Filosofía en español 
Filosofía en español


Documento-plataforma fraccional de Fernando Claudín
acompañado de las “notas críticas” de la redacción de Nuestra Bandera

Proceso liberalizador

Precisamente la forma en que hoy se presenta la revolución democrática, tan ligada a la socialista, es un gran factor de freno de esa burguesía.

En su artículo: «Liberalización o democracia», Santiago dice con razón: «Esa crisis nacional a que nos vamos aproximando pondrá de nuevo al orden del día, si [99] cabe con mayor agudeza, los problemas de la revolución democrática. Pero en la época actual, en las condiciones concretas de España, la revolución democrática interesa esencialmente al proletariado, a los campesinos, a la intelectualidad avanzada, a las fuerzas jóvenes del país. La burguesía nacional vacila ante la perspectiva de esa revolución, que puede abrir la vía hacia el socialismo.»

El ejemplo de esta actitud lo tenemos constantemente a lo largo de estos años. Efectivamente, tenemos las últimas declaraciones de Ridruejo, que son significativas, no por lo que Ridruejo, o el grupo de Ridruejo, represente en sí, sino por ser típicas de toda una mentalidad de esos núcleos. En este artículo de Ridruejo se dice: «Pero en España hay también otra clase de oposición (se refiere a otra clase que la oposición comunista) que, sin propósito de definición ideológica, podríamos llamar liberal en cuanto su aspiración consiste en acercar el régimen político de la España futura a los modelos del mundo libre. Esta oposición tiende a crear un genérico menos genérico, pero más claro que el puro antifascismo: el genérico democrático. Aunque esta oposición no puede tener, respecto al Partido Comunista, los prejuicios inquisitoriales a que el régimen obedece, ha venido rechazando los proyectos de frente común ofrecido por los comunistas y manteniendo a éstos en el aislamiento por los mismos cálculos que a ellos les aconsejan romperlo. Si se favoreciese una expansión fácil del Partido Comunista, el sistema de libertad que se busca sería sumamente inestable y su defensa dependería con exceso de las circunstancias internacionales.

La izquierda democrática, por otra parte, puede temer con fundamento una presencia de fuerzas maximalistas en el frente común, e introduciría en la aspiración democrática elementos de contradicción que no harían sino favorecer la perpetuación franquista y postfranquista de la dictadura represiva y reaccionaria.»

Dice finalmente: «El episodio que comentamos tiene lecciones claras (el episodio se refiere a la explotación por Fraga Iribarne de las cartas de los intelectuales, presentándolo como una maniobra comunista), por una parte la oposición democrática, a la que incuestionablemente corresponde ideológica y moralmente el 80 % de los firmantes, tiene que mantener un empeño de clarificación en todos sus actos, pero esto no valdrá para nada en tanto los partidarios de la conservación por el miedo estén ahí para establecer la confusión y para transferir el crédito de la oposición más viable, y para ellos más peligrosa, a la menos visible que a ellos les sirve de pretexto para seguir en la inmovilidad y en la beligerancia hasta el día del diluvio. Y son principalmente los que dentro del sistema mismo sienten su responsabilidad de otro modo, los que deben hacerse cargo de la cuestión. Permitir que al país se le encierre en el desafío entre dos maximalismos, destruyendo la zona del encuentro y de la paz, es una responsabilidad para no tomarla por corazonadas o vanidades de momento. Y minar la autoridad de los hombres que por vocación deben representar los mejores modelos de libertad responsable es una equivocación, para decirlo con la palabra más suave.»

Naturalmente que todo esto, dicho de esta manera, tan especial de Ridruejo, tiene en el fondo un contenido muy común a muchos sectores de estas fuerzas burguesas, pequeñoburguesas, que lo expresan de diferente forma. Se refleja en todo el proceso político de los últimos tiempos, en el que las tendencias a un cierto compromiso con esa nueva oposición de la oligarquía, y a un cierto aislamiento nuestro, se manifiestan.

En este sentido se desarrolla un esfuerzo especial hacia el Partido Socialista. Las fuerzas políticas de la oligarquía que propugnan el cambio, están haciendo un esfuerzo muy intenso en este sentido, con una mayor tolerancia, aminoramiento de la represión, hacia la fuerza del Partido Socialista. Esto se ha visto claramente en el proceso reciente de los socialistas, la presentación que se ha hecho de él por elementos muy ligados a Fraga Iribarne. Los comentarios de «El Socialista» confirman ese evidente propósito que ha habido en ese proceso. Yo creo que las tendencias en el Partido Socialista, independientemente de que haya núcleos más de izquierda en él, son manifiestas en este sentido. Se manifiestan en la posición de la Comisión Ejecutiva; otra cosa es todas las implicaciones de su lucha con los del interior. Y se manifiestan en la posición de ... que empieza a jugar un papel importante en el Partido Socialista en el interior. En la interviú de Tierno Galván hecha por el corresponsal de Le Figaro, es muy significativo algunas de sus partes. Por ejemplo, una de ellas que dice (respondiendo a una pregunta): «Toda acción que tenga por objeto institucionalizar real y democráticamente al país podrá contar con nuestro apoyo incondicional». Y luego, a una pregunta: «¿No cree usted que en el respeto, de hecho observado, hacia la causa que defiende usted (en el proceso) puede verse el comienzo de una evolución favorable a término en el sentido de la acción que usted lleva?», «Sería muy estimulante poder responder afirmativamente a esta pregunta.»

La fuerza del capital monopolista, las fuerzas políticas católicas están haciendo todos los esfuerzos para tener ese Partido Socialista que necesitan, y que puede tener una influencia importante en extensas capas medias y también en algunos sectores de la clase obrera. [100]

Yo creo que hay que tener muy en cuenta, en todo este proceso, que particularmente en los últimos años, se está abriendo paso una nueva mentalidad de las clases dominantes en España. La fuerza política, los sectores conscientes, más conscientes, de las clases dominantes han aprendido mucho. Primero en la experiencia propia, en la revolución nuestra del 31-39, en la guerra civil, en que vieron muy cerca el peligro para ellas. Han aprendido en el periodo franquista donde han visto que, pese a todos los instrumentos de terror de la dictadura, ha habido un resurgir del movimiento revolucionario, democrático, un renacer de éste. Han aprendido en la experiencia internacional, en las transformaciones mundiales en todo este período de postguerra. Han visto las posibilidades nuevas de la burguesía de los países occidentales en los marcos del sistema del capitalismo monopolista de Estado. Hay la influencia muy importante de la comprensión de la Iglesia de todos los fenómenos del mundo moderno y el esfuerzo por adaptarse a ellos, de Juan XXIII, de Pablo VI, del Concilio, que ha significado un progreso muy importante en la elaboración de la doctrina, de la ideología y de la política de la Iglesia, que significa una adaptación de la ideología y la política de la Iglesia a las necesidades precisamente de la dominación del capitalismo en esta etapa de capitalismo monopolista estatal.

Esta conciencia aparece desde hace años y cada vez más claramente en los órganos de prensa, declaraciones, conferencias de elementos representativos de las clases dominantes de significación católica. Y hay un proceso táctico para llevarlo a la práctica. No hay solamente un ceder ante la lucha. Hay una elaboración y un avance hacia nuevas formas, que responden a toda esta nueva mentalidad. Recientemente ha salido, por ejemplo, un libro de Bedoya –del cual en YA se da una amplia referencia– «Los problemas de una constitución futura de una política democrática española», en el que se defiende la necesidad de los partidos políticos. Y se defiende la necesidad de una evolución en nuestro país de ese tipo.

A mediados de febrero se celebraron en Barcelona unas conversaciones de economía europea en las que participaron destacadas figuras de la oligarquía catalana, y, según la referencia del «Correo Catalán» del 18 de febrero, que es la versión más completa, en la resolución adoptada se dice: «Se consideró la posibilidad complementaria de un plan de desarrollo sociopolítico, que permita conjugar las estructuras previsibles de la España integrada con las nuevas estructuras institucionales, también previsibles, en nuestro país, porque si la historia actual está movida por una dinámica muy acelerada cualquier fórmula del futuro de nuestro país ha de tener en cuenta la realidad europea que es nuestra más segura alternativa, no sólo en lo económico sino también en lo institucional. Se han de tener en cuenta los nuevos esquemas de organización socio-económicos y socio-políticos de las naciones europeas con las que estamos en plano de interdependencia cada vez más creciente.»

«Cuadernos para el Diálogo» es un ejemplo típico de toda esa nueva mentalidad. Las posiciones de una serie de personalidades católicas, una serie de editoriales de YA, pese a representar éste la derecha de esa democracia cristiana, reflejan esa nueva comprensión, al mismo tiempo que la opinión de que las condiciones actuales permiten ponerlo en práctica. A mi juicio –discrepo con los camaradas que dan opiniones en este sentido– no hay ningún pánico actual en la gran burguesía española. Hay, al contrario, la idea de que están a tiempo de realizar estos cambios necesarios. Plantean la necesidad, naturalmente, con fuerza, precisamente para evitar que no llegue una situación en la que sea demasiado tarde.

En un discurso del director del Instituto de Estudios Políticos, publicado en YA, se dice, «En España el desarrollo ha precedido la planificación, y también desarrollo y planificación tienen que llevar consigo, por modo forzoso, la natural secuela de efectos políticos. Previstas tales consecuencias es preciso que se movilice también y oportunamente el esquema político, a fin de poderlo acoger con holgura en un cuadro institucional que pueda encauzar ágilmente las tensiones de intereses de una sociedad en movimiento.»

Esta idea se repite en varios momentos. «En España –se dice–, hemos avanzado lo suficiente para que, mediante simples despliegues institucionales, las grandes líneas de esta democracia social puedan avanzar hacia fórmulas efectivas de representación de la sociedad y de sus estructuras de base. El desarrollo alcanzado por España ha conseguido ya conformar bases de partida suficientemente sólidas como para que sobre ellas podamos reconocer los mismos factores de la evolución de los países de la vanguardia de Occidente. Este desarrollo español actual nos permite albergar la fundada esperanza de que por la historia de España ha pasado ya su última guerra civil, y de que las dificultades del futuro, que las habrá, van a caer sobre las espaldas de una sociedad joven, despierta a las corrientes mundiales, dueña de su instinto de conservación y capaz de construir fórmulas políticas», &c., &c.

En un artículo de ABC, donde se plantea que deben hacerse en este momento los cambios políticos necesarios, se dice: «¿pero cuál es el buen momento para ocuparse del futuro? Porque a veces hay coyunturas de angustiosas urgencias cotidianas, en las que la solución de los problemas concretos del instante tiende a absorber todas las energías [101] públicas. España ha vivido los últimos años algún período de esta naturaleza, sobre todo, cuando haciendo el juego a la Unión Soviética, una buena parte del Occidente decretó nuestro bloqueo internacional (se refiere al período que siguió al final de la guerra). Pero hoy las circunstancias son muy otras. Asistimos a una estabilidad política y económica y a una expansión material que algunos han calificado ya con la optimista expresión del «milagro español.»

En editoriales de «YA» se da esta misma apreciación. En diversos editoriales, por ejemplo en el del 13 de febrero, comentando ese discurso del director del Instituto de Estudios Políticos, dice: «La representación de intereses tiene, pues, que complementarse con la presencia dinámica de las ideas generales de que son portadoras, por exigencia casi natural de la misma vida pública, las distintas corrientes de opinión que viven en el país. Un sano pluralismo es, así, exigencia necesaria del espíritu democrático». En toda una serie de editoriales desarrolla esta misma idea, que no voy a citar para no hacerme demasiado largo.

Naturalmente, todas estas fuerzas políticas que comprenden la necesidad de cambiar las formas políticas de dominación del capitalismo español, que han aprendido en la experiencia nacional e internacional, van hacia esos cambios con la mayor prudencia y bajo la presión de las masas. Pero no van simplemente bajo esta presión. Van desplegando iniciativa, midiendo el ritmo de la evolución para no retrasarse, conscientes de que no pueden retrasarse, utilizando la propia lucha de las masas para vencer las resistencias que encuentran en su propio campo, conscientes, además, del apoyo internacional que tienen y de la coyuntura económica propicia. No retroceden simplemente como un ejército en retirada. Avanzan hacia nuevas posiciones, nuevas formas, nuevos instrumentos políticos y económicos de dominación. Aún no es posible ver claramente las formas que van a tener las fases próximas, dentro de la fase en la que ya estamos, que prácticamente es la fase de la liquidación de Franco, por lo menos. Habrá posiblemente modificaciones en el gobierno que acentúen el peso de los liberalizadores. Habrá más apertura en la prensa, ya hay un anteproyecto preparado de Ley de Prensa que suprime la censura. Habrá amnistías diferentes. Habrá mayores facilidades legales para las diversas fuerzas políticas, menos la nuestra. Habrá concesiones en el terreno sindical. Habrá posiblemente, en un momento dado, la separación de la jefatura del gobierno y del Estado, y en un momento dado el desplazamiento de Franco mismo.

En una etapa determinada de este proceso no pueden excluirse el recurso a elecciones con más o menos libertad, por lo menos para un abanico de fuerzas que vaya desde la democracia cristiana a los socialistas. Naturalmente todo esto hoy pertenece al terreno de las hipótesis, de las posibilidades. Una de estas posibilidades es la restauración monárquica, que en el último período hay una serie de signos de que puede volver a adquirir actualidad. Basta enunciar, por ejemplo, a partir de diciembre del año pasado, los siguientes hechos: el viaje de Muñoz Grandes a Lisboa, a cazar (16 de diciembre); días después la declaración de Franco al «Figaro» rechazando la República presidencialista y reafirmando la perspectiva de restauración, con un comentario elogioso de ABC; la asistencia de Franco al bautizo de la hija de Juan Carlos y Sofía en presencia de Don Juan: las maniobras en torno a Hugo, movidas por otros grupos, incluidos los falangistas, indudablemente para contrarrestar esa nueva actualización de la restauración; los cambios en el Consejo privado de Don Juan, con la entrada de nuevo de Gil Robles y de Álvarez de Miranda, de Ortega, de Altozano, &c., alguno de ellos de los elementos de Munich; la entrevista de Franco con Pemán, y la salida a los dos días de García Valdecasas para Estoril; la declaración de izquierda democrática cristiana coincidiendo con este período en el que dice no se prestará a colaborar en ningún intento para seguir privando al pueblo español de sus genuinos derechos a enjuiciar la conducta de sus gobernantes y para pronunciarse libre y democráticamente sobre los problemas políticos hoy planteados, que puede ser una toma de posición contra esta maniobra. Hay la última crónica del corresponsal del Figaro del 22 de marzo donde da la idea de que esta restauración puede estar próxima. Naturalmente, todo esto, como digo, son hipótesis. Las fases, los momentos a través de los cuales vamos a pasar es difícil todavía predecirlo, pero yo pienso que a través de todo este proceso, a través de la iniciativa misma de las clases dominantes más lúcidas que ven la necesidad de los cambios políticos, a través de la lucha de las masas y de grupos burgueses que están interesados en la democracia, a través de la propia dialéctica de todo este proceso van a irse rebasando unas fases tras otras, y vamos a desembocar en una situación más o menos democrática en cuanto a las formas políticas.

Nota crítica

Estas páginas constituyen la parte conclusiva del análisis de F. C. sobre la correlación de fuerzas. Y en ellas encontramos una interpretación de la llamada «liberalización» del régimen que [102] condensa en cierto modo lo dicho anteriormente: O sea, una «liberalización» presentada con los pies arriba y la cabeza abajo. Las luchas de las masas como factor decisivo que acelera la descomposición del régimen, que desmantela los pilares de éste, que impide a las clases dominantes seguir gobernando corno hasta aquí, desaparecen, o quedan relegadas a un lugar ínfimo. En cambio, F. C. nos presenta al capital monopolista llevando adelante, por su iniciativa y a buen ritmo, sin retrasarse, la transformación de España en un país democrático a lo occidental.

Hechos, pruebas de esto, F. C. no puede presentar ninguno. En cambio, no escatima frases ditirámbicas que son una verdadera apologética de la presunta capacidad política y de la audacia transformadora de los llamados sectores «más dinámicos» del capital monopolista, de las clases dominantes españolas. No sobra repetir aquí algunas de estas frases de F. C., que se pierden un poco en un texto salpicado de citas. F. C. dice: «los sectores conscientes, más conscientes, de las clases dominantes han aprendido mucho». «Y hay un proceso táctico para llevarlo a la práctica. No hay solamente un ceder ante la lucha. Hay una elaboración y un avance hacia nuevas formas». «Pero no van simplemente bajo esta presión. Van desplegando iniciativa, midiendo el ritmo de la evolución para no retrasarse, conscientes de que no pueden retrasarse, utilizando la propia lucha de las masas para vencer las resistencias que encuentran en su propio campo...»

He aquí la interpretación que da F. C. de las luchas de las masas: la clase obrera, las masas populares luchan para que unos sectores de las clases dominantes utilicen esa lucha para vencer las resistencias de otros sectores: o sea que son, más o menos, un juguete en manos de esas clases dominantes tan inteligentes, tan modernas y tan conscientes.

En la última frase F. C. insiste en que él cree que en todo este proceso «de la iniciativa misma de las clases dominantes más lúcidas», vamos a desembocar en una situación de formas políticas más o menos democráticas.

En este punto, y llevado por esa misma obsesión de falsear el juego poniendo todos los triunfos en manos del capital monopolista, F. C. se refiere a las actitudes de diversos grupos y personalidades de la oposición, presentándolas como sirviendo los planes de la oligarquía financiera. El Partido Comunista no está de acuerdo con esa forma de dictar, o insinuar, condenas apriorísticas. Concretamente, consideramos que es aventurado, que no es serio, encajar la actividad de Tierno Galván –como hace F. C.– dentro del marco de los esfuerzos de la oligarquía «para tener ese Partido Socialista que necesitan...». Sin querer entrar aquí en el fondo de la cuestión, queremos dejar constancia de nuestro desacuerdo con F. C. a este respecto.

Con el ánimo sin duda de aportar elementos que justifiquen sus frases apologéticas sobre la «iniciativa», los «avances» y «la conciencia» de las clases dominantes, F. C. cita ampliamente una serie de artículos de «Ya» y «ABC», textos de Bedoya y de otros, en los que se habla de la necesidad de nuevas formas políticas, &c. Todo eso es verdad. El problema de la sucesión, del cambio de formas del Estado, se discute desde hace meses. Ello patentiza la crisis de las formas fascistas, de la dictadura; el impacto de la presión popular que exige libertad y democracia. Pero en todo esto ¿dónde está la «iniciativa» de las clases dominantes? ¿Dónde sus soluciones, fruto de lo mucho que han aprendido? ¿Dónde esa conciencia de que «no se pueden retrasar»? No las vemos. En cambio, lo que se incrementa y presiona cada vez más son las luchas de las masas. A la vez, los hechos patentizan la impotencia, la falta de perspectiva de las clases dominantes, el paralizador juego de tira y afloja entre unos grupos y otros de la oligarquía, y del propio Gobierno. [103]

F. C. dice que habrá amnistías. Pero en el aflojamiento del terror ¿puede alguien dudar de que el factor decisivo es la lucha de las masas, de los abogados, de los intelectuales, de sectores católicos, de los propios presos y sus familias, de la opinión internacional? ¿Dónde está la «iniciativa» de las clases dominantes en pro de la amnistía? ¿Dónde ese ritmo para «no retrasarse»? Lo que se ve es lo contrario: hechos escandalosos de endurecimiento; los presos de Burgos en celdas; Carlos Álvarez amenazado de un segundo proceso ante la jurisdicción militar, desposeída hace algún tiempo de los procesos políticos...

F. C. dice «habrá más apertura en la prensa». En estos últimos meses, la censura, por el contrario, se está cerrando. En un reciente número de «Cuadernos para el Diálogo», la censura ha suprimido 15 artículos. ¿Se puede, para obtener más libertad de prensa, confiar en la «iniciativa» de las clases dominantes? El Anteproyecto de Ley de Prensa, que F. C. invoca, sigue en el estado de Anteproyecto desde los tiempos de Arias Salgado. ¿Es eso «desplegar iniciativa» y «tener conciencia de que no pueden retrasarse»?

«Habrá concesiones en el terreno sindical», dice F. C. Claro que sí. Pero en qué condiciones? Ahí están los hechos. Bajo la presión directa de la lucha, de las masas, no por «iniciativa» de las clases dominantes.

Es evidente que la descomposición de la dictadura ha llegado a un extremo tal que una parte de las clases dominantes se dan cuenta de que así no se puede seguir; que son imprescindibles cambios en las formas de gobierno. Y cambios se van a producir. Pero precisamente en estos momentos, y porque se van a producir esos cambios, es fundamental que los comunistas tengamos una conciencia clara de que el factor decisivo en este proceso es la acción de las masas; que impulsemos esa acción con todas nuestras energías; y que desarrollemos a la vez una política flexible, dispuestos a entendernos con todos para dar pasos hacia la libertad y la democracia.

La posición de F. C. va en un sentido totalmente contrario: sólo puede contribuir a desmoralizar a las masas y a restarles confianza en sus propias fuerzas. Es una razón más por la cual el Partido la rechaza con toda firmeza.