Revista Contemporánea
Madrid, 15 de noviembre de 1884
año X, número 215
tomo LIV, volumen I, páginas 5-28

Mariano Amador Andreu

Exposición y crítica de la doctrina de Kant

La reforma en filosofía era necesaria. El sensualismo de Condillac y el empirismo de Locke, durante el siglo XVIII, se había enseñoreado, de todos los espíritus; dominaba, con incontrastable poderío, en las inteligencias más vigorosas, llevando en sí gérmenes fecundos de errores los más trascendentales, en las diferentes esferas de la vida. Semejante filosofía, por otra parte, era insuficiente e incapaz para explicar los fenómenos psicológicos y la vida interna de nuestro ser, para dirigir las operaciones del alma, para descubrir los pliegues misteriosos del corazón humano, para penetrar en lo más recóndito de nuestra íntima naturaleza, para elevarnos al mundo de lo infinito, traspasando los reducidos límites de la mera exterioridad, para presentar del hombre un acabado y completo análisis de sus facultades y sus varios modos de ejercicio, para hacer ver, de una manera concluyente, que la fuente de nuestros conocimientos, el origen de las ideas no son sólo los sentidos, sino que, por el contrario, existen además la conciencia y la razón; para demostrar, en fin, que la sensación [6] de Condillac con la reflexión de Locke nos informan y nos dan exclusivamente el conocimiento sensible, concreto, particular, individual, determinado, sin que por este medio, admitiendo tan sólo esta fuente de conocimiento, podamos penetrar en el mundo moral al cual se llega por la conciencia, y el mundo del infinito, al cual nos elevamos mediante razón. En este estado se presenta, en el vasto campo de la ciencia, un genio superior, original, fecundo, dotado de brillantes aptitudes para la filosofía, iniciando el movimiento intelectual de Europa; abriendo nuevos horizontes a las ciencias y las artes; echando los cimientos de una escuela cuyos numerosos adeptos y ardientes partidarios encuéntranse esparcidos en diversas naciones. Este segundo Sócrates, como algunos le llaman, es Manuel Kant, nacido en Koenigsberg el 24 de abril de 1724, proponiéndonos, al presente, trazar un bosquejo de su doctrina.

De claro talento, cultivado con especial cuidado, de vasta comprensión, de penetrante mirada, de condiciones relevantes para el estudio, amante de la verdad, con decidida vocación para desentrañar los problemas más arduos de la ciencia filosófica; reconcéntrase en él la fuerza, la profundidad y el genio, operando una gran revolución en la esfera científica, cuyas consecuencias habrán de ser en alto grado trascendentales, cambiando la dirección de la ciencia y haciéndola marchar por nuevos derroteros.

Advertido por el escepticismo de Hume, se fija su atención en los resultados evidentes de las matemáticas, tratando de averiguar las causas de la desigualdad observada en la filosofía: al efecto, el examen de sus diversos sistemas y especialmente el dogmatismo de la escuela de Wolf, le pone en el caso de indagar un conocimiento filosófico, concluyendo de aquí ser indispensable, a este fin, la crítica de las diversas fuentes del conocimiento, y completando de esta suerte el trabajo comenzado por Locke. Desde luego conoce que la filosofía y las matemáticas son ciencias puramente racionales: distingue a su vez los conocimientos racionales de los empíricos y el carácter de necesidad y universalidad asignado a los primeros. De la posibilidad de los conocimientos [7] racionales dependen absolutamente los filosóficos, siendo de dos clases, sintéticos y analíticos, formando dos órdenes de leyes intelectuales, descansando los segundos sobre los primeros. La existencia de los conocimientos a priori es garantía para las matemáticas y fundamento de la metafísica; y como ciencia de lo puro racional, se consagra a comprobar la posibilidad de estos conocimientos, su fundamento y origen es una ciencia necesaria al espíritu humano y de la más alta importancia. Kant traza una línea de separación entre la filosofía y las matemáticas, estudiando la facultad de conocer de una manera profunda en sí misma y en sus diversos aspectos. Su penetración le hace percibir ser los conocimientos sintéticos a priori los constitutivos de su forma, no pudiendo ser fundados en las leyes del individuo.

La filosofía para Kant puede ser considerada bajo tres puntos de vista: dogmática, cuando se funda en principios que supone y reconoce como verdaderos; escéptica, cuando descubre la insuficiencia de principios adoptados por él; dogmatista y crítica, cuando después de haber adoptado las objeciones del escéptico, sin satisfacerle el estado de duda, procede a investigar cuáles son los principios de la naturaleza humana, origen de las ilusiones del dogmático, y mediante una análisis escrupuloso de las potencias llamadas cognitivas, trazó todo el sistema de los conocimientos en las distintas modificaciones de sus elementos originales con el auxilio de las formas independientes y fundamentales del pensamiento. Esto constituye el espíritu de la filosofía crítica. Todo lo que es objeto del entendimiento es compuesto, siendo sus partes componentes las capacidades o susceptibilidades, como dice el mismo Kant, del que percibe, lo percibido y el percipiente. Este compuesto en el cual entran como factores importantes lo subjetivo y objetivo, es susceptible de modificarse en virtud de la alteración experimentada por las leyes respectivas de la sustancia y de otras varias. Los elementos subjetivos se llaman formas; cada función del alma tiene su forma particular, la cual se une tan íntimamente al objeto que se presenta como uno el sentimiento, existiendo como combinación de diversas partes. Dedúcese de aquí el no poder conocer nada [8] en sí mismo y sólo estar en posesión de las cualidades reales de las cosas conocidas por el ejercicio de las leyes que modifican las propiedades existentes en los objetos. En su consecuencia, la filosofía es empírica en cuanto hace relación a las cosas externas y puramente sensibles; es trascendental en cuanto valiéndose de la razón corrige las falsas representaciones de los sentidos y afirma la existencia de los objetos de un modo real conocido por nosotros: de ahí, pues la filosofía empírica considera al universo objetivamente, y la trascendental subjetivamente. No pudiendo conocer el universo en sí, deberemos contentarnos con el conocimiento fenomenal, cuya realidad es puramente subjetiva; por consiguiente, el sistema del mundo es para nosotros ideal, no conociéndolo directamente sino por medio de las ideas cuyo origen le atribuimos.

Al examinar los fenómenos de inteligencia distingue Kant los conocimientos derivados de la experiencia y los que proceden de diferente origen. De ésta misma opinión son Platón, Descartes y Leibnitz, sirviéndose el filósofo de Koenigsberg de las palabras a priori y a posteriori para expresar aquellas dos clases de conocimientos, como antes lo había hecho el gran Leibnitz. «Los conocimientos a priori, dice Kant, son necesarios y universales; necesarios, porque lo que les es contrario implica contradicción; universales, porque son iguales en todos los hombres. Todo conocimiento necesario es universal y viceversa. Por este doble carácter se distinguen los conocimientos a priori de los a posteriori, los cuales son fruto de la experiencia, y no son ni universales ni necesarios, ni sus contrarios implican contradicción. Para dar a conocer de un modo más claro esta diferencia, divide los juicios en dos clases. En la primera coloca aquellos cuyo atributo no añade nada a la idea expresada por el sujeto, y todos estos son a priori; tales son las proposiciones que Leibnitz llama idénticas, como: todo cuerpo tiene extensión; dos y dos son cuatro. Kant los llama analíticos o explicativos, porque el atributo descompone o explica la idea del sujeto. A la segunda clase pertenecen los juicios en que el atributo añade al sujeto, pudiendo ser a priori o a posteriori; como los cuerpos son [9] graves, todo lo que sucede tiene su causa. A estas proposiciones llama juicios sintéticos o extensivos, en oposición a los analíticos.

El filósofo de Koenigsberg llama trascendentales a las concepciones que no dependen de la experiencia y no se aplican a ningún objeto existente fuera del espíritu. Divídelas en tres clases: 1ª Las que acompañan el ejercicio de la facultad sensitiva. 2ª Las que sin exigir el desarrollo actual de aquella facultad, se aplican a los objetos de la experiencia, acompañándolas el ejercicio de la inteligencia. Y 3ª Las que no pueden aplicarse a ningún acto experimental, y acompañan el ejercicio de la razón. Las ideas de espacio y de tiempo, pertenecen a la primera clase; a la segunda las de unidad y pluralidad, y la de causa suprema a la tercera. De aquí deduce la triple división de la lógica; en tratado de la idea o del entendimiento, del juicio y del raciocinio, designa con el nombre de analítica a la parte que trata de los juicios analíticos; dialéctica a la del raciocinio por conducirle a las ideas más elevadas y generales. La lógica trascendental se subdivide en analítica y dialéctica trascendentales. La primera se ocupa de las concepciones que acompañan al juicio sin tener realidad exterior sino cuando se aplican a los objetos de la experiencia; la segunda trata de las concepciones, producto de la razón, como facultad generadora de raciocinios, no teniendo aplicación posible estas últimas concepciones a los objetos de la observación. No se propone dar una lista completa de todas las concepciones puras del espíritu, por creer no está bastante adelantado el análisis del entendimiento humano, base de una filosofía trascendental completa: por eso tan sólo aspira a calificar los conocimientos y designarlos con los nombres de a priori y a posteriori, y por eso su obra es más bien una crítica trascendental, cuyo principal objeto es rectificar esos mismos conocimientos para asegurarnos de su verdad o falsedad y admitirlos o rechazarlos, según sean o no ciertos.

Las tres concepciones trascendentales las distribuye en tres clases: las que acompañan la facultad sensitiva, el entendimiento y la razón. El entendimiento es para Kant el [10] compuesto de muchas facultades, estableciendo entre éste y la razón una diferencia de grado. «Es máxima lógica, dice, que se reduzca en lo posible la diferencia aparente de las facultades; que por medio de la comparación se investigue su oculta igualdad y se examine lo que hay de común entre las que más diversas se presentan.» Examinemos si las concepciones llamadas trascendentales tienen un objeto colocado fuera del alma, correspondiendo a algo del mundo exterior, sensible y fenomenal.

El filósofo alemán no niega la realidad del mundo exterior; lo exterior existe: obra en los sentidos y sirve de ocasión al ejercicio de la facultad sensitiva y del entendimiento. Conocemos el mundo como nos lo representan los sentidos, siendo ellos el medio por el cual nos relacionamos, nos ponemos en comunicación con los objetos del mundo exterior, mediante su ejercicio, y dando lugar, por consiguiente, a los fenómenos llamados sensibles. Kant emplea indistintamente las palabras representación, percepción, intuición y sensación, siendo diferentes entre sí según su valor filosófico.

Los fenómenos conocidos por los sentidos son, en su opinión, la resistencia, el color, el sonido, el olor y el sabor, las mismas cualidades que en concepto de Descartes existen en el alma y que Locke llama propiedades secundarias. Kant supone ser la extensión y la forma puras concepciones sin ninguna realidad fuera de la inteligencia. Para distinguir lo que el alma produce por sí misma y lo recibido por ella, se sirve del mismo lenguaje de la filosofía escolástica; la materia para el escolasticismo como para el filósofo alemán, es el objeto corporal en que se ejerce el hombre o la naturaleza; la forma es la propiedad que el objeto recibe de la naturaleza o del arte: la materia es el fenómeno exterior de que se apoderan los sentidos, es decir, la resistencia, el sonido, el olor, el color o el sabor; forma es la concepción que el alma saca de sí misma añadiéndola a la impresión recibida. He aquí cómo quiere probar que la concepción de la extensión y de la figura no contienen nada de objetivo o exterior: «El objeto que produce un objeto en la facultad de representación en tanto que aquel objeto nos afecta es la sensación. La [11] intuición que por medio de la sensación se refiere a aquel objeto se llama intuición empírica. El objeto indeterminado de la intuición empírica se llama fenómeno: materia del fenómeno lo que en él corresponde a la sensación y forma del fenómeno aquello por lo que hace se coordinen sus elementos y formen entre sí diversas relaciones. Este último procedimiento no puede ser una sensación: por consiguiente, la materia de todo fenómeno, su parte objetiva, nos es dada a posteriori; pero la forma es puramente subjetiva, esto es, la recibimos a priori y depende de la acción de nuestra inteligencia. Son puras, en sentido trascendental, todas las representaciones en las cuales no hay nada que pertenezca a la sensación. La forma pura de las intuiciones sensitivas en que se han representado con ciertas relaciones los elementos diversos de los fenómenos, se encuentra a priori en el alma. Esta forma pura de la facultad sensitiva se llama intuición pura: por ejemplo, cuando yo separo de la representación de un cuerpo todo lo que de él ha pensado el entendimiento, como la sustancia, la fuerza, la divisibilidad y todo lo perteneciente a la sensación, como la dureza, el color y la impenetrabilidad, todavía queda algo en esta intuición, la extensión y la figura; las cuales pertenecen a la intuición pura, que existe a priori en el entendimiento sin ningún objeto actual de los sentidos, como forma pura y condición esencial de su modo de obrar.»

Estas mismas ideas se hallan confirmadas en el siguiente pasaje:

«No podemos hablar del espacio, ni de los objetos extendidos sino bajo el punto de vista de nuestra humanidad. Si salimos de la condición subjetiva, única bajo la cual podemos obtener una intuición exterior y ser afectados por los objetos, la representación del espacio no significa nada. Este predicado se dice de las cosas sólo en cuanto son objetos de la sensación. La forma constante de esta receptividad que llamamos sensitiva es un requisito necesario de todas las condiciones bajo las cuales se nos presentan los objetos exteriores, y cuando hacemos abstracción de estos objetos nos queda la intuición pura del espacio. Así el espacio pertenece a las cosas que se nos presentan; pero les pertenece porque [12] nosotros se lo atribuimos, no porque ellas nos trasmitan la idea del espacio.»

Su teoría sobre el tiempo es del mismo carácter. «El tiempo, dice, es la forma del sentido íntimo, o de otro modo, la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interior; porque el tiempo no puede ser la determinación de los objetos exteriores; no pertenece a ninguna figura, ni a ninguna condición sensible, sino que determina la relación de nuestras representaciones en nuestro estado interior.» Y añade después: «Si se consideran el espacio y el tiempo como propiedad es que para ser posibles deben encontrarse en las cosas mismas; si se considera cuán absurdo es que dos cosas infinitas que no son sustancias ni atributos de sustancia tengan, sin embargo, una existencia y sean condiciones necesarias de todas las existencias reales, subsistiendo aunque estas existencias desapareciesen, vendremos a la teoría de Berckeley, que reducía los cuerpos a puras apariencias; nuestra misma existencia en semejante hipótesis dependería de la realidad de dos nadas como son el tiempo y el espacio.»

En opinión de Kant, las nociones a priori referentes al entendimiento son concepciones puras o trascendentales, y por consiguiente, formas del entendimiento. Este a su vez es la combinación de la imaginación y de la memoria con los sentidos exteriores y la conciencia. Para descubrir las concepciones puras del entendimiento toma de la lógica ordinaria la clasificación de las proposiciones. La ciencia lógica considera las proposiciones bajo el punto de vista de la cantidad, cualidad, relación y modalidad. Bajo el primer punto de vista la proposición es universal, particular o singular. En cuanto a la cualidad, es afirmativa o negativa. La proposición es absoluta si el atributo pertenece sin condición al sujeto, como el hombre es mortal, condicional, cuando el atributo pertenece hipotéticamente al sujeto, como si el sol gira en torno de la tierra, es preciso que la tierra esté suspensa en el espacio. La proposición disyuntiva participa del carácter de la absoluta y de la condicional; categórica es la proposición absoluta, porque afirma pura y simplemente la relación de la sustancia y del modo: hipotética a la condicional por afirmar [13] una relación supuesta de causa y efecto; como el sol no puede estar inmóvil si la tierra no se mueve, luego el movimiento supuesto de la tierra es la causa de la inmovilidad del sol. Las proposiciones modales son las que encierran uno de estos cuatro términos: necesario, contingente, posible o imposible; estos cuatro términos modifican las proposiciones llamándose problemática cuando afirma la posibilidad, asertórica si afirma la existencia contingente y apodíctica si expresa la necesidad.

Las concepciones puras aplicadas a la experiencia que dan lugar a los juicios sintéticos llamados por él principios de conocimiento son: 1º Principio que corresponde a las categorías de la cantidad: todas las intuiciones son dimensiones extensas, inclusa la intuición del tiempo, que no puede concebirse si no es representándolo como una línea recta. Kant llama a este principio el axioma de la intuición. 2º Principio que se refiere a las categorías de la cualidad: en todos los fenómenos la realidad, objeto de la sensación, tiene una dimensión intensiva, esto es, un grado. Llámase anticipación de la percepción. 3º Principios que se refieren a las categorías de la relación y que se denominan analogías de la experiencia. Primera analogía o principio de la continuidad: bajo todos los fenómenos variables, la sustancia persiste sin aumentar o disminuir su cantidad. Segunda analogía o principio de sucesión: todas las alteraciones de la sustancia suceden en virtud de la ligazón de causa y efecto. Tercera analogía o principio de la simultaneidad: todas las sustancias en cuanto pueden ser percibidas al mismo tiempo en el espacio están en una completa reciprocidad de acción. 4º Principios referentes a las categorías de modalidad llamados postulados del pensamiento empírico en general. Primer postulado: lo que concuerda con las condiciones formales de la experiencia es posible. Segundo: lo que concuerda con las condiciones materiales de la experiencia es actual. Tercero: lo que concuerda con lo real, en virtud de las condiciones de la experiencia, es necesario.

Las proposiciones a priori, que el filósofo alemán refiere al raciocinio o a la razón pura, son el objeto principal de su [14] doctrina. La razón es para Kant, no una facultad simple, diferenciándose tan sólo del entendimiento en el grado y afirmando además ser el entendimiento mismo una combinación de la conciencia y de los sentidos externos con la imaginación y la memoria. «Así como, dice, el entendimiento convierte en unidad la diversidad de intuiciones, así la razón convierte en unidad la diversidad de los principios del entendimiento.» Y en otra parte añade: «Todo conocimiento empieza por los sentidos; de allí sube al entendimiento y después a la razón, sobre la cual no hay nada en el alma que pueda modificar la materia de la intuición, e imprimirle la más alta unidad del pensamiento. La razón tiene, como el entendimiento, un uso puramente formal, esto es, lógico cuando hace abstracción de la materia del conocimiento; pero también tiene un uso real, cuando da origen a ciertas concepciones y a ciertos principios que no proceden ni de los sentidos ni del entendimiento.»

En las proposiciones o juicios se distinguen la cantidad, la cualidad, la relación y la modalidad. Kant descubre en el raciocinio la relación, es decir, el vínculo por el cual el atributo de la conclusión se une con el sujeto. En este vínculo hay: 1º Relación de sustancia o de modo con la cual se forma la proposición absoluta o categórica, origen del argumento categórico. 2º La relación de causa y efecto que forma la proposición condicional o hipotética y que produce el argumento del mismo nombre. 3º La relación de las partes al todo que funda la proposición disyuntiva y produce el argumento disyuntivo. Por medio de cada uno de estos argumentos la razón propende al principio más elevado y más absoluto a un principio que se baste a sí mismo y no necesite ningún otro elemento. «En su procedimiento lógico, dice, la razón busca la condición general de la conclusión, y el raciocinio es un juicio cuya condición particular se ha convertido en regla general por medio de la proposición llamada por los lógicos menor. Como hay tres especies de raciocinios hay tres clases de absoluto: 1º El raciocinio categórico, fundado en la relación de sustancia y de modo, conduce a un sujeto que deja de ser y no puede ser predicado. 2º El raciocinio [15] hipotético, apoyado en la relación de causa y efecto, conduce a una suposición que no presupone nada, 3º El raciocinio disyuntivo, que tiene por fundamento la relación del todo con las partes, conduce a un agregado completo de las partes de una división. Según el filósofo alemán, la razón por medio del raciocinio categórico llega necesariamente a la concepción de la unidad absoluta del sujeto pensante, y esto forma la psicología racional; por el raciocinio hipotético llega a la idea de una existencia incondicional, en una serie de condiciones dadas, lo cual es el objeto de la cosmología racional. Y por último, la simple forma del raciocinio disyuntivo debe revelar por sí misma la concepción más elevada de la razón, el ser de los seres, y esto constituye la teología natural. Como en el fondo de todas estas ideas se halla siempre la trascendencia, el filósofo alemán distingue entre trascendental y trascendente. Llámase trascendental a una concepción que no teniendo desde luego realidad exterior, la halla después en la experiencia, y trascendente una noción que no hallando realidad en la experiencia, exige que la razón traspase sus propios límites.

Al explicar la idea trascendental llamada por Kant lo ideal por excelencia, determina el sentido dado a esta palabra por él. Ya hemos visto se designa con los nombres de categorías a las concepciones del entendimiento o del juicio, e ideas a las concepciones del raciocinio. Divide las ideas en tres clases que llama paralogismos, antinomias y lo ideal. Lo ideal es lo que está más lejos que todas las otras ideas de la realidad objetiva. El sabio de los estoicos es un ideal, esto es, un hombre que no existe sino en el pensamiento pero que concuerda perfectamente con la idea de la sabiduría. Lo ideal de la razón puede determinarse por reglas a priori aunque no pueda realizarse por la experiencia. El punto matemático es lo más ideal que el entendimiento puede concebir. Este ideal de la razón al cual nos conduce, según Kant, el raciocinio disyuntivo, es el ser primitivo del cual todos los otros emanan; el ser Supremo en tanto que no hay otro ser superior a él; el ser de los seres en tanto que contiene en sí todos los seres determinados. La concepción de este ser es la de Dios como objeto de un pensamiento trascendental. «Pero la razón, [16] dice, establece esta concepción sin pretender que su realidad sea objetiva.» De donde se infiere que para llegar a la concepción de Dios bástale al hombre tener la concepción de sí mismo.

Kant ofrece tres pruebas ordinarias de la existencia de Dios: 1º Si alguna cosa existe, un ser absolutamente necesario debe existir. Esta prueba se llama cosmológica. 2º Hay orden y armonía en este mundo; es necesario, pues, que haya una causa de este orden. Como esta prueba sube del orden físico a Dios, el filósofo alemán la designa con el nombre de físico-teológica. 3º Separándose de toda experiencia de la concepción pura del ser infinito, se infiere la existencia de este ser: esta es la prueba ontológica. En lugar de mirar la creencia en la perfección de Dios como una fe natural que no se apoya sino en sí misma, Kant supone que si esta creencia no puede salir de las pruebas físicas o metafísicas de la existencia de Dios, encuentra un fundamento suficiente en las morales, esto es, en la existencia de la ley moral o en la idea del mérito y del demérito.

La parte más original, la más clara y también la más elocuente de la Critica de la razón pura es la referente a la existencia de Dios y de la vida futura. «Por el conocimiento teórico, dice, conozco todo lo que es: por el conocimiento práctico todo lo que debe ser. Las cosas son o deben de ser según ciertas condiciones. Las leyes prácticas (las morales), son absolutamente necesarias y a priori, suponen una causa igualmente necesaria y como ellas conocida a priori. Todo lo que interesa la razón, tanto la razón especulativa como la práctica, se contiene en estas tres preguntas: ¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué puedo esperar? La primera es especulativa y no puede resolverse sino con la tercera. La respuesta a la segunda es: haz lo que pueda hacerte digno de la felicidad; y la tercera puede expresarse en estos términos: así como los principios morales son necesarios, según la razón en su desarrollo práctico moral, así es necesario, según la razón en su desarrollo teórico, que cada uno tenga motivo de esperar la felicidad en la medida de su mérito y que el sistema de la moralidad corresponda al sistema de la felicidad. La [17] naturaleza sola no basta a poner de acuerdo la felicidad y la virtud: esta concordancia depende de una razón soberana, considerada como causa de la naturaleza y su reguladora, según las leyes morales. De aquí se sigue que la idea de Díos y de una vida futura son dos suposiciones inseparables de la obligación que la razón pura nos impone. La unión de la virtud y de la felicidad no puede realizarse, si no se funda en un ser necesario, que en el hecho de serlo, debe también ser la bondad suprema. La felicidad sola no es el bien soberano para la razón, porque ésta no aprueba sino la felicidad que está de acuerdo con el mérito, esto es, con la conducta moral. Tampoco constituye el soberano bien la moralidad sola. Para que el soberano bien sea cumplido, es preciso merecer la felicidad y tener motivo para esperarla. Si suponemos que el ser que puede dar la felicidad a los otros es la razón perfecta o la perfección de la razón, inferiremos que la dará a la intención recta y no al simple deseo de obtenerla. Esta teología moral tiene la ventaja de conducirnos directamente a la concepción de un ser único, perfecto y sabio. Si investigamos el poder capaz de imponernos leyes obligatorias, es indispensable suponer una sola voluntad primordial que contenga en sí todas estas leyes. Esta voluntad única debe ser todopoderosa, a fin de que tenga en su poder a toda la naturaleza y a las relaciones de esta naturaleza con la moralidad; debe poseer la totalidad y la perfección de la sabiduría, a fin de conocer el fondo de los corazones y sus méritos respectivos; debe ser eterna, a fin de asegurar la armonía del universo, en cuya armonía entran la recompensa de los que la merecen, la conservación de la libertad y de la moralidad y cuanto contribuye a la perpetuidad del orden en este inmenso todo que llamamos creación. En una palabra, este punto de vista moral de la teología nos lleva a la concepción de todos los atributos de la divinidad. El mundo debe ser considerado como la realización de una idea, si ha de estar en armonía con la obra moral que se apoya en la idea del soberano bien. De este modo la investigación física queda reducida a la investigación de un encadenamiento de causas finales y se convierte en teología física. Así es como la razón [18] pura en su desarrollo práctico liga nuestro interés supremo con una noción que la simple especulación puede imaginar, pero no legitimar ni probar: noción que se eleva, si no al nivel de un dogma demostrado, al menos al de una suposición absolutamente necesaria para los fines esenciales de la existencia del hombre... La idea de Dios no se deriva de la ley moral: al contrario, la idea de la ley moral se deriva de la idea de Dios. Las leyes morales no nos obligan porque vienen de Dios: vienen de Dios porque nos obligan.»

Expuestos los puntos más salientes de la filosofía crítica de Kant y enumeradas las partes principales de su doctrina, veamos de juzgar su sistema con imparcial criterio, huyendo de las exageraciones de escuela, tan perjudiciales como contrarias a la posesión de la verdad. He aquí su prueba más concluyente:

Los partidarios del kantianismo afirman ser esta filosofía la única que estudia la conciencia por medio del análisis de las facultades del espíritu, los principios constantes y necesarios del conocimiento. Considerada en sí misma y en sus efectos, eleva la dignidad del espíritu humano, ensalza la razón práctica, rechaza el dogmatismo, cierra las puertas al espíritu exagerado de los místicos, combate la doctrina escéptica y asienta el edificio de la ciencia sobre las creencias humanas; enseña a apreciar en los otros sistemas el principio que los informa y su particular tendencia para examinar la verdad o el error de ellos; y por último, lleva en sí mismo un principio de vida y de realidad propio para despertar y sostener siempre vivo el espíritu de las más profundas indagaciones. La ciencia del derecho encuentra una base fija en nuestra invariable naturaleza. La crítica de Kant abre a la ciencia un horizonte más vasto y a la vez más rico, enseñando al espíritu humano a estudiarse a sí mismo y examinar sobre la naturaleza misma de la razón los principios destinados a señalar la distinción de las diversas partes de la filosofía.

En cambio los adversarios del criticismo kantiano se vuelven airados contra ella por atribuir a la experiencia una importancia exagerada; por separar la razón pura de la práctica, por introducir en los poderes del espíritu humano [19] profunda división, por crear cierto formalismo, de donde resulta una marcada tendencia a estudiar bajo el punto de vista subjetivo las leyes de nuestra naturaleza, por lo que semejante doctrina conduce a un puro idealismo.

Apreciando en su justo valor las concepciones del filósofo de Koenigsberg, vamos a juzgar ligeramente su doctrina sin que el espíritu de escuela nos imponga sus fallos, lo cual nos permitirá aplaudir lo bueno de su sistema y censurar lo defectuoso.

La teoría de Kant presenta desde fuego dos puntos débiles, considerada en su aspecto general, como son la ineficacia de la razón pura para la adquisición de las ideas necesarias, y inconsecuencia de conceder realidad objetiva a las intuiciones, es decir, a los conocimientos que tenemos de la naturaleza de los objetos o de sus cualidades sensibles, negándosela a las nociones racionales. Sobre esta falsa base gira todo entero su sistema filosófico. El mismo Kant conoció por de pronto el primero de dichos inconvenientes cuando para corregirlo eligió la razón práctica por medio de la cual entra en el terreno de la moral, de la virtud y de la religión. No siéndole posible resolver el problema de la virtud por la razón especulativa o teórica y viendo a lo lejos el profundo abismo abierto al fin de sus especulaciones metafísicas, reconoce entonces el principio absoluto de todas las determinaciones, formulándolo en los siguientes términos, «Obra conforme a una máxima que pueda ser considerada como ley general.» Este principio absoluto de la razón práctica llamado por Kant imperativo categórico no puede concebirse ni explicarse sin la libertad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios: de esta manera se ve obligado a conceder valor objetivo a las nociones racionales que en la razón pura las había negado. Por otra parte, esta inconsecuencia de despojar de valor objetivo a las concepciones racionales, es decir, a los conocimientos más elevados concebidos por la razón, debería traer como lógica consecuencia el puro idealismo. En efecto, si el motivo porque a las ideas, producto de la razón, no se les da realidad objetiva es por no poder demostrarse que lo tienen, ¿por ventura será más fácil probar que las intuiciones no carecen de [20] esta circunstancia? ¿no afirma el mismo Kant que los seres del universo no pueden ser conocidos en sí mismos, sino por las cualidades que hacen impresión en nuestra receptividad? Ciertamente esta inconsecuencia aparece en la doctrina kantiana tan luego como se la examina y a poco de meditarse sobre ella.

Empero no es tan sólo aquí donde una crítica severa encuentra motivos de justa censura contra el sistema ideado por el filósofo de Koenigsberg. Sin descender a todos y a cada uno de sus detalles, nos haremos cargo, no obstante, de los más principales, a fin de condensar y reducir las observaciones que en contra de su doctrina pueden formularse.

Al dividir los juicios en sintéticos o extensivos en oposición a los analíticos, debe observarse no está bien aplicado el término extensivo, porque el atributo que añade algo al sujeto no aumenta su extensión, sino su comprensión. La palabra síntesis significa en filosofía desde su principio, reconstitución de elementos aislados, formando con todos ellos un todo armónico, sirviéndonos de la abstracción para analizar y separar cualidades de suyo inseparables, sin cuyo medio fuera imposible a nuestra limitada inteligencia formar conocimiento de las partes en su relación con el todo: así en psicología, después de haber estudiado las facultades del alma humana, sus varios modos de ejercicio, sus manifestaciones y aspectos, sus elementos constitutivos; después de haber separado, mediante abstracción, el pensamiento del principio que lo produce, el sentir, el conocer y el querer del alma, en quien residen esencialmente estas facultades, la unidad, la identidad y actividad, propiedades fundamentales del Yo, en quien subsisten, reconstituimos, presentando en forma sintética las partes de ese todo armónico, que para estudiarlo mejor hemos abstraído; de la misma manera que el químico en su laboratorio al examinar un mineral, lo descompone a fin de conocer mejor sus partes reconstituyéndolo después. Además, tampoco es cierto que toda proposición idéntica sea conocida a priori; por ejemplo, esta: todo cuerpo tiene extensión, es puramente experimental. En efecto; si se quiere decir que lo que resiste es extendido, la proposición entra en [21] los límites de la experiencia, porque supone que se han visto cuerpos sabiéndose lo que es extensión; y si la palabra cuerpo significa extensión, entonces la proposición viene a decir toda extensión es extensión: luego si Kant entiende por conocimiento necesario, no aquél cuyo objeto es necesario, infinito y absoluto, sino el que se funda en el principio de contradicción, no ha comprendido en su teoría los verdaderos conocimientos necesarios; los ha confundido con las puras necesidades verbales; luego sus juicios analíticos no son a priori, sino a posteriori.

Sabido es admite el filósofo alemán tres facultades anímicas: sensibilidad, entendimiento y razón. No es esta, ni mucho menos, la clasificación acertada de las facultades del alma humana, por considerar a la razón como la facultad de raciocinar, y distinguirla del entendimiento hasta el punto de tenerla como facultad completamente distinta. Conviene advertir, sin embargo, que para el filósofo de Koenigsberg, el entendimiento no es una facultad simple, sino una combinación de muchas facultades, como la imaginación, la memoria, la conciencia y aun los sentidos externos, a juzgar por algunos pasajes de sus obras, llenas, por otra parte, de contradicciones, afirmando en unos no hay más diferencia, entre el entendimiento y la razón, que de algunos grados, y en otros sostiene ser el producto de la razón enteramente nuevo. Empero sea de esto lo que quiera, no es cierto en manera alguna que las facultades anímicas sean las tres señaladas por este filósofo. Ya el entendimiento se tome por la razón, dando lugar con esto a que se confunda el ejercicio más noble y sublime de la inteligencia con la inteligencia misma; ya se distingan entre sí estas dos facultades, ora se diferencien tan sólo por grados, siempre resultará se ha omitido, con grave detrimento de la verdad, la facultad de querer; ese poder que tiene el hombre de dirigir su actividad natural hacia los objetos respectivos de sus actividades, que le hacen dueño de sus actos, ejerciendo sobre sus determinaciones la fuerza incontrastable de su poderío, y ostentando, mediante esta facultad, el sello de su grandeza, el origen de su dignidad, tomando de aquí el carácter moral todas sus acciones, y [22] elevando al hombre a la categoría de persona, en donde se encuentra el principio constitutivo del mérito y del demérito, de la virtud y del vicio, del premio y del castigo.

Kant no niega la realidad del mundo exterior, afirma su existencia y considera la experiencia como el medio para el ejercicio de la facultad sensitiva y del entendimiento; y, ¿cómo podía negar los objetos del mundo de la realidad, cuando los sentidos nos dicen de su existencia? ¿Cómo anular los fenómenos del orden sensitivo, cuando aseguramos de la manera más concluyente, son con existencia propia y determinada? Pretender esto hubiera sido querer un imposible; pero ya que en medio de sus gigantescas concepciones, en medio de sus elucubraciones metafísicas, concede realidad a los objetos exteriores, obsérvase una confusión grande en el empleo de las palabras intuición, sensación y percepción. No vamos al presente a expresar las diversas opiniones de los diferentes pensadores respecto al valor filosófico de cada una de estas palabras; esto nos llevaría muy lejos: tan sólo diremos que la intuición, ora se entienda el conocimiento que tenemos de la naturaleza de los objetos o de sus cualidades sensibles; es decir, de los fenómenos verificados en el espacio y en el tiempo; ora ese acto de la razón que constituye la concepción brillante de los conocimientos universales, necesarios y evidentes por sí mismos; tanto se tome en un sentido o en otro, repetimos, no puede en manera alguna confundirse y emplearse indistintamente con las palabras sensación y percepción. En efecto, la sensación, fenómeno afectivo, es una modificación agradable o penosa sentida en el yo a consecuencia de una impresión material recibida en el cuerpo; y la percepción, ya se considere como facultad, ya como fenómeno, ora como causa, ora como efecto, es la facultad intelectual, por medio de la cual adquirimos el conocimiento del mundo exterior; es una función de la inteligencia, que mediante la atención, se apodera de los seres que afectan la organización externa formando de ellos una representación mental en el fondo de la conciencia; es ese poder misterioso que tiene el alma de saber lo que pasa fuera de ella mediante las impresiones orgánicas; y como efecto es un fenómeno [23] psicológico con el carácter representativo resultante a consecuencia de impresiones verificadas en el órgano de la vista, del oído o del tacto; es el conocimiento adquirido de los seres que nos rodean al afectar nuestra organización; es, por último, un modo de ser del yo inteligente que despliega su actividad a consecuencia del contacto mediato o inmediato que verifica el no yo sobre la superficie de nuestros órganos. Ahora bien; ¿cómo emplear indistintamente estas palabras, cuando tienen un valor filosófico tan opuesto entre sí? ¿Cómo confundir lastimosamente la sensación, fenómeno de la sensibilidad, con la percepción, correspondiente a la inteligencia? ¿Cómo incluir en una misma clase a fenómenos tan diversos por su carácter, objeto y fin? ¿Cómo formar un solo grupo con los afectivos que tienen un valor subjetivo, con los intelectuales, que lo tienen subjetivo-objetivo a la vez, es decir, tienen un carácter representativo? Y ¿cómo, por último, no trazar la línea divisoria entre unos y otros, cuando su naturaleza íntima así lo exige? Se equivoca, pues, el autor de la Crítica de la razón pura cuando usa, sin hacer la debida distinción, estas palabras, lo cual le lleva a errores graves y trascendentales por más de un concepto.

Para Kant el espacio es forma subjetiva, forma pura de las intuiciones sensitivas, en la cual los elementos diversos de los fenómenos tienen su representación en ciertas relaciones, hallándose a priori en nuestro espíritu. De esta manera de considerar el espacio se deduce admite en el hombre el filósofo alemán una disposición innata para concebir de un modo ideal el espacio, manifestándose al verificarse las sensaciones. Sin esta disposición no sería posible al hombre ni relacionar los objetos unos con otros, por aparecer todos aislados e independientes, ni ligar las sensaciones por aquéllas producidas. En su consecuencia, la sensibilidad es la que impone la extensión a los fenómenos externos aplicando a los objetos una cosa que no les pertenece, la forma de nuestra sensibilidad, su condición necesaria. Por la concepción de la extensión o del espacio la sensibilidad pone en relación unos con otros todos los objetos esparcidos de la sensación. Esta, pues, es la realidad del espacio admitida por el filósofo de [24] Koenigsberg llamándola realidad empírica del espacio; mas cuando se hace abstracción de la materia de la sensación, el espacio es una intuición pura que no tiene ningún objeto exterior que le corresponda, viniendo a ser lo que llama idealidad trascendental del espacio.

Profundizando el origen de la idea de extensión, se la verá surgir a consecuencia de las percepciones visuales y táctiles, siendo estas percepciones tan sólo ocasión para que se forme la idea por la razón intuitivamente. ¿Cómo sería posible fuese debida la idea de extensión a la vista y al tacto, si la extensión en sí misma es impalpable e invisible? Por esta razón, para nosotros no es la forma subjetiva de la sensibilidad, como erróneamente supone Kant, sino que el espacio es la extensión infinita y eterna en la que ha existido Dios desde la eternidad y en la que han sido puestos todos los seres del Universo, cuando plugo al Criador desplegar su omnipotencia; pero entiéndase no es material esta extensión, no es tangible como la de los cuerpos; pues como dice Leibnitz, una cosa es la materia y otra la extensión.

Así como el espacio es para el filósofo de Koenigsberg forma subjetiva de la sensibilidad, así también en su opinión la idea del tiempo es producto de nuestro espíritu, en términos de no poder afirmar que las cosas tengan una verdadera duración fuera de nosotros.

El tiempo en sí mismo es absoluto, y por consiguiente invariable, y sólo con relación a las cosas que en él existen es relativo y variable: es decir, que las cosas mismas son las que están antes y después, las que han existido y no existen, las que existen y dejarán de existir, las que no existen y existirán; mas el tiempo siempre es el mismo; siempre existe y nunca deja de existir; y la prueba es que Dios ha existido antes de la creación del mundo, que existe en la actualidad y que existirá después del mundo, no tiene pasado ni futuro, todo para él es presente, porque llenando su infinidad la infinidad del tiempo, no es posible hallar un solo punto de la duración que no esté ocupado por Dios, y por consiguiente, que sea futuro; ni ninguno que haya sido abandonado por Dios y por consiguiente que sea pasado. La duración del tiempo todo lo [25] abarca, lo que ha existido, lo que existe y lo que existirá: los cambios y mudanzas no son suyos, son de las cosas que tienen principio y fin. Es, pues, necesario o cambiar la significación de la palabra sustancia, o admitir independientemente de los cuerpos, de los espíritus y de sus cualidades el tiempo y el espacio, que no son ni cuerpo ni espíritu, ni cualidad de uno u otro, sino simplemente tiempo y espacio. Por consecuencia, el tiempo es infinito como el espacio; es absoluto e independiente del espíritu que le concibe y de las cosas que existen en él; y no como el autor de la Crítica de la razón pura, que considera la idea del tiempo como producto de nuestro espíritu.

Finalmente, el tiempo es para nosotros la duración infinita y absoluta, sin principio ni fin y constitutiva de la eternidad. Esta, ni sería una realidad sin esa duración infinita, ni nos sería posible tener idea de ella sin la concepción del tiempo absoluto e infinito. Esa duración es la condición necesaria de la eternidad de Dios; pues así como se le llama inmenso con relación al espacio, se le llama eterno con relación al tiempo: no es un vano juego de la fantasía, como dice el Sr. Balmes, es una realidad existente que responde a la idea que se forma nuestro espíritu. Los cambios y mudanzas no son esenciales al tiempo, lo son sí a las cosas que tienen principio y fin y existen en el tiempo: la duración en un ser que no sufre ni puede sufrir mudanzas en el tiempo absoluto, es la eternidad; la duración en las cosas creadas es el tiempo relativo, porque en ellas hallamos la sucesión, y por consiguiente, la relación de antes y después, el pretérito, presente y futuro, tres momentos puramente relativos, y por lo tanto aplicables a las cosas que comienzan y acaban; mas de ningún modo al ser eterno, al ser increado, porque en éste todo es presente, nada pretérito ni futuro. Este es el verdadero concepto de la idea del espacio y del tiempo y no como lo ha entendido el filósofo alemán.

Kant divide, según queda dicho, en doce las categorías trascendentales que acompañan al juicio. No le censuramos por ser incompleto este catálogo, puesto que él mismo así lo confiesa; nuestras observaciones van dirigidas a demostrar que estas supuestas categorías son inseparables unas de otras; que no forman actos independientes, y que sin esta [26] condición no pueden llamarse verdaderamente categorías. En efecto, nosotros no afirmamos ni negarnos sino la existencia o su contrario; la posibilidad o imposibilidad; la necesidad o la contingencia, de tal modo que, en la producción del juicio, la cualidad es inseparable de la modalidad. Además, no afirmamos la existencia real o posible, contingente o necesaria, sino de uno o muchos objetos; luego la cantidad está inseparablemente unida a la cualidad y la modalidad. Por último, los objetos del juicio se consideran siempre como sustancia o modo, como causa o efecto, como todo o parte, como signo o cosa significada, y así en la acción primitiva del pensamiento, las categorías de relación no pueden separarse de las otras. Luego no hay en el entendimiento una categoría de afirmación o de negación que no sea al mismo tiempo categoría de existencia o su contraria: si podemos considerar alguna de estas ideas separadamente es en virtud de la abstracción; pero en la producción original del pensamiento, todos aquellos elementos se presentan juntos y como identificados unos con otros. Por otra parte, el filósofo de Koenigsberg ha descrito, no las categorías de la producción primitiva del pensamiento, como lo intentó Aristóteles, sino una parte de las categorías de la abstracción. Para llegar a descubrir las verdaderas categorías del entendimiento, es preciso considerar cuáles son los actos que pueden separarse unos de otros, no en la abstracción, sino en la energía primitiva del alma. Bajo este punto de vista, las verdaderas categorías son: 1ª La percepción de los cuerpos, la cual, ayudada por la memoria, nos suministra la noción de la unidad, de la pluralidad, de la totalidad, del todo y de las partes, del género y de la especie. 2ª La percepción de nosotros mismos, que, apoyada también en la memoria, nos sugiere la noción de la simplicidad, de la identidad, del modo, de la sustancia y de la causa. 3ª La percepción del tiempo y del espacio puros, de la fuerza activa, eterna e incorruptible; percepción que contiene la de lo infinito y la de lo justo, de la contingencia, de la necesidad o de la imposibilidad metafísica, 4ª La creencia primitiva de una existencia posible por la inducción. [27]

Kant asegura que las doce ideas fundamentales obtenidas de todas las proposiciones posibles son a priori, es decir, anteriores a la experiencia. Esta opinión ha sido impugnada por varios escritores. En efecto, muchas de aquellas ideas son adventicias o posteriores a la experiencia. En la categoría de la cantidad percibimos la unidad de los cuerpos por los sentidos y la del alma por la conciencia. Si se niega que la idea de la unidad del alma sea adventicia porque no procede de afuera, al menos no se negará que es posterior a la existencia de su objeto y por consiguiente experimental. La percepción de la multiplicidad de los cuerpos y de las generalidades o clases que no pueden fundarse sino en la semejanza, es adventicia. Las categorías de cualidad, es decir, la afirmación y la negación son percepciones y creencias, de las cuales unas existen a priori y otras a posteriori, según los objetos que se afirman o se niegan. Por ejemplo, los de relación contienen afirmaciones de ambas clases. La percepción de lo que en nosotros siempre es permanente, la misma en medio de la continua mudanza de los fenómenos nos da la idea de la identidad, y de la no identidad, la de la sustancia y del modo, y esta noción que se aplica a nosotros mismos es siempre a posteriori. Pero cuando descubrimos por el pensamiento que debe haber algo que no ha empezado nunca y que nunca debe acabar, entonces juzgamos a priori, porque esta concepción no puede ser efecto de los sentidos, sino de un raciocinio independiente de toda relación con el mundo exterior. Distingamos, pues, en la noción de la sustancia y de modo una parte experimental que se refiere a nosotros mismos y una parte a priori que se aplica al universo. Lo mismo sucede con la noción de causa y efecto: la conciencia y la memoria nos demuestran las modificaciones que producen la voluntad y la fuerza motriz. En este caso, la noción de causa y efecto es experimental: empero cuando por medio de la inducción suponemos en el universo una fuerza motriz y una voluntad que los sentidos no nos revelan, esta creencia es a priori. En fin, en cuanto a las categorías de modalidad, la idea de la posibilidad de fenómenos iguales o semejantes a los que antes hemos percibido es una creencia a priori, pero [28] no necesaria; la idea de la necesidad comprende la percepción a priori de las cosas eternas y universales juntamente con la concepción de los principios de la moral y de la geometría.

Véase, pues, el ningún fundamento de Kant al afirmar son anteriores a la experiencia, es decir, a priori, las proposiciones posibles basadas en las doce ideas fundamentales llamadas categorías.

La crítica que de la doctrina kantiana acabamos de hacer, prueba de una manera concluyente es un pensador profundo y original el filósofo de Koenigsberg, que ha considerado los principios de nuestra naturaleza espiritual bajo un punto de vista desconocido a sus predecesores; que ha penetrado en lo más íntimo de las ideas descubriendo fenómenos no observados hasta entonces; que ha combatido al grosero error del materialismo asentando el edificio de la ciencia filosófica sobre más sólidas e indestructibles bases; que su sistema produjo una verdadera revolución en el orden de las ideas a su aparición; y en fin, que con razón puede ser contado como una de las más brillantes especulaciones metafísicas debidas al talento verdaderamente grande de los alemanes.

Es indudable contiene errores su doctrina, como así hemos tenido ocasión de observar en la ligera reseña que llevamos hecha; errores graves por más de un concepto, y que nosotros rechazamos con toda energía, siendo contrarios a la razón: empero su importancia ha sido grande en la nueva dirección de las ideas, en las nuevas corrientes del pensamiento humano, como que es de donde arranca la filosofía moderna, pudiendo ser considerado como el fundamento de los demás sistemas filosóficos nacidos en la culta Alemania, moviéndonos esto principalmente a exponer la doctrina de tan profundo pensador.

Mariano Amador

 


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Revista Contemporánea
Mariano Amador Andreu
1880-1889
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