Qué pretendía el socialismo
Ignoramos cómo se preparó la revolución. Esto entristece un poco el ánimo. Indica que se preparó de acuerdo, o, al menos, con la imperdonable lenidad de aquéllos a quienes la sociedad confía su salvaguardia, que eran los obligados a descubrir la trama de un asunto en que han tenido que intervenir millares de personas.
Pero ello, con ser grave, no lo es tanto como la ignorancia en que todos, o la inmensa mayoría de los españoles estamos respecto a sus propósitos.
No se explica, fácilmente, que en pueblos como el español, donde cada día es más despierta la opinión pública, se busquen la confabulación, el complot, los medios subterráneos y contra ley para las conquistas políticas.
A la opinión española no se la puede acusar de timorata. Hay hechos patentes de su audacia. De un puntapié derribó, a los 50 años de existencia, la Constitución del 76. En otro movimiento más reglamentado, sin violencias, sin sangre, sin opresión de nadie, por la simple demostración de voluminosa manifestación cívica, cayó una monarquía secular.
No se puede decir que la opinión se encoja ante las grandes decisiones históricas.
Sin embargo, el socialismo, al lanzarse a la revolución, no ha querido contar con la opinión; no le ha preocupado persuadirla o atraerla. ¡Le ha parecido mejor aherrojarla!
El socialismo hace poco más de un año que dejó las riendas del Poder compartido con los mismos que han estado a su lado en la revolución. Desde el Poder hicieron cuanto les vino en gana, porque tenían a la espalda una mayoría parlamentaria “de cemento”. ¿Qué les había quedado por hacer que han querido imponer a la opinión española cuando ésta les había mostrado desvío?
Esto es, sencillamente, deplorable. Desde los tiempos de Pavía (porque Sagunto determinó lo que va estaba determinado) se había borrado la violencia como arma de la política.
Una minoría audaz ha pretendido desarticular el sistema. Como el viejo caciquismo, pero en un estilo brutal, ha despreciado la opinión, y la opinión, siempre omnipotente, la ha aplastado. Porque, en definitiva, el Ejército y en general la fuerza pública, no es nada sin una moral, y la espléndida moral que les alentó en la represión fue la de servir a la opinión española, que es lo mismo que la de servir a su patria.
¿Qué pretendía el socialismo? La esencia del socialismo es la abolición de la propiedad privada. Se parte de la base que la propiedad en poder del Estado será de mayor rendimiento que en manos de particulares.
Si a la opinión española se le hubiera dicho claramente qué éste era el propósito de la revolución, la carcajada se habría oído en Sebastopol.
¡La hacienda privada gobernada directamente por el Estado!
¡Las minas de Asturias, por ejemplo, gobernadas, no por los ingenieros y demás hombres de talento y de cultura que las dirigen ahora, sino por los Comités de obreros y campesinos bajo “la alta” dirección del Estado! ¿Quién iba a tragarse esta píldora? Cierto que en este caso se esperaba el concurso de los técnicos para el día del triunfo. Por eso se les guardaba en la cárcel…, y se les vejaba y se asesinaba a algunos de ellos como muestra de lo que habría de ser la futura esclavitud de las inteligencias.
No era posible que el país aceptase semejante aberración de la soberbia de clase como camino viable para su felicidad.
Indalecio Prieto, que es el funambulismo ambulante, dijo en Cádiz cuando era ministro, que no había que pensar en un régimen colectivista en España, porque, pobre nuestra economía, rodeada de países fuertes que habrían de serle hostiles, perecería rápidamente, asfixiada.
Hace pocos meses, en el Cine Europa y después en las Cortes aseguró que la política socialista habría de enderezarse hacia el campo, porque las clases dirigentes de la industria tenían una preparación que hacía muy difícil reemplazarlas.
Y si esto es así; si los socialistas estaban convencidos de lo absurdo de la socialización, ¿qué habría de pensar la opinión neutral española?
No podía pretenderse la socialización que era el hambre y la ruina de todos ¿Qué era, pues, lo que guiaba el movimiento?
Ambición de poder; de humillación de los demás; bajos instintos de subversión, atizados en muchos casos por viles rencores; falta de conciencia de la responsabilidad colectiva; deslealtad con la Patria a la que ellos dieron un régimen y unas bases de convivencia que no supieron respetar.
Más que deslealtad, esto es traición.
Traición es lo que se destaca, es lo más doloroso de este movimiento revolucionario. Traición con la sociedad española. La moral que la inspira no podrá jamás regir los pueblos ni alumbrar obra alguna de trascendencia histórica.
Notas de enseñanza. Muchas escuelas, convertidas en centros de experiencias políticas
Sobre los maestros encartados en los pasados sucesos
Maestros nacionales amigos nuestros se han alarmado ante la cifra aproximada que publicábamos, hace días, de sus compañeros encartados en la abortada intentona revolucionaria.
Decíamos –el mismo número se comunicó a los ministros en la reunión que celebraron con los diputados por Asturias– que, acaso, habría un treinta por ciento.
Hoy hemos de añadir:
Quizás tengan razón nuestros comunicantes al considerar exagerada la cifra mencionada. No pueden ser tantos –dicen– los maestros que secundaron la revolución. El Magisterio asturiano no puede llegar a ese extremo.
Ojalá acierten los que así piensan, porque de lo contrario, es como para echarse a temblar. El redactor de “Notas de Enseñanza” de REGIÓN, en el comentario a propósito de esa cifra de encartados, no ha pretendido sembrar la alarma ni mucho menos desprestigiar –en todo momento le hemos exaltado– al Magisterio asturiano, como tampoco poner al descubierto a algunos maestros, por el mero hecho de haberse distinguido por sus campañas izquierdistas. Estaría en craso error quien pensase de tal modo.
Nosotros, como se sabe, dimos un número de pedagogos –la noticia nos vino por buen conducto– a los que alcanzaría responsabilidad criminal por tomar parte en los sucesos de octubre.
¿Que la cifra es exagerada? –Tal vez –insistimos– y lo celebraríamos de veras.
Pero no andarán muy lejos de ese promedio los que a partir de la instauración de la República, sobre todo durante el infausto bienio, no cumplieron con su deber al frente de las respectiva escuelas, convertidos, las más de las veces, en centros de experiencias políticas y revolucionarias.