[ César Muñoz Arconada ]
La vida musical
Una carta abierta. Las sociedades privadas de música moderna
Con motivo de los últimos conciertos de música contemporánea española hemos recibido la siguiente carta abierta, que publicamos con mucho gusto:
«Podremos sacar dos consecuencias inmediatas del éxito, satisfactorio en extremo, que han obtenido el Quinteto Hispania y el pianista Fernando Ember en la Residencia de Estudiantes y en la Sala Æolian en sus recientes conciertos.
Una de las consecuencias es la demostración evidente de que en España poseemos ya, como en otros países más prósperos en realizaciones estéticas, un grupo de músicos modernos –modernos en orientación y en ejecución– que si hasta hoy han aparecido quietos al abrigo del puerto de las satisfacciones íntimas, temerosos de la hostilidad tormentosa del ambiente, desde ahora se nos figura que han levantado amarras y han emprendido el viaje hacia la Historia por el camino de la Obra. No importa mucho si este momento de resolución, un tanto heroico, ha llegado tarde, retrasado por obstáculos y contrariedades; precisamente si algo de heroísmo hay en esta cruzada en pro de la música moderna, está en la lucha que hay que sostener, con esfuerzo constante y con satisfacciones escasas, contra el hermetismo de las gentes viejas, que se escandalizan de cualquier grito y se hacen cruces de cualquier opinión un poco audaz.
La tardanza, pues, en caso de haber existido, antes nos beneficia que nos perjudica; nos beneficia en un sentido moral, satisfactorio, íntimo, halagando nuestras convicciones y nuestros gustos, algo intimidados por las voces de la mayoría de siempre. Y, además, ese retraso ha hecho más heroico y más histórico si cabe este momento inicialmente expansivo y optimista, en el cual puede decirse que comenzamos a conocer la música moderna española.
Esta relativa revelación –relativa porque para muchos ha sido sólo confirmación de hechos casi ocultos, pero supuestos– de un grupo de músicos modernos, puede tener, tendrá, sin duda, dentro del arte, un significado de lucha contra ese espíritu viejo, cómodo y tímido que ha presidido siempre las realizaciones musicales de nuestro país, impidiendo o acobardando todo intento, toda manifestación de arte puro y nuevo. Ya sabemos quién vencerá en la lucha. Vencerá lo actual, lo presente, el hoy, que tiene una soberanía indiscutible dentro de la lógica. Y esta característica de lo actual no está, claro es, en ese espíritu viejo, porque ello implicaría, históricamente, un absurdo; está en el espíritu nuevo, que mucha gente no quiere admitir por conveniencia o por miopía.
La otra consecuencia que se deduce fácilmente del éxito que han obtenido los conciertos de música moderna española, es que poseemos, además de ese grupo de músicos nuevos, un grupo de auditores seleccionados, compenetrados, adaptados a los nuevos aspectos de la música actual, capaces y aptos para recibir las más sorprendentes innovaciones y audacias. Y esto tiene que tener en el proceso musical de nuestro país una trascendencia grande, porque significa la formación del ambiente; es decir, del radio de acción, o, mejor aún, del elemento de acción, indispensable para llegar a un resultado positivo.
Sería injusto no reconocer la influencia que algunos de los autores interpretados, críticos de la Prensa diaria y periódica, han tenido en ese grupo, entusiastamente juvenil.
Aquí, donde la música moderna ha sido hasta hace poco casi desconocida, y aun hoy se nos ofrece en cautelosas porciones como las dosis medicinales, han puesto, han llamado con su exaltación comentativa ese vacío de realización, de audiciones que colmaran plenamente nuestros anhelos.
Han conseguido esos artistas, dentro de la estructura espiritual de ese grupo, y con una gran labor de perseverancia, una especie de estado místico religioso, donde, si no existía la satisfacción inmediata, había una esperanza más o menos lejana de que el ideal había de realizarse.
Pero el ideal está acaso comenzándose a realizar; se inicia ahora, se desenvuelve. Es posible que falte aún mucho para lograrse en toda su plenitud; pero acelerar su consecución es relativamente fácil; es obra de método y de esfuerzo. Ese ideal –la imposición de la música nueva– empieza a mostrarse a la superficie; no se malogrará, desde luego; pero a todos conviene que no se estabilice, que no se inmovilice. En ello ha de tomar buena parte el espíritu de lucha que a algunos les parece estridente; pero que no es, en estas empresas de arte, sino lógico, consecuente y natural.
Sin embargo, conviene señalar otro aspecto, ajeno a toda lucha, y del cual vamos a deducir la idea inicial de este artículo. Nos referimos a las relaciones entre la música moderna y ese grupo, cada día más numeroso, que ha ido formándose poco a poco en torno a ella, y siguiendo la cordialidad teórica de los dos críticos que antes mencionamos.
Entendemos nosotros que es preciso saltar del punto teórico al punto real, al punto práctico. Ese grupo, predispuesto para recibir todo lo nuevo, con aptitudes comprensivas bastantes siente la gran curiosidad –más azuzada cuanto más vedada– de conocimientos musicales. Es un placer estético, al que tenemos derecho todos los que constituimos el grupo. Es necesario, pues, hacer todo lo posible por satisfacernos.
Todos conocemos el ambiente musical madrileño. No podemos esperar mucho por ahora de las grandes orquestas ni de los grandes concertistas que se deben al público, a la multitud, y sólo de vez en cuando nos muestran algún indicio tímido de que existe una música superior, distinta, nueva, que posee la verdadera emoción estética.
Esta emoción puede decirse que está vedada para muchos de los que la perseguimos y no podemos irla a buscar a otros países donde se ofrece más pródigamente. ¿Las causas? Acaso las desconozcamos en su mayor parte; pero no es ocasión de hablar de las dificultades. Más optimista es hablar de la organización en sí.
Los conciertos que se han celebrado últimamente deben darnos una norma, deben sugerimos algo práctico. No hay que desperdiciar el éxito. ¿Por qué no constituir para el próximo invierno una sociedad cuyo fin sea exclusivamente proporcionar esa emoción estética a los que estén ávidos de ella? No una sociedad con un sentido mercantil y con una finalidad especulativa, sino, más simplemente, una sociedad de auditores, sin carácter de estruendo ni de lucha; mas para nosotros, para la intimidad y selección de grupo, donde sea permitido gozar de todas las inquietudes y de todas las audacias musicales.
m. arconada.»
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La experiencia de varios años puestos al servicio de sociedades de esta índole podrían inspirarme una respuesta a tan entusiasta iniciativa. Esta respuesta acaso no fuese todo lo optimista que deseamos, tanto mi distinguido comunicante como yo mismo, a causa, principalmente, de la falta de solidaridad y del sentido de la colaboración en la mayor parte de nuestros artistas. Otras circunstancias de las que hoy es prematuro hablar, me hacen suponer, sin embargo, que algo análogo, por lo menos en los resultados, se llevará a la práctica en el próximo otoño. Tan pronto como sea posible publicaremos las debidas informaciones.
Ad. S.