre textos de Marx en torno a la articulación entre título y subtítulo de “El Capital” y personalizó la postura más balibariana de la asamblea. Por su parte, Juan Luis Pintos mantuvo una relativa independencia sobre las corrientes polemizadas, y en sus exposición se limitó al análisis del discurso filosófico como ineludiblemente crítico y consciente de sus propios condicionamientos histórico-políticos. Los discursos filosóficos neutralistas consideró que son solamente abstractos y se niegan a descender a niveles concretos para no perder su pretendida objetividad del saber.

Tampoco fueron especialmente partidarios del primer althusserismo ni el sociólogo de la Complutense José Vericat ni el antropólogo de la Autónoma Tomás Pollán. Del primero lo más sustancioso fue su análisis de la “Teoría general de los sistemas”, como superestructuralismo y como los antípodas del materialismo histórico –al que, por otra parte, engloba esta teoría–, pues en su reducción externa de complejidades como proceso para evitar fricciones de todo tipo pasa la historia a subsistema centrado en la categoría de tiempo o sistema sin contenido.

Pollán, que ha seguido estudios con Lévi-Strauss y Godelier, centró su panorámica antropológica en la escuela de Ecología Cultural de Steward, que se propone analizar las bases materiales de todas las culturas como procesos específicos de adaptación a entornos determinados, y presentó parar solventar las excepciones inexplicadas mediante esta teoría la interesante opción del modelo de Godelier, que transforma las instancias althusserianas en funciones que éstas pueden cumplir; un modelo multifuncional que hay que seguir ejercitando para poder averiguar si es falsable, si es científico.

La ponencia introductora del XII Congreso: “La praxis de clase como forma de autonomía”, sirvió a Fernando del Val para implantar desde el principio, como antes señalaba, el clima general de los debates. En la apertura se provocó tanto la discusión: althusserismo-no althusserismo como la de: organización del Partido-organización autónoma del espontaneísmo salarial. Frente a la afirmación de Althusser: “Lucha de clases, motor de la historia”, Del Val reivindica la de Marx: es el progreso de las fuerzas de producción el que crea las condiciones necesarias de la revolución social: la lucha de clases no establece más que las condiciones suficientes. La obra de Marx se presenta –piensa el presidente– como ciencia histórica del pasado, reconstrucción de un acontecer en curso, y como una teoría de la revolución, que se funda en el análisis de la misma, y cuya justeza y precisión sólo podrán verificarse posteriormente, empíricamente. Añadió que no hizo Marx teoría específica del Partido, que es la expresión política del propio proletariado en lucha contra la hegemonía capitalista, y que no está llamado el Partido de ninguna manera a institucionalizarse. La alternativa frente al leninismo –condicionado históricamente– es la autonomía asociacionista de las clases ascendentes que están conscientes de su opresión.

En torno al tema: “Filosofía y teoría de la historia”, elegido democráticamente entre otros nueve, reanudaremos el año que viene en Cádiz la interminable, dificultosa, pero entrañable, pesquisa filosófica.

María Josefa Cordero