Revista Contemporánea Madrid, 30 de enero de 1876 |
año II, número 4 tomo I, volumen IV, páginas 523-530 |
Manuel de la Revilla< Revista crítica > *eanudados los trabajos del Ateneo y constituidas las nuevas mesas de las secciones, han continuado en estas los debates, tomando parte en ellos en primera línea los Sres. Magaz y Moreno Nieto, este último, sosteniendo la discusión con infatigable ardimiento en la sección de ciencias naturales y en la de morales y políticas. En la sección de ciencias naturales se ha circunscrito el debate a la grave cuestión del origen de la vida orgánica, y muy especialmente al juicio de las doctrinas animistas, defendidas por el Sr. Moreno Nieto. Este incidente de la discusión se debe a la singular actitud adoptada por el ilustrado catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid, Sr. Magaz. Pertenece el Sr. Magaz a cierta escuela médica muy conocida que, sin atreverse a profesar el materialismo, tampoco se decide a sostener abiertamente las doctrinas espiritualistas. Los que tal piensan combaten el animismo, juzgando innecesaria la intervención del alma para explicar los fenómenos de la vida orgánica, pero admiten la existencia de aquella, estimándola como sujeto activo de los fenómenos intelectuales. Es para ellos el alma un ser casi completamente ajeno a la vida del cuerpo, distante de este, aunque unido con él y que vive y funciona solitario en la apartada región del pensamiento. Si tal doctrina es una confesión sincera o un homenaje de cortesía a la opinión espiritualista reinante, cosa es que no hemos de dilucidar aquí; pero lo cierto es que dualismo tan abstracto, sobre ser abiertamente contrario a la [524] experiencia, no satisface a espiritualistas ni materialistas, ni puede agradar al humano, ávido de unidad y poco aficionado a estimar al hombre como suma incoherente de dos sustancias heterogéneas, unidas por fortuitos y débiles lazos. Consecuente con estas doctrinas, rechazaba el Sr. Magaz toda intervención del alma en las funciones de la vida (renovando en esto las opiniones de Descartes) y a la par refutaba que dichas funciones pudieran explicarse por causas físicas, declarando juntamente que la vida era en sí misma indescifrable misterio. No negaremos este último extremo; lo íntimo de la vida (su esencia como suele decirse) es, como la vida misma, considerada en abstracto, un noúmeno incognoscible; pero aunque así sea, es indudable, contra lo que opina el Sr. Magaz, que si la acción del alma no explica los fenómenos vitales, fuerza será recurrir para ello a los agentes físicos. Podrá suceder que la explicación no sea satisfactoria; pero no cabe duda de que esos fenómenos tienen su causa, y si esta no es psíquica habrá de ser física necesariamente. Como es natural, las afirmaciones del Sr. Magaz habían de provocar las iras del Sr. Moreno Nieto, a quien no ha sido difícil mostrar las lagunas del discurso de aquel en una razonada y vigorosa réplica. Pero no contento con esto, ha querido el elocuente orador espiritualista librar batalla al positivismo en las dos secciones, y así lo ha hecho con éxito brillante en la parte oratoria, con deplorable resultado en cuanto al fondo de sus peroraciones. La elocuencia es el ángel malo del Sr. Moreno Nieto. Si tan elocuente no fuera; si no acudieran con tal facilidad a sus labios esos torrentes de sonoras palabras que tal fascinación ejercen en el auditorio; si la inspiración del poeta no ahogara la reflexión del científico; si su corazón impresionable y su fantasía ardiente no usurparan los derechos de su razón, el Sr. Moreno Nieto no sería tan gran orador, tan acabado artista, pero valdría más como hombre de ciencia y obtendría para sus doctrinas triunfos, si menos ruidosos, más seguros. Por desgracia, el Sr. Moreno Nieto se guía únicamente por sus impresiones; acalórase y enardécese en el debate; da proporciones monstruosas a las doctrinas que combate; su fantasía desbordada le pinta gigantes donde hay molinos y ejércitos donde hay rebaños; lánzase airado contra el vano fantasma que su mente forja, lo hiere y desbarata, lo derriba rendido a sus plantas, y cuando el combate cesa y los aplausos concedidos al poeta más que al filósofo premian su ardimiento, el enemigo verdadero queda ileso y sólo se retuerce en el polvo el soñado fantasma. Luchas contra sombras, estocadas en el vacío, victorias sobre lo que no existe; he aquí lo que son los discursos del Sr. Moreno Nieto. [525] Harto lo demuestran los actuales debates. Hase empeñado el orador espiritualista en confundir al positivismo con el materialismo y en hacer de este último un retrato pavoroso que no concuerda con la realidad, y todos sus discursos se reducen a apasionados apóstrofes, recursos sentimentales, disertaciones místicas y ascéticas, y refutaciones de un materialismo que ningún positivista serio defiende. Cuatro enfants terribles del positivismo, como Buchner, Vogt, Moleschott y otros semejantes, constituyen para el Sr. Moreno Nieto las grandes autoridades de la escuela, y las exageraciones de estos escritores (antiguos materialistas no bien empapados todavía en los métodos positivistas) son para él las pruebas más fehacientes de los horrores de la nueva escuela, como si esta no tuviera más autorizados y sensatos representantes en Stuart Mill, Spencer, Bain, Lewes, Wundt, Tyndall, Helmhotz, Ribot y otros muchos que distan de los materialistas pur sang tanto cuanto dista un crítico de un dogmático. No ha conseguido tampoco el Sr. Moreno Nieto hacerse cargo de lo que vale y significa el neo-kantismo, escuela conforme en el método y la dirección con el positivismo, pero separada de este en puntos esencialísimos. Para el Sr. Moreno Nieto los neo-kantianos son materialistas vergonzantes que profanan el nombre de Kant poniéndole al servicio de doctrinas monstruosas y repulsivas; pero no tiene en cuenta al decir esto que no hay en el positivismo serio nada repulsivo ni monstruoso, que ni él ni el neo-kantismo niegan ni ponen en peligro los altos ideales que defiende el Sr. Moreno Nieto, y que uno y otro se limitan a poner límites a la ciencia y a colocar fuera de ella (sin negarlo ni combatirlo) lo que está por cima de la razón humana. Que bajo el disfraz positivista se oculten materialistas dogmáticos que pretendan hacer afirmaciones y formular negaciones incompatibles con los métodos del positivismo; que no falte quien, renegando de la metafísica, construya metafísicas fundadas en hipótesis no comprobadas y en inducciones con exceso atrevidas; que haya quien, negando sin razón sus derechos a la fe, pretenda fundar una fe nueva sobre principios desconsoladores y que distan mucho de ser evidentes, como ha hecho Strauss, cosas son que no hemos de negar al Sr. Moreno Nieto; pero que estos extravíos de algunos basten para juzgar de una doctrina cuyas conclusiones pugnan con semejantes dislates, es lo que no podemos conceder. Y sobre todo, que con esas direcciones se confunda la dirección neo-kantiana, en la cual nada se niega de lo que puede satisfacer al sentimiento moral y al sentimiento religioso, y nada se afirma que de materialismo pueda tacharse, es lo que tampoco nos parece permitido ni tolerable en quien se precie de tratar las cuestiones científicas con el [526] detenimiento, la mesura y la ausencia de pasión que requieren tales debates. Fácil es sin duda, crear un positivismo de capricho y un neo-kantismo de convención y arrojar sobre ellos un diluvio de elocuentes apóstrofes; fácil conmover al auditorio con arrebatos místicos y sentimentales; pero no lo es tanto desbaratar con ánimo sereno y lógica inflexible las conclusiones críticas de una doctrina a la cual no se oponen otra cosa que vacíos idealismos y poéticas declamaciones que huelgan de todo punto en la esfera de la ciencia. Ha llamado la atención en estos debates el obstinado y pertinaz silencio que guardan los representantes de la escuela ultramontana. Cual si obedecieran a severa consigna, hanse negado a hablar en aquellos los Sres. Perier y Carballeda, resistiendo a todo género de excitaciones y alegando en favor de su resolución fútiles pretextos. A qué secretos móviles obedece esta conducta, cosa es que no tratamos de averiguar; pero conste que esa escuela, que tantas batallas ha reñido en el Ateneo cuando se ponía en tela de juicio la dominación de la Iglesia, o cuando se veían en peligro los fundamentos de la propiedad, guarda silencio cuando se trata de saber si existen Dios y el alma. ¿Será acaso que para los ultramontanos importen menos Dios y el alma que la dominación de la Iglesia y la propiedad de los bienes terrenos? * * * Tenemos que dar cuenta a nuestros lectores de la publicación de un libro verdaderamente notable. Nos referimos a la bella colección de poesías del señor Campo-Arana, titulada Impresiones. Es el Sr. Campo-Arana un verdadero poeta, lleno de inspiración y sentimiento, que no se confunde con el vulgo de versificadores que entre nosotros abundan. Eminentemente subjetivo, hijo legítimo de su siglo, impregnado en las ideas propias de la época refleja el señor Campo-Arana en sus versos, no sólo las múltiples impresiones de su alma, sino la variedad confusa de ideas y sentimientos contradictorios que hoy se libran batalla en el seno de las conciencias. Nada de convencional ni artificioso hay en esas páginas, no siempre correctas, pero siempre espontáneas y verdaderas, en que el Sr. Campo-Arana vierte la amargura de su alma, y canta en variado estilo, ya las dudas que asaltan a su inteligencia, ora las esperanzas que iluminan su mente, los desengaños que le atormentan, las decepciones que le abaten o las escasas ilusiones que le restan aún. El fondo de amargura, y de tristeza, que es patrimonio de los hijos del siglo, es también el [527] fondo de estas poesías profundamente humanas y verdaderas; así como en la conciencia contemporánea se mezclan con las sombras de la duda los trémulos albores de una fe, apenas percibida, así también en las inspiradas páginas de este libro, se retratan análogos sentimientos. Quizá pudiera exigirse al señor Campo-Arana mayor esmero y corrección en la forma de sus composiciones; pero tales descuidos débense por ventura a la espontaneidad de su inspiración más que a otra cosa. De todas maneras, las Impresiones son la revelación de un poeta de alientos no vulgares, fecundo en promesas, y que ocupará distinguido puesto entre los vates españoles. Y vea el discreto prologuista del libro del Sr. Campo-Arana, cómo no siempre los críticos biliosos son tan temibles que sólo por fuerza haya que someterse a su juicio. Verdad es que cuando la bilis sirve para azotar lo malo, pero no impide ensalzar lo bueno, el calificativo de bilioso puede ser sinónimo de justo. * * * Escasa ha sido en novedades teatrales la última quincena. El acontecimiento más importante que en ella ha habido, ha sido la representación de El Mágico prodigioso, de Calderón de la Barca, puesto en escena en el teatro del Circo. El escogido público que acudió a esta solemnidad literaria premió con sus aplausos el talento de Elisa Boldun, la más eminente de nuestras actrices, hábilmente secundada por Rafael Calvo; pero no otorgó a la obra inmortal de Calderón el éxito entusiasta a que tenía derecho. Podrá explicarse esto por el escaso movimiento dramático de la obra; pero a nuestro juicio lo cierto es que el público de hoy no se halla en aptitud de saborear las bellezas de la grandiosa concepción calderoniana. Acostumbrado a buscar en el teatro sensaciones más que sentimientos, no muy dispuesto a penetrar en las profundidades de la teología cristiana, el público actual no alcanza a comprender las singulares bellezas del Mágico, ni a desentrañar los levantados pensamientos que en él se encierran. Hace tiempo que observamos con dolor en nuestro público una instintiva repulsión a todo lo que en el teatro le invite a pensar y un apego desmedido a todo lo que ponga en actividad sus facultades y pasiones más inferiores. Y es digno de notarse también que, preciándose este público de religioso y de católico, muestra singular desvío a esas altas concepciones teológicas que causaban las delicias de nuestros mayores y que hoy son apenas [528] comprendidas. Las manifestaciones austeras y profundas del ideal y del sentimiento religiosos apenas tienen eco en la conciencia moderna; en cambio alcanzan aplauso la devoción fácil, el histérico misticismo y la servil superstición. Píntese en un drama la devoción afeminada, intercálense en él oraciones vulgares y el éxito será seguro; llévense a la escena profundos conceptos teológicos, austeras enseñanzas morales, viriles rasgos de piedad acendrada y el público no comprenderá ese lenguaje. Hay verdadero anhelo por buscar en el cristianismo aspectos risueños y un tanto paganos, y menospréciase el fondo austero y algo sombrío de sus concepciones, repugna o excita mofa la concepción grandiosa de Satán; pone espanto en el ánimo la devoción severa de nuestros místicos y la teología profunda de nuestros grandes dramáticos; y a todo ello se prefieren afeminados sentimientos y detalles de devoción menuda. No es esta ocasión de señalar las causas de tal fenómeno; pero séanos permitido deplorar que esta sociedad, que por tan católica se tiene, no se sienta con fuerzas para profesar aquella grandiosa y severa religión que inspiraba a Fray Luis de León y Calderón de la Barca, no sepa saborear las grandezas de El Mágico prodigioso, El condenado por desconfiado o El Anticristo, y en vez de buscar aliento para su fe en La guía de Pecadores, Los nombres de Cristo o La Introducción a la vida devota los busque en los productos mal sanos de un misticismo histérico, mundano y recoco que nada tiene de común con las concepciones austeras de la religión fundada en el Calvario. Fuera de la representación del Mágico, los teatros no han ofrecido otra novedad que una comedia del Sr. Marco, titulada Figuras de cera, puesta en escena en el nuevo coliseo de la calle del Príncipe. Pertenece esa obra a un género especial, muy cultivado entre nosotros, y que es la expresión artística de lo que se pudiera llamar moral casera. Mostrar que la mujer casada debe ser señora de su casa, hacendosa, trabajadora y económica, sin dejar por eso de poseer cierto brillo y cierta idealidad en su vida, es el objeto nada nuevo de esta obra. Una acción vulgar y poco entretenida y una serie de personajes caricaturescos son los medios que para ello pone en juego el Sr. Marco, sin lograr excitar el interés ni el aplauso de los espectadores. La facilidad y gracejo de la versificación atenúan, pero no disculpan por completo la escasa importancia y los defectos gravísimos de esta obra. Y ya que de teatros nos ocupamos, debemos desvanecer una errónea interpretación a que dio margen una frase de nuestra última Revista. Al indicar en ella la conveniencia de que el Gobierno adoptara medidas para salvar a la escena española de una ruina inminente, a nuestro juicio, hablamos de cercenar los privilegios de que la ópera disfruta. No ha faltado quien ha [529] interpretado estas palabras en el sentido de que pedíamos la supresión de la subvención que se paga al regio coliseo, y como no era esta nuestra intención, nos apresuramos a rectificar semejante aserto. Nosotros queremos que la subvención de que se trata no sea privilegio de la ópera, sino que se haga extensiva al teatro nacional, y a esto nos referíamos, como también a ciertas medidas de detalle que pudieran adoptarse para disminuir los efectos de la competencia terrible que hace la ópera a los teatros de verso. Sobre este y otros extremos hemos hablado largamente en un trabajo especial que hemos dedicado a asunto tan importante en nuestro colega El Globo; allí podrán ver nuestros lectores lo que pensamos, y comprenderán cuan distante está de nuestro ánimo la violenta medida a que se referían los que se han escandalizado de nuestras frases. * * * Terminada esta revista, llega a nuestras manos el último número de la Revista Europea, que contiene un artículo titulado La política antigua y la política nueva, firmado por un Sr. D. J. C., y en el cual, con motivo de nuestro juicio acerca de los Estudios jurídicos y políticos, del Sr. Giner, nos dirige su anónimo autor cargos tan graves e infundados que no podemos pasarlos en silencio. Si nuestros lectores recuerdan el juicio que del libro del Sr. Giner hicimos en el primer número de esta Revista, observarán con cuán alta mesura y respeto procedimos, y cuán inmotivado es por tanto el exabrupto del Sr. J. C., que sin duda será alguno de esos krausistas convaincus que no toleran siquiera la más pequeña censura contra los jefes de la secta. No de otra suerte se explica que a un juicio crítico tan mesurado y cortés como el nuestro se conteste lanzándonos con injustificable ligereza la grave acusación de que no hemos leído siquiera el libro que hemos juzgado, porque dijimos que «en la organización de los poderes del Estado descubre el autor aquella vaga nebulosidad en que gusta envolverse la escuela krausista», a lo cual contesta el Sr. J. C.: «Con decir que el autor no se ocupa ni poco ni mucho de la organización de los poderes, pues tal no era su propósito, se habrá dicho más de lo necesario, para acreditar la solidez de los juicios que el crítico de la Revista formula acerca del libro del Sr. Giner.» Aparte de las indicaciones esparcidas en varios pasajes de la obra del señor [530] Giner acerca de organización de poderes del Estado, la cuestión está tratada, con especialidad en el estudio de Ahrens sobre el Estado de la ciencia política, traducido por el Sr. Giner, trabajo que va incluido en el libro y con el cual suponemos estará de todo en todo conforme el traductor. Igualmente en los Apuntes para un plan de elementos de Política general con que finaliza el volumen, se indica, aunque sumariamente, la organización de los poderes, sin que falte en ellos aquel célebre poder armónico que tanta fama ha dado a los políticos krausistas. Increpamos también el Sr. J. C. porque hemos dicho que no se hallaban en el libro del Sr. Giner afirmaciones concretas y terminantes. Cuando el señor J. C. nos diga qué sistema político se desprende de las enseñanzas de ese libro, cuando nos diga en términos precisos y concluyentes en qué escuela y partido puede hallarse al Sr. Giner, nos confesaremos reos de ese delito. Por nuestra parte insistimos en que en el libro del Sr. Giner no hay definido un sistema claro, preciso y viable de Gobierno, sino una serie de críticas de todas las escuelas, seguidas de esas vagas síntesis armónicas en que el krausismo tanto se complace y que tan difícilmente se concretan en formulas positivas. Por último, el Sr. J. C. se enfada con nosotros porque no hemos reconocido la utilidad que para los políticos prácticos pueda tener el libro del señor Giner, y nos endereza una tremenda filípica con tal motivo. En este punto seremos muy parcos por razones fáciles de comprender; pero sí diremos que de un libro en que no se formula un sistema de Gobierno y en el cual se concentran todos los idealismos y todos los armonismos utópicos de la escuela krausista, no creemos que puedan reportar gran provecho los políticos, al menos los que entienden que la política es una ciencia positiva en que el a priori sirve de poco o nada y en que el estudio de las condiciones de espacio, tiempo, raza, &c., en que se han de aplicar las instituciones importa algo más que el de vagos principios abstractos deducidos de una metafísica nebulosa e idealista que llevada a la vida no da otro fruto (como la experiencia muestra) que lastimosas series de deplorables equivocaciones. —— {*} Por un error involuntario dijimos en nuestra última Revista que el Sr. Lastres había fundado una colonia-modelo para jóvenes penados, debiendo decir un asilo correccional.
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