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Luis Araquistain

Hacia un nuevo hispanoamericanismo

Después de haber sido publicado mi artículo sobre los libros de Historia en las escuelas, llega a mi conocimiento el texto íntegro del discurso de D. Benjamín Fernández Medina, ministro ejemplar del Uruguay en Madrid, a alguno de cuyos conceptos aludía yo en mi trabajo. Como parecía desprenderse de las reseñas periodísticas de su discurso, el Sr. Fernández Medina no se limitaba a pedir la modificación de los nombres de ciudad que contribuyen a mantener vivo el recuerdo de antagonismos históricos. Proponía la supresión de esos nombres en los rótulos urbanos, “mientras no desaparecen de las historias”. Eso, como principio. Y luego: “Lo que debe desaparecer en la enseñanza de nuestros pueblos, en las glorificaciones populares, como en todo el Mundo, es lo que representa solamente odio, negación y pesimismo.”

También me informo de las recomendaciones presentadas por la Comisión internacional de cooperación intelectual de la Sociedad de Naciones. He aquí la atinente a los libros de texto: “A este respecto, los manuales de Historia debieran ser objeto de una atención particular. Es deseable que, en cada país, se hagan desaparecer las excitaciones al odio del extranjero, y que se procure llegar a una mejor comprensión de lo que los pueblos se deben los unos a los otros. La proposición Casares, adoptada por la Comisión internacional de cooperación intelectual, ofrece el método que mejor ha de emplearse para corregir ciertos errores de hecho.” Esta proposición, obra de nuestro conciudadano el notable crítico D. Julio Casares, confía la apetecida revisión de los libros de Historia a las Comisiones nacionales de los países adheridos a la Sociedad de Naciones, sin dar, sin embargo, carácter ejecutivo a las reclamaciones que se puedan hacer. Algo es algo.

Dentro de la universalidad del problema, a los españoles e hispanoamericanos ha de interesarnos preferentemente la cuestión de nuestras relaciones específicas, y a mejorarlas han de tender nuestros esfuerzos, con prioridad a otros acercamientos menos urgentes y más laboriosos. El hispanoamericanismo o compenetración espiritual de los pueblos de lengua española ha de ser el principio y el fin de la política internacional más inteligente de España.

Pero tampoco hay que fiarlo todo, claro es, a la revisión de los libros de Historia. También hay que revisar otros textos y otras actitudes. Después de todo, los manuales de enseñanza son un reflejo del ambiente social donde están en uso. Y el ambiente nacional e internacional del hispanoamericanismo no ha favorecido, hasta ahora, su desenvolvimiento. Se ha abusado de los afectos –amables u hostiles– y se ha ejercitado poco la inteligencia crítica. En el menosprecio como en la estimación, los juicios han sido demasiado globales, demasiado genéricos, sin advertir los que hablaban de España, en bien o en mal, que hay muchas Españas coexistentes, y que es estúpido medirlas a todas con el mismo rasero; error en que han caído también casi siempre los apologistas como los detractores españoles de América, ignorando que hay muchas Américas y, dentro de cada República, muchas repúblicas y muchos hombres discordes, y que es necio enjuiciar todo el continente hispánico, y cada país, con la misma lisonja o la misma invectiva.

Ha faltado espíritu crítico, que es diferenciación de méritos o deméritos individuales y nacionales. Y el pecado mayor lo han cometido los españoles, creyendo en la mayoría de los casos que tenían el deber de ensalzar desmedidamente en público –aunque muchas veces se burlasen en privado– cuanto venía de América: hombres, libros, cuadros, sucesos, confundiéndolo todo en un aluvión de cómicos ditirambos y lugares comunes, en fiestas y banquetes de la raza. Naturalmente, este desconocimiento o esta insinceridad hallaba dolorosas repercusiones en la conciencia crítica de los países de Ultramar, al ver cómo aquí se elevaba a los cuernos de la Luna lo que allí se diputaba fútil o pernicioso. Muchas reputaciones adquiridas artificiosamente en España –a fuerza de elogios arrancados con fórceps, por toda clase de presiones; sería curioso divulgar, por ejemplo, la historia íntima de algunos “éxitos” literarios de hispanoamericanos en nuestro país–, muchas loas injustificadas y, sobre todo, el silencio de muchos crímenes cometidos por algunos déspotas hispanoamericanos sin la menor idealidad política, han sido fatales para un hispanoamericanismo inteligente, es decir, crítico; es decir, severo con nuestras inepcias respectivas.

Hay que diferenciar, dejándonos de mutuas y estériles zalamerías y de recíprocos y vanos vituperios. Hay muchas Américas y muchas Españas. Diferenciar el libro personal del libro anodino; el artista creador, del artista sin personalidad, hábil en el reclamo; el diplomático inteligente, del torpe; el político constructor, del que sólo busca su provecho y el de sus paniaguados; el gobernante que lucha por la salvación de su país, del que lo entrega al extranjero; el pueblo que hace su historia, acaso a sangre y fuego, del que, envilecido, ha renunciado a ella. Hay que diferenciar lo fértil de lo infecundo; lo que tiende al engrandecimiento individual y colectivo, de lo que se empequeñece y degenera; lo que edifica demoliendo, de lo que demuele sin edificar.

Ya es hora de dividir el hispanoamericanismo, de diferenciar un hispanoamericanismo que agrupe, o simplemente alíe en espíritu, a los hombres de España y América que tengan una aspiración afín de libertad en todas las manifestaciones de la vida. Necesitamos un hispanoamericanismo liberal, por contraposición a ese otro hispanoamericanismo conservador o indiferenciado que coloca la idea de hispanidad –como en otro orden la idea de nacionalidad– por encima de nuestras imperfecciones y nuestras miserias, llevándole a adular todo lo que pertenece a nuestra raza, aunque sea falso, inepto, feo o injusto. El hispanoamericanismo liberal debe ser criba de valores y también, en las partes enfermas, escalpelo y cauterio. Y a quien le duela, que se ponga árnica de enmienda. Ni los españoles hemos de pretender que los hispanoamericanos reverencien todo lo nuestro, ni ellos han de soñar que los hombres libres de España admiren todo lo suyo. Y por encima de unos y otros están la verdad y la justicia. Sin que esto excluya el afecto, pero subordinado a la inteligencia crítica.

Luis Araquistain

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P. S. Escrito lo anterior, recibo una circular del Club Rotario de Málaga, con las bases propuestas por D. Enrique Laza para la celebración de un Congreso de Clubs Rotarios Iberoamericanos, entre las cuales está el tema siguiente: “Nuevas orientaciones en la enseñanza de la Historia en los países iberoamericanos, para olvidar resentimientos ya injustificados.” Se ve que la idea de revisión de los manuales de Historia está en el ambiente internacional. L. A.