Filosofía en español 
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De panamericanismo

Luis Olariaga

La realidad de los poetas

En nuestro artículo anterior sobre la carta que el intelectual argentino Sr. Lugones dirigió a don Nicolás María de Urgoiti, sólo nos deteníamos a considerar la orientación general de dicho escrito y sus más sustanciales argumentos. Hoy vamos a examinar la validez de los hechos en que tenían su apoyo el criterio del Sr. Lugones y sus razonamientos.

Como recordarán los lectores, el notable poeta argentino, después de manifestar su incomprensión del problema hispanoamericano y de afirmar que no podía existir, ni existe, comunidad de ideas entre las naciones de nuestra raza, aseguraba que, en cambio, existe un acercamiento positivo de los diversos países de América, bajo la iniciativa y dirección de los Estados Unidos. Y para legitimar la influencia de los Estados Unidos en la República Argentina, el Sr. Lugones alegaba lo que llamaba “un puñado de hechos”, que entendía de gran fuerza dentro de su credo positivista. Estos hechos eran: “Nuestra organización política es americana; nuestra Justicia federal está organizada a la americana; nuestras Escuelas Normales son de tipo americano; nuestro sistema monetario tiene al dólar por patrón de referencia; nuestra industria y hasta nuestras cocinas funcionan con hulla americana; el mayor volumen de nuestro intercambio corresponde a los Estados Unidos.”

De ese “puñado de hechos” hay algunos que no podemos contrastar por no ser de nuestra especialidad: los referentes a organización política, administrativa y escolar. Sólo diremos que la imitación de formas de organización no es lo que más influye en el espíritu y en la vida real de un pueblo, a pesar de todas las apariencias; de igual modo que no influyen gran colas los moldes o vasijas en el contenido que en ellos se ponga. Pero dejemos a un lado esos hechos que no podemos enjuiciar con suficiencia informativa, y vamos a los económicos, que, como más positivos, deben ser para el Sr. Lugones los que tengan más fuerza. Pues bien: de los tres hechos económicos que expone el escritor argentino, el primero es una puerilidad que nada significa, y los otros dos pertenecen al dominio de la más fantástica poesía positivista.

No sabemos lo que quiere decir el Sr. Lugones al afirmar que el dólar sirve de patrón de referencia al sistema monetario de la Argentina; pero seguramente no es esa la mayor influencia que puede oponerse en la Argentina al idioma, al sentimiento, al carácter, a la tradición, a la raza hispana. Lo de que la industria y hasta las cocinas argentinas funcionan con hulla americana, y que el mayor volumen del intercambio argentino, corresponde a los Estados Unidos, está más claro; pero sería preferible que no lo estuviera porque no se atentaría tan descubiertamente a la verdad. El carbón que se consume en la gran República del Plata es, y ha sido siempre, inglés en su casi totalidad. Hubo un tiempo durante la guerra en que a la Argentina, como a todas partes, se llevó el carbón de donde se pudo. Pasado aquel paréntesis circunstancial, Inglaterra recuperó el mercado argentino, y la única concurrencia hullera que actualmente teme no es la de los Estados Unidos sino la alemana. Según la última estadística publicada del comercio exterior argentino, importó la República 2.579.466 toneladas de carbón de piedra en el año de 1923; y según las últimas estadísticas mensuales de exportación de carbón inglés, están saliendo de la Gran Bretaña para la Argentina alrededor de 250.000 toneladas por mes; lo cual quiere decir que Inglaterra es la principal abastecedora. Si el Sr. Lugones asomara alguna vez por los descargaderos de carbón del puerto de Buenos Aires –cosa tan poco agradable para un poeta como para un economista–, le sería bien fácil comprobar personalmente cuan distante de sus sueños está la realidad.

De la misma falta de fundamento adolece la especie de que el mayor volumen del comercio exterior argentino corresponda a los Estados Unidos. Los datos oficiales atestiguan que en 1923 entraron y salieron del puerto de Buenos Aires 1.676 vapores ingleses; 359, italianos; 267, alemanes; 264, franceses; 257 norteamericanos, y otros de diversas nacionalidades. La bandera norteamericana ocupó el quinto lugar. Y los datos oficiales atestiguan, asimismo, que el valor del intercambio entre la Argentina y los Estados Unidos en 1923 no pasó de 270 millones de pesos oro, mientras que el de la Argentina con el Reino Unido fue de 395 millones de pesos oro.

Para cualquier persona un poco versada en estos asuntos no habría necesidad de acudir a comprobaciones estadísticas para adquirir el convencimiento de que el Sr. Lugones había procedido con excesiva imaginación al representarse los Estados Unidos como el tutor ideal de la economía argentina. Los Estados Unidos nunca verán en la Argentina más que un mercado que explotar. Los Estados Unidos no pueden comprar a la Argentina su producción, por la sencilla razón de que no la necesitan. En el exterior, la economía argentina no puedo ligarse más que con países que necesiten alimentos y primeras materias industriales; y los Estados Unidos no son ni serán jamás compradores de esos artículos que a ellos les sobran. En el comercio con los Estados Unidos tiene la Argentina un enorme saldo pasivo, pues les compra doble cantidad de artículos que los que les vende. Y ese estado de cosas tendería a acentuarse si los argentinos se dejaran guiar en estas cuestiones por sus poetas.

Desde el punto de vista económico, la Argentina no puede hallar en los Estados Unidos más que un país donde adquirir ciertos productos industriales baratos con las libras esterlinas que le manda Inglaterra a cambio de sus cereales y sus carnes, y, transitoriamente, mientras dure la actual situación financiera mundial, un abastecedor de capitales y de técnica; pero un abastecedor de capitales peligrosísimo, y, desde luego, un serio enemigo de la independencia argentina. Los Estados Unidos han ido a la Argentina cuando la República era ya rica y vivía prevenida. No han podido dominar aún más que la gran industria de preparación de carnes para la exportación, las “frigoríficas”, como allí las llaman. Pues bien: la primera batalla que está riñendo por su independencia la economía argentina la está riñendo contra esa industria monopolizada por Norteamérica. Los ganaderos argentinos se sienten dominados por un poder extranjero del cual depende la valoración de su riqueza, y vienen excitando al Gobierno a que organice su defensa.

¿No es asombroso que de tales realidades haya podido tejer el señor Lugones sus sueños positivistas?

Luis Olariaga

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Un Congreso libre de trabajadores intelectuales · Leopoldo Lugones