Adrián García
Méjico
Al margen de la cuestión religiosa
Han tenido buen cuidado los católicos dependientes de la Iglesia romana de lanzar al mundo extensa propaganda de la cuestión religiosa de Méjico; pero no exponiendo la verdad de las cosas, como están obligados por la fe que predican, sino tergiversando los hechos y mintiendo a sabiendas de que perjudicaban a su patria.
Es necesario decir las cosas con absoluta claridad para que la verdad se abra paso y cada cual juzgue como le parezca; pero al menos que tenga una idea exacta para que al juzgar lo haga en justicia.
Por un espíritu de noble tolerancia oficiaban en la República los sacerdotes extranjeros, sin que nadie se metiese con ellos. Afirmo que de noble tolerancia, porque con arreglo a la Constitución de 1917, sancionada en Querétaro por las Cortes allí constituidas, ningún extranjero podía ejercer su sacerdocio en ningún templo, fuese de la religión que fuese.
Esta tolerancia del Gobierno fue muy mal agradecida, porque en vez de limitarse a sus asuntos profesionales, se metían en aquello que nada les importaba, como era la política que la Revolución venía desarrollando, buena o mala, pero sujeta a un principio de progreso y libertad.
Al darse cuenta los gobernantes de la labor que dichos elementos venían desarrollando, comprendieron que aquéllos procedían en contra de los intereses que les estaban confiados, y entonces tomaron la medida general de que los que permanecían en el país indebidamente, y sólo por un espíritu de tolerancia para no crear conflictos, era necesario que inmediatamente salieran para otros pueblos donde les permitieran desarrollar sus actividades.
La grey católica lanzó con este motivo un grito de espanto, de amenaza, de indignación; pero el Gobierno hizo caso omiso de tales manifestaciones de desagrado, porque tenía la conciencia tranquila de haber cumplido con su deber. ¡Ah! De haber hecho ellos otro tanto, habrían continuado como hasta la fecha; poro su conducta los puso en el trance de tener que abandonar una tierra donde no sólo habían cultivado las conciencias de sus fieles, sino también la mala semilla de su rebeldía.
Como consecuencia de la campaña entablada por la Liga Católica, el Gobierno de la Revolución respondió con una medida básicamente legal y enormemente moralizadora: controlar los templos de la República. La Constitución dice que éstos son propiedad de la nación, y nada más lógico que el propietario de una hacienda, una fábrica, un templo o una factoría tenga un inventario, firmado por aquellas personas que están al frente de la misma. Si esto no se hace, ¿quién responde de los daños y perjuicios? ¿A quién pedir indemnización, en caso de extraviarse los objetos pertenecientes a la propiedad? Es que un templo no es una fábrica –dicen los católicos–; pero el Gobierno no tiene por qué discutir si es lo mismo una fábrica que un templo, pues en caso de hacerlo saldría el último muy perjudicado, y se diría que de lo que se trata es de impedir los oficios religiosos, y esto no es verdad. ¿Qué inconveniente tienen, si han de proceder honradamente, en firmar que tienen bajo su custodia tales y cuáles cosas? ¿Acaso, en el orden legal, es más el obispo que el presidente municipal?
Al indicárseles que habían de proceder como la Constitución ordenaba, inmediatamente se reunieron los prelados mejicanos y acordaron pedir permiso al papado para suspender los cultos mientras no se derogase la disposición mencionada. El papado accedió inmediatamente –¡cómo no, si su labor es la de procurar la PAZ, de los pueblos!–; y desde el 1.° de agosto han entablado la lucha contra el Gobierno, en contra de la ley y en contra de su propia patria, con tal de salirse con la suya.
Veo negro este asunto; yo no sé por qué se me figura que el camino que han emprendido no es el más a propósito para llegar al éxito. Como medida efectiva para conseguir sus fines han declarado el boicoteo, y con él luchan fieramente, sin que nadie se meta con ellos. ¡Lástima de energías, tan torpemente gastadas!
Ellos pensaban que empleando procedimientos de esa naturaleza iban a conseguir lo que se proponían, creyendo que el Gobierno iba a ser tan débil que doblegaría la cerviz ante sus amenazas; pero se han equivocado, porque éste tiene conciencia exacta de su misión y sabe que la clase obrera mejicana está completamente a su lado, lo mismo que lo estuvo en los campos de batalla, cuando, dejando las herramientas del campo, del taller y de la fábrica, empuñó el fusil para defender las libertades que la reacción quería disputarle llenando los bolsillos de un ambicioso.
Tenemos que decirlo muy alto, para que todos nos oigan: la cuestión religiosa, que tanto interesa a los católicos del mundo entero, no ha sido promovida más que por los católicos mejicanos. Nadie se ha metido con que piensen de este modo o del otro. Nadie les ha dicho que no concurran a los templos siempre que les parezca. Ellos son libres de ser católicos, mahometanos, budistas, protestantes, o lo que les dé la gana; pero ante todo no deben olvidar que están en un país que tiene sus leyes para que se cumplan, y un Gobierno para hacerlas cumplir. Sean católicos en buena hora, pero no olviden que antes que católicos son mejicanos.
Adrián García