Don Miguel Morayta
Hoy ha dejado de existir D. Miguel Morayta, uno de los pocos hombres representativos que nos quedaban de una generación inolvidable, que poco a poco se va extinguiendo.
Hemos sentido hondamente la desgracia. Todos cuantos nos hemos educado en el santo odio al clericalismo, que corroe el corazón de España; a la reacción, que la arrastra a la catástrofe y a la vergüenza, recordamos con emoción el nombre do D. Miguel Morayta, como uno de nuestros mejores maestros, en cuyos libros ha encontrado nuestra razón jugo abundante para sostenerse en la polémica y vigorizar las convicciones.
Sobre una obra grande, digna de loa, de Morayta, se ha desencadenado la hostilidad de la hipócrita sociedad española: su Historia de España. Por un snobismo estúpido se le empezó a tildar de libro populachero, plebeyo. En vez de desatar una guerra furibunda contra esta Historia, de persecuciones violentas y diatribas furiosas, el jesuitismo hábil y trapacero quiso anularla ridiculizándola. Quedó envuelta en el mismo ambiente que rodea hoy a los que honrada y sinceramente hacen anticlericalismo, un ambiente de cosa démodé, no bien. Es justo sacar esa obra del olvido en que la han logrado poner los que, por necedad, por cobardía, por vicentismo o por ruindad, hacen la labor de desacreditar todo esfuerzo leal y sincero en pro de la desclericalización de nuestro país. Si la de Morayta no es una buena Historia de España, ¿cuál otra de autor español es mejor que ella? Principalmente, ¿cuál otra es más sincera, más limpia de preocupaciones, de intenciones más elevadas y nobles?
D. Miguel Morayta ha escrito mucho. Últimamente tres estudios muy notables: El Padre Feijóo y sus obras, ¡Aquellos tiempos!, De Historia. Hizo también una Historia de la Commune y a la Revolución Francesa ha dedicado trabajos de mucho mérito.
No sólo con la pluma ha defendido y propagado el Sr. Morayta sus ideales regeneradores. También con la acción y en no pocas ocasiones. Todos podemos recordar aquel famoso discurso de la apertura de curso en la Universidad, que originó los sucesos de la calle de Santa Isabel.
Era gran maestre da la masonería española, y seguía dedicando sus entusiasmos políticos al republicanismo. Tenía ochenta y cuatro años, pero su actividad mental no había decrecido. Deja varias obras inéditas y en preparación. Precisamente su actividad es lo que quizá le haya costado la vida. Hace pocos días, en uno frigidísimo, acudió a clase a cumplir sus deberes. Al retirarse a su casa, después de explicar la lección de aquel día, se sintió atacado de la enfermedad que hoy ha tenido tan doloroso desenlace.
Enviamos nuestro pésame muy sentido a toda la familia del finado, especialmente a nuestros amigos el diputado a Cortes D. Miguel y al notable periodista D. Rafael.