Filosofía en español 
Filosofía en español


David Hierro

Sobre socialismo y libertades (II)

Cuarenta años de poder dictatorial han desarrollado en la sociedad española una auténtica y lógica obsesión democrática; este hecho incontrovertible, y positivo, ha degenerado en la clase política de los, cuarenta años de dictadura un síndrome que cabe calificar de "mala conciencia acusatoria". No hay más medidor de demócratas que la práctica, en sus dos vertientes; qué consecuencias ha tenido la lucha por la democracia, y qué capacidad de encaje se ha tenido para respetar las críticas de los demás.

Ciertamente que en la historia de estos últimos, y largos, cuarenta años ha habido posiciones humanas que sí tuvieron la dignidad de mantenerse al margen de la oficialidad, renunciando por tanto a las prebendas y adulaciones con que un régimen corrompido respondía siempre a quien se avenía a alabarle. En el campo intelectual, incluso en el de la teoría política, hay casos que están en la mente de todos.

En el caso de los comunistas españoles hay hechos irrebatibles; fuimos buscados con saña y represaliados con objetivo de exterminio. Si en muchas ocasiones se asimiló a los comunistas fuerzas que estaban bien distantes de nosotros fue con el único objetivo de machacarlas, porque decir comunistas era tener carta blanca. Si alguien cree que por esta asimilación el Partido se fortaleció se equivoca; la represión sangrienta no fortalece al golpeado. Quien así pensara eleva el masoquismo a la categoría de motor político. Quizá nos sintiéramos orgullosos del odio y del temor de un enemigo tal, pero de eso a felicitarnos, va un trecho

Democracia frente a Guerra Fría

En épocas en que la democracia era una palabra que se escondía detrás de la "guerra fría", nosotros defendimos la palabra y la idea. En un momento en que el mundo estaba en gran parte dividido en dos partes irreconciliables, defender una política que llevaba en sí la superación del pasado, la "reconciliación nacional", y una carga de sincero humanismo patriótico era una audacia que supuso mucho para una fuerza, como los comunistas, que estábamos en posición mucho más difícil que cualquier otra.

Pero, con nuestros defectos, había algo que en gran parte motivaba el odio y el temor de nuestros enemigos: que estábamos enraizados en nuestro pueblo, y que la nuestra era indiscutiblemente la política que podía ayudarle a superar más, a un menor precio, su situación. Por encima de ciertos "principios" de la ortodoxia de manual, estaba el principio fundamental de un partido popular y revolucionario: defender a su pueblo y hacerle avanzar.

Una constante de la línea del PCE ha sido la unidad democrática; la necesidad de unificar las fuerzas con objetivos democráticos, y considerar siempre la posibilidad de las transformaciones políticas, de lo nuevo ante cada acontecimiento, incluso a veces, intentando oír crecer la yerba. Eso rindió sus frutos, y si bien pagamos el ser pioneros en algunas cosas, fuimos elaborando, en condiciones de dificultad que nunca se resaltarán lo suficiente, una línea política preocupada en unir fuerzas, en sumar fuerzas, en sumar, tragándonos más de un sapo en ese camino de cambiar la relación de fuerzas. La “reconciliación nacional”, nuestro “aggiornamento” hacia la iglesia, bastante antes que el término tuviera éxito, los análisis sobre el “evolucionismo y los ultras”, sobre las fuerzas del trabajo y de la cultura, sobre el ejército, el pacto para la libertad, el socialismo en democracia, la huelga nacional como forma de acción democrática de todos los sectores sociales por la democracia. Eso no han sido palabras, ni siquiera jalones, sino un proceso controvertido, difícil, en el que hemos dejado en el camino a algunos y hemos ganado a muchos.

Un partido político si está pagado de sí mismo, mirará más hacia atrás que hacia adelante; cualquiera que nos observe notará que aunque nos sintamos orgullosos de gran parte —no de toda— de nuestro pasado, lo que nos caracteriza en este momento es cómo abordamos las tareas presentes. El análisis de la política de "freno y marcha atrás" del actual gobierno —declaración del C. Ejecutivo del 14 de junio— ofrece notables ejemplos en este sentido.

La necesidad de una opción de todas las fuerzas democráticas para salir de la actual situación es una muestra de nuestra búsqueda de la que participan otras fuerzas, para dar los pasos que aceleren la ruptura democrática. "El C.E. considera que las fuerzas de la oposición democrática, agrupadas en la Coordinación y en las plataformas unitarias análogas... y partidos de oposición situados al margen de dichos organismos, deberían esforzarse por elaborar una posición común frente al proyecto reformista". (Declaración 14 de junio). Si alguien nos acusa, por adelantarnos, de que queremos un papel protagonista, es su defecto tanto como nuestra virtud.

Nuestra opción socialista

El proceso de parto que ha concebido nuestro manifiesto-programa está directamente ligado a nuestra práctica de luchadores por la democracia, y en ese aspecto que ha caracterizado, por encima de cualquier otro, nuestro objetivo político inmediato, está la visión propia de la construcción del socialismo, al menos en los rasgos que hoy sí podemos aventurar.

Nuestra crítica —que al tiempo es una autocrítica— de los actuales Estados en proceso de construcción del socialismo no es sólo una cuestión de relación entre partidos, ni siquiera una manera de dar una "imagen" de nuestro Partido..., es en primer lugar una posición política ligada a nuestros principios políticos. La historia, nuestra historia, que también es la de nuestro pueblo, nos ha situado siempre en el terreno de defender la democracia y de defenderla unitariamente con el pueblo y con los diferentes partidos políticos que le representaban. Si nuestro partido está en condiciones de hablar de una alternativa nacional, propia, en la vía al socialismo, es porque también parte de sus propias experiencias.

En este aspecto nosotros no inventamos nada —en política no se inventa— sino que recogemos y damos sentido —que es nuestra misión como partido político— a un objetivo de nuestra sociedad que es el socialismo. Y a partir de esas aspiraciones, consideramos la democracia como una adquisición irrenunciable de un pueblo que ha soportado como pocos, dictaduras interminables.

Hoy la democracia para todo partido político es un objetivo evidente; ayer fuimos asaetados, sin que dejasen de dolernos las puyas, porque carecíamos de objetivos revolucionarios, porque nos agotábamos en el objetivo "democrático burgués". Tanto "revolucionario" que se agotó porque olvidó tantas cosas, porque no fue más allá de unas palabras que copiaba (de qué democracia hablaba, de qué burgués hablaba).

En España, la democracia es popular y por lo mismo eminentemente revolucionaria. Por las mismas razones que la democracia es la piedra angular de nuestra política; en el movimiento obrero —con sus asambleas, sus comisiones y su proceso unitario sindical—, en el campo, entre los profesionales, convirtiendo feudos medievales en centros de participación democrática..., en nuestra política hacia los otros partidos y hacia otras clases sociales.

Cuando decimos que respetaremos en la democracia socialista del mañana a la burguesía políticamente constituida, no hacemos campaña electoral; si la hiciéramos, podríamos perfectamente guardárnoslo para nuestro caletre, porque estamos seguros de que por decirlo no sumamos ni uno de esos votos, que otros partidos van a defender con más ahínco. Lo decimos porque forma parte de nuestra visión política, de nuestros compromisos en el futuro socialista; porque en definitiva, formamos parte de una clase llamada a desempeñar un papel superior, de vanguardia, y que sabe —tiene que saber— dirigir sin dominar, gobernar sin reprimir, y sumar, no restar. Es lo que diferencia a nuestro pueblo de la oligarquía dominante.