Revista Contemporánea
Madrid, 30 de diciembre de 1875
año I, número 2
tomo I, volumen II, páginas 195-218

J. Scot Henderson

El realismo razonado

En los dos volúmenes de que consta la obra titulada Problemas de la vida del espíritu, Mr. Lewes ha desenvuelto los principios y el método de un nuevo sistema metafísico. El fin de la filosofía es determinar o justificar los principios reguladores de los actos con que la filosofía pretende explicar la posición del hombre y sus relaciones con el universo, y por esto se dirige a suministrar una teoría satisfactoria de los hechos y leyes que son resultado de la más amplia observación y de la generalización más extensa. El intento de precisar los límites y las condiciones del conocimiento, que bajo su dirección pueden constituir relaciones positivas de los misterios de la existencia, estimula naturalmente a investigar los objetos y los fines de la vida humana, lo cual puede y debe el hombre buscar juntamente con los ideales que han de regir su vida. Cuando encontramos, pues, que Mr. Lewes, tratando de los Problemas de la vida del espíritu, procede a deducir «los fundamentos de una creencia» aceptamos la investigación como el desarrollo natural de un procedimiento en el cual el estudio de la filosofía nos guía instintivamente. El hombre, que posee una acción inteligente y reflexiva, además de la puramente instintiva del animal, no puede estar satisfecho sin una teoría que venga a recaer sobre el carácter y los fines de su vida. La filosofía de todas las edades constituye el esfuerzo consagrado a esta aspiración. Los varios sistemas de [196] filosofía que han aparecido, en cuanto se han justificado históricamente por una aceptación más o menos parcial, han sido la expresión del nivel de reflexión más alto alcanzado por su época.

El filósofo, algo más adelantado que sus contemporáneos, pero producto inmediato de su época, interpreta y presta solidez por medio de fórmulas a las abstracciones que son la expresión ideal del grado de ciencia a que ha llegado su generación. La filosofía de cualquier período, guarda siempre relación con su cultura general y alcanza influjo sobre los hombres, en tanto que suministra la manifestación teórica de las tendencias y últimos principios de esta cultura. La filosofía debe, por consiguiente, establecer «los fundamentos de una creencia» para cada generación, puesto que los hombres sienten preocupado su pensamiento por estos objetos y buscan en las generalizaciones la expresión abstracta de su experiencia.

Mr. Lewes, después de haberse ocupado en el estudio de la ciencia física y en las investigaciones incluidas ordinariamente en la metafísica, ha sido compelido a la pretensión de suministrar, como tantos otros antes que él, una teoría que satisficiera y se acomodara a las singulares exigencias de los tiempos presentes por medio de una relación estrecha con los últimos adelantos de la ciencia, proporcionando al mismo tiempo una expresión abstracta e ideal de esos resultados de la ciencia y del pensamiento. Toda filosofía, como toda teoría, no es más que la traslación de los hechos de la experiencia o de lo concreto a la esfera del pensamiento, y por esto es una construcción abstracta e ideal del pensamiento mismo. Buscando una teoría acomodada a los tiempos actuales, Mr. Lewes intenta trasladar lo sensible a lo ideal, como ha sido ya hecho por otros escritores y pensadores. No obstante, hay una peculiaridad en su objeto, como la hay en su método, por la cual se distingue de la gran mayoría de los filósofos. Para comprender lo que da la clave del carácter de su sistema, es necesario tener en cuenta en este caso el elemento personal, porque hay «una ecuación personal» en filosofía, como la hay en la ciencia en más alto grado todavía. Mr. Lewes, como Schelling, ha hecho su vida intelectual a [197] la vista del público, y ha permitido al mundo contemplar las etapas sucesivas del proceso de su desenvolvimiento psíquico. Ha presentado cada fase, según él mismo aseguraba, como la última, convencido plenamente de que era la suprema indagación que podía llevarse a cabo, porque señalaba el límite que las suyas habían alcanzado.

La que puede llamarse la primer etapa, concluía con la convicción de que el estudio de la metafísica es sutil, que sus investigaciones son vanas, excepto para el intento de señalar la debilidad moral de los hombres, mostrando cómo las más grandes inteligencias que el mundo ha conocido se hallaron envueltas en la oscuridad de sus propias creaciones, persiguiendo fantasmas y haciendo ver únicamente la ignorancia humana. Dijo que la metafísica era un edificio de ilusiones; y que el único objeto de estudiar las cosas que se hallan fuera de las facultades humanas, es dejar establecido que, en efecto, lo están. En las ediciones sucesivas de su Historia de la filosofía, en la cual se expresaron por primera vez estos conceptos, vinieron modificaciones que indicaban un cambio en la dirección del pensamiento de Mr. Lewes, y, a su juicio, refiérense a la capacidad del espíritu humano. Vio cada vez más claro que aunque la metafísica no podía, quedar establecida, era posible, sin embargo, hacer un esfuerzo enérgico para llevarla a cabo, y que sus problemas seguirían siendo insolubles para confundir el esfuerzo humano y burlarse de la impotencia intelectual del hombre, si no se trataba de abordarlos por el verdadero camino. La metafísica no puede precisarse con perfección; mas no se sigue de aquí que no pueda ser trasformada. Admitamos que sus problemas persistirán en ocultarse a nuestra vista mientras se pretenda resolverlos con el método especulativo empleado hasta aquí, pues no podrán ser abordados con el «método de la ciencia.» Lo que era ilusorio cuando se les separaba de lo que podía exponerlos bien y resolverlos, ¿no podría someterse a la investigación con ese otro procedimiento? Mr. Comte, a quien Mr. Lewes sigue en gran parte, no sólo había rechazado la ontología, sino también la psicología; pero es evidente que los fenómenos psicológicos que pueden observarse deben [198] considerarse tan reales y susceptibles de explicación como los mismos fenómenos biológicos. No se compadece, en verdad, con el espíritu de una verdadera inducción y las advertencias del método experimental el ignorar que existe una esfera de experiencia tan real y más fundamental que cualquiera otra esfera de indagación. Mr. Lewes juzgó conveniente separarse de Comte en este punto. En la última edición de su Historia de la filosofía indicó la necesidad de abordar los problemas de la metafísica con los principios del método positivo. Señaló la posibilidad de hacer lo que había visto realizado en sus Problemas de la vida y del espíritu. Comte había expuesto los principios del método positivo; Mr. Lewes aplica ahora este método a la psicología. En conformidad con él, trata los problemas de la metafísica, considerándolos capaces de ser resueltos, y especificando en este intento los que pueden reducirse a la experiencia.

El procedimiento necesita la traslación o trasferencia de las leyes o condiciones de la experiencia a sus equivalentes en las leyes morales de la psicología, y viceversa. La ciencia positiva, tratando de encontrar la explicación de toda la experiencia, no puede arbitrariamente limitar sus indagaciones a lo exterior o al aspecto objetivo, y abandonar por conveniencia lo interno o subjetivo. Estas dos esferas quedan incompletas cuando se las separa y aísla, y únicamente tomándolas juntas se consiguen en ambas resultados satisfactorios. Pero mientras los aspectos objetivo y subjetivo de la experiencia humana son de este modo inseparables y es necesario aceptarlos en sus correlaciones y examinarlos a la luz que mutuamente se prestan, adviértese que el aspecto subjetivo, como ha sido presentado hasta aquí por los metafísicos, contiene una serie de conclusiones y construcciones abstractas que es imposible someter a la verificación de la experiencia. Mr. Lewes llama a estas el elemento metempírico, y lo declara eliminado de la ciencia, que se alimenta con lo restante. En los problemas de causa y efecto, fuerza y materia, tiempo y espacio, relaciones del alma con el cuerpo y otros, hay elementos que pueden ser clasificados y verificados por la experiencia; mas existen otros que la experiencia no [199] verifica ni puede verificar, y que se refieren a interferencias o juicios suprasensibles, que la ciencia del método positivo no puede aceptar. La trasformación de la metafísica, para que pueda ser tratada como ciencia, consiste, según esto, en excluir esos elementos con el objeto de trazar el orden y relaciones, y si es posible explicar la formación y resultados de los otros, los cuales pueden ser reducidos en último resultado a la experiencia sensible.

El primer efecto que produce en aquel que estudia la filosofía el sistema ofrecido por Mr. Lewes a su consideración como explicación de toda la realidad, no puede menos de ser satisfactorio. Hay un gran adelanto sobre las anteriores exposiciones en lo que toca a la experiencia. Mientras Mr. Lewes se adhiere estrictamente a la experiencia como Alpha y Omega de la indagación, y denuncia el método metafísico o especulativo, acusa de buscar las soluciones de los problemas metafísicos por otros medios que los de la experiencia, ensancha sin embargo la categoría de lo que hasta ahora ha sido considerado como experiencia. Los resultados de la experiencia tienen un origen sensible, y todo lo que no pueda ser verificado por la sensación es inaceptable.

La sensibilidad, según esto, o la sensación es la que regula la investigación; pero el espíritu de cada hombre no es una pura tabula rasa en la cual se reflejan las impresiones de fuera. El espíritu es activo en el proceso y coopera a la producción de sus propias sensaciones y percepciones. Además, la inteligencia tiene en su estructura condiciones de sensación y de idealidad, las cuales, resultado a su vez de anterior experiencia (no individual, sino de raza), recaen sobre el material de la sensación y determinan su forma y carácter. Hay, pues, un elemento a priori en la inteligencia humana, o sea la facultad de formar percepciones y conceptos; porque su estructura ha sido modificada históricamente por la experiencia anterior del organismo social, del cual el individuo forma parte. Mientras niega que existan formas de sensibilidad o de pensamiento, «trascendentales» en el sentido kantiano del término, Mr. Lewes se siente impulsado a admitir la realidad de formas o tendencias de pensamiento en la experiencia del [200] individuo, teniendo en cuenta que no puede negarse que la función se halla determinada por la estructura y la estructura se ha formado mediante una evolución histórica, en la cual la experiencia social ha ido modificando gradualmente su forma y su carácter. Mr. Lewes conviene de este modo con Kant y las escuelas idealistas en aceptar el hecho de la existencia de un elemento a priori en el conocimiento y en la sensación, mientras difiere de ellos en lo que se refiere a la formación de este elemento. Como él dice en una de sus explicaciones: «El organismo heredado puede estar predispuesto a producir tonos de cierto carácter, pero la música que resulta depende necesariamente del instrumentista.» Hay una aptitud heredada que representa una modificación de estructura por medio de la cooperación de ciertas influencias externas sobre el organismo.

Las influencias externas cuando obran constantemente producen una disposición a responder en ciertos particulares sentidos más que en otros a los estímulos exteriores que operan sobre los sentidos y la inteligencia. Tenemos aquí una doctrina de las «ideas innatas» en una forma que corresponde a la de Kant, salvo que mientras Mr. Lewes busca su explicación en la esfera biológica, el sabio de Koenisberg la deriva de un origen trascendental. El organismo social, obrando de generación en generación y afectando gradualmente a las funciones por las modificaciones que lleva a cabo en la estructura, ocupa el lugar de las antiguas hipótesis espiritualistas; pero «todos los hechos de conciencia, todas las maravillas del pensamiento» quedan aceptados por una y por otra teoría. Las antiguas hipótesis sensualistas que trataban de explicarlo todo por las «sensaciones trasformadas», no tenían en cuenta para nada estas maravillas y fabricaban la experiencia separándola del pensamiento, sin el cual ni la sensación ni sus trasformaciones pueden efectuarse. Un estudio atento de la experiencia nos muestra el pensamiento (como facultad de combinar) y la sensación; pero estos no son dominios aislados, sino que deben estudiarse en relación con la experiencia acumulada de la raza, la cual ha ensanchado su esfera de acción, modificando la estructura de los órganos. [201]

Se ha dado, pues, una inmensa extensión a la esfera de la experiencia, que se hizo histórica en vez de individual y que admite ya facultades para la construcción ideal indispensable para hacer progresos en el conocimiento y alcanzar la certeza en la ciencia. La introducción de un elemento activo cooperando con la pasividad de la sensación a explicar la experiencia, necesitaba un cambio en la manera de considerar los fenómenos externos que estimulan nuestra actividad. Ya no puede admitirse la noción común de que los fenómenos se hallan regulados por leyes, en el sentido de que los hechos particulares están determinados por los hechos generales. Las leyes no tienen tal poder. No son más que nuestras concepciones del proceso de la naturaleza, o del orden en que los fenómenos coexisten y se suceden. Es preciso, en verdad, que tengan una correspondencia objetiva; en otros términos, es preciso que los conceptos que formamos del orden natural simbolicen un orden externo y positivo que existe siempre. Los conceptos no son las leyes en su existencia exterior, sino sus equivalentes racionales, así como la percepción que hacemos de un objeto de la naturaleza no es la percepción exacta del objeto, sino la expresión de lo que tiene lugar en nuestra conciencia cuando el objeto esta presente. Sin embargo, los conceptos y las percepciones, aunque construcciones lógicas que sólo tienen existencia ideal, reposan sobre una realidad externa, diversificándose a medida que esta se diversifica. El orden de las cosas se simboliza en el orden de los pensamientos, que debe poder verificarse en último resultado, reduciéndolo a datos de la experiencia sensible. Si las construcciones subjetivas no pueden comprobarse por medio de la experiencia, podemos afirmar que serán arbitrarias; porque su idealismo no tendrá un realismo correspondiente. Teniendo esta base, y en cuanto son productos de nuestras facultades intelectuales o racionales, el sistema de que forman parte se denomina «Realismo razonado». Bajo este sistema la ciencia, como observación de los hechos externos y descubrimiento del orden natural de los fenómenos y su manera de relacionarse, se halla idealizada: sus doctrinas forman un cuerpo de construcciones lógicas o racionales. Las leyes y los [202] hechos pertenecen ciertamente a estas construcciones, pero todas ellas descansan en los fundamentos de la experiencia sensible, a la cual, en último resultado, pueden ser reducidas. Si hallamos algunos elementos o factores que no puedan ser reducidos al origen sensible en nuestras construcciones lógicas o ideales, es necesario que sean, según Mr. Lewes, trascendentales o metempíricos, y por esto deben excluirse para que el resto pueda ser sometido al análisis bajo el método de la ciencia positiva. Tengan o no correspondencia en la realidad estos elementos llamados metempíricos o suprasensibles, necesitan siempre una explicación metafísica. En cuanto a la metafísica así comprendida, Mr. Lewes supone que por primera vez se le aplica ahora un procedimiento aplicado consciente o inconscientemente por los hombres de ciencia en todas las indagaciones fecundas. No pretende haber dado origen a la idea de hacerlo, sino expresarla definitivamente por la primera vez en sus principios y desarrollos, y mostrar cómo la metafísica debe estar basada sobre los hechos, y sus problemas resueltos por medio de los principios de la experiencia. Aplicando el método de la ciencia a todas las cuestiones filosóficas, espera que Inglaterra tendrá una filosofía nacional y cosmopolita como no la ha tenido hasta ahora. Ha tenido ciencia, poesía y literatura; pero a despecho de los filósofos y pensadores que hicieron época, tales como Locke, Hobbes, Berkeley y Hume, no se ha llevado a cabo hasta aquí ningún intento notable para dar una concepción del mundo, del hombre y de la sociedad levantada en armonía sistemática de principios. Ensayos, no sistemas se han producido tan solo hasta ahora, y hoy por vez primera Mr. Herbert Spencer se halla realizando el propósito de fundar una filosofía. La Alemania ha llevado ventaja a Inglaterra, porque tiene adquirido desde hace mucho tiempo el hábito de filosofar; pero ha querido construir la filosofía con un método falso. El verdadero método, que es el de la ciencia, o el procedimiento positivo, fue primero reducido a sistema por Comte. La misión del porvenir consiste en extender y perfeccionar esta doctrina. «Las siguientes páginas, dice Mr. Lewes, están animadas por el deseo de extender los procedimientos positivos a todas [203] aquellas cuestiones que hasta aquí han sido ignoradas o se ha creído que no podían incorporarse a las doctrinas positivas.» Lo que Kant trató de hacer cuando quiso reducir la metafísica a las condiciones científicas, juzga Mr. Lewes que puede intentarse ahora en condiciones favorables. ¿Cuáles son estas condiciones? La contestación a esta pregunta se presenta pronto por sí misma. Es preciso que renunciemos a resolver lo insoluble. Es preciso eliminar en todas partes los elementos metempíricos, y en vez de querer saber el por qué de las cosas, debemos quedar satisfechos con mostrar cómo las cosas son. Con objeto de orientarnos en la eliminación de todo lo metempírico, es muy conveniente encontrar las reglas para filosofar, a que debemos amoldar nuestros esfuerzos. La filosofía es la armonía de lo concreto y lo abstracto, y es preciso que busquemos en los principios psicológicos la clave de la explicación positiva de los fenómenos de la conciencia. La psicología suministra el material de la experiencia; y por consiguiente, de la ciencia, cuyos principios deben guiarnos al conocimiento de la realidad. Los principios psicológicos son los que dan la base para las sucesivas indagaciones de la obra de armonizar lo concreto y lo abstracto, y de mostrar sus mutuas relaciones. Mr. Lewes juzga que el realismo razonado debe considerarse como el resultado de los principios psicológicos aplicados a la gran cuestión metafísica referente a la realidad externa.

Antes, sin embargo, de que abordemos esta cuestión, que constituye uno de los problemas de la metafísica que deben ser tratados con el método positivo, es necesario establecer con más precisión los límites en que es posible filosofar. «Los límites del conocimiento» es, por lo tanto, el primer problema que Mr. Lewes aborda, y va seguido por el problema de los «principios de la certidumbre» a propósito del cual se trata del método y de los resultados de nuestro procedimiento subjetivo, de las leyes de la inteligencia y de la razón y de los servicios que prestan para llegar al conocimiento. Encontrados ya los principios de la certidumbre, los aplicamos a la experiencia en el Problema III «de lo conocido a lo desconocido», y en esta sección se consideran el valor y los resultados [204] del razonamiento en sus varias manifestaciones de inducción, deducción y reducción. El Problema IV, aplica los principios que se acaban de obtener a la explicación de la «fuerza y la materia», su naturaleza y mutuas relaciones, y esto mismo se hace con respecto a la «fuerza y la causa» en el Problema V, y finalmente, en el Problema VI, «lo absoluto en sus relaciones con la sensibilidad y el movimiento» aparecen los últimos resultados del sistema de Mr. Lewes en su aplicación a la existencia, ofreciéndosenos una exposición de los principios fundamentales de su metafísica en sus correlaciones generales. En un volumen que más tarde verá la luz se tratarán otros problemas con los mismos principios que han sido aplicados en este método; sin embargo, se ha desenvuelto lo bastante en los dos que se han publicado ya, para que podamos juzgar el carácter y las consecuencias del sistema.

De Mr. Lewes puede decirse que es el primero que ha intentado aplicar sistemáticamente los principios del método positivo a los problemas de la metafísica; pero hay que tener presente que, llevando a cabo esto, no ha hecho otra cosa que amplificar y dar mayor precisión a lo que ha sido descubierto por otros. Como sucede en toda filosofía digna de este nombre, el schema de Mr. Lewes interpreta y trata de aplicar los principios que puede decirse existen «en el aire» como resultado de una tendencia general inseparable del más alto grado de cultura de la moderna sociedad. Es fácil esclarecer esto, con palabras de una obra reciente. Cada fenómeno, y en último resultado la naturaleza, dice el profesor Lazarus, es un gran hecho, cuyas relaciones o resultados pueden ser sometidos a la observación, y cuyas conexiones se hallan determinadas por leyes invariables. El fin de la ciencia es conocer estas leyes o estos modos de interconexión. La ciencia natural se dirige a expresar en pocas palabras el resultado de todas las operaciones de la naturaleza o de las fuerzas naturales. Este principio es común a toda ciencia positiva. Toda proposición que no pueda ser reducida mediante el análisis a un hecho general o particular, no tiene un significado real e inteligible. «Cada ley expresa un hecho general, y la única explicación adecuada de una ley consiste en mostrarla subordinada a una ley más alta [205] y general.» El mismo escritor pone en parangón la idea positiva del espíritu con la metafísica. Lo que para la última es la abstracción vacía de un centro único, es para la otra el compuesto de las energías y capacidades que un organismo presenta. El alma, la personalidad espiritual, o el Ego, son los nombres que expresan la suma de funciones psíquicas de un individuo.

El centro propio de la existencia se siente mucho mejor que se piensa, y pensarlo es lo que la metafísica pretendió hasta ahora. En oposición a la idea abstracta de igualdad, defendida por los psicólogos franceses, el profesor Lazarus establece la distinción en la capacidad de desenvolvimiento individual, el cual varía según la distinta e innata constitución de las funciones físicas o de los órganos, en las razas y en los individuos. Pero mientras la variedad de funciones se halla determinada por las modificaciones de estructura, las causas de los fenómenos producidos mediante la acción de la estructura y de las influencias externas, son inexplicables. La razón de que las ondulaciones del aire se sientan unas veces como sonido y otras como color, es desconocida; pero nosotros sólo tenemos que ver con el cómo y no con el por qué de las cosas. La existencia de un fenómeno, o lo que es lo mismo, de nuestra percepción de un fenómeno, debe considerarse como un hecho; todo lo que podemos hacer es buscar las leyes de su interconexión. La sensación y la intuición no son mera pasividad, nos dice el profesor Lazarus, sino una aprehensión activa por medio de la cual lo que se aprehende se aísla de todo lo que le rodea. No podemos separar la observación y la reflexión; el espíritu es a la vez activo y pasivo, aunque en el tejido interno de los conceptos y de los pensamientos lo mismo que en las relaciones entre el mundo externo y el hombre, prepondera unas veces lo activo, otras lo pasivo. La sensibilidad y el movimiento, la receptividad y la producción, la influencia del mundo sobre el hombre y la del hombre sobre el mundo, las relaciones teóricas y prácticas, todo está fundado y representado en el dualismo del sistema nervioso, en el círculo de las influencias centrípetas y centrífugas. Es preciso que no se perturbe la conexión interna. Su unidad, el [206] modo de su unión, la fuerza y la dirección de la vida y del esfuerzo interno componen la individualidad, que se difunde como un color peculiar sobre toda la actividad psíquica. Los primeros elementos de la vida espiritual son las sensaciones inmediatas producidas en nosotros por el mundo exterior. El movimiento del espíritu comienza con ellas y a ellas vuelve con el objeto de asegurar un punto fijo y material para los nuevos desenvolvimientos de su actividad. El pensamiento jamás puede negar su origen sensible, ni decir que se halla completamente separado de la sensibilidad. Desprende las más elevadas ideas y las leyes más generales del creciente caudal de la experiencia que surge de la percepción sensible y que puede confirmar su verdad por el hecho de que están demostradas con ejemplos concretos en la realidad. Cada distinta representación se encuentra acompañada de algún elemento que pertenece al sentido. Tan sólo ideas muy simples y directas serían posibles sin el lenguaje.

En el ejemplo de un sordomudo, el lenguaje está representado trabajosamente por signos con objeto de hacer posible un grado psíquico más alto, y rara vez vencen su poca inclinación a pensar. Únicamente por medio del lenguaje reciben precisión y claridad los conceptos indefinidos y las ideas abstractas. La importancia del lenguaje es, pues, muy grande como medio de educar y desarrollar las facultades de la inteligencia. Mas el cultivo del lenguaje, como el de la inteligencia, no es obra del individuo sino de la evolución colectiva de la humanidad. Los más complicados fenómenos y manifestaciones de la vida son, según esto, sociales, y son tan solo posibles en un medio social. Verdad es, que para conocer las leyes de la sociedad, es fuerza conocer al individuo, por lo cual la antropología es el fundamento necesario de la sociología. Porque la sociedad está compuesta de individuos, y todo tiene lugar por la acción combinada de estos. Sin embargo, el conocimiento de la naturaleza humana en su manifestación colectiva, es esencial para el del individuo, cuyos más elevados desenvolvimientos sólo son posibles en la organización social. Es preciso que haya cierta predisposición en el primero, aunque esta predisposición haya sido [207] grandemente alterada y modificada por la experiencia histórica de la raza; pero hay muchas cosas en el individuo que sólo puede aparecer en el organismo social. El hombre se hace hombre en sociedad. Los elementos morales e intelectuales de su naturaleza sólo se desenvuelven en ella; por consiguiente, si el estudio que hacemos de ellos se limita al individuo, será este estudio del todo incompleto. Las leyes de estos fenómenos no se deducen de la solidaridad individual, sino que pertenecen a la sociología.{1}

Hemos parafraseado y condensado las opiniones del profesor Lazarus, de modo que pueda verse hasta qué punto corresponden a las que Mr. Lewes nos expone en sus «Problemas de la Vida y del Espíritu.» El mismo método –el positivo– es común a entrambos, y ambos buscan en la experiencia (la cual en sus primeros rudimentos es sensación) la fuente de toda verificación. Ambos afirman la unión de los elementos activos y pasivos en la sensación y percepción, y ambos encuentran el campo en que es posible extender nuestro conocimiento más allá de lo que comunica inmediatamente la sensación, lo extra-sensible, en las relaciones sociales del hombre , esto es, en la humanidad. La lógica de la sensación, como Mr. Lewes llama a la parte puramente sensible de nuestra experiencia, la cual es común a hombres y animales y puede ser explicada por la fisiología, se sustituye por la lógica de los signos, que se hace posible por el lenguaje y sólo puede deducirse de la experiencia del organismo social en la humanidad. Ambos convienen en negar la existencia de un fundamento en la experiencia para el conocimiento de una esfera suprasensible, y ambos afirman que el pensamiento y la conciencia, lo ético y lo intelectual son productos de los elevados desarrollos del animal cuando cede a los impulsos sociales. Ambos todavía consienten en que las facultades de la inteligencia y de la sensibilidad tienen su común raíz en el organismo individual, modificado por las influencias externas y recibiendo tendencias y predisposiciones definidas mediante la [208] experiencia acumulada de la raza. Así explicadas, la inteligencia y la sensación encuentran objetivo para sus más altos desenvolvimientos en el organismo social de la humanidad.

¿De qué manera, puede preguntarse, ha suministrado Mr. Lewes algo nuevo, o ha hecho algo más que desenvolver con mayores detalles los principios comunes a todos los que han aceptado el método positivo para la indagación de los fenómenos psicológicos y sociológicos?

Mr. Lewes ha hecho, en verdad, esto último; pero ha hecho más. Él ha sido quien aplicó el método positivo a los fenómenos de la psicología y de la sociología más sistemáticamente que ningún otro escritor moderno, excepto Mr. Herbert Spencer, y además ha tratado de dilucidar dentro de su escuela una serie de problemas metafísicos que el método positivo había considerado siempre insolubles. El profesor Lazarus, por ejemplo, se satisface con el hecho de la sensación, con su correlativa percepción, como resultado del estímulo aplicado por los fenómenos externos a ciertas capacidades definidas de función, las cuales dependen de la estructura. El hecho de la cooperación de los elementos objetivo y subjetivo era todo lo que podía asegurarse, o lo que juzgaba necesario explicar. Mr. Lewes no se satisface con esto. Pretende examinar las relaciones precisas entre los dos elementos, con objeto, si es posible, de trazar el modo de su correspondencia y resultados. Tan escrupulosamente como el profesor Lazarus, se abstiene él de preguntar el por qué de las cosas; más penetrando en las raíces de nuestra experiencia, aspira a descubrir exactamente el cómo de su construcción y constitución en último análisis, en los elementos de la sensación. Verifica el examen detallado del proceso del pensamiento, el cual, aunque identificado en último término con la sensación, es, por su aspecto activo, una serie continuada de percepciones y conceptos individuales, cuyo principio es la manifestación del resultado o convergencia de las múltiples actividades psíquicas.

En todo proceso psíquico existe un triple movimiento, y como la sensación, el pensamiento y la moción (con sus equivalentes objetivos-trabajo del sentido, trabajo del cerebro y trabajo del músculo) cooperan en distintos grados de [209] energía a cada estado mental, cada uno de estos estados es una función con tres variaciones. A cada proceso sensible corresponde un proceso nervioso, y la lógica de la sensibilidad es la expresión de las sensaciones comunes al hombre y a los animales. Así como la biología sólo puede ser estudiada verdaderamente en las relaciones del organismo y del medio externo, así la psicología sólo puede estudiarse en las relaciones de la inteligencia y de las condiciones sociales.

La lógica de los signos, que mediante la actividad de la inteligencia extiende nuestro conocimiento a lo extra-sensible, comercia con estas relaciones, y nuestro conocimiento más elevado no se verifica por medio de los sentidos, sino a través de lo que Mr. Lewes llama «evolución psicológica de la materia sociológica.» El resultado de tal proceso es una serie de construcciones lógicas o intelectuales fundadas en último término sobre la intuición del sentido, pero extendidas y amplificadas mediante la facultad de agrupar que es distintiva de la inteligencia, hasta que tenemos un cuerpo de construcciones ideales, que son resultado directo de la abstracción levantada sobre el dato sensible. La sensación y la abstracción son ciertas, porque ambas se dan de una manera intuitiva y se hallan sometidas a la unidad por el procedimiento de la inferencia, el cual es la región intermedia en que caben la duda y el error. Mr. Lewes nos muestra que la ciencia, a la manera de la ficción y la poesía, hace uso de la imaginación; mas las ficciones del pensador, a diferencia de las del poeta, «se construyen con obediencia a rigurosos cánones y se hallan amoldadas a la acción de la realidad, dos condiciones que no se encuentran en los poetas y en los metempíricos.» La ciencia es ciertamente tan ideal «que confía abiertamente en datos que no son verdaderos sino dentro de su exclusiva esfera de abstracción.» Sus construcciones simbolizan algo real, pero no lo puede probar. Las leyes de la ciencia son tipos creados por la imaginación científica, «la cual convierte los elementos de la observación concreta en abstracciones, desembarazándose para ello de todos los elementos particulares que la perturban.»

¿Cuál es, pues, se puede preguntar ahora, el mundo real de [210] la existencia externa que suministra los estímulos a la sensación y a la percepción, y cuál es el proceso intelectual o ideal que a través de las hipótesis hace que podamos extender nuestro conocimiento con ayuda de la abstracción? El mundo que nosotros conocemos es el mundo de nuestra propia experiencia, y toda experiencia es en último término resultado de la sensación. No se halla en la experiencia la prueba de la existencia actual, porque nuestro mundo de la experiencia está edificado sobre la abstracción en una serie de construcciones ideales. Todo lo que conocemos es el mundo o la existencia como se encuentra amoldada y modificada por nuestras facultades internas, pero este mundo es real para nosotros desde el momento en que tiene sus raíces en la intuición. Nuestro conocimiento, aunque relativo, no es deficiente, y por eso Mr. Lewes puede denominar a su concepción filosófica de la existencia un sistema de Realismo razonado. ¿Es posible para nosotros alcanzar por medio del análisis algunos elementos últimos, de los que podamos decir que existen como aparecen, y aparecen como son? Teniendo presente que todas las leyes y términos científicos, que todos los nombres de procedimientos generales, y hasta todos los conceptos que se desprenden de las sensaciones individuales, son construcciones o creaciones abstractas, ¿podemos colocar nuestras manos sobre algo, ya pertenezca a la esfera subjetiva, ya a la objetiva, de lo cual podamos afirmar la permanencia, que no sea un elemento variable en el flujo universal que resulta de la idea del universo, tal cual la presenta el Realismo razonado? Nosotros conocemos únicamente las relaciones de lo objetivo y de lo subjetivo, y los términos de estas relaciones se presentan a nosotros como términos de los problemas que la metafísica está llamada a resolver. Mr. Lewes resuelve los problemas, identificando los términos. El principio de equivalencia, que es el instrumento del razonamiento, es el medio por el cual extendemos nuestro conocimiento y ensanchamos la esfera de nuestra experiencia. Por consiguiente, todo lo que nuestro razonamiento puede llevar a cabo es establecer la equivalencia o identidad de aquellos elementos que parecen opuestos e irreconciliables cuando se presentan. Observamos [211] que él identifica, para mostrar su equivalencia, la fuerza y la materia, la fuerza y la causa, y que en último resultado las correlaciones de la sensación y de la moción, que son los aspectos subjetivo y objetivo de la misma realidad y constituyen la existencia actual, son lo absoluto. La suma de existencia siempre es constante, y sus fenómenos son las fluctuaciones de los elementos componentes, pasando de una forma a otra y conservando, sin embargo, la identidad por medio de su equivalencia y correspondencia. La sensación es el último límite del aspecto subjetivo y la moción el último del aspecto objetivo. Estas son las únicas realidades permanentes en el universo, y la ciencia expone sus relaciones en términos ideales, los cuales simbolizan, aunque no prueben, la realidad. El Realismo razonado es, pues, una filosofía de identidad (o la filosofía de la identidad). De todo lo que hemos dicho aparece que el sistema metafísico de Mr. Lewes descansa sobre una hipótesis física, la identidad de la suma de la existencia; es decir, la indestructibilidad de la fuerza. Todo lo que las leyes del pensamiento y los procedimientos de la razón hacen, es afirmar y dar extensión y variedad a estos principios fundamentales. La suma de la existencia es siempre la misma, y cuando nos representamos las partículas moleculares de que se halla compuesta y sus mutuas relaciones en la fuerza que produce los cambios, atendemos únicamente a la existencia que se nos revela por los datos de la sensación, bajo dos distintos aspectos: el estático y el dinámico. Los átomos o últimos elementos en que descomponemos las moléculas no son reales para los sentidos, sino puramente ideales. «No pueden presentarse a los sentidos –dice Mr. Lewes– pero se presentan a la intuición, y son vistos por la inteligencia, no como reales, sino como postulados lógicos, símbolos que sirven para el cálculo.» Siendo, como se ve, todas las cosas reductibles en ultimo término a sensación y moción, cuya expresión ideal, como los átomos, no es real, sino un postulado lógico o intuición, tenido inmediatamente como cierto, puede preguntarse: ¿de dónde viene el principio de la diversidad, el cual, después de demostrada la identidad o equivalencia de los aspectos o fases, separadas de la norma de existencia, [212] introduce variedad y movimiento y una fecunda distinción? Refiriéndola a los dos aspectos, objetivo y subjetivo, parece que Mr. Lewes afirma la identidad sin probarla; se desliza a través de todas sus construcciones y análisis experimentales dentro de los límites de la sensación, cuyas construcciones se ha dicho con verdad que son una descripción y no una explicación de los fenómenos –una representación del contenido de la experiencia bajo los símbolos de la sensación– que iguala los dos aspectos, interpretando el uno con el otro y trasfiriéndolos constantemente. Por ejemplo, la teoría de Mr. Lewes de la función, es tan sólo la afirmación de la identidad de lo explícito y de lo implícito. Lo que se necesita en un lado se toma del otro. Los platillos de la balanza están en el fiel porque se hallan igualmente cargados. Se dice que la inteligencia con todas sus facultades no es otra cosa que una función, del organismo, cual obra bajo ciertas condiciones; pero también se declara que la función es la capacidad de producir lo que la inteligencia con sus varias y ricas facultades produce mediante ciertas excitaciones externas. Todo lo que la inteligencia llega a ser, todo lo que se desenvuelve explícitamente, se supone que se encuentra implícitamente dado en el universo y que espera únicamente condiciones adecuadas para manifestarse. Si la sensación se considera, pues, como un poder de diferenciación activa y la sensación y el pensamiento son una misma cosa, ¿qué es esto sino nivelar los platillos de la balanza, colocar en la sensación implícitamente (en potencia) lo que ha de manifestarse después explícitamente? Del mismo modo, la esfera objetiva de la existencia, en que la fuerza y la materia, las moléculas y sus facultades de cambio, interrelación e interacción, en suma, todo lo que existe se considera identificado eternamente consigo mismo, contiene elementos o poderes de diferenciación que producen la fluctuación y la variación y las manifestaciones de las variedades infinitas del proceso. La cuestión que por último surge puede formularse así: ¿es esto una explicación filosófica o es puramente una descripción hipotética?

Con objeto de poder aceptar la teoría de Mr. Lewes de la sensación y la moción como lo Absoluto, eternamente igual [213] e idéntico a sí mismo y capaz de desenvolverse en innumerables variedades, es preciso que nos convenzamos de que la fase objetiva, fuerza y materia, o los aspectos estático y dinámico de la existencia son capaces de dar la razón de sus propios fenómenos, y por otra parte de que la sensación y el pensamiento son capaces de agotar y explicar todas sus condiciones peculiares en la experiencia. Mr. Lewes alteró la forma del antiguo problema sobre el origen de los elementos a priori del pensamiento o conocimiento, sosteniendo que toda intuición debe fundarse en una experiencia anterior, y que los elementos a priori que existen indudablemente en el pensamiento del individuo se deben a la influencia del medio social, a la experiencia de la raza, y que efectivamente existe un elemento a priori que se da histórica, no trascendentalmente. Esto sin duda ninguna dará la clave para muchas cosas de la experiencia intelectual que han sido atribuidas por los metafísicos a un origen más elevado. Pero puesto que en el constante regreso de la experiencia a sus condiciones existe necesariamente un vacío, es fuerza que exista una fase de la experiencia cuyas condiciones se presumen, no se conocen. Mr. Lewes se esfuerza en probar que los elementos a priori en las proposiciones matemáticas dependen y se derivan de la experiencia hereditaria; pero la experiencia más elemental, ¿no implica algo en el pensamiento que se halla fuera de lo que la sensación suministra? El método para probar esto es comparar las formas rudimentarias de la sensación y del pensamiento. Nos es imposible entrar de lleno en esta cuestión; mas al tratar de la formación de nuestros conceptos en la comparación de los diferentes objetos hay un dato general que sólo se reconoce por el pensamiento, el cual es un supuesto indispensable de toda generalización que no puede reducirse a una sensación pasiva.{2}

El pensamiento es una facultad de generalización y opuesta como tal a la pasividad de la sensación singular. El elemento suprasensible o metempírico que Mr. Lewes elimina está [214] presente en el pensamiento mismo, el cual en su actividad no puede ser reducido a una pura identidad con la sensación. Cierto es, sin duda ninguna, que las esferas sensible y extrasensible de la experiencia, a las cuales Mr. Lewes se limita, constituyen todo el mundo del sentido; pero la pregunta que está por contestar es si no existe otro mundo sin el cual mucho de lo que entra dentro de la esfera de los sentidos no tiene explicación. Se necesitaría tiempo para responderla satisfactoriamente; pero puede aventurarse esta cuestión: ¿está autorizado Mr. Lewes para negarlo, cuando ha sentado la doctrina de que tenemos que aceptar los postulados lógicos que se conocen solamente por el pensamiento o por abstracciones que son por consiguiente las revelaciones del mismo pensamiento, y que no pueden hallarse en ninguna esfera de la experiencia sensible? No vemos en dónde pueda trazar la línea divisoria cuando admite la validez de nuestra noción de lo infinito, aunque esta pueda no tener base en los sentidos (vide p. 430, vol. II). La noción de lo infinito como cantidad es desechada por Mr. Lewes, que conviene con Hegel en considerar la mente o el pensamiento como infinito, pues aquel es un símbolo abstracto que significa «una operación o cantidad.» Del mismo modo, el sujeto lógico que comprende todo grupo de predicados o atributos –es como la sustancia que yace bajo los fenómenos– la unidad inteligible que agrupa los elementos particulares. En todas las operaciones del pensamiento está contenida implícitamente esta concepción de sustancia implícita, aunque no explícitamente; pero es evidente que no tiene su raíz o equivalente en los sentidos. El poder de sustantivar las abstracciones, que es una de las aptitudes fundamentales del pensar, y sin la cual nuestro universo de sensaciones o sentimientos, aislados y distintos, fuera un mundo de exterioridades, sin contenido, es esencial en el sistema de Mr. Lewes. Pues ¿cómo puede reducirse esto a lo sensible? La misma pregunta podría hacerse con respecto al principio de equivalencia o identidad, a que Mr. Lewes reduce la causalidad y sin el cual no podría alcanzarse ningún progreso con su sistema. Lo mismo sucede también con los axiomas matemáticos; pero en otro artículo discutiremos este punto. Mr. [215] Lewes aduce que, al reducir los axiomas matemáticos a un génesis empírico, ha destruido los pilares del templo de los metempíricos, y si él ha conseguido referir la universalidad y la necesidad a un origen empírico, preciso es admitir que la jactancia está justificada. Pero todas estas leyes o modos de pensar envuelven cierta determinada constitución del pensamiento mismo, en la cual descansan: constitución de que sólo parcialmente podemos darnos cuenta con ayuda de la experiencia hereditaria. Extiéndanse estas experiencias todo lo posible y habrá necesariamente un punto en que el pensamiento se ha de ver obligado a dar cuenta de sus propias condiciones o en que el sentimiento –si ha de identificarse con el pensamiento– necesita justificarse como estado pasivo y como capacidad de lo activo, agrupados bajo condiciones específicas. Mr. Lewes no ha logrado demostrar cómo debe resolverse este misterio, y cómo las leyes del pensamiento originadas en sí mismo determinan la naturaleza y capacidad del mismo pensamiento. Si, no obstante, se asume tal poder de producirse y regularse en cualquier grado del desarrollo de la experiencia, necesitamos garantizar la palanca con que el idealista cree que puede levantar el universo.

Aunque dentro de los límites restantes es imposible tratar de un modo conveniente la gran cuestión del origen del conocimiento y su influencia y alcance en las escuelas opuestas de sensualismo e idealismo, necesitamos decir como de pasada una palabra sobre la controversia que Mr. Lewes fielmente describe como caballo de batalla del metafísico. Quede de una vez sentado que el pensamiento, con todas sus consecuencias, tiene su origen en el sentido solamente: las columnas del templo han sido derribadas, y la ruina no tardará mucho. Por otra parte, si Mr. Lewes, con intención de reivindicar la metafísica trasformándola, no ha podido dar cuenta, por la experiencia del individuo o de la raza, de todos los fenómenos encontrados en la conciencia, necesario es igualmente reconocer que ha fracasado. Es preciso reconocer que gran parte de la vida filosófica del difunto Mr. Mill fue dedicada a la empresa de resolver el problema que ha venido a ser también la pesadilla de Mr. Lewes. Convencidos estamos de que si [216] alguna vez se ha de conseguir trazar desde sus primeras formas el origen puramente empírico del pensamiento, del conocimiento y del sentimiento, será en la dirección en que trabajan Mr. Lewes y Mr. Spencer. Mr. Lewes y los que como él piensan, alegan el origen empírico del pensamiento; pero dicen que no hay necesidad de limitar la experiencia a la vida del individuo. Cualquier número de generaciones puede, añadiendo, su cuota a ciertos modos de pensar y sentir, engendrar al fin tendencias instintivas en el individuo que respondan a los elementos a priori que en el hombre se encuentran.

Al abandonar Mr. Lewes el desesperado intento de probar que las formas y elementos del pensar, tales como nacen con el individuo, podían haber sido desarrolladas según su naturaleza sin una experiencia más rica y amplia que la individual, da a entender muy particularmente que la necesidad y la universalidad no nos son dadas por medio de los juicios empíricos formados en determinados límites. Mr. Lewes, en consecuencia, busca auxilio entre las nieblas de un largo pasado. El tiempo viene a ser su Dios. ¿Hay cosa que no pueda llevarse a cabo, la demolición del pensamiento mismo inclusive, por medio de «cortas jornadas y largos períodos?» El problema no consiste en saber lo que Kant entendió o dejó de entender, sino en averiguar si la noción de la experiencia acumulada explica aquellos elementos del pensamiento, ante los cuales, el investigador, durante largo tiempo y hasta hoy, cuando contemplaba al individuo quedaba confundido o tenía que abandonar el campo confesándose derrotado. Mr. Lewes, en realidad, no se ha desembarazado de los elementos que piden explicación. Refiere la certeza de los axiomas matemáticos a intuiciones que han de ser verificadas por medio de la experiencia; pero la intuición retiene un elemento que sólo puede suplir el pensamiento. La intuición de la certeza de los axiomas es diferente por completo de todos los resultados obtenidos por la experiencia, puesto que comprende un elemento que no existe en ella. La exposición de Kant, en el prefacio de segunda edición de «La razón Pura», todavía no ha sido refutada; y el argumento de la Introducción de la Enciclopedia de Hegel sigue a mi ver siendo válido. Es indudablemente verdadero, con [217] arreglo al antiguo apotegma atribuido a Aristóteles, «Nihil est in intellectus quod non fuerit in sensu», que nada hay en el pensamiento que no exista previamente en la experiencia; pero la contraproposición puede ser verdadera igualmente, que nada hay en el sentido que no exista previamente en el pensamiento. Las dos formas necesarias se reparten igualmente los honores, y los sentidos son los deudores más importantes del pensamiento. Pronto se revelará a todo análisis imparcial que la naturaleza del pensamiento –que es al mismo tiempo instrumento y objeto de investigación filosófica– lo impele hacia la investigación, cuyos medios de interpretación no pueden encontrarse fuera del pensamiento mismo. Mi argumento contra Mr. Lewes, por lo tanto, es que aun cuando estuviera para conseguir sus experiencias organizadas, que no pueden darse como supuestos sino como dadas en el proceso, no podrían ser aplicadas en esta combinación. Lo que mantengo es que el pensamiento, por su propia naturaleza, rechaza la comunidad con el único sentimiento con el cual puede asociarse la vida animal. Hay otros puntos en que la teoría se dobla, se rinde, por ser la carga que tiene que soportar demasiado pesada. Pero más convincente que todo es el hecho de que antes que el instrumento pueda ser aplicado, la cuestión en su integridad necesita haber sido planteada de algún otro modo, porque es preciso que se demuestre la identidad de los juicios empíricos con los de necesidad, que solo ha sido afirmada hasta hoy.

Hemos visto que el conjunto del sistema de Mr. Lewes descansa en el supuesto de la propia identidad de existencia o invariabilidad de la suma total de ser; pero que es una intuición del pensamiento que no puede ser explicada por experiencia sensible. Hay, pues, elementos en la experiencia que sólo pueden ser explicados por el pensamiento mismo y que no pueden ser resueltos mediante la consignación de estados pasivos en el sentimiento. En realidad, Mr. Lewes supone en sus postulados todo lo que saca de ellos en los datos de la experiencia. No se ha hecho la luz tocante al origen de los principios de fuerza, moción y forma, que el análisis en último extremo encontrará tan inconcebibles como el principio [218] teleológico o el origen de la ley orgánica del desarrollo, que se ha hallado que determina la causa de todas las cosas. En realidad, tan imposible es reducir esta ley a condiciones meramente mecánicas, como explicar por estas el impulso de la naturaleza a obrar de acuerdo con un plan.

Los elementos de la experiencia, cuando se analiza profundamente, sugieren la existencia de hechos y leyes que no son reductibles bajo las leyes más altas o generalizaciones más amplias a que pueda llegar el hombre, y por consiguiente, llegamos aquí a un terreno neutral en que el conocimiento flaquea y es incompetente, y la fe puede entrar sin presunción. El sistema de Mr. Lewes exhibe el curso y orden de los fenómenos en el mundo de los sentidos cuando son reducidos a los términos del sentimiento: pero encontramos otros elementos que son comunes al sentido y al pensamiento, que sugieren dificultades y problemas de los que no nos dan cuenta los elementos presentes realmente en la experiencia y que nos hacen buscar más allá de ellos mismos una explicación de que no podemos prescindir.

J. Scot Henderson

(The Fornightly Review.)

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{1} Die religiosen, politischen, und socialen Ideen der asatischen culturvolker von Carl Twesten Herausgegeben von Prof. Dr. M. Lazarus. 1872.

{2} Lotze's Logik. Drei Büchner vom Denken, vom Untersuchen und vom Erkennen.

 


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