Revista Contemporánea
Madrid, 30 de diciembre de 1875
año I, número 2
tomo I, volumen II, páginas 233-241

Kuno Fischer

Vida de Kant

[1]     [2]     [3]
 

VI
Kant y Woellner

1. Los decretos religiosos

Necesitamos remontarnos un poco para referir este desagradable y célebre conflicto. Existían las circunstancias exteriores de peor género que podían trasformar en persecución política una discusión teológica. Bajo el gobierno del gran rey y de su ilustre ministro jamás hubiera sucedido al filósofo de Koenisberg lo que en estos momentos era natural consecuencia de la nueva forma de gobierno.

Federico «El único» murió el año de 1786. Su sucesor Federico Guillermo II, muy diferente del gran rey, de fútil y voluble espíritu, y sin elevación alguna de pensamiento, no hubiera sido por sí mismo un peligro para nuestro filósofo. Por el contrario, al ocupar el trono le dio muestras de benevolencia y de respeto. Hizo que fuese Kiesewetter a Koenisberg para que estudiara en sus propias fuentes la filosofía kantiana. Se entregó en brazos del misticismo y de lo misterioso, más por su forma extraordinaria y extravagante que por pietismo. En una palabra, no le convencía el pietismo, pero le seducía. En verdad no podía costar mucho trabajo atraer a esa dirección a un hombre que sentía interés y hasta admiración por St. Germain y Cagliostro. Ya nadie ignora con qué medios y con qué facilidad supieron alucinar y conquistar al crédulo monarca.

La política prusiana tomó en este reinado el camino de la reacción, que se iba acentuando a medida que en Francia se desencadenaba la revolución y crecían sus impetuosos [234] ataques a la Iglesia y el Estado. La revolución estaba aliada en Francia con el pensamiento libre. La monarquía en Prusia contraía alianzas con los enemigos más apasionados de las luces, y cayó en el error de buscar en el crecimiento del poder clerical una protección contra el deseo de las novedades políticas.

Dos años más tarde del cambio de trono, cayó el ministerio Zedlitz, y en su lugar fue colocado el 3 de Julio de 1788 un teólogo fanático y ambicioso, el antiguo predicador Juan Cristian Woellner. El general ayudante del rey, Bischofsverder, tenía sus mismas ideas. Desde estas regiones y con la fuerza de la autoridad superior, se organizó una verdadera campaña contra el racionalismo, con objeto de expulsarlo de todas sus posiciones ventajosas en la cátedra y en la literatura. Pocos días después del nombramiento del ministro, el 9 de Julio de 1788, se publicó un decreto que obligaba severamente a los profesores de religión a sujetarse a lo dispuesto como norma única y exclusiva, amenazándoles en caso contrario con la pérdida del empleo. Este es el memorable decreto de Woellner. Otro posterior del 19 de Diciembre del mismo año suprimía la libertad de la prensa, sometiendo a la censura las obras nacionales y sujetando a inspección las extranjeras. Para que se llevaran a cabo estas medidas se estableció en Abril de 1791 una autoridad especial encargada de la inspección y vigilancia en todas las cuestiones religiosas y de enseñanza. Constaba esta autoridad, especie de consejo supremo, de tres hombres, que se llamaban consejeros consistoriales, siendo en realidad los más serviles instrumentos de Woellner; sus nombres eran: Hermes, Woltersdorf e Hilmer. Tenían omnímodo poder sobre todos los empleos académicos y eclesiásticos; tenían en sus manos la promoción y el ascenso, la supresión y la facultad de disponer de todos ellos. Examinaban a todos los candidatos para los empleos académicos y religiosos, y recaía este examen en su fe y sus opiniones. Los predicadores y profesores existentes estaban rigurosamente vigilados y sometidos a la censura, que sólo atendía a sus ideas religiosas. Viajaban por todas las provincias, inspeccionaban los establecimientos públicos, decretaban sobre la enseñanza y los libros de texto, recomendando los que ellos mismos escribían o encomendándolos a los que pensaban bien. Aquel que no se acomodaba explícitamente a estas disposiciones, provocaba las sospechas de la autoridad inquisitorial, y se le señalaba como malpensado. A los sospechosos se les llamaba racionalistas, enemigos de toda religión y ateos. No se tardó mucho en llamarles también jacobinos y demócratas. En 1792 y 94 los decretos sobre religión y censura fueron más severos [235] todavía. Se consideraba a todo racionalista como sedicioso, y todo profesor al tomar posesión de su cargo debía jurar sobre los libros simbólicos.

2. La doctrina religiosa de Kant

En estos momentos precisamente sobrevinieron las investigaciones críticas de Kant sobre política y religión. La Crítica de la Razón práctica, que ya contiene el elemento fundamental de la doctrina religiosa de Kant, se publicó en el mismo año en que Woellner subió al poder. La filosofía crítica y con ella un nuevo racionalismo mejor fundado, se habían extendido a las más lejanas regiones del mundo científico, y se encontraban en el momento más propicio para conquistar las cátedras de las Universidades alemanas. Su íntima naturaleza era totalmente opuesta al espíritu con que gobernaba en la enseñanza el ministerio de Federico Guillermo, y que amenazaba a la libertad del pensamiento y de conciencia, no en sus extravíos y exageraciones, sino en sus mismas raíces. Una figura de tanta influencia como la de Kant y una filosofía tan poderosa como la suya debían provocar muy pronto en el campo enemigo rudos ataques y disposiciones hostiles. Una carta de Kiesewetter que fue encontrada entre los manuscritos de Kant demuestra que desde el primer día en que Wolterdorff ejerció sus funciones, había ya propuesto al rey que se prohibiera al filósofo Kant explicar cosa alguna{8}. Pero el ataque que se dirigió contra Kant no se hizo de esa manera que tanto agradaba a Wolterdorff.

Kant mismo ofreció esta ocasión al fanatismo de Berlín. Había enviado para su publicación en 1792 a la Revista Mensual de Berlín, inspirada por el racionalismo de aquella época, un trabajo sobre el «mal absoluto». Se hacía la impresión de la Revista en Jena; pero con objeto de evitar todo lo que pudiera sugerir el pensamiento de que se había querido evitar la censura y hacer una especie de fraude literario, encargó Kant explícitamente que se sometiera su artículo a la censura de Berlín. Dio Hilmer la autorización para que se imprimiera, añadiendo sin embargo para su completa tranquilidad que lo hacía «en vista de que los artículos de Kant sólo son leídos por los científicos muy profundos.» Se publicó el artículo en Abril de 1792. Poco después envió Kant al mismo periódico y con la misma recomendación su segundo trabajo sobre «La lucha del bien y del mal.» Como asunto [236] concerniente a la teología bíblica, pasó este escrito a la censura común de Hilmer y Hermes. Negó este último el imprimatur. Apoyó Hilmer a su colega y comunicó por escrito esta resolución al director de la Revista. A las observaciones de este se replicó sencillamente «que los censores no tenían otro criterio que el decreto sobre religión y que no podían dar explicaciones de ningún género.» Esto imposibilitó desde luego la publicación del artículo en la Revista Berlinesa. Pero Kant, que había publicado ya la primera disertación, deseaba vivamente hacer lo mismo con las tres siguientes que se hallaban enlazadas con la primera de un modo íntimo y directo. No había otro camino posible que dar este escrito a una facultad teológica para que lo examinara y diera el necesario permiso.

No se dirigió a Goettingen, por ser Universidad extranjera; tampoco podía dirigirse a Hallo, que había prohibido se publicara el escrito de Fichte, «Crítica de toda revelación». Adoptó el camino más corto y sometió sus disertaciones a la censura de la facultad teológica de Koenisberg. Esta votó por unanimidad la autorización, y poco tiempo después fueron publicados los cuatro estudios como obra completa y formando un solo volumen con este título: «La religión en los límites de la razón», obra que fue impresa en 1793 en la casa de Nicolovius en Koenisberg. Causó tanta sensación esta obra de Kant, que al año siguiente era ya de todo punto necesaria una segunda edición. Pero el tribunal clerical de Berlín no podía ver esto con calma, y aprovechó la ocasión por tanto tiempo deseada de tomar alguna medida contra nuestro filósofo.

El 12 de Octubre de 1794 recibió Kant esta extraordinaria orden: «Federico Guillermo, rey de Prusia por la gracia de Dios, &c., a nuestro fiel e ilustre súbdito, salud. Nuestra elevadísima persona ha visto desde algún tiempo con sumo disgusto cómo habéis abusado de vuestra filosofía para relajar y desnaturalizar muchas de las doctrinas fundamentales de la Santa Escritura y del cristianismo, particularmente en vuestro libro sobre la Religión en los limites de la Razón y en otros escritos menores. Nos esperábamos algo mejor de vos, y debéis también comprender hasta qué punto faltáis a vuestros deberes como maestro de la juventud y a mis paternales prescripciones en bien del país. Esperamos de vuestra parte en el menor plazo posible una justificación completa, y os advertimos que si no queréis caer en desgracia con nos, no incurráis de nuevo en las faltas cometidas, aplicando por el contrario todo vuestro celo y autoridad, como es deber vuestro, a que se lleven a cabo con mejor éxito nuestras paternales intenciones. En caso contrario, os atendréis necesariamente a las dolorosas consecuencias que os sobrevinieren. [237] Haceos acreedor a nuestra alta gracia. Berlín 1º de Octubre de 1794. Por orden especial de S. M., Woellner.»

Al propio tiempo todos los profesores de filosofía y de teología de Koenisberg tuvieron que comprometerse por escrito a no dedicar cursos a la filosofía religiosa de Kant.

En esta época se hallaba nuestro filósofo en la cima de sus años y de la gloria: tenía setenta años de edad, y el mundo entero glorificaba su nombre. Con ocasión de la medida de que acababa de ser víctima obró con la mayor prudencia. La guardó para sí mismo y con tanto secreto, que excepción hecha de un solo amigo, nadie tuvo conocimiento del hecho hasta que él lo propagó después de la muerte del rey. El cambio de ideas que se le pedía, era absolutamente imposible; la resistencia abierta era inútil y contraria a sus sentimientos. El único partido que le quedaba era el silencio. Sobre un pedacito de papel que se encontró entre otros después de su muerte, escribió las siguientes palabras que expresan su situación y sus pensamientos como en un monólogo: «Abdicar y desmentir una convicción interior es una bajeza, pero callar en un caso como el presente, es el deber de un súbdito; y si todo lo que se dice debe ser verdadero, no por eso es un deber decir públicamente toda la verdad.»

En este sentido respondió Kant a la carta real justificándose de los cargos que se le hacían y demostrando que eran infundados. En cuanto a la recomendación que se le hizo de emplear mejor su talento, la cumplió condenándose al silencio. Se resignó a no dar curso alguno sobre asuntos de religión. «Para evitar la última sospecha –dice al final de la carta– aseguro solemnemente y declaro, como muy fiel vasallo de Vuestra Real Majestad, que en lo futuro, así en mis escritos como en mis clases, me abstendré por completo de todo lo que se refiera a la religión, así a la natural como a la revelada.» Estas palabras, «como muy fiel vasallo de Vuestra Majestad», contienen una reserva mental muy prudente y que tal vez podrá parecer a algunos demasiado prudente. Se comprometía a callar mientras el rey viviera, y adoptó este giro con el pensamiento de que en caso de que el rey muriera antes que él, como seria entonces súbdito del sucesor, recobraría de nuevo su libertad de pensamiento. –Explícitamente lo dice él mismo en otra parte.

Los hechos, en efecto, justificaron la previsión. Kant tuvo la satisfacción de recobrar su libertad de pensar, al ocupar el trono Federico Guillermo III, con el cual reapareció en Prusia el verdadero espíritu de tolerancia. La lucha entre la razón y la fe, entre lo racional y lo positivo, crítica y precepto o como quiera llamarse, dieron lugar, de parte de los [238] teólogos, a ataques muy sensibles e injustificados contra nuestro filósofo. A él le importaba que esta cuestión se siguiera lealmente y en conformidad con lo que se debía buscar, que no era la derrota del adversario, sino el progreso de la ciencia. No era aquello un mero proceso entre la teología y la filosofía, pues bien considerada en su generalidad, la discusión alcanzaba a las relaciones de las ciencias filosóficas con las positivas, que se diferenciaban entre sí en la Universidad, según los diferentes miembros que la componían. fue tal esta lucha entre los individuos de las facultades, que casi tomaron aspecto de derecha e izquierda de Parlamento. En esta discusión intervino Kant con su escrito «La disputa de las facultades» poniendo término a aquellas divisiones de la ciencia y señalando a cada parte los límites en que podía desenvolverse. En el prefacio daba cuenta de lo que le había acontecido durante el ministerio Woellner. Tal fue el último escrito digno de su talento.

VII
Últimos años de Kant

El extraordinario genio de este hombre, fortalecido por una inquebrantable fuerza de voluntad, excitado siempre por trabajos nuevos y a cual más difíciles, se conservó siempre activo y diligente en lo posible para un cuerpo enfermizo y agobiado por los años. Pero estaba este cuerpo agotado, y las fuerzas corporales se fueron debilitando rápidamente. Apercibiéndose Kant de su propia caducidad, se había retirado, desde 1797, de su cátedra, y fue poco a poco suspendiendo todas sus relaciones con la sociedad. Desde 1798 no acudió ya a ninguna de las invitaciones que tanto le halagaban antes, encerrándose en un pequeño círculo de amigos. De día en día se limitaba más la esfera de su vida y aumentaba el peso de sus años. Sin embargo, se ocupaba todavía de un trabajo original que designaba, frecuentemente, como su obra maestra, con esa preferencia que demuestra siempre el anciano por el último hijo que tiene. Debía exponer esa obra la transición de la metafísica a la física, y él mismo la titulaba Sistema de la filosofía en su totalidad. Hasta los últimos meses antes de morir escribió en ella con toda la asiduidad posible. Es lícito dudar del valor de esta obra, de sus nuevos pensamientos, del orden y método que en ella existe, aun sin haberla leído, al considerar el estado de debilidad en que su autor se encontraba y al pensar en las conclusiones a que él podía haber llevado [239] su filosofía. No puede comprenderse qué pensamientos nuevos podían traerse dentro de una filosofía como la suya. Hombres competentes que han leído su extenso manuscrito aseguran que sólo es la repetición de sus obras anteriores con el sello de la debilidad senil. Ese manuscrito se perdió, pero ha sido hallado de nuevo. Se ha pensado en su publicación y las noticias que de él se dan confirman todo lo que se decía.{9}

Lo que verdaderamente iba destruyendo a Kant no era una enfermedad especial, sino el marasmo con todos sus achaques. Extinguíase su memoria, aletargábanse sus miembros, vacilaban sus pasos; a consecuencia de esto disminuyó sus paseos, hasta que al fin los suprimió por completo. A lo último apenas podía tenerse en pie y necesitaba del apoyo y cuidado de los otros. A todo esto se unía una constante pesadez de cabeza que excéntricamente atribuía él a la electricidad del aire, para hacer que sus sufrimientos fuesen producto de circunstancias, y no de su propia debilidad. Los sentidos fueron debilitándose, especialmente el de la vista; perdió el apetito y se puso tan débil, que no pudo ocuparse ya de sus asuntos, ni contar dinero, ni certificar sus cuentas. En su antiguo discípulo Wasianski halló por fortuna un amigo decidido que generosamente se encargó del cuidado de su casa. Kant experimentó todos los achaques propios de la senectud. El 24 de Abril de 1803 cuando ya había cumplido setenta y nueve años, escribió estas palabras bíblicas que pocos como él pueden hacer suyas: «Según la Biblia, dura nuestra vida setenta años, y cuando pasa, llega a los ochenta, y si tiene algún valor, sólo es el de la pena y el trabajo.»

No debía él cumplir los ochenta años. después de un ataque agudo en Octubre de 1803 se repuso todavía por algunos meses. Las fuerzas le abandonaban cada vez más. Ya no podía escribir su nombre y olvidaba lo escrito. Las imágenes se borraban de su espíritu; las palabras más usuales faltaban a sus labios; no conocía ya a sus más íntimos amigos, y su cuerpo, que él en broma solía llamar su «Pobreza» estaba seco como una momia. Estaba completamente harto y cansado de la vida. Al fin vino la muerte a sacarle de tan lastimoso estado, a 12 de Febrero de 1804. Si él hubiera vivido hasta el año siguiente, habría podido celebrar como docent de la [240] Universidad de Koenisberg su quincuagésimo aniversario. Fue contemporáneo y súbdito de Federico el Grande, y sentíase con razón por su espíritu hijo legítimo de esa época. El primer escrito que publicó al entrar en la carrera académica, «Historia natural del cielo», lo dedicó al gran rey. Su obra más importante, la Crítica de la Razón pura, la dedicó al ministro Zedlitz. Entre las grandes figuras científicas de la época de Federico, es él la primera y la que con mejor derecho está al lado del mariscal en el monumento de Federico en Berlín.

En el espacio de su carrera académica ¡cuántas variaciones extraordinarias en la historia del mundo! La guerra de siete años y sus gloriosos resultados, que elevaron a la Prusia al rango de las primeras potencias de Europa; la guerra de la independencia americana; las sacudidas de la revolución francesa, que en el último año de nuestro filósofo termina su primer período después de tantas trasformaciones y pasa de su última forma republicana bajo el consulado, al absolutismo del imperio. No fue Kant un espectador ocioso de todos estos acontecimientos. Después de sus estudios filosóficos, nada le interesaba tanto como la historia política del mundo. Seguía su curso con el más vivo interés. Abrazó la causa de América contra Inglaterra con la más viva simpatía, y aun con más calor se interesó por la revolución francesa. La estrella de Federico el Grande se elevaba cuando Kant comenzó sus estudios académicos, y terminaba su brillante carrera cuando Kant comenzó sus trabajos académicos, cuando Kant comenzaba la que había de recorrer. Los últimos años de nuestro filósofo vieron también levantarse la de Napoleón.

Murió antes de que la dominación extranjera cayese sobre el suelo alemán y de la guerra de la independencia. Pero el espíritu de su filosofía estaba con la causa alemana, y Kant, que con tanto interés había visto fundarse la independencia de otras naciones extrañas, hubiera sido sin duda alguna uno de los primeros en defender la libertad de su propia patria contra el humillante yugo del extranjero.

Kant tenía una antipatía decidida a la guerra como tal, y lo que particularmente excitaba su interés eran las reformas de los Estados y de sus Constituciones, hechas y basadas en ideas de justicia. Sus opiniones políticas particulares fueron determinadas en parte por los acontecimientos que él presenció, y no se interpretarán en sujeción a su particular matiz ni en sus características contradicciones si no se tiene presente la gran influencia que ejercían aquellos acontecimientos y la excesiva sensibilidad de Kant para todas estas cosas. El gobierno prusiano bajo Federico el Grande, la independencia americana, conquistada y fundada por Washington, y la [241] Francia de 1789 ejercieron gran influjo e las ideas políticas de nuestro filósofo. Sus mayores simpatías eran para el Estado de Federico, y sus antipatías para Inglaterra. Defendía con entusiasmo la idea primitiva de justicia de la revolución francesa y esta fue durante largo tiempo el lema favorito de sus conversaciones. Toda la tolerancia que tenía siempre con las opiniones opuestas a las suyas, desaparecía al tratar este último punto. La mejor Constitución para él, era aquella que a la mayor libertad uniera la legalidad mayor, pues entendía que sin esta condición no es posible justicia alguna. La revolución francesa le atraía grandemente por la idea de derecho que contenía, pero no podía menos de rechazarla por la anarquía inseparable del comienzo de una revolución.

Kuno Fischer

(Concluirá en el próximo número)

——

{8} Schubert, Kant's Biographie, f. 130.

{9} Dice Wasianski, que según el juicio de Schulze, a quien Kant enseñó el manuscrito, era ese trabajo el comienzo de una obra que no podía redactar. Últimamente han discutido sobre el asunto las Neuen-Preussischen, Provincial-Blaetter y los Preussischen-jahrbuecher. En fin, el que con más atención se ha ocupado de ese manuscrito y ha dado más noticias es Rudolf Reicke; según este, consta de cien pliegos, y respecto a su contenido están todos conformes.

 


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2004 www.filosofia.org
Revista Contemporánea 1870-1879
Hemeroteca