[ Ángel Dant ]
Desde París
El arte del cartel cinematográfico
Rapeño, cartelista español
Confieso sin vacilar que la cinematografía italiana –aparte alguna piedra blanca que marca un triunfo– no me seduce absolutamente nada.
Pero, en cronista imparcial, he de manifestar que los italianos han sido los maestros en el arte del cartel para “cine”.
Si bien sus películas fueron en general malas, sus carteles, al contrario, casi siempre mostraron espléndidamente las altas cualidades artísticas del pueblo italiano.
¿Debe ser el cartel para anunciar una película, considerado como un accesorio sin importancia?
En la que podríamos llamar “historia del cinematógrafo” se nos presentan casos interesantísimos que nos mueven, no sólo a formular esta pregunta, sino a escribir la presente crónica.
El cartel de “cine” se distingue del “affiche” comercial, en que, siendo su vida más efímera, casi fugaz, debe producir mayor cantidad de efecto como anuncio. El cartel de propaganda comercial, lo vemos durante un tiempo indefinido en los muros de una ciudad, recordándonos a cada instante el producto que pretende anunciar.
El cartel de “cine” debe en el corto plazo de una semana a lo sumo, llamarnos la atención, impresionar nuestra retina con una visión que, seduciéndonos de antemano, nos atraiga hacia la película, incitándonos el interés, obligándonos casi a ser un espectador más.
¡Cuántas películas no lograron su éxito –efímero, pero éxito al fin– sino gracias a la magnificencia de los carteles anunciadores!
¡Recordad la admirable serie de bellos carteles de “Cabiria”! Italia puede vanagloriarse de haber producido la mayor cantidad en bellos carteles.
Los americanos, primeros en la producción cinematográfica, no comprendieron lo que debía ser el cartel de “cine”. Lo trataron como si debiera anunciar un dentífrico o una máquina de afeitar. Todo se perdía en letras, sin una entonación de color, sin gusto, en fin. Después ha ido progresando, aunque muy poco.
En Francia, cosa inexplicable en el país del buen gusto, en general, los carteles fueron infames, artísticamente hablando; amanerados, de un dibujo pueril, de una entonación antipática.
Hoy ha variado tanto, la evolución producida es ya tan magnífica, que vemos, por fin, si no siempre la mayoría de las veces, buenos carteles de “cine”.
Buena parte hay que atribuirle a un compatriota.
Rapeño es hoy, indiscutiblemente, el mejor cartelista de “cine” que hay en París, al menos que produce obras para el cinematógrafo.
Ignoro si en España se proyecta ya la película “Pequeño Ángel”, en la cuál Rapeño ha hecho un verdadero derroche de arte y buen gusto como cartelista. Es sobrio, de colorido llamativo y armónico a la vez; de un dibujo impecable y composición refinada. Es, en una palabra, un verdadero cartelista. Llama la atención del público y predispone a la simpatía por la película anunciada. Sus obras cumplen, pues, estos dos requisitos indispensables: anunciar y ser artista.
Creemos que en España podríamos mostrar una selectísima cohorte de cartelistas. Pero ¿qué películas anunciarán? El eterno tema: la inexistencia de una cinematografía española.
Por eso nuestros buenos cartelistas, al emigrar del patrio solar, encuentran fuera una aceptación digna de toda alabanza. Otros artistas españoles triunfan en el arte del cartel del “cine” en París. Y hay que tener en cuenta la competencia que su carácter de extranjeros les obliga a arrostrar.
Al hablar de carteles y de “cine” no puedo menos de anotar un caso verdaderamente extraordinario entre una bellísima producción cinematográfica y el cartel. La diferencia en calidad es tan disparatada, que bien se puede llamar un fenómeno. Me refiero a las películas Nordish, que fueron una hermosa realidad artística, y, en cambio, nos legaron una horrenda serie de carteles que no me atrevo a calificar.
Misterios inexplicables entre el refinado director de escena y el director artístico. Ignorancia fundamental del armónico conjunto que deben en todos sus componentes formar siempre los diversos elementos de una gran manufactura cinematográfica.
Si un día en España, por casualidad, se llega a producir un “film”, honradamente hablando, tenemos “a priori” uno de los mejores cartelistas modernos. Al ver la firma de Rapeño en los carteles franceses, abrigamos la tenue esperanza de que tal vez un día la cinematografía española será una realidad indiscutible.
Ángel Dant
París, febrero 1921.
Desde Berna
Estreno de “Intolerancia”
Toda la Prensa ha coincidido en sus juicios respecto de “Intolerancia”.
El estreno de la maravillosa obra de Griffith, celebrado estos días, ha constituido un enorme suceso, que reflejan con gran sinceridad las distintas publicaciones.
“Intolerancia” es una obra cinematográfica enorme. El interés que despierta desde las primeras escenas; las portentosas fotografías, el trabajo inimitable de los actores y, sobre todo, la suprema dirección de Griffith, que se aprecia en cualquier momento, lo mismo en los nimios detalles, que en el encaje de las grandes masas de actores que intervienen en la cinta, son elementos de garantía para el éxito más rotundo y definitivo.
Verdadera sorpresa han producido las escenas en que se reproduce la conquista de Babilonia por las tropas de Ciro. Todas las armas de combate de aquella época, los procedimientos para hacer la guerra, el denuedo de los combatientes, la lucha sangrienta y cruel desde las torres de asalto a las murallas de la ciudad; todo, en fin, aparece retratado con una fidelidad tan extraordinaria, que asombra.
La época de Cristo desfila en la película con una discreción grandísima y guardando tales respetos a los pasajes sagrados, que el espíritu más sutil no encuentra un solo momento de irreverencia.
El reinado de los Médicis, coa la trágica noche de San Bartolomé, que fue la consecuencia fatal de una lucha intensa desarrollada en las gradas del trono, alcanza límites de maravilla.
La época moderna, última de “Intolerancia”, se desarrolla en un ambiente de gran verismo y de emoción irreflejable.
Es, en suma, “Intolerancia” la unión de cuatro cintas estupendas en una sola, buscando siempre las concomitancias, las coincidencias de cada una de las cuatro épocas, para desarrollar hábilmente la tesis planteada por Griffith.
No se ha conocido jamás un suceso cinematográfico como el del estreno de “Intolerancia”.
Aun los mayores detractores del cinematógrafo han tenido que rendirse a la evidencia, aplaudiendo sin reservas la magnífica obra de Griffith.
H. D'Agmond
Berna, enero 1921.