[ Jesús Evaristo Casariego y Fernández-Noriega ]
Región y los tiempos de la II República
La verdad sobre la España de los años treinta.– Un periódico heroico.– Luchas y palizas políticas en Oviedo.– Álvarez Solís, un gran periodista asturiano.
Junta directiva de la Juventud Tradicionalista de Oviedo en 1932, presidida por el autor de este artículo. Ahora que están de moda las clasificaciones sociológicas y clasísticas diremos que estaba formada por tres estudiantes, dos dependientes de comercio, un músico, un empleado de banca, un obrero y un sacerdote consiliario.
El primer artículo que publique en un periódico diario apareció en REGIÓN en octubre de 1931. Se titulaba: “La Universidad de Oviedo en los siglos de oro”; era una evocación romántica y un tanto ingenua y retórica, llena de lugares comunes, sobre la vida escolar en el siglo XVII. Tenía yo entonces 16 años, estudiaba primero de Derecho y preparatorio de Filosofía y Letras. Así comencé mi carrera periodística, como colaborador sin sueldo de un periódico de provincias.
Han pasado desde entonces muchos años muy llenos de historia, de luchas y de dolores, de triunfos y de fracasos de esperanzas y de desilusiones, de entusiasmos y de fatigas. Durante ellos la vida moral material de la humanidad sufrió los cambios y trastornos más bruscos y profundos que jamás se registraron en un período de tiempo semejante. Tal vez ahora, muchísimos no se den cuenta de esto por aquello de que “los árboles impiden ver el bosque”, pero estoy seguro que los historiadores del futuro considerarán esa época, y especialmente el decenio 1960-70 como una de las cumbres divisorias de la historia, como un decenio bisagra en el que la humanidad dio un giro de ciento ochenta grados.
Cómo vino y lo que fue la II República
En 1931, cuando empecé a escribir en REGIÓN, hacía seis meses que se había proclamado la II República. Esta proclamación había nacido de tres causas distintas: primera de la imposición revolucionaria de una minoría audaz poco responsable y en exceso optimista de republicanos y socialistas, que se aprovechó de unas circunstancias transitorias favorables; segunda de la cobardía, descrédito y desorientación de una minoría gastada y en creciente desprestigio—el monarquismo laboral—, que ya no tenía nada que hacer en el país después de los cincuenta años de fracaso desde Cánovas a Primo de Rivera; y tercera, de la gran masa política caciquil a quien importaba muy poco los regímenes y las ideologías, y sí mucho sus intereses personales y de oligarquía. Hubo dos partidos o banderías extremas puramente idealistas y doctrinales que vieron el cambio de régimen sin participar directamente en los acontecimientos, pero sí con cierta satisfacción, pues ello suponía un río revuelto en el que algo podían pescar. Fueron estos grupos el carlismo y el anarquismo, factores ambos decisivos en loa acontecimientos posteriores, sobre todo en la guerra civil.
Paradójicamente, como venía ocurriendo en nuestra política desde que España perdió su rumbo en 1810, el motivo inmediato del advenimiento de la República fue el que menos podía esperarse: una victoria electoral de los monárquicos. Efectivamente, el 12 de abril de 1931 se celebraron unas elecciones municipales en las que los monárquicos sacaron 20.150 concejales y los republicanos 5.575. Estas elecciones no fueron refutadas como amañadas ni por los propios republicanos. Pero en vista de ello, se proclamó la República el 14 de abril. Lo único que se arguyó fue que los republicanos ganaron en casi todas las capitales de provincia con lo que se declaraba muy “democráticamente” que los ciudadanos urbanos eran de primera categoría y los rurales de segunda y tercera. Yo, como gracias a Dios, nunca fui “demócrata”, no entendí ni entiendo de estas cosas. Pero es ciertísimo que aquello ocurrió así.
Al parecer, lo lógico, lo de sentido común, hubiese sido que la República se proclamase en 1898, cuando el gran desastre exterior del régimen monárquico, o en 1923 cuando, según el criterio demoliberal, el rey había salido de “la legalidad” al admitir la Dictadura. Pero no, el desastre terrible quedó sin castigo, y veinticinco años más tarde al dictador Primo de Rivera se le recibió con general aplauso para repudiarle con general censura un lustro después.
La República empezó a decepcionar muy pronto a casi todos los que no formaban parte del grupo directamente gobernante. Ortega Gasset habló del “perfil agrio y triste de la República”, y Martínez Barrios pronunció su famoso discurso hablando del “fango, sangre y lágrimas” que había dentro de ella. Al mes de su proclamación, empezaron las quemas de conventos y templos, destruyéndose magníficas e insustituibles obras de arte y bibliotecas de gran valor histórico y científico, hechos éstos vergonzosamente realizados por unos pequeños grupos amparados por la fuerza pública. Y también los conflictos sociales con muchos muertos y heridos y un paro obrero que alcanzó tristemente los más altos niveles de la historia de España. Ello dio pie a que las masas de extrema derecha y extrema izquierda (usando la denominación de la época) se declarasen enemigas del nuevo régimen haciéndole una guerra a muerte. Las continuas torpezas e inhibiciones del Gobierno republicano-socialista les fueron sumando adeptos, igual que había ocurrido en la primera República Navarra y otras comarcas carlistas fueron ocupadas militarmente en otoño del 31 con pretexto de maniobras del nuevo ejército de Azaña, y en Andalucía, Cataluña y Extremadura hubo muchos muertos y heridos en choques con obreros y campesinos anarquistas que, como en tiempos de la Monarquía liberal, pedían pan y justicia y recibían tiros y cárceles.
La República hizo en junio de 1931 unas elecciones que ciertamente fueron tan sinceras como las monárquicas del 12 de abril. Pero su resultado fue completamente distinto. ¿Qué había ocurrido en el breve lapso de tres meses para que cambiasen las opiniones y preferencias de los electores? Pues sencillamente que la misma máquina caciquil electora que en abril estaba todavía al servicio del poder monárquico se puso en junio al servicio del poder republicano, pues era el PODER a lo que servían los tinglados caciquiles de la España liberal, y no a un régimen o a otro.
Las nuevas Cortes hicieron una constitución con tópicos pintorescos y teorías manidas de rancios filósofos enciclopedistas. Declararon que España era una República “de trabajadores” aunque entre los gobernantes abundasen los abogados sin pleitos y los desocupados de tertulia. Y hasta se renunció cándidamente a la guerra, como si el hecho tremendo de la guerra pudiera renunciarse como se renuncia a ir al teatro o usar pantalones amarillos o si en los planes de una explotación agraria se renunciase previamente a la langosta o al pedrisco. Precisamente rigiendo esa Constitución, estalló una de las guerras más feroces que hubo en España. Otra gran torpeza fue modificar la bandera, ya que la que había no era monárquica, sino nacional, y, además, hacer esa modificación añadiéndole el color morado, que en la vieja heráldica castellana representaba precisamente al sector eclesiástico, tal vez el menos grato a los republicanos. De contradicciones y ligerezas así, estuvo plagado aquel régimen.
Pero no todo eran ingenuidades, pues, entre ellas, se sabía barrer para adentro. Se hizo una ley electoral a medida de las conveniencias de los gobernantes, suprimiendo los distritos unipersonales, a la inglesa tradicionales ya en la España 1iberal, y se crearon grandes circunscripciones provinciales que eran más fáciles de manejar desde los Gobiernos Civiles. Se acapararon los medios de comunicación más importantes, y la radiodifusión fue solamente usada, en monopolio, por los ministros y partidos adeptos, con exclusión absoluta de las oposiciones. Empezaron entonces a proliferar los coches oficiales, dotándose de ellos a muchos cargos que antes no los tenían y a acumularse empleos y sinecuras en los personajes preferidos dando nacimiento a lo que entonces se llamó “enchufismo”.
Represiones y falta de una política social
Pero la culpa más grave del nuevo régimen fue el haber carecido de una política social-laboral efectiva abierta de verdad hacia los pobres. Esto podrá parecer increíble, pero fue ciertísimo. Los gobiernos republicanos con tres ministros y el presidente de las Cortes pertenecientes al partido socialista, no fueron capaces de hacer una legislación social moderna para amparo de los trabajadores, limitándose a conservar en esto las leyes monárquicas de Dato y Primo de Rivera. Aunque el paro obrero llegó a ser pavoroso no hubo seguro ni remedio contra él. Tampoco se creó la Seguridad Social de enfermedad, jubilación, orfandad, &c. Todo eso fue implantado en España después de la guerra civil y totalmente desconocido, aunque sí repetidamente solicitado durante la República. Con ello lo mayor parte del proletariado (y entonces sí existía en España un auténtico proletariado urbano y rural) se puso frente al régimen o se sintió honda y peligrosamente defraudado, incluso en extensos sectores de la sindical socialista gubernamental de la UGT. Al mismo tiempo que “no se hacía nada” de política social, se procuraba irritar por todos los medios a la Iglesia y a los católicos (expulsión de los jesuitas, quema y profanación de templos, supresión de la enseñanza religiosa, &c.) y se fomentaba el malestar dentro del Ejército. Es decir, que la República se iba creando enemigos a uno y otro lado, destruía y no construía, cosa que fue muy frecuente en la España del liberalismo.
Las represiones policiales fueron más duras que en la Monarquía. Raro era el día que por una causa u otra no surgía algún choque, muchas veces con muertos y heridos, entre la fuerza pública y los “extremistas” de izquierda o derecha. La represión de Casas Viejas fue todo un símbolo. El propio presidente del Gobierno, don Manuel Azaña, dio la tristemente célebre y tan comentada orden de “tiros a la barriga”. Guardias y oposicionistas iban cayendo en todas las provincias de España, y el clima de inseguridad y guerra civil crecía y se afirmaba día a día. En la represión desatada por la República hubo también aspectos trágico-cómicos como la orden que dio el ministro Azaña a sus fuerzas de Artillería de destruir a cañonazo limpio una taberna de Sevilla, propiedad de un tal Cornelio, donde se reunía una tertulia de comunistas. Este absurdo suceso pasó hasta el género frívolo, y en una revista del Teatro Martín, de Madrid, se cantaba un dúo en el que una “chula” le decía a un “castizo”:
“Si no me quieres, Aurelio – contigo haré lo que Azaña – con la casa de Cornelio – y sobre tí, vida mía – lanzaré los proyectiles – de mi nueva Artillería.”
Todo esto lo cantaba la “chula” moviendo el trasero y las delanteras, entre risotadas y aplausos del público. Era lo trágico mezclado con lo bufo, buena expresión de aquella Republiquita en la hora venida sobre España-
En otoño de 1931 se dio la famosa Ley de Defensa de la República que facultaba al Gobierno para “detener y desterrar a los ciudadanos”, suspender 1os periódicos y establecer la previa censura, impedir reuniones y clausurar círculos políticos, Una ley, en fin, que recordaba en el todo y las partes, los Reales Decretos de Narváez de noventa años atrás.
Víctima de esa ley represiva pasé yo luego en Madrid más de cuatro meses de cárcel gubernativa –en distintos períodos– sin que se me procesara ni se me acusara concretamente de ningún delito, pero sí de ser vicepresidente de la Juventud Carlista madrileña y escritor muy polémico en “El Siglo Futuro” y otras publicaciones. Y en una ocasión fui brutalmente apaleado en la Dirección General de Seguridad, que entonces estaba en la calle de las Infantas y Víctor Hugo, por los guardias de asalto republicanos (era director general el señor Alonso Mallol), que la emprendieron conmigo, que estaba sujeto con esposas, a patadas, puñetazos y culatazos, aún después de estar derribado en el suelo: todavía conservo en mi cuerpo señales de aquel “interrogatorio especial”.
La reforma agraria que tanto necesitaba España y para la cual el liberalismo había desaprovechado, casi podría decirse que criminalmente la coyuntura de la desamortización eclesiástica, resultó, en manco de los republicanos y socialistas una burla sangrienta para los trabajadores del campo, que efectivamente les costó luchas y sangre. Contra ella se alzaron los pobres y desesperador “yunteros” de Extremadura, dando lugar a uno de los conflictos más típicos y decepcionantes de aquel régimen. En el saco de la República habían entrado socialistas reformistas y ricos propietarios, como su propio presidente, don Niceto Alcalá Zamora, y de esa contradicción de intereses y finalidades tan opuestos nada bueno podía salir y nada bueno salió en efecto.
En general las grandes figuras de la segunda República eran buenas personas tal vez bien intencionadas, pero con muy poca práctica y experiencia política. Teorizantes de cultura libresca que habían pasado la mayor parte de su vida, en tertulias de Ateneo, eruditos, profesores o “intelectuales”, como estaba de moda decir, de muchas lecturas y pocas observaciones directas sobre la vida real de España. Fueron como unos aficionados a la química que solo supiesen esa ciencia por tratados y especulaciones teóricas a los que un mal día se les pone en las manos un gran y complicado laboratorio químico industrial en el que, guiados únicamente por los libros, empiezan a manipular con toda clase de substancias hasta que producen una formidable explosión que acaba destruyéndolos a todos. Así fue España en sus manos hasta el gran estadillo de julio de 1936. Ese teoricismo libresco, sacado generalmente de textos extranjeros y su afán de aplicarlos a la viva, compleja y particular realidad española, fue el enorme y continuo trabajo de la España liberal desde la pretenciosa y retórica Constitución de 1812 (copia de la francesa de 1791) que presuponía que todos los españoles eran “justos y benéficos” (artículo 6.º) y sus leyes “sabias y justas” (artículos 4.º y 12.º), con lo cual los constitucionalistas gaditanos iban a hacer a todos felices con sólo promulgar “aquel sagrado Código” que luego en la realidad únicamente trajo disputas, motines y guerras.
La II República en Asturias: juventud beligerante
En Asturias, la República no modificó en nada las formas de vida social-económica. Se aumentó como en todas partes la pobreza y el paro. Los caciques cambiaron sus rótulos monárquicos por otros republicanos, muchos se agruparon en torno al gran tinglado electorero del reformismo melquiadista. Otros “se hicieron” lerrouxistas, azañistas, a1bornocistas, &c. Exactamente igual que en la Monarquía de Cánovas las oligarquías electorero caciquiles carecían de signo ideológico auténtico y tan solo personalismos en torno a un jefazo que mandaba en Madrid. Otros grupos con inspiración más o menos clerical: a través de “El Debate” constituyeron un conglomerado semi-republicano a imitación de la democracia italiana, entonces bien barrida por Mussolini.
REGIÓN fue el diario asturiano que representó con mayor valentía la oposición católica a la República y ello le valió multas y persecuciones. Incluso estuvo varias veces a punto de ser asaltado e incendiado como ocurrió con otros varios periódicos en España. Del Gobierno Civil le negaban toda protección ante esas amenazas. En cambio cuando se fundó el diario socialista “Avance” le pusieron a la puerta guardias de asalto para impedir cualquier agresión.
Yo ingresé como redactor de plantilla en REGIÓN en enero de 1932, con un sueldo de mil reales o sea doscientas cincuenta pesetas al mes. Con ello ayudaba a mi familia y costeaba mis gastos de estudiante. Eran tiempos de gran pobreza de una clase media que vivía duramente para mantener un mínimo de decoro exterior. La moral era rígida, las costumbres generalmente honestas: se nos enseñaba que la vida era un valle de lágrimas y que existían altísimos valores de honor, deber, lealtad, pudor, &c., que había que mantener aun a costa de la vida. De esa clase media numerosísima, pobre, sacrificada y silenciosa, salió la juventud heroica que hizo y ganó la guerra civil. Mi mayor honra, mi máximo orgullo, mi gran satisfacción es haber pertenecido a ella y lo proclamo ahora, cuando parece que prevalecen valores negativos, contrarios a todo lo que ella significaba.
Ante esa guerra que ya todo el mundo veía inevitable, los jóvenes nos preparábamos espiritual y físicamente para ella con fervor de cruzados. Clandestinamente hacíamos ejercicios militares con pretexto de excursiones, partidas de caza y actos deportivos. Así fuimos muchas veces a las entonces semidesérticas laderas norte-occidentales del Naranco. De este modo fueron naciendo en toda España los Tercios de Requetés y luego las Centurias de Falange. (Algo semejante hacían las juventudes marxistas.) Recuerdo una hoja que re presentaba a un voluntario caído junto a una alambrada con el fusil al lado y una leyenda debajo que rezaba: “ANTE DIOS NUNCA SERÁS HÉROE ANÓNIMO”. Y al dorso un texto que decía:
“Tu deber es combatir sin tregua, sin temor, sin fatiga. Nunca cuentes al enemigo y piensa que eres superior a él, y que está contigo el Dios de los Ejércitos. Ante Dios nunca serás héroe anónimo. Con tu bayoneta defiendes la Fe de tu madre, y la honra de tus hermanas. Se HOMBRE ante todo y sobre todo HOMBRE alegre en la marcha, duro en el combate, y toma siempre la ofensiva, para devolver a tu Patria la grandeza y alcanzar la paz de la victoria.”
¡Qué viril y que hermoso, pero qué lejano todo eso!
Ripios malos y política peor
En REGIÓN yo escribía artículos literarios, tomaba noticias de Madrid por teléfono, hacía la crónica de Tribunales y tenía una sección fija diaria redactada en versos muy malos que titulaba “Ripios de actualidad”. Desde allí atacaba, todo lo que me dejaban, a la República y sus gentes, en los periodos que no había censura. Recuerdo que, refiriéndome a Azaña, escribía irónicamente:
“Aunque algo tarde, lector – me voy de Azaña a ocupar – y su actualidad a “ripiar” – de la manera mejor: – ¡Qué triunfo el de ese señor! – ¡Qué formidable estadista! – ¡Y qué persona más lista! – Mas culta y más convincente – que arrastra tras de sí a la gente – y al más astuto despista…”
Y de don Fernando de los Ríos, uno de los más representativos y viscosos santones del socialismo de “cátedra”, hacía una semblanza en un soneto que comenzaba:
“Es este sefardita de barba reluciente – una mezcla diabólica de hebreo y de masón, – tiene el semblante adusto, rígido el continente – una mirada oblicua y un gesto de santón.”
Y al terminar el año 1932, central del bienio rojo que ensangrentaba y hambreaba al país dejé este testimonio:
“Voy a hacer el resumen versificado – de este año, lectores, – que ya ha pasado. – Y de agorero, – quiero servir, señores – al venidero. – El año treinta y dos – no se hizo blanco, – que lo tiñe la sangre – de Castilblanco. – Y ese sangriento hecho – tiene remedio – en los sucesos trágicos – que hubo en Arnedo. – Desgobiernan a España – los socialistas, – y el Poder es vivero – para enchufistas. – Huelgas y tiros. – Las cosechas taladas – muertos y heridos. – Refriegas por las calles. – Levantamientos. – Azaña fuma inquieto – unos momentos. – La Castellana – es un Bailén pequeño – por la mañana.{1} – Se aprueban la Reforma y el Estatuto. – El Congreso es el amo – del exabrupto. – Y entre denuestos – se aprueban con gran prisa – los presupuestos. – Hoy todo el mundo espera – con interés – lo que nos traiga el año – del treinta y tres. – Aunque yo creo – que el futuro, señores – viene muy feo.”
Y tan feo, que vinieron en cadena el aumento del paro, Casas Viejas, la derrota electoral de las izquierdas –la de las “burgas podridas” según Azaña– que dio lugar a la sublevación socialista-separatista de 1934, poco propicios a admitir triunfos “democráticos”: el bienio del estraperlo, el Frente Popular; los atentados en cadena y la guerra civil. Fue una lista de sucesos sin duda muy republicanos.
Mi sección de ripios –detestable desde el punto de vista literario– tuvo bastante éxito como polémica política. Hoy me da pena leerla y creo que su texto sólo se conserva en la colección completa de REGIÓN que se custodia en el Instituto de Estudios Asturianos.
Violencia en las calles
A fines de 1931, un centenar de muchachos –que luego fue en aumento–, en su inmensa mayoría de menos de veinte años, estudiantes de diversos centros, incluidos bastantes seminaristas, empleados, artesanos y obreros católicos, fundamos la Juventud Tradicionalista y el Círculo Carlista de Oviedo, en la calle Canóniga. Me eligieron presidente. Dimos y recibimos muchos palos. A mí me propinaron una tunda terrible en la calle de Uría, a consecuencia de la cual estuve a punto de perder un ojo. En compensación yo deslomé un día a un significado directivo de la Juventud Socialista, al que desposeí de varios dientes de esos que valen más que diamantes, según don Quijote. Una tarde “nos asaltaron” durante un acto religioso que celebrábamos en San Isidoro, en el que hablaba nuestro correligionario el padre jesuita Lamamié de Clairac. Otra noche hicimos añicos los muebles del centro comunista de la calle de Santa Susana. Pero hay que reconocer que aquellas luchas tenían por ambos bandos cierta nobleza y mucho coraje. En Oviedo, al menos hasta mediados de 1933, en que me fui a Madrid, no recuerdo que se utilizasen pistolas ni navajas, y solo puños y garrotes como en las antiguas y folklóricas “palizas asturianas”. En el Círculo Carlista teníamos una espléndida y completa colección de palos nudosos y flexibles de verdadero acero vegetal que nos facilitaba un correligionario, estudiante de cura del concejo de Aller y un estudiante de Derecho de Trevías. ¡La cantidad de costillas marxistas y republicanas que molimos con ellos, aún a costa de nuestras propias costillas, que muchas veces recibían idéntico tratamiento!
Muchos años después me encontré en Méjico a uno de aquellos belicosos rivales que había sido personaje de la Juventud Socialista ovetense. Cenamos juntos algunas noche y recordamos con buen humos y nostalgia aquellas jornadas juveniles, como dos viejos generales enemigos que añoran las batallas que riñeron antaño.
REGIÓN fue en aquella época un periódico heroico, con vocación de mártir. Sobrevivió por un verdadero milagro; combatió día y noche, soportó toda clase de temporales y jamás arrió la bandera.
REGIÓN en 1932. Un gran periódico asturiano
Durante mi estancia en el periódico formaban su redacción y cuadro de colaboradores asiduos, el redactor-jefe, don Manuel Fernández, de Gijón; don José María Villanueva, tipo característico de periodista “a la antigua” y ovetense muy característico; don José María Fernández Pajares, excelente humanista; don Sabino Alonso Fueyo, filósofo, y ambos procedentes del Seminario; don Álvaro Arias y don Manuel Fernández, de Oviedo, que hacían toros y deportes; don Secundino G. Magdalena, sacerdote y crítico musical; don Amador Juesas, también sacerdote y carlista muy significado que había fundado sindicatos católicos independientes; don José María Uncal, gran poeta que acaba de llegar de Cuba, el popular y bondadoso fotógrafo Mena, el dibujante Prieto, doña Mercedes Barón de Arnaiz y varios eclesiásticos del clero catedral y parroquial ovetense. En el año 32 se incorporaron los hermanos Vázquez-Prada, que luego ocuparon altos cargos en el periodismo de Madrid y Barcelona y, poco después, el tercer hermano, don Ricardo, que es actualmente director y que empezó escribiendo sobre deportes con el pseudónimo de “Tomasín”. Recientes estaban los recuerdos de los anteriores directores don Florentino Carreño y don Constantino Cabal, admirable investigador éste del folklore y cronista de Asturias, y su esposa y colaboradora doña Mercedes Valero de Cabal. A la sazón era director un excelente periodista asturiano, un gran periodista profesional hoy injustamente olvidado, don Antonio Álvarez Solís, natural de Mieres, que fue mi primer maestro en el arte complicado de escribir y dirigir periódicos. Con su buen recuerdo (que Dios le tenga en su Santa Gloria) quiero terminar estas deslavazadas líneas escritas “cuarenta años después”, ahora que REGIÓN cumple medio siglo de su vida.
Que Dios le dé por lo menos otro medio siglo.
Y que todos los que ahora me están leyendo y yo lo veamos.
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{1} Alusión a los sucesos del 10 de agosto del 32, cuyo escenario madrileño estuvo principalmente en la plaza de la Cibeles y paseos de Recoletos y la Castellana, y durante los cuales se dijo que Azaña fumaba nerviosamente detrás de un balcón del Ministerio de la Guerra.