Revista Contemporánea
Madrid, 30 de marzo de 1878
año IV, número 56
tomo XIV, volumen II, páginas 225-240

Rafael María de Labra

< El Ateneo de Madrid >

III

La noche del sábado 31 de Octubre de 1835, reuníanse en la sala principal de las Consistoriales, donde por rara deferencia y singular privilegio acostumbraba celebrar sus sesiones la por tantos títulos respetable y meritoria «Sociedad Económica Matritense de Amigos del País», hasta ciento diez personas, de ellas cuarenta y una miembros de la misma Sociedad, trece individuos de diputaciones permanentes de otras Sociedades Económicas de provincia y cincuenta y seis particulares, congregados todos por la iniciativa de la Matritense. El objeto de esta sesión, que presidió el Sr. D. Juan Álvarez Guerra (director a la sazón de la Sociedad), era dar cumplido remate a un expediente abierto veintiún días antes para el restablecimiento o la creación de un Ateneo científico y artístico. Habíalo provocado, en el seno de la Económica, una proposición del Sr. D. Juan Miguel de los Ríos, y para informar sobre ella, la Sociedad había designado una comisión compuesta de los Sres. D. Salustiano de Olózaga, D. Francisco López de Olavarrieta, D. Eusebio María del Valle, D. Francisco Quevedo y San Cristóbal, el Marqués de Someruelos, D. José Garriga y Espinosa, [226] D. Lorenzo Flórez Calderón, D. José de Alonso López y el mismo D. Juan Miguel de los Ríos. La comisión con exquisito celo, puso inmediatamente manos a la obra. Examinó una exposición hecha al Gobierno, en 1832, por varios de los socios del antiguo Ateneo (entre ellos D. Nicolás Arias) solicitando el restablecimiento de aquel círculo, cuya disolución no fue acompañada de violencias ni seguida de las persecuciones acostumbradas, según declaró después el duque de Bailén, por haber éste gestionado y obtenido de Fernando VII, el encargo de proceder, junto con el secretario D. Pablo Cabrero, a la clausura de la Sociedad de que el ilustre general era por aquel entonces Director o Presidente{1}. Estudió también la comisión varios documentos (entre ellos los Estatutos) relativos al primitivo Ateneo, cuyos papeles proporcionó el antiguo socio D. Esteban Tomé y Azcutia; y visto y pesado todo, resolvió «que para facilitar la instalación del Ateneo proyectado, convenía que la Sociedad Económica, aprovechando su posición ventajosa, pero renunciando expresamente a todo linaje de futura tutela, se limitara a convocar, además de sus miembros, para día y lugar determinado, no solamente a los individuos del antiguo Ateneo de cuya existencia se tuviera noticia, sino a aquellas personas que se conceptuaran dispuestas a tomar parte en el nuevo y que reunidas éstas, nombraran una comisión, autorizándola para solicitar del Gobierno el permiso correspondiente y presentar las bases que considerara oportunas para llevar a cabo el objeto{2}». –La Junta de 31 de Octubre acogió con entusiasmo la idea, estableciéndose claramente que no se trataba tan sólo de restaurar el viejo Ateneo, sí que de «crear otro semejante con las variaciones y mejoras que las circunstancias, después de tan largo transcurso, exigiesen y permitieran{3}

Una nueva comisión fue allí nombrada (formándola los [227] señores Olózaga, duque de Rivas, Alcalá Galiano, Ríos, Olavarrieta, Mesonero Romanos y Fabra); reunióse la comisión varias veces durante el mes de Noviembre; obtuvo de la Reina Gobernadora la Real orden, fecha 16 de Noviembre, autorizando la fundación de «un Ateneo literario que ofreciendo un punto de reunión a todos los hombres instruidos, contribuyese a facilitarles la mutua comunicación de sus ideas y ponerles por medio de los periódicos y obras extranjeras al nivel de los progresos que las ciencias hacen diariamente en otros países, para que pudieran trasmitirlas a los demás en las cátedras desempeñadas gratuitamente por algunos de sus socios»; y, en fin, antes de terminar el mes, el día 26, tenía efecto en los salones de la vieja casa de Abrantes, de la calle del Prado, esquina a la de San Agustín (cedida al efecto por su propietario D. Tomás Jordán, que allí poseía un establecimiento tipográfico), la junta general de instalación del nuevo Círculo. A aquella sesión, presidida por D. Salustiano de Olózaga, y para cuya realización trabajó lo indecible el Sr. Mesonero Romanos, concurrieron hasta 165 personas, entre ellas Álvarez Guerra, Rico y Amat (D. Pedro), D. José Mariano Vallejo, el conde de Parsent, el duque de Veraguas, D. Felipe Canga-Argüelles, Pérez Villaamil, D. Juan Manuel Ballesteros, Alonso López, Flórez Calderón, Vázquez Queipo, Fernández de los Ríos, D. Eugenio Ochoa, Gil y Zárate, el vizconde de Gaud, D. Mariano Lagasca, Revilla, Mayans, D. Federico Madrazo, D. Ventura de la Vega, Vila, Bordiu, D. José Nocedal, Donoso Cortés, Monreal, D. Miguel Chacón, D. Pedro P. Oliver, Pazos, Osés, Roca de Togores, Istúriz, D. Mateo Seoane, Bretón de los Herreros, Pacheco, marqués del Salar, D. José Olózaga, Ondarza, duque de Gor, Quintana, Martínez de la Rosa, D. Martín de los Heros, Masarnau, Seco Baldor, don José Muso, D. Pedro Madrazo, Espronceda, D. Juan Grimaldi, duque de Bailén, Romea, Latorre, marqués de Cerralbo, D. Juan N. Gallego, Montesinos, D. Agustín Durán, D. Laureano Arrieta, conde de Almodóvar, Enciso Castrillón, D. Fermín Caballero, Palarea, Corradi, Mesonero, Vizmanos, Cambronero, Calvo Reluz, marqués de Someruelos, &c., &c. Allí también se procedió a la designación de la [228] Junta directiva y a la aprobación interina de los Estatutos, que la comisión había formado.

El acta de aquella memorable junta acusa una votación para Presidente del Ateneo, de 52 votos en favor del duque de Rivas contra 23 en pro de D. Agustín Argüelles; para consiliarios (que habían de ser dos) de 38 votos en favor del Sr. Olózaga, de 36 en pro del Sr. Alcalá Galiano, de 21 por el Sr. Álvarez Guerra, y 17 para el Sr. Argüelles. Secretarios fueron nombrados los Sres. Ríos por 37 votos y Mesonero Romanos por 29; teniendo votos los Sres. Roca de Togores y Donoso. Depositario lo fue el Sr. Olavarrieta (rico y liberal comerciante de la época), por 46 votos; bibliotecario el Sr. Muso por 38, y contador el marqués de Ceballos por 32. Tal fue la primera Junta directiva del Ateneo de Madrid; la que presidió la sesión inaugural del nuevo establecimiento, verificada el 6 de Diciembre de 1835 en el palacio del duque de Rivas, de la Concepción Jerónima, con asistencia de ochenta y ocho socios de los trescientos nueve inscritos como tales en aquella fecha; y la que continuó al frente del nuevo círculo hasta el último día de 1836, en que subieron a los altos puestos de la mesa los señores Olózaga, marqueses de Someruelos y de Torremejía, Pacheco, Gironella, Mesonero y Gutiérrez González. Al año siguiente (1838), los directores fueron Martínez de la Rosa, Escario, conde de Vigo, Monreal, Morales Santistéban, Mesonero, y Gutiérrez González. Y en 1839, los mismos, a excepción del conde de Vigo, sustituido en el cargo de consiliario segundo por el marqués de Falces.

Llevó la voz del Ateneo en la solemnidad del 6 de Diciembre del año 35 (verificada –nótese bien—antes de dos meses de haber surgido la idea de la creación de la simpática sociedad) el ilustre poeta del Moro Expósito y de la Fuerza del Sino, y su breve discurso es eco fidelísimo del entusiasmo literario de aquellos días, del calor político que embargaba todos los ánimos, y sobre todo de la íntima unión en que por aquel entonces vivían la política y las letras, despertadas a una misma hora y por una misma mano.

«Estas saludables reuniones –comenzaba diciendo el duque de Rivas– tan interesantes para la humanidad, son propias [229] sólo de los países donde rigen instituciones liberales y donde el gobierno representativo con sus libres discusiones, con todas sus consecuencias, y siguiendo siempre la senda de la opinión pública, encuentra su más firme apoyo en la educación moral de los gobernados, en la rápida difusión de las luces y de todos los humanos conocimientos y en las libres asociaciones de los ciudadanos esclarecidos, que se ocupan ansiosos en promover a la sombra de benéficas leyes la ilustración general. Porque los gobiernos absolutos –¡harto lo sabemos, señores!– cuyo elemento son las tinieblas de la ignorancia, cuyos falsos principios temen el más escaso rayo de luz, y que en cada súbdito ven un enemigo y en cada sociedad una conspiración, dirigen sus esfuerzos todos a apagar aún el más débil resplandor del saber humano y emplean su mano de hierro en romper despiadadamente hasta el más pequeño vínculo que pueda reunir al hombre con el hombre...»

Y luego seguía... «Es claro como la luz del sol que las circunstancias tiránicas son para la ilustración una insuperable barrera donde se han estrellado los esfuerzos de hombres privilegiados y filantrópicos... Para pensar es indispensable ser libres... Las Academias y Cuerpos científicos y literarios, tan pomposamente instituidos y dotados por Luis XIV, aunque han derramado muchas luces y adelantado mucho la cultura europea, no han sido, en mi juicio, tan útiles a la difusión del saber y a la saludable propagación de los conocimientos que civilizan y mejoran la especie humana, como cualquiera de los clubs científicos o literarios que espontáneamente han nacido en Inglaterra a la sombra benéfica de la libertad. El producto de aquéllas fueron flores cultivadas con esmero en las cerradas estufas de un regio jardín donde halagaban el olfato y la vista de los cortesanos; el producto de éstos han sido plantas lozanas y jugosas, criadas al aire abierto en los bosques de la naturaleza, más que para recreo para utilidad de los hombres. A la ignorancia, pues, o a un saber ficticio y sin resultados positivos, están sujetos los países donde rigen instituciones que encadenan el pensamiento y que estancan la civilización. Mas por fortuna, la perfectibilidad a que rápidamente camina el género humano; los progresos de la filosofía, que a pesar de [230] todos los obstáculos cunden con más o menos rapidez por el mundo; los esfuerzos que aún sin prever consecuencias hacen los hombres privilegiados que de tiempo en tiempo descuellan entre los pueblos oprimidos, y sobre todo, la fuerza irresistible del arte divino inventado por Guttenberg, van arrollando por todas partes al fanatismo y a la tiranía, y al desmoronarse sus cimientos aparece debajo de ellos el siglo de la libertad.»

Y después de dedicar palabras de aplauso al Ateneo de 1820 y de gratitud a la Sociedad Económica, y luego de indicar ligeramente el pensamiento de inaugurar sesiones particulares, traer periódicos, formar biblioteca y abrir cátedras públicas en cuanto el nuevo establecimiento lograra del Gobierno un buen local (que debía ser, primero, el Nuevo Rezado, pedido por el Ateneo, y después parte del edificio de Santo Tomás concedido por el Gobierno en Junio del 36, pero del cual no fue nunca posible hacer salir a los contratistas del vestuario del ejército que le tenían ocupado), terminaba de esta suerte:

«¡Felices los tiempos en que es dado a los hombres el reunirse libremente para promover la ilustración de sus semejantes o para asegurar la libertad! ¡Dichosos nosotros los que después de haber derramado tantas lágrimas y de haber atravesado tiempos tan calamitosos hemos llegado a ver a nuestra patria alzar otra vez la frente del fango en que se hallaba sumergida, y proclamar de nuevo con felices presagios y con segura esperanza los nombres santos de libertad y de regeneración, arbolando como Lábaro invencible de su gallarda empresa el nombre adorado de la inocente Isabel; llevando al frente la luz y el consuelo de esta nación por tantos años desventurada, y a la inmortal Cristina, cuyo augusto nombre, grabado con caracteres indelebles de gratitud y de amor en los pechos españoles, sonará de gente en gente hasta la más remota posteridad, en los aplausos de la historia!»

Después de cuarenta años de vida más o menos libre, apenas comprendemos que estas ideas produjeran un gran efecto. Repetidas hasta la saciedad en este medio siglo, parécennos casi lugares comunes, y lejos de la caída del despotismo ilustrado y de la iniciación de la primera guerra carlista, no entendemos el [231] valor y hasta la significación de ciertos nombres, de ciertas palabras. El mismo celebérrimo discurso pro corona de Demóstenes, a nadie distrae hoy siquiera un momento. Mas para esto como para estimar todo hecho histórico, es preciso ponerse en condiciones, buscar la situación, intimar con la época. Así se comprende que el discurso del duque de Rivas produjera unánime aplauso; tocaba a lo vivo; respondía perfectamente al carácter eminentemente político y a los sentimientos más enérgicos de aquel período de explosión de una vida amenazada de muerte bajo el despotismo del Deseado.

Los Estatutos del Ateneo aprobados provisionalmente al instalarse el círculo, lo quedaron de un modo definitivo después de algunas modificaciones de escasa importancia en la sesión del 2 de Enero de 1836; y ellos fueron los que alcanzaron la reforma de 1.° de Marzo de 1850, anterior a la de 16 de Enero de 1876, que actualmente rige.

Era por aquel entonces costumbre mirar a esta sociedad, exclusivamente científica, literaria y artística, al decir de los Estatutos, bajo el triple carácter de Academia, Instituto de enseñanza y Círculo literario{4}. En el primer concepto, el Ateneo (dirigido por una junta de gobierno que se renovaba anualmente), se dividía en cuatro Secciones, apellidadas de Ciencias morales y políticas, de Ciencias naturales, de Ciencias matemáticas y de Literatura y bellas artes, cuyas secciones se reunían una vez por semana, unas veces para discutir en debate amplio, bien que reservado a los socios, y bajo la dirección de sus respectivas mesas (compuestas de Presidente, Vicepresidente, Secretario y Vicesecretario), temas apropiados a su objeto, y en otras ocasiones para escuchar discursos o memorias sobre diversos puntos científicos y literarios, amén de la lectura de composiciones poéticas. De aquellas sesiones, las más animadas e interesantes fueron, sin duda alguna, desde el principio, las dedicadas a asuntos políticos y literarios, y sobre todo las primeras que presidieron desde Enero de 1836, [232] en que se inauguraron, hasta comienzos del 40, sucesivamente los Sres. Olózaga (en 1836, 38 y 39) y Donoso Cortés (en 1837). «¿Qué es la filosofía de la historia? –La reforma o supresión de los diezmos. –La extinción progresiva de la deuda pública en España.» Tales fueron los temas de debates de la Sección de Ciencias morales y políticas en el año 37. «Del estado actual de España con respecto a la moral, la política, la religión y los demás ramos que constituyen la civilización de un país. –De los medios más ventajosos para promover en España el espíritu de asociación industrial y mercantil. –Del estado de nuestras cárceles y manera de mejorarlo. –De la necesidad de una ley sobre cerramientos de tierras que concilie todos los intereses de la agricultura y ganadería.» Tales las materias de debate en 1838. «De la influencia que el siglo XVIII ha ejercido en el estado intelectual de España.» He aquí el tema único pero rico de las vivas controversias del Ateneo en 1839{5}.

No lejos iba la Sección de Literatura que constantemente presidió en los primeros años el Sr. Martínez de la Rosa. En el año 37 fueron temas de discusión los siguientes: «Diferencia entre las escuelas clásica y romántica. –Utilidad del estudio del teatro de Lope y Calderón. –Influencia del teatro en las costumbres. –De las causas que pueden influir en la corrupción del buen gusto. –De la primitiva literatura española. –De la literatura española en tiempo del imperio romano. –De la literatura española en general. –¿La rígida observancia de las reglas han perjudicado a la fecundidad de los ingenios dramáticos? –Juicio de las obras de Lope. –Juicio de las obras de Huerta.» Al año siguiente versó la controversia sobre «Las causas que pueden influir en la corrupción del buen gusto. –Cultura de los septentrionales al invadir la Europa en el siglo V. –Influjo de la literatura árabe en la española. –Época de la venida de los judíos a España. –Estado de la cultura española en el siglo XVII. –Estado de la literatura patria en los siglos XIII al XVII, y cuál de éstos debe ser reputado por verdadero siglo de oro.» En 1839 los temas fueron estos: [233] «De la distinta condición del bello sexo en diversas épocas. –Paralelo entre las modernas novelas históricas y las antiguas historias de caballería. –Influencia de la religión cristiana en la literatura. –Diferencia entre la tragedia antigua y la moderna. –Examen crítico de las unidades dramáticas. –Del teatro considerado bajo su aspecto moral. –Cuál es el verdadero valor literario de las comedias de Moratín. –Juicio literario de Meléndez Valdés. –En qué puntos se asemejan y en cuáles se desvían los dramas de la escuela moderna de los de la antigua española, y qué diferencia puede y debe haber entre ambas escuelas. –Si los adelantos que hace la crítica son favorables o perjudiciales al desarrollo del genio y a la invención en la bella literatura{6}

El número mismo de los temas ya dice algo respecto a la inferioridad de los debates literarios con relación a los políticos, se entiende bajo el punto de vista del interés de la discusión, y supuesto que unos y otros llenaran el mismo espacio de tiempo en cada curso. Además en la sección de Literatura se leían poesías y memorias críticas. En 1837, por ejemplo, leyeron versos, D. Alberto Lista A D. Fernando de Rivas, y el Sr. Pastor Díaz a La Sirena del Norte y al Amor sin objeto; y críticas sobre el Maestro Tirso de Molina, el Sr. Mesonero Romanos, y sobre el Carácter conveniente de la literatura actual, el Sr. Revilla.

Las demás secciones más que a debates se dedicaban a lecturas de Memorias y resolución de problemas matemáticos. Presidieron, desde 1837 a 1839, los Sres. Muso y conde de Vigo, la Sección de Ciencias naturales; y D. José Mariano Vallejo, la de Ciencias matemáticas; discurriéndose en ambas sobre «La teoría de los lentes y de las ruedas hidráulicas,» sobre «Los adelantos del Instituto de París,» sobre «Las minas de Almadén y la aclimatación del Phormium tenax de Holanda,» sobre «La riqueza mineral plomiza y hullera de España,» sobre «El cultivo del maíz» y sobre «La formación del globo,» [234] «Importancia de las ciencias físicas y naturales y su influencia en la sociedad,» y «Manera de fijar los límites entre las ciencias matemáticas y las naturales».

Como Instituto de enseñanza el Ateneo estableció cátedras públicas y gratuitas tan luego como logró instalarse (en defecto del local concedido por el Gobierno y al cabo no logrado) primero en la casa de la calle del Prado, núm. 27, y después en la núm. 27 de la calle de Carretas, donde ya se hallaba en el otoño de 1836; prometiéndose crear un gabinete de física, otro de máquinas y un laboratorio químico. Entraba también en los proyectos del Ateneo la publicación de un periódico mensual (al modo del Amigo del País, órgano de la Económica), en el cual se insertasen los trabajos de los ateneístas, y otros retribuidos, divulgando de esta suerte los adelantamientos intelectuales de la nueva época, bien que la tal revista había de ser extraña a todo interés religioso o de política palpitante. Pero las dificultades económicas de la empresa impidieron que se fundara el periódico, dejando la realización de la idea a época bien posterior, nada menos que al año de 1877, en que ha visto la luz (en condiciones, a mi juicio, de escasa vida) el Boletín, órgano de la corporación. Algo más felices fueron los fundadores de la nueva sociedad en lo relativo al gabinete de física. Desde luego en el primer año pudieron adquirir algunos aparatos; después en 1837 solicitaron que se les concediese por el Gobierno el depósito y uso del gabinete que había sido embargado a los infantes D. Carlos y D. Sebastián, y aunque esto no fue logrado, no se dejó en el olvido la adquisición por compra de algunos efectos necesarios para la cátedra, a la cual fueron dedicados en 1838 unos 3.000 rs. A aquellos efectos se unió una colección de minerales que principió a formarse en 1839 por donativos particulares, principalmente del Sr. Anquivel (que regaló más de setecientos ejemplares, entre ellos trescientos mármoles españoles); pero ni esta parte del Ateneo ni el monetario, también comenzado hacia esta época por donativo de los Sres. Olavarrieta, duque de Gor, Castellanos, Martínez de la Rosa, San Clemente, marqués de Falces, y Clemencín, y enriquecido en 1868 por el regalo de más de 150 medallas hecho [235] por el señor D. Manuel de la Vega, jamás consiguieron una verdadera importancia{7}.

En cambio las cátedras sí la obtuvieron desde el primer momento, por el mérito de los profesores y la naturaleza de las explicaciones. Inaugurólas, la noche del 8 de Junio de 1836, en los pequeños salones de la calle del Prado, número 37, con asistencia de 79 socios, anhelantes de dar comienzo a las tareas, y un considerable número de oyentes externos, el Sr. D. Cristóbal Bordiu, pronunciando un discurso preliminar a sus lecciones sobre la ciencia de la Administración, que siguió luego explicando; y en todo aquel año le acompañaron en su nobilísima tarea los Sres. Alcalá Galiano, profesor de Política constitucional; Donoso Cortés, de Derecho político; Fabra, de Historia; Valle, de Economía política; Ponzoa, de Hacienda y Crédito público, y Lista, de Literatura. Al año siguiente (Octubre del 37) el cuadro de enseñanza se ampliaba extraordinariamente. Pacheco estaba encargado de la de Legislación, Torres de la de Física, Benavides (D. Antonio) de la de Historia, Revilla de la de Literatura española, Corradi de la de Literatura extranjera, Puche de la de Administración, López Santaella de la de Geología, Ponzoa de la de Hacienda, Valle de la de Economía, Lozano de la de Griego, Usoz de la de Hebreo, Serafín Calderón de la de Árabe. Las cátedras eran semanales, y dos distintas por día. A poco, en 1838, se creaban otras cinco cátedras: las de Alemán, Inglés, Geografía, Fisiología y Arqueología, desempeñadas respectivamente por los Sres. Mieg, Oliván, Fabre, Frau y Castellanos; y al año siguiente inauguraban sus cátedras de Francés, Física, Economía social, Fisiología del Derecho y Derecho penal (a la par que continuaban en el desempeño de las abiertas el año anterior sus respectivos titulares) los Sres. Pérez, Valledor, La Sagra, Seijas y Pacheco.

Por último, como Círculo literario, el Ateneo procuró establecer y echó los fundamentos de un gabinete de lectura y de una biblioteca, que han llegado a ser nombrados en la España de nuestros días. A los comienzos no parecía posible que [236] en las mesas del Ateneo figurasen muchos periódicos españoles, supuesto que ni la prensa de entonces debía llamar la atención por el número de sus órganos, ni los recursos del nuevo círculo habían de bastar a todas las exigencias. Sin embargo, en este punto desde el primer día rayó el Ateneo a grande altura, coincidiendo con esto la circunstancia de ser en aquellos años considerable y extraño el número de periódicos que en nuestro país se publicaron: la Gaceta, el Diario de Avisos, El Español, El Eco del Comercio, El Independiente, El Patriota, El Constitucional, El Mundo, El Duende Liberal, El Castellano, El Madrileño, La Estafeta, El Noticiero, El Boletín de Medicina, El Acicate, El Matamoscas, El Zurriago, El Semanario Pintoresco, La Revista Europea, La Revista Nacional y El Amigo de la Religión, de Madrid; El Vapor, de Barcelona; El Noticiero, de Cádiz; El Turia, de Valencia, y el Boletín Oficial de Álava; he aquí los periódicos españoles que en 1836 y 1837 se hallaban en la mesa del Ateneo. A su lado Le Journal des Debats, la Gazette de France, Le National, La Presse, Le Constitutionnel, de París; Le Phare de Bayonne, The Times y The Morning Chronicle, de Londres; O Diario do Governo, de Lisboa, y las revistas extranjeras La Revue Britanique, la de Paris, L’Europe Literaire, Edimbourg Review, The Atheneum, Le Journal des Savants, Annales des Sciences naturelles, Annales du Mussée, Le Voleur, L’Artiste y la de Sciences Phisiques.

Es decir 25 periódicos españoles, cuya suscrición mensual costaba unos 400 rs., y 21 extranjeros, por los que se pagaba 650 rs. al mes. En suma, 46 periódicos, cuyo coste anual subía a 12.600 rs.{8} [237]

La Biblioteca contaba para su formación con los donativos de los socios (que desde los primeros días los hicieron, iniciando esta recomendable práctica en 1836 D. Juan Mieg, que donó dos obras de botánica e historia natural, y en 1837 D. Antonio Rotondo, que entregó la traducción de las Memorias de Silvio Pellico, y D. Juan Miguel de los Ríos que regaló su Folletín Histórico) con una asignación de 3.000 reales al año de los fondos sociales.

Después obtuvo (en 1838) del Gobierno una real orden para recibir gratis de la imprenta nacional un ejemplar de cada una de las obras de su surtido (lo que produjo doscientos libros) y otra concesión de todos los ejemplares duplicados que resultaran de la fusión de la biblioteca de las Cortes, los conventos suprimidos y la Biblioteca Nacional.

Por este camino el Ateneo pudo contar a fines de 1838 con cerca de 800 volúmenes; al siguiente año, éstos eran 1.000; al otro, llegaban a 1.277; y el aumento no cesó en los posteriores, merced muy particularmente a la solicitud excepcional del señor Mesonero Romanos que desde 1837 hasta 1840 vino desempeñando el cargo de bibliotecario, y que en 26 de Diciembre del primero de aquellos años hizo y presentó el primer Catálogo de la Biblioteca del Ateneo. El crecimiento hubiera sido mayor, a aceptar las proposiciones de un Sr. Roda para la adquisición de una biblioteca de 600 volúmenes; pero los fondos de la Sociedad no permitían en 1837 hacer frente a un desembolso de 20.831 rs. (18.451 por los libros, y 2.380 por tres estantes de caoba) a pesar de que el pago se habría de hacer en cuatro años, como no permitieron en aquella misma [238] fecha adquirir por 1.000 rs. una magnífica máquina eléctrica{9}.

En cuanto al acceso de las gentes a los salones del Ateneo, los Estatutos se habían mostrado bastante fáciles. La presentación por algunos socios (de no pertenecer el solicitante a la Económica o al antiguo Ateneo, en cuyo caso su entrada en el nuevo no exigía estas formalidades); la buena acogida por parte de la Sociedad, que, a pesar del procedimiento de la votación secreta, nunca la hizo desear y menos negó; el pago de una cuota de entrada que varió de 160 a 200 rs. y una contribución mensual de 20 rs. (que en los primeros meses fue de 40), a esto se reducían las condiciones de ingreso y permanencia en el Ateneo hasta 1850, fecha de la reforma del primitivo reglamento. En cuanto al público para quien se establecían las cátedras, estaba capacitado para asistir a éstas sin más que obtener una papeleta que en la portería del establecimiento se ha venido dando hasta 1868 sin distinción de género alguno. Por este medio pudo saberse que en el curso de 1839, asistieron a las cátedras hasta 1.628 personas, amén de los socios y forasteros, cuyo número autorizaba el secretario Sr. Monreal en su Memoria de aquella fecha a fijar el total de concurrentes en 2.000.

Fueron, pues, los comienzos del Ateneo madrileño de gran entusiasmo por la intención, de gran modestia por los recursos. Bien que la Reina Gobernadora por Real orden de 12 de Febrero de 1836 aceptara el título de protectora del nuevo establecimiento, bien que entre sus socios se inscribieran el infante D. Francisco, sus dos hijos y algunos ministros, bien que le fuera prometido cierto concurso, pretendiendo el Gobierno (así lo dice la Real orden de autorización de 16 de Noviembre de 1835), «que la organización de este Ateneo, uno de los primeros y más útiles establecimientos científicos de la capital, pudiese servir de modelo a los que a imitación suya hubiesen de formarse;» sin embargo, todo el empeño pesó desde los primeros días sobre los recursos particulares de los asociados. [239] Sólo la Biblioteca recibió beneficio de la actitud del Gobierno, que a pesar de sus excelentes intenciones, no pudo dar al Ateneo ninguno de los locales que éste pretendía, ni el gabinete de física, ni ninguna otra ventaja. Los socios, pues, necesitaron contar con su propia fuerza y modestísimamente inauguraron su campaña con un local pequeño, con dos criados y un escribiente y un mobiliario mezquino; al punto que hasta 1839 no hubo estantería completa para los libros, y el donativo hecho por el marqués de Someruelos de seis banquetas, en aquel mismo año, se estimó como singular obsequio, y fue precisa una moción especial de un socio para que se fijara un gran farol al pié de la escalera del nuevo local, que lo fue desde el mes de Junio de 1839 el piso principal de la casa llamada del Consulado en la plaza del Ángel esquina a la de Carretas, encima de un concurrido café.

La traslación del Ateneo a esta casa ya fue un paso de gigante, discutido y resistido por gran número de socios. Aquello era un rasgo de audacia de la administración del señor Martínez de la Rosa (presidente del Ateneo a la sazón) y de los revolucionarios ejecutores del acuerdo, Sres. Mesonero Romanos, Gutiérrez González, Olavarrieta, Arana y marqués de Someruelos. El Ateneo, en menos de tres años y medio, había vivido en cuatro casas, de las cuales la primera había costado al año 12.000 rs. y la última subía cerca del doble, a 20.000, amén de 32.638 rs. gastados en obras, muebles y adornos del nuevo local de la plaza del Ángel y 5.188 invertidos en restablecer las cosas del local anterior de la calle de Carretas al estado en que se encontraban antes de la tercera mudanza del Ateneo. En 1837 el presupuesto cerrado de gastos había llegado a 54.342 rs.: el de ingresos a 60.200{10}. En 1838 los gastos ya subían a 65.910 rs. para 89.910 de ingresos. En 1839 no había sobrantes como hasta entonces, si es que no había déficit.

Sin embargo, los tímidos fueron vencidos. Aquel año el ejercicio se cerró con un sobrante de 1.384 rs. [240] (ingresos 115.394 y gastos 114.012), y el número de socios que el año 36 no pasó de 295, el 37 de 311 y el 38 de 334, subió en 1839 a la cifra de 497. El Ateneo rompía el capullo. Un local amplio y regularmente decorado: diez y siete cátedras públicas regentadas por hombres de notoria ilustración; un presupuesto con sobrantes; una biblioteca no despreciable, sobre todo de obras modernas, y un gabinete de lectura quizá el mejor de Madrid; una campaña brillante hecha bajo la dirección sucesiva del duque de Rivas (1836), el Sr. Olózaga (1837) y el Sr. Martínez de la Rosa (1838-39); unas secciones, ufanas de su pasado y apercibidas para nuevos empeños, bajo la dirección de los Sres. Alcalá Galiano, conde de Vigo, Vallejo y Martínez de la Rosa; mucha satisfacción, bastante holgura, gran deseo, positivo entusiasmo... tales eran las condiciones con que el Ateneo se presentaba en los umbrales del año 40.

Rafael M. de Labra

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{1} Actas del Ateneo, 5 de Octubre de 1835.

{2} Este párrafo está tomado del Acta correspondiente a la sesión de la Sociedad Económica de 24 de Octubre de 1835.

{3} Acta de la sesión extraordinaria de la S. E. M. de 31 de Octubre, cuya copia certificada encabeza el libro 1º de Actas del Ateneo de Madrid.

{4} Véase El Semanario Pintoresco del 7 de Enero de 1838, artículo «Sociedades literarias y artísticas,» y el Manual de Madrid del Sr. Mesonero Romanos, edición de 1845, pág. 300.

{5} No he podido hacerme con los temas de 1836.

{6} Las actas de las sesiones literarias de 1839, redactadas con gran detención y esmero por D. José de la Revilla se publicaron en las columnas del Semanario Pintoresco de aquella fecha.

{7} Hoy no existe el gabinete de física. El monetario sí en la Sala de Revistas.

{8} La actual biblioteca del Ateneo posee una muy curiosa colección de periódicos del primer tercio de este siglo: entre ellos, El Censor (1820-22); El Correo Nacional (1838-41); El Corresponsal (1840-44); El Eco del Comercio (1836-47); El Amigo del Pueblo (1838); el Boletín de Jurisprudencia (de Pacheco, 1836-45); El Español (1837); El Estudiante (1839); El Heraldo (1843-53); El Pensamiento (de Balmes, 1844-46); El Piloto (1839); la Revista de España (de Morón, 1842-44); Española de ambos mundos (1853-55); de Madrid (1838-45); militar (de San Miguel, 1838-40); Peninsular (de Borrego, 1838); El Zurriago (1841); Fray Gerundio (1839-42); Abenamar y El Estudiante (1839); los Anales de minas (1838-46) [237] y otros muchos. De atrás existen el Semanario erudito de Valladares (1788-91); El Mercurio (1797-1801); los Anales de Historia natural (1799-1804); El Memorial literario (1784-95). Lástima que allí no existan ni El Español del célebre Blanco (1811), ni El Artista de 1831, ni La Miscelánea de D. Javier de Burgos (del que se llegaron a vender diez mil ejemplares en 1820), ni El Imparcial de 1821, ni el Semanario patriótico que escribieron en Sevilla D. Manuel José Quintana, Lista y Blanco, en 1811, ni, en fin, la Gaceta de Bayona y la Estafeta de San Sebastián de 1828 y 1830, que dirigió Lista. Pero mayor lástima es aún que en la actualidad no se conserven las colecciones de los periódicos del día, vendidos al peso como papel viejo.

{9} Dos legados de libros en gran cantidad ha tenido el Ateneo, después de 1860.

{10} Es el primer presupuesto con que he dado en el Libro 1.° de actas del Ateneo.

 
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