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Fernando Savater
Spinoza en Oviedo
Bergson dijo que «todos los filósofos tienen dos filosofías: la suya y la de Spinoza». No sé hasta qué punto esto es cierto, pero lo que parece indudable es que el sistema de Spinoza es una de las creaciones más válidas del pensamiento occidental, permanente venero de meditación y sabiduría. El interés por Spinoza es índice casi seguro de profundidad filosófica: ninguno de los grandes pensadores posteriores a él le ha sido indiferente o le ha despreciado. En nuestros días sigue inspirando obras importantes en el terreno de la ontología, la ética, la política y la religión. Entre éstas comentaremos hoy un libro del profesor Vidal Peña García, de la Universidad de Oviedo{1}, que merece no pasar inadvertido entre tanto subproducto intelectual vendido hoy como filosofía. Vidal Peña es un excelente conocedor no sólo de la obra de Spinoza en toda su extensión y diversidad, sino también de la amplia bibliografía sobre el tema. Su propósito en esta obra no ha sido una reexposición o un comentario «desde dentro» del pensamiento spinozista, sino aplicarle el modelo ontológico materialista de Gustavo Bueno, a fin de probar la fecundidad de éste y orientar en un sentido divergente del habitual la interpretación de Spinoza. Dos puntos quisiera comentar aquí –con la simplificación y apresuramiento que el género «reseña» impone – respecto al libro de Peña: por un lado, el tocante al modelo materialista de Bueno en sí mismo considerado: después, la aplicación que Vidal Peña hace de ese modelo a Spinoza y la fecundidad de tal acercamiento.
Del materialismo de Gustavo Bueno, expuesto en sus «Ensayos materialistas»{2}, hablé en su momento en estas mismas páginas. Es un modelo ontológico basado en la distinción clásica de la filosofía prehegeliana, entre Ontología General y Ontología Especial; se considera así una idea ontológico-general, la de Materia, y tres géneros de materialidad ontológico-especial. Esta ontología se propone como no-metafísica, entendiendo por esto que la Idea ontológico-general de Materia no remite a un monismo (pues la Materia es pluralidad, partes extra partes) ni un cosmismo, pues tal idea no está sometida a ninguna legalidad universal, ni la exige, ni la propone. A mi juicio hablar de una ontología metafísica es un curioso pleonasmo; hablar de una ontología no metafísica, un absurdo o una imprecisión en el uso de la palabra metafísica. ¿Por qué el monismo es más metafísico que el pluralismo? ¿La Idea de Una que dice de muchas maneras no encierra tanto el problema de la diversidad como el de la unidad? ¿Las partes extra partes no remiten, en cuanto, partes, a un todo? Establecer que hay UNA idea que es PLURALIDAD supone: en el plano del entendimiento, una contradicción; en el de la razón, el tema mismo de la filosofía, el de «Parménides» y «El sofista», lo que se llama metafísica. Si la ontología de Bueno en sitúa en el plano del entendimiento; no resiste el examen; si no, es metafísica. Ya va siendo hora de que se aclaren estas cosas. Respecto al problema del cosmismo, se trata de establecer los límites de la razón, el alcance de lo inteligible: no todas las soluciones que se encuentran entre los metafísicos son tan «armoniosas» como para identificar «metafísica» y «orden superior». El modelo materialista de Bueno es decididamente no-dialéctico, firmemente prehegeliano; los dos planos ontológicos y los tres géneros de materialistaestás simplemente puestos, sin que entre ellos funcione la negatividad ni, por tanto, haya en su exposición un decurso necesario. Es el reino congelado previo de la comprensión del papel de la contradicción. Es significativo que ninguno de los tres (arbitrarios) géneros de materialidad dé cumplida cuenta ni del arte ni de la historia: estos son los campos en que la dialéctica hegeliana se reveló como insustituible. A mi juicio, el problema de Bueno es éste: o se está en la Academia y por tanto no hay más remedio que ser hegeliano, pues Hegel agotó las posibilidades de la razón instituida, el Estado; o se está fuera de la Academia, ergo de la razón, lo cual ya es otro cantar. Entre tanto, los materialismos que intentan poner a Hegel «sobre los pies», olvidan demasiado pronto que el sistema es redondo...
Vidal Peña se atarea en superponer la falsilla del método buenista a la filosofía spinozista. La sustancia ocupa el lugar de la Idea ontológico-general de Materia: la Naturaleza extensa como «Facies totius universi», el pensamiento y el «ordo et conexio» son los tres géneros especiales de materialidad. El armazón funciona no sin rechinamientos; uno no puede evitarse pensar que el pensamiento de Spinoza se parece en parte al materialismo de Bueno, porque este último ha sido extraído en parte de Spinoza. El comentario dedicado por Peña a la sustancia de Spinoza me parece excelente; efectivamente, el concepto central de la Ética es mucho más abierto, crítico e indeterminado que lo que comentaristas estereotipados suelen creer. ¿Gana algo con ser considerado «materia»? No me lo parece; la gracia de la sustancia de Spinoza es situarse más allá (o más acá) de la distinción entre «espíritu» y «materia». A fin de cuentas, visto su carácter fundante e infundado, iluminador e ininteligible, pleno de sentido pero simple hasta la vaciedad, el nombre de «Dios» es el que mejor le cuadra. Por aquí iba Hegel, cuya crítica a Spinoza es mucho más profunda que lo que deja entender Peña{3}. Cuando habla de los tres géneros especiales, el análisis de Peña oscila entre lo irrelevante (los dos primeros) y lo forzado e inconveniente (el tercero). Creo que el intento de abstraer el «ordo et conexio» de su funcionamiento real en los atributos, es poco más o menos como esos intentos de «formalizar» la dialéctica que a veces se cometen. Aunque, por supuesto, el libro de Peña no intenta ser un estudio exhaustivo sobre Spinoza, no es ocioso mencionar aquello de que no se habla en su estudio, pero sí en la Ética: de la alegría y la tristeza, de las pasiones, del cuerpo, de la beatitud... Como Vidal Peña es un hombre inteligente, comprenderá que no hago esta mención por efecto literario, sino como indicación del sentido de toda mi objeción a su libro. Cuando uno ve al autor manejando su amplia cultura filosófica y su agudeza para hacer marchar el modelo materialista de Bueno, la pregunta es inevitable: «à quoi bon?»
Fernando Savater
{1} «El materialismo de Spinoza». Vidal Peña García. «Revista de Occidente».
{2} «Ensayos materialistas». Gustavo Bueno. Taurus ediciones.
{3} Véase, a este respecto, el artículo «Dialéctica y sustancialidad. Sobre la refutación hegeliana del spinozismo», de Dominique Janicaud, en «Hegel y el pensamiento moderno». Siglo XXI, 1973.
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Gustavo Bueno
Respuesta a la crítica de Savater al libro de Vidal Peña
1.° Mi respuesta no va dirigida propiamente a Savater, cuya impermeabilidad de entendederas he advertido en otras ocasiones. Es una advertencia a los lectores de Savater, a quienes quiero hacerles saber, por si no lo sabían, que las cuestiones suscitadas en esta crítica no pueden tratarse con la frivolidad e incompetencia con que las trata el crítico habitual de la Revista TRIUNFO.
2.° La crítica de Savater al libro de Vidal Peña se convierte desde el primer momento en una crítica a Ensayos materialistas, porque lo que Savater critica a Vidal Peña es que haya utilizado los Ensayos como instrumento de interpretación de Spinoza. Y no tanto porque el pensamiento de Spinoza resista a este instrumento, sino porque el instrumento le parece a Savater inservible en absoluto.
3.° Aquello que más le molesta a Savater del materialismo filosófico parece ser lo siguiente:
a) Que no quiere ser metafísico, sino ontológico, cuando toda ontología es metafísica (dice Savater). Si no quiere ser metafísico, sino mantenerse en el plano del entendimiento (dice Savater), entonces es contradictorio («no resiste el examen»), porque su «materia» es una, aunque se declare pluralidad pura. Y para remontar la contradicción, entonces debe ser metafísico, tener la audacia, por decirlo así, de reconocer como tal.
b) Que, por tanto, no es dialéctico. Es «prehegeliano», porque en los tres géneros de materialidad no está contenida la cultura, la historia (es decir, el campo de la filosofía hegeliana).
4.° Respecto a a). Uno de los principales intentos de los Ensayos materialistas es acuñar un concepto de metafísica –no arbitrario, sino partiendo de la Historia: en mi Metafísica presocrática{1} se ofrecen argumentos decisivos al afecto– en cuanto forma vinculada al Monismo. La potencia de este concepto reside precisamente en que comprende no sólo a Anaximandro, sino a Hegel, como heredero de la metafísica tradicional (concretamente de la metafísica cristiana, de la cual constituye su término dialéctico). Evidentemente, se podrá o no compartir el uso del término «metafísica» pero cuando se discuten sus consecuencias, será preciso atenerse al significado presupuesto, y no utilizar otro, jugando a dos barajas como un sofista. Ahora bien: precisamente porque la idea de Materia se presenta en los Ensayos como dada exclusivamente a un proceso permanente de regressus, puede ser una «unidad formal» (verbal) cuyo contenido consiste en ser indeterminación y multiplicidad pura y tal es su dialéctica (comparable, por ejemplo, con la dialéctica del concepto Ø, la clase vacía, que es la clase que hace posible el producto lógico de conjuntos entre los cuales no hay producto, la clase que no es clase, etc.). El regressus a la materia no es, además, global –a la escala, diríamos, del Apeiron o del Acto Puro aristotélico–, sino circunstanciado y categorial, y por ello la materia no está simplemente «más allá del mundo», sino que preside, como esquema, multitud de conceptos límites categoriales, como puedan serlo el concepto de «uniformidad química» del diagrama de Pirie, o el concepto de «repliegue continuo» de Balfour. Por ello, la materia es «ontológica»: no está sólo «más allá» del mundo, porque el mundo está en ella y ella es el propio mundo en tanto que nos remite a su propio cambio y destrucción.
5.° Respecto a b) El materialismo filosófico presentado en los Ensayos es dialéctico, sin embargo, en otros muchos contexto y planos. Savater no recuerda, y acaso ni siquiera los leyó cuidadosamente, los Ensayos: no le pude agradecer la crítica que de ellos hizo en la revista TRIUNFO (crítica más bien ponderativa), porque se fundaba en pasajes superficiales, precipitadamente interceptados. En los Ensayos –que son programáticos, es decir, que no exponen el materialismo filosófico, sino su «programa», la dialéctica es, ante todo, un ejercicio, cuyo alimento procede del material mismo de la realidad política, artística, científica, etcétera.Este ejercicio exige una institucionalización (por ejemplo, la Academia), es decir, es incompatible con el trabajo en solitario.Savater, en solitario, pretende despachar el materialismo filosófico de dos plumazos; pretende reducirlo a unos esquemas escuálidos, tomados por el índice de los libros y poco más (por ejemplo: los géneros de materialidad, que hay que verlos en su funcionamiento) y olvida también la idea de «E», central en los Ensayos y que comprende precisamente todo el «material histórico cultural» considerado por Hegel y luego por Marx.
6.° El estilo crítico de Savater, despectivo, lleno de pequeños golpes bajos dados de pasada («prehegeliano» «a qui bon», etcétera) es el estilo típico de tantos rétores españoles tradicionales cuyo motor es la envidia y cuyo contenido es la ignorancia. (No es cierto que Savater sea un crítico contra todo y contra todos: sabe respetar cuando le conviene y pasar por alto, incluso con elogios, errores importantes de obras insignificantes. Sólo en este contexto podría agradecer profundamente sus críticas, en tanto delatan la oscura percepción de lo que es importante.)
7.° Por último: temo que algún lector de Savater pueda pensar que el libro de Vidal Peña queda juzgado por la crítica que comentamos. Precisamente porque la disposición malevolente de Savater cuenta con la malevolente complacencia de tantos lectores que sólo esperan ver formuladas sus emociones una revista «progresista». Sirva esta última consideración como mera reflexión psicoanalítica, como una invitación a la obra maestra que es el libro de Vidal Peña, tan irresponsablemente juzgado por Savater, y que, aun discutible, sin duda, constituye la primera recuperación española del gran pensador español, por tantos títulos (Espinosa), uno de los pocos que podemos reclamar en nuestra menguada tradición filosófica
Gustavo Bueno
{1} Gustavo Bueno, «La Metafísica Presocrática». Oviedo, Pentalfa, 1974
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Fernando Savater
Respuesta a Gustavo Bueno
Mi impermeabilidad de entendederas se exterioriza, fundamentalmente, en no decir «amén» a todo lo que Bueno pontifica, comportamiento crítico al que su entorno no le tiene acostumbrado. La dureza de mollera de Bueno se debe, en cambio, a que le oprime excesivamente las meninges su boina de provinciano – cercado – que – lleva – a – cabo – una – obra – inmensa – contra – la – que – todos – conspiran. Su respuesta revela lo que serían las críticas de TRIUNFO si mi incompetencia me desplazase del puesto que ahora ocupo y le colocase a él en mi lugar. Mi crítica tenía tres folios y Bueno ha sido incapaz de resumirla sin simplificarla hasta la falsificación: ¡Imaginen lo que haría con libros de trescientas páginas y tan delirantemente escritos como los «Ensayos materialistas», por ejemplo! Pero, claro está, él nunca hablaría más que de obras que apoyasen su sistema. Su resumen de mi crítica demuestra que no la ha entendido.; su respuesta reincide en las mismas insuficiencias que yo le reprochaba en ella. Si alguien sostiene que su concepto ontológico es una «unidad verbal» y a continuación afirma que su pensamiento es dialéctico, lo único que prueba es no saber de la misa la media. Si Bueno quiere conocer un «regressus» circunstanciado y categorial no tiene más que leer la «Gran Lógica», de Hegel; el que expone en sus «Ensayos», el pobre, padece avitaminosis teórica. ¿Y qué me dicen de ese «Mundo» cuyo comercio hace ontológica a la Materia? Debe ser otra unidad formal-verbal, pero para buscarle algún parangón en una ciencia habría que recurrir a la patafísica. Tiene Bueno una concepción ignaciana de la dialéctica; cree que es un ejercicio, aunque en su caso no pase de las primeras flexiones. Lo que no deja de ser pintoresco, como recurso prodomo, es sostener que tal ejercicio dialéctico es incompatible con el trabajo en solitario, luego debe institucionalizarse, luego a la Academia con él. Imagino formas mejores de salir de la soledad, que por el momento no me acosa tanto como Bueno supone. Cuando abandone la soledad y forme un equipo, procuraré que sea de Primera, no de Regional... No es que me olvide de la idea de «E»; es precisamente la radical insuficiencia de esa idea lo que motivaba mi objeción, pues ni la tal comprende «todo el material-histórico-cultural» considerado por Hegel ni cosa que valga, aunque quizá comprenda todo lo que de historia y cultura conoce el profesor Bueno. Pues, como él dice, «a los géneros de materialidad hay que verlos en su funcionamiento». Eso: ¡hay que verlos!
Efectivamente, no critico contra todo y contra todos; dejo eso para los que padecen el delirio persecutorio que la defensa de un sistema impone. Defiendo, aunque sin renunciar a mi posibilidad crítica, las obras que por su tema y su alcance teórico rebasan la mediocridad ambiente, como el libro de Vidal: incluso, llevado por mi disposición piadosa y conciliadora, llego a pasar por alto errores importantes, como sucedió en mi reseña de los «Ensayos Materialistas». Mi envidia es grande: por eso Bueno escapa, por debajo, a ella. Mi malevolencia me alegra compartirla con los lectores de TRIUNFO, que no sólo gozan de ver sus emociones en esta revista progresista, sino que a buen seguro habrán disfrutado con el «strip-tease» emocional del profesor Bueno. Según parece, Bueno está empeñado en convertirse en el Paco Martínez Soria de la filosofía, española: cejijunto bajo su boina de hierro, ya nos hizo el numerito de «La ciudad no es para mí» en las últimas conveniencias de jóvenes filósofos. Ahora se empeña en hacerlo en esta revista; ya va siendo hora de que se quite la boina o de que alguien de su entorno le preste un espejo para que vea que la lleva mal puesta.
Fernando Savater
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Pilar Palop Jonqueres
Sobre Gustavo Bueno y el «equipo» de Filosofía de Oviedo
En el número 650 de TRIUNFO, F. Savater –siempre tan desmesurado–, en su «Respuesta a Gustavo Bueno», procedía a contagiar en su polémica a todos los miembros del departamento de Filosofía de Oviedo, entre los que me cuento.
En concreto, nos disfrazaba a todos con boina de provincia y calcetines de futbolista regional. Y aunque ciertamente alguno de nosotros usa (moderadamente) la boina (no precisamente G. Bueno), aunque otros usamos calcetines (pero tampoco precisamente de futbolista) y aunque formamos, en efecto, un equipo (que, si bien regional, esperamos que sea de primera división), nos halagaron más bien poco aquellos atuendos.
F. Savater quería suponer que G. bueno pontificaba, y que su entorno –nosotros– no le teníamos acostumbrado a la crítica. Pero eso es, naturalmente, mucho suponer. Porque F. Savater no ha asistido nunca a nuestras interminables discusiones de seminario.
A causa de estas discusiones, G. Bueno –que, lejos de ser un pontífice, es un pensador honesto y riguroso– ha postergado la publicación, entre otras cosas, de una teoría de teorías sobre la dialéctica, de una teoría sobre los intelectuales y de una copiosa especulación sobre la causalidad, que tenía, realmente, terminadas.
Se me podrá objetar que F. Savater no tiene ninguna obligación de conocer los pormenores de nuestro modo de trabajar. Lo que él, y otros, conocen es sólo lo que se hace manifiesto: nuestra adhesión incondicional al materialismo filosófico, a la dialéctica materialista, a la acepción académica de la Filosofía, al concepto de «implantación política» de la misma, etcétera...
Defendemos la «doctrina» de G. Bueno como si fuera nuestra y adoptamos en su defensa un tono dogmático que parece indicar la inexistencia de todo distanciamiento crítica respecto a ella.
El propio Bueno, con su actitud permanentemente combativa –alguien lo llamó alguna vez «mago de tempestades»–, irrumpiría en público cada vez (y no sólo en Madrid, sino en todas partes) como quien quiere, dogmáticamente, «meter el gol». Con relación a esas irrupciones en público, Savater mismo deberá, por otra parte, reconocer que ese «Paco Martínez Soria de la Filosofía española» tiene una gran capacidad de convocatoria, y que su auditorio en Madrid es precisamente uno de los más entusiastas (y hasta fervorosos), sea cuales fueren las razones de ese entusiasmo.
Pues bien, la descripción de Savater es, hasta cierto punto, fiel. Es la descripción de una realidad en el plano de las apariencias. Pero esas apariencias no deberían empañar la lucidez de F. Savater.
Cuando se ha hecho –como es nuestro caso– la crítica de la conciencia individual y al trabajo individualista (léase «competitivo» y «concebido ad maiorem gloriam ipsius») y se ha llegado a la evidencia de que puesto que la subjetividad es ella misma un engaño, debe ser –como apariencia– superada; cuando se ha llegado al convencimiento de que el yo es una multitud, porque dentro de cada ego están, necesariamente contenidos, otros egos (tal es la enseñanza de una larga tradición de pensamiento, desde, por ejemplo, Leibniz a Marx, Nietzsche o Freud), entonces carece de sentido, con respecto a las ideas del patrimonio común, los conceptos de «tuyo» y «mío».
Hemos asumido colectivamente un programa, y colectivamente (puesto que también nuestro trabajo «en soledad» tiene presentes a los demás) lo corregimos y enmendamos. De las ideas de Bueno no es él el único responsable. Pero tampoco es él el único responsable de las nuestras. Podemos distanciarnos, y nos distancias de hecho, de la subjetividad de nuestro maestro. Pero las ideas que él expone no pertenecen a su subjetividad privada, sino, cuanto menos, a la de once personas (como conviene, en rigor, a un «equipo» de competición). Nosotros pensamos, además, que esas ideas son «objetivas», y esta es otra de las «piedras de escándalo» de la filosofía que mantenemos.
Que nuestra crítica debiera ser más implacable todavía..., que, sin duda, dista mucho de ser completa... Tal vez. Que Bueno no siempre se somete a ella sin resistencias (y los demás tampoco)… ¡Natural!
En cualquier caso, nuestro modo de concebir el trabajo no es algo vergonzante ni litúrgico (como podría deducirse de las insinuaciones de F. Savater, quien, con indudables ganas de hacernos perder el partido, nos cuelga un incensario –o un botafumeiro– y nos atribuye letanías). Tampoco es un modo insólito o inaudito de trabajar, puesto que en otros países hay equipos similares al de Oviedo. Y nuestro deseo de ganar es francamente deportivo, pues G. Bueno como delantero centro no suele tener de su parte a los árbitros del sistema.
Pero este modo de concebir el trabajo tiene la secuela inevitable –al menos cara al exterior– de un cierto dogmatismo. La defensa de nuestro programa va ligado al de una dialéctica no conciliadora, y al de una ontología materialista que se opone tanto a la metafísica como al nihilismo, tanto al positivismo como al materialismo grosero. La beligerancia es la condición de supervivencia de esta filosofía nuestra, que siendo crítica encuentra su argumento principal en su antagonismo con las demás.
A diferencia del hegelianismo, la dialéctica materialista no entiende la contradicción en su versión conciliadora e integradora, sino en una acepción mucho menos confortable, según la cual los contrarios son incompatibles e irreductibles.
F. Savater, cuya filosofía no comparto, entre otras cosas, porque me parece inconsistente (su nihilismo se resuelve en una pedagogía y en una moral; su antisistematismo, en algo muy similar a un sistema; su pluralismo se traduce en un individualismo, su irracionalismo sólo puede ser expuesto la forma del discurso racional, etcétera...), es, sin embargo, perfectamente consecuente con su pensamiento. Precisamente, lo que en él resulta más admirable (aparte de su extraordinaria pluma) es esa valiente y difícil fidelidad entre cuanto dice y cuanto hace. Pero una coherencia análoga es la que preside –y esto es lo que he tratado de demostrar– la conducta pública de los miembros del «equipo» de Oviedo.
Pilar Palop
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Fernando Savater
Respuesta a Pilar Palop
Sólo un par de observaciones para despedir, por mi parte, esta polémica, visto que entra en el aburrido terreno de las justificaciones personales.
La profesora Palop califica mi respuesta a Bueno de «desmesurada». Ello depende, naturalmente, de cuál sea la medida que uno emplee. No me importa que se me llame ignorante, pues todos los somos –yo más que otros–, y conviene que se nos recuerde. Pero se aludía de algún modo a manipulaciones en mi provecho de las críticas que hago en esta revista y no estoy dispuesto a tolerar que ningún saludador a sueldo del Estado me haga impunemente reflexiones éticas. La «desmesura» del cuadro que pinté no es más que la de la desfachatez de la pretensión moral de mi modelo.
O la profesora Palop expresa con poca fortuna las «evidencias» a las que ha llegado su equipo, o mis peores presagios sobre la incapacidad dialéctica del grupo se prueban generosamente. ¿No es pintoresco afirmar que la subjetividad es un engaño y debe ser superada, para luego proclamar ingenuamente que las ideas de Bueno son “objetivas”? Pues precisamente lo que la dialéctica muestra no es “engaño” alguno (ni la subjetividad es engaño ni un calcetín es homosexual), sino la necesidad racional de superar el plano del entendimiento donde se opone irreductiblemente lo subjetivo y lo objetivo. Quien se engaña es quien cree superar la subjetividad recurriendo a lo objetivo... esta confusión lleva a hablar de “subjetividad privada”, “la subjetividad de once personas” y otros barbarismos.
Si el afán competitivo es patrimonio del “individuo”, no entiendo cómo en el párrafo siguiente el equipo es competitivo, tiene legítimo afán de ganar y se me recomienda a su delantero centro por su capacidad de convocatoria “ad maiorem gloriam ipsius”. Es indudable que, como dice mi corresponsal, la dialéctica de la Escuela de Oviedo no ha conciliado la contradicción...
Para acabar, la descripción de mi “filosofía” (?) es un montaje de tópicos, no muy afortunado, según el cual se me pone un par de sellos –tú nihilista, yo materialista, etcétera...– para que parezca que aquí todos jugamos a lo mismo. No, Pilar, no: ya hemos quedado en que yo no tengo equipo. Pero me divierte saber que no compartes mi “filosofía”, “entre otras cosas, porque es inconsistente”: esa cláusula restrictiva, ¿muestra acaso que no basta con que una filosofía sea inconsistente para que le retires tu apoyo?