Revista Cubana de Filosofía La Habana, enero-diciembre de 1950 |
Vol. 1, número 6 páginas 31-32 |
Rosaura García TuduríDescartes y el pensarEl cartesianismo integra una doctrina filosófica que desde el siglo XVII ha constituido el fundamento del pensamiento occidental, principalmente científico. Descartes dio el método indispensable para conducir el razonamiento y las reglas utilizables con el objeto, a través de él, de evitar el error; así lo expuso en el «Discurso del Método para dirigir bien la Razón y buscar bien a verdad en las ciencias». En la cuarta parte del Discurso, en la que trata de: «Razones que prueban la existencia de Dios del Alma humana o fundamento de la Metafísica», se plantea Descartes la tesis y punto de apoyo de todo su sistema «Cogito ergo sum», «yo pienso, luego existo», basándose en que aun cuando llegase a pensar que todo era falso, habría, sin embargo, una cosa necesaria y real, el yo que piensa. De ahí que la existencia asegurada en el pensar es lo que resulta después de agotar el procedimiento de la duda, aunque de este modo sólo puede, en última instancia, asegurar la existencia de su propio pensamiento, no de su ser como materia o cosa. Pudiera hacérsele a Descartes, a este respecto, la misma objeción que se le ha opuesto al existencialismo en nuestros días: que eleva a categoría universal una mera experiencia singular. Tal vez fuera necesario distinguir dos funciones del pensar: la una, como prueba de la existencia; la otra, como carácter de existencia misma. Descartes usa de ambas, y llega a confundirlas en ocasiones. De este modo –pensamos nosotros– distinguiendo esas dos funciones, podríamos plantear el problema del ser del pensar. Si es una categoría de la existencia capaz de servir a ésta de prueba, ¿no está proclamando a la existencia detrás del pensar como cuestión primaria? ¿No está en el plano en que hoy se colocan los existenciales? En este caso, serían válidos para Descartes los argumentos con que hoy se defiende la orientación filosófica de Heidegger, y factible también, en su contra, las reflexiones con que se le combate. Como prueba de la existencia, es obvio que todo lo que piensa existe, pero lógicamente no es convertible la proposición. Luego el pensar estaría ya delimitándose él mismo a cierta parte de la existencia. Hay, por lo tanto, una especie de contradicción entre el pensar como carácter absoluto de la existencia y el pensar como prueba. Una elemental operación lógica, la de limitar la extensión del predicado para hacer posible la conversión de un juicio universal afirmativo, sería preciso realizar para evitar el sofisma que se esconde en el fondo de la conversión simple de juicios universales afirmativos. Descartes en la Meditación II (No. 5) al analizar el «¿qué soy yo?», considerando todas esas cosas en su espíritu, va separando los atributos y dice: «Los primeros son alimentarse y andar; pero si es cierto que no tengo cuerpo, no lo es menos que no puedo hacer ninguna de ambas cosas. Otro de ellos es sentir; pero tampoco se puede sentir sin cuerpo, aparte de que en otro tiempo he creído sentir muchas cosas en sueños y al despertarme he conocido que no los había sentido realmente. Pensar es otro atributo: éste me parece seguramente, y es el único que no puede apartarse de mí. Yo soy, yo existo: esto es cierto; ¿pero por cuánto tiempo? Por todo el tiempo que mi pensar dura; pues quizá si totalmente cesara de pensar, cesaría de existir a la vez. Nada admito ahora que no sea necesariamente verdadero: no soy, pues, hablando con precisión más que una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón, términos cuya significación me era desconocida antes. Soy, por tanto, una cosa verdadera y que verdaderamente existe; ¿pero ¿qué cosa? Lo he dicho ya: una cosa que piensa». Por otro lado, en «Los Principios de la Filosofía», en la parte «De los principios del conocimiento humano» (No. 7), considera que es repugnante concebir que lo que piensa no existe verdaderamente en tanto piensa, y que «a pesar de todas las suposiciones más extravagantes, no podemos menos de creer que esta conclusión: Yo pienso, luego existo, es verdadera». En la misma parte de la obra (No. 9), encontramos el concepto cartesiano acerca de ¿qué es el pensar? «Por pensar entiendo todo lo que en nosotros se verifica de tal modo que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos; por lo cual, no sólo el entender, el querer y el imaginar, sino también el sentir, significan aquí lo mismo que pensar»... Desde luego que concluye en último extremo que, como las cualidades sensibles cambian, el conocimiento de los cuerpos no es sensorial sino que son conocidos por la captación del espíritu, una «realidad inteligible» que sigue muy de cerca el modo platónico. Las «Reglas para la dirección del espíritu» fueron probablemente la primera parte de la obra cartesiana, escritas alrededor de 1628, aunque su publicación fue muy posterior. En la número XII dice: «En nosotros existen cuatro facultades que empleamos en el conocimiento: la inteligencia, la imaginación, los sentidos y la memoria. De estas facultades sólo la inteligencia puede percibir la verdad»... En la Regla III nos da una división de las formas de la inteligencia [32] por las cuales se puede llegar al conocimiento de las cosas sin caer en el error: «No admitimos más que dos: la intuición y la deducción». Entiende por intuición «la concepción de un espíritu sano y atento, tan distinta y tan fácil que ninguna duda quede sobre lo conocido» ..., en tanto que la deducción «consiste en una operación por la cual comprendamos todas las cosas que son consecuencia necesaria de otras conocidas por nosotros con toda certeza». Nos parece que en muchas oportunidades, en lo antes expuesto, cabría argumentar usando las propias armas cartesianas, principalmente en relación a la seguridad del pensamiento como existencia, porque pudiéramos decir: yo siento, luego existo; yo percibo, luego existo, &c., objeciones que no serían cosa nueva puesto que ya le fueron hechas en el propio siglo XVII por maestros de la filosofía como M. Catero, el R. P. Mersene, Hobbes, Arnauld y Pedro Gassendi, filósofo francés profesor en el Colegio de Francia. Pero lo que sí es indudablemente digno de investigarse es el significado que para Descartes tuvo el término «pensar». Hay a nuestro modo de ver una aparente contradicción en la obra cartesiana. En la Meditación II llega a la conclusión de que su yo no es más que una cosa espiritual que tiene la facultad de pensar: «no soy, pues, hablando con precisión más que una cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón» ... «Lo he dicho ya: una cosa que piensa». Y en la misma Meditación nos dice, refiriéndose a los atributos: «pero tampoco se puede sentir sin cuerpo». .. atribuyendo de este modo esa facultad a la forma material del hombre, o al menos a una relación con ésta, en tanto que en «Los Principios de la Filosofía» (No. 9), explicando lo que es pensar expone: «por lo cual, no sólo el entender, el querer y el imaginar, sino también el sentir, significan aquí lo mismo que pensar»... Es evidente que, en tanto en una parte considera el sentir como atributo de la materia, en otra lo estima de igual naturaleza que pensar, que es facultad del espíritu. En la Regla XII señala que existen cuatro facultades que contribuyen al conocer: «la inteligencia, la imaginación, los sentidos y la memoria. De estas facultades sólo la inteligencia puede percibir la verdad». . . ; en tanto en la Regla III divide la inteligencia en dos formas, por las cuales se puede adquirir el conocimiento de las cosas, sin lugar a error, «no admitimos más que dos: la intuición y la deducción». Indudablemente que está usando en estos argumentos, de términos que para nosotros significan cosas distintas, tales como el conocimiento y la certeza. Las anteriores consideraciones nos llevan a estimar que quizás lo que Descartes estimó como pensar no es lo que nosotros entendemos psicológicamente por tal cosa, ni tampoco el resultado del pensar o pensamiento objeto de la lógica, sino que señala más bien a la conciencia en el sentido de consapiencia, referida a distintos actos de la vida del yo, esto es, la autocertidumbre que le confirmó la existencia. Así se explica que le encontremos barajando conceptos que para nosotros tienen un sentido distinto, como acontece con pensamiento y sentimiento, conocimiento y verdad. Rosaura García Tudurí |
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