Filosofía en español 
Filosofía en español


Joan Llagostera

Sin democracia, no se entra en Europa

Parece que España tiene de nuevo una diplomacia, una política exterior. Esto por lo menos se desprendería de lo que dicen los comentaristas de temas internacionales, tras la visita de París del nuevo Ministro de Exteriores, Conde de Motrico.

El Conde Motrico ha desplegado una gran actividad, en la conferencia Norte-Sur, en la que España se ha sentado junto a los países ricos, industrializados, en un diálogo de sordos frente a los países productores de petróleo, y a los países que carecen de materias primas, y que conjuntamente plantean un orden económico mundial menos arbitrario e injusto.

Entre los muchos contactos del señor Areilza, figura el que a petición propia celebró con el presidente de la Comisión del Consejo de Europa que entiende de España. Tal vez resulte ahora que Europa y los europeos no son agentes de un tenebroso complot internacional contra España. Hemos progresado, incluso sin cambiar de Jefe de Gobierno, o es que las propiedades camaleónicas están también dentro de los principios del movimiento.

La entrevista clave desde luego fue la sostenida con Henry Kissinger a propósito del acuerdo Hispano-norteamericano. Sobre lo dicho en la misma: mutismo y secreto oficial, está en manos del Gobierno. Aquí sí que no hay cambio. Sobre un tema que interesa a todo el país, a su seguridad y a su futuro, todo se cocerá entre bastidores.

Entre reunión, conferencia y entrevista, el Conde de Motrico pudo hacer declaraciones. En substancia: se propone tomar contacto con Europa y reanudar las discusiones comerciales con el Mercado Común. También existen propósitos de modificar la constitución, de recurrir al sufragio universal, y de abrir un proceso de participación. Pero ¡Atención!, que nadie piense que se trata de adaptarse a Europa, de pagar un precio por nuestra aceptación, de una homologación política. Somos como somos y cambiaremos porque nos conviene. La democracia es benéfica para España y por ello caminaremos hacia alcanzaría. No para ser aceptados en la Comunidad Europea, ni en ningún sitio.

Hasta aquí el razonamiento oficial. Ahora la realidad: diga lo que diga el Gobierno, el Conde Motrico y el Moro Muza, en Europa no se entra sin una democratización previa de nuestras instituciones. Y no se trata de precios. Ni a Europa de cobrarlos ni a España de pagarlos. Se trata de buen sentido, de ciencia política y de tomar la realidad como es, no como les gustaría a algunos que fuese. El politicólogo señor Duverger, una de las máximas autoridades europeas en dichas materias, ha sido tajante en un reciente estudio sobre España. En el Tratado de Roma, figura un artículo el 138, por más señas, en el que se exige que existan instancias representativas, parlamentarias. Mejor dicho se exige que «los parlamentos nacionales elijan en su seno a los delegados para la Asamblea de la Comunidad». Para Maurice Duverger no se trata de matices: las instituciones españolas de Gobierno, las Cortes, nunca podrá parecerse a un Parlamento, a la noción común que de un Parlamento se hacen los estudiosos, los expertos y los políticos sean de centro, de derecha, o de izquierda. Para Duverger, otra cuestión fundamental y que constituirá un test de democracia es la existencia del pluralismo: «La idea de restringir el pluralismo prohibido al Partido Comunista sería una negación del pluralismo y de la democracia occidental que en él se basa».

Harían bien los nuevos gobernantes españoles de estar atentos a lo que se dice y se escribe, entre los medios de la izquierda, del centro y aún de la derecha europea.

No se trata —y estamos de acuerdo con el señor Areilza— de facilitar injerencias. Pero tampoco de afirmar que «si cambiamos lo haremos porque nos conviene» para afirmar poco después que «nuestras relaciones con Europa, son un tema vital».

De lo que tal vez se trata es de llamar a las cosas por su nombre y de no sustituir la política por la retórica, y de hacer frases numantinas cuando lo que piden nuestros futuros interlocutores, y lo que pide toda España es claridad. Y la claridad está en formular las cosas de este modo: Sin democracia, no hay Europa, para nosotros. Y somos nosotros los que juzgaremos si en España hay o no democracia, los españoles. En Europa, en las instituciones, en la Prensa, y entre los ciudadanos, no se hará otra cosa que tomar nota de nuestro veredicto, que constatar que el pueblo español ha conseguido lo que desea.