Revista Contemporánea
Madrid, 15 de octubre de 1878
año IV, número 69
tomo XVII, volumen III, páginas 376-384

Manuel de la Revilla

< Revista crítica >

Pasó esa estación anti-literaria que se llama verano, y la actividad intelectual despierta del letargo en que la sumieron los tropicales calores con que nos ha favorecido la naturaleza. Prepáranse Ateneos y Academias a renovar las eternas luchas entre las opuestas corrientes del pensamiento humano; arrojan de nuevo las prensas los productos del ingenio o de la medianía; y los teatros abren sus puertas, dispuestos a ofrecernos grato solaz o tal vez graves disgustos en las pesadas noches del invierno.

Tres coliseos importantes, y varios de segundo y tercer orden rendirán culto este año al arte dramático. Dícese que todos ellos abundan en obras nuevas. ¡Plegue al cielo que la calidad iguale a la cantidad! Por de pronto, hagamos constar que en ninguno actúa una compañía completa y bien organizada.

Faltan en el de la Comedia su mejor galán joven, Julián Romea, y la simpática Soledad Morera; y los otros dos (el Español y Apolo) [377] distan mucho de ofrecer al público compañías bien organizadas, a pesar de contar en su seno notables actores. Verdad es que no es fácil organizarlas, porque se ha acabado la raza de las primeras actrices y de las segundas damas, así como de los segundos galanes; apenas quedan características ni graciosas; y es punto menos que imposible formar una compañía completa. ¡Tristes tiempos para nuestra escena!

No inaugurada todavía la temporada en el teatro de Apolo –donde al presente arrebata al público con sus inspirados acentos la gran trágica Adelaida Ristori–, sólo han ofrecido novedades la Comedia y el Español. En la primera se han puesto en escena La primera en la frente, comedia en tres actos, original de D. Luis Pacheco; Contra viento y marea, de D. Miguel Echegaray, y Pobre porfiado... proverbio en un acto, del Sr. Blasco. En el Español se ha representado Grandezas humanas, del Sr. Cavestany.

Vulgar y manoseado es el argumento de la comedia del Sr. Pacheco, fundado en uno de esos quidproquos, que hoy son él único y pobre recurso de los autores cómicos; pero la discreción, decoro y buen gusto de la obra hacen olvidar este defecto y justifican la benévola acogida que el público la ha dispensado. Hay en ella dos caracteres bien pintados y una buena situación final en el segundo acto, pero el desenlace es artificioso y el recurso patético que lo motiva no hace buen efecto en una producción cómica.

Contra viento y marea, del Sr. Echegaray, es una de las mejores producciones de este ingenio. Trátase de probar en ella que la mujer frágil no puede hallar disculpa en la ocasión que la tienta ni en su propia debilidad; porque, siendo libre, puede ser honrada contra viento y marea.

El Sr. Echegaray desarrolla este pensamiento por medio de una acción interesante y verosímil, pero que tiene el grave defecto de ser por una parte demasiado seria y por otra demasiado cómica. Hay en esta obra un carácter bien trazado (el de la mujer honrada), pero el del libertino Rafael es vulgar y falto de interés. El diálogo es fácil y abunda en delicados pensamientos y chistes oportunos, afeándole a veces, sin embargo, el afectado lirismo de que tanto gustan los hermanos Echegaray.

Pobre porfiado... es un delicioso proverbio, lleno de ingenio y de [378] gracia y primorosamente versificado, que puede considerarse como una de las escasas joyas del teatro del Sr. Blasco, que nunca debiera apartarse de estos buenos caminos.

En la ejecución de estas obras se han distinguido las Sras. Valverde, Tubau y Fernández y el Sr. Mario.

El drama del Sr. Cavestany no ha justificado las esperanzas que hizo concebir El esclavo de su culpa. Aunque en él no falta intención dramática, lo imperfecto y falso de los caracteres (con una sola excepción), la carencia de movimiento e interés en la acción, y las inverosimilitudes en que abunda, no permiten contar a esta obra en el número de los títulos de gloria con que en su día se honrará el Sr. Cavestany. En su desempeño se han señalado la señorita Mendoza y los Sres. Calvo y Jiménez.

* * *

Diferentes obras importantes se han publicado en estos últimos meses. Tales son, entre otras, Carlos V, su abdicación, su estancia y muerte en el monasterio de Yuste, por M. Mignet; Disertaciones y juicios literarios, por D. Juan Valera; Australia, por el conde de Beauvoir; el tomo primero de la traducción española de las Obras selectas de Voltaire, a cuya publicación ha dado principio la casa Perojo; la Ciencia experimental, por Claudio Bernard; Nuevas poesías, de J. P. Velarde; Vibraciones del sentimiento, por D. Ezequiel Llorach; Noches en vela, del Sr. Blasco, e Historia de la filosofía griega, por D. Ricardo Beltrán.

Dejando a un lado la obra de M. Mignet, discretamente juzgada en el número anterior de esta Revista por uno de nuestros más distinguidos colaboradores, nos ocuparemos brevemente de las restantes.

Inútil fuera encomiar la importancia de las obras de Voltaire y [379] encarecer el servicio que presta a la cultura patria su publicación. Mal que pese a sus necios detractores, Voltaire es uno de los más esclarecidos ingenios, no ya de la Francia, sino del mundo entero. Príncipe de la sátira, es uno de los escritores que mayor influencia han ejercido en los destinos de la humanidad. Al impulso de su pluma han rodado por el polvo los ideales e instituciones de los pasados tiempos y ha roto sus cadenas la conciencia humana, por largo espacio de siglos esclavizada. Nada ha creado ni descubierto; pero ha sabido popularizar e infiltrar en todas las inteligencias los fecundos y salvadores principios de la revolución. Mediano metafísico, no muy versado en ciencias, poeta de escasa inspiración, dramático de segundo orden, es altísimo genio en el terreno de la sátira y de la crítica. Personificación acabada del buen sentido, puede decirse que ha trazado el Código de la razón y ha echado los fundamentos del positivismo popular. Amante de la justicia, ha descargado golpes de muerte sobre los odiosos privilegios de pasadas edades y ha infundido en todos los corazones el culto de la humanidad y de la tolerancia. Su fina y sangrienta ironía ha concluido con todas las supersticiones, todas las iniquidades y todas las ridiculeces de pasados tiempos. Él ha sido el verdadero autor de la revolución. Mirabeau y Danton no hicieron más que llevar a la práctica los principios consignados en sus obras.

Entre éstas ocupan lugar preferente las Novelas, que son las que ha comenzado a publicar la casa Perojo. A decir verdad, no son novelas verdaderas sino agudas e intencionadas sátiras, escritas en forma novelesca. Superiores a las producciones satíricas de Luciano y dignas de competir con las de Quevedo, las novelas de Voltaire son modelos de gracejo, intención y ligereza, como también de elegante y purísimo lenguaje. Es imposible, al leerlas, contener la risa, y esta risa no es más que el eco de las creencias y preocupaciones que se derrumban en el espíritu del lector bajo los golpes de aquella ingeniosísima y acerada sátira.

Por algún tiempo ha sido moda menospreciar a Voltaire. La gente ultramontana dio en decir que el volterianismo era cosa anticuada, cursi y de mal gusto, y no se necesitó más por el momento para que todo el mundo se avergonzase de ser volteriano. El racionalismo místico alemán coadyuvó inocentemente a esta maniobra de sacristía, [380] y por algún tiempo Voltaire ha permanecido bajo el peso de la reprobación universal. Las cosas han cambiado después. Hoy se juzga a Voltaire con justicia e imparcialidad. Nadie desconoce que es un carácter incompleto; que le falta sensibilidad; que su ciencia, su erudición y su crítica son muy discutibles; que en filosofía es mediano, en política poco liberal y lleno de preocupaciones aristocráticas; que su teatro no es un modelo; que su Doncella de Orleans es un delito imperdonable y su Enriqueida un desliz literario; que su vida privada no es acreedora a grandes encomios y su vida pública tampoco; pero esto no obsta para que se admire su gigante ingenio, para que se lean con deleite sus obras, y para que se reconozca el inmenso servicio que ha prestado a la libertad y a la civilización descargando golpes de muerte sobre los tradicionales obstáculos que a la marcha desembarazada del progreso se oponían. Sí; la sátira volteriana es legítima, necesaria y de actualidad. Aun alientan los enemigos que Voltaire combatió con tan denodado ardimiento; aún no hay que arrinconar por inútiles las armas temibles con que les asestó tan poderosos golpes.

Por eso, el Sr. Perojo merece bien de la causa del progreso por haber publicado la excelente traducción que de las novelas volterianas hizo el célebre abate Marchena, preclaro ingenio de los comienzos del presente siglo. Esperamos con impaciencia el estudio crítico que a Voltaire dedicará en uno de los próximos volúmenes el Sr. Valera. La elección de este eminente crítico es acertadísima. Nadie mejor para juzgar a Voltaire que el más ingenioso y discreto de nuestros volterianos.

Australia, por el conde de Beauvoir, y La ciencia experimental, por Claudio Bernard, son también publicaciones que honran a la casa Perojo. Australia es una amena e instructiva narración de viajes, elegantemente traducida por el malogrado Javier Galvete, uno de los escritores que más brillaban entre nuestra juventud liberal. La ciencia experimental es una colección de importantes monografías científicas del gran fisiólogo, cuya muerte llora la Francia, privada de una de sus glorias más puras y legítimas.

Las Disertaciones y juicios literarios, de D. Juan Valera, son una colección de trabajos ya conocidos del público, y hoy reunidos en un tomo por vez primera. En todos ellos muestra el Sr. Valera su gran [381] talento crítico y sus inestimables dotes de escritor. Alguno, sin embargo, desmerece de los restantes, y acaso no hubiese debido figurar en el tomo. Tal es, por ejemplo, el juicio apasionado, injusto y violento de los Estudios sobre la Edad Media, de D. Francisco Pí Margall.

Hay en el Sr. Valera –fuerza es decirlo–, un deplorable dualismo que le perjudica no poco. Por más que se afane en disimularlo, la inteligencia del Sr. Valera es profundamente heterodoxa. En el fondo de su conciencia vive el racionalismo de nuestro siglo, vestido de deliciosas formas volterianas. Escéptico por naturaleza, liberal y revolucionario por instinto, el Sr. Valera se obstina, sin embargo, en pasar por piadoso creyente y conservador de tomo y lomo; pero bajo esta piel de hombre de orden, aparece a cada paso la oreja del escéptico revolucionario. Su leal naturaleza se revela en todos los momentos contra el papel que le imponen mal entendidos respetos y conveniencias sociales, y un rasgo volteriano, un arranque genial del verdadero Valera, comprometen la falsa posición del supuesto conservador.

Más cándido que habilidoso, su viva impresionabilidad le vende, y basta poner enfrente de él un partidario del antiguo régimen, para que aparezca tal cual es, como basta analizar despacio lo que dice y escribe cuando pelea con gentes avanzadas para comprender que lo hace, no porque le salga de adentro, sino porque se juzga obligado a ello.

Esto no siempre obedece a un cálculo, sin embargo. Muchas veces su amor a la originalidad, su afición a la paradoja, su espíritu de contradicción le llevan a sostener una tesis en que no cree, sólo por llevar la contraria al que con él discute. Véase en prueba de ello su contestación al Sr. Núñez de Arce (Del influjo de la Inquisición y del fanatismo religioso en la decadencia de la literatura española), donde sustenta teorías que él mismo refuta en su estudio sobre La filosofía española. El Sr. Valera, como el Sr. Moreno Nieto, sostiene el pro y el contra en todas las cuestiones, según sea el adversario con quien discute.

Esta condición, por una parte, y por otra su complacencia con ideales a que en el fondo de su alma no rinde culto, despojan no pocas veces de autoridad y valor científico a las críticas y trabajos del [382] Sr. Valera. Por tal razón, no pueden tomarse en serio las paradojas y sofismas con que pretende excusar a la Inquisición en el discurso precitado, las boutades ultramontanas con que acoge el notable trabajo del Sr. Pí, y las singulares teorías y extemporáneos chistes con que pretende combatir al Darwinismo en su trabajo Sobre la ciencia del lenguaje.

Cuando ni de política ni religión se trata, está más acertado el señor Valera. Así se observa, por ejemplo, en su estudio sobre La filosofía española, donde muestra cumplidamente que en España ha habido filósofos, pero no filosofía, dando con esto cabal contestación a las arrogantes aseveraciones de su amigo y protegido D. Marcelino Menéndez Pelayo. Notables también son los estudios consagrados al Amadís de Gaula y a las Cantigas del Rey Sabio, a la Vida de lord Byron, por D. Emilio Castelar, a La libertad en el arte y al Quijote.

El estudio sobre el Quijote es, sin duda, el más acabado y perfecto trabajo del Sr. Valera, como él mismo afirma, con razón, en el prólogo de su libro. Estudiarlo debieran esos idólatras del manco de Lepanto que, rindiendo a su memoria exagerado culto, atribuyéndole propósitos que nunca tuvo, y trocándole en cifra y compendio de todas las ciencias y todas las virtudes, antes lo ridiculizan que lo ensalzan. Con su extraordinario buen sentido prueba de un modo concluyente el Sr. Valera que Cervantes sólo se propuso acabar con los libros de caballería, y que todo comentario de su libro es vano e inútil.

Hay algo de incompleto, sin embargo, en el trabajo del Sr. Valera. Es indudable, a nuestro juicio, que el Quijote representa la oposición entre lo ideal y lo real. Cierto que Cervantes no tuvo tal propósito; pero no lo es menos que así resulta de su obra, merced a la concepción y desenvolvimiento de la misma. Y de esta suerte se explica el éxito del Quijote que, de no ser otra cosa que una crítica de los libros caballerescos, no tendría hoy mayor popularidad que los poemas de Bojardo, Berni y Ariosto o el Pantagruel de Rabelais, sólo estimados por la gente erudita.

El error de los cervantófilos consiste en considerar obra consciente del gran novelista lo que fue casual resultado de la concepción y plan de su obra. Cervantes pintó por casualidad y sin sospecharlo siquiera, [383] la oposición entre lo ideal y lo real, personificada en D. Quijote y Sancho, y al hacerlo dio a su obra una inmortalidad que de otra suerte no hubiera alcanzado. Esta es la verdad que no conocen los cervantófilos ni ha puesto en claro el Sr. Valera.

Las Nuevas poesías del Sr. Velarde, merecen el aplauso de la crítica. Hay en ellas un sabor clásico y una corrección dignas de encomio, y se advierte cierta energía en el pensamiento y en la frase que recuerda el tono que a sus acentos da el Sr. Núñez de Arce, que, a no dudarlo, ha sido uno de los modelos del Sr. Velarde.

También imita con acierto al Sr. Campoamor en su cuento ¿Pasión o locura? calcado en los Pequeños poemas, y muy superior a los demás que figuran en el tomo. Hay, en suma, poca originalidad en el Sr. Velarde; camina todavía a la sombra de otros escritores, a quienes toma por maestros, y no es este el camino que debe seguir el verdadero poeta. Más tarde, a no dudarlo, poseerá el Sr. Velarde un estilo propio, dentro de la dirección clásica de la escuela sevillana, que es su predilecta, y entonces será cuando pueda la crítica formular definitivo juicio acerca de su mérito.

Vibraciones del sentimiento del Sr. Llorach, es un libro bastante desigual, en el que hay composiciones de mérito al lado de otras muy imperfectas. Peca, además, de cierta monotonía por preponderar en él las poesías amorosas que, a decir verdad, son siempre las que menos interesan al lector; pero considerado en conjunto, merece la benevolencia de la crítica.

Noches en vela, del Sr. Blasco, no tiene la importancia de sus Soledades. Las pocas poesías serias que contiene son bastante buenas, sin embargo, y en las festivas ostenta el autor la facilidad y ligereza que le distinguen.

La única obra filosófica que ha aparecido en este tiempo es la Historia de la filosofía griega (escuelas anteriores a Sócrates), de D. Ricardo Beltrán Rózpide. Como su título lo indica, abarca el período comprendido desde Tales de Mileto hasta Sócrates, período interesantísimo, y por lo general no tan conocido y estudiado como la brillante época de Platón y Aristóteles. La exposición de los sistemas está hecha con exactitud y buen método y el juicio de los mismos no deja de ser imparcial, y en muchas ocasiones atinado. El autor revela en sus apreciaciones que pertenece al neokrausismo [384] que representa entre nosotros el Sr. Canalejas, de quien es aprovechado discípulo. De desear sería que imitara a su modelo en el manejo del lenguaje, que dista mucho en su obra de ser tan correcto y esmerado como debiera.

M. de la Revilla

12 de Octubre [de 1878]

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