Filosofía en español 
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Después del golpe militar en Chile, la cuestión del trabajo en el ejército

Los acontecimientos de Chile han actualizado en nuestro país la discusión sobre el Ejército. Algunos la plantean en términos irreales y concluyen, no se puede tener confianza en el Ejército. Pero el problema del Ejército es una parte importantísima de otro, más amplio, el del Estado. Los comunistas no preconizamos la confianza en el actual aparato del Estado ni por consiguiente, en el Ejército. Somos conscientes de que toda auténtica revolución socialista, para transformar la sociedad necesita transformar el aparato del Estado. Los comunistas españoles hemos abordado ya una vez en la historia esta tarea, junto con otras fuerzas populares, si bien el adverso contexto internacional en que nos movíamos determinó nuestra derrota. Tenemos, pues, no sólo una teoría al respecto sino una experiencia práctica, que vale más y no hemos olvidado. Por eso a veces nos hacen sonreír las criticas, cuando no las injurias, de neófitos que no tienen ni teoría clara ni práctica alguna de la cuestión y que quieren resolverla, simplemente con frases contundentes.

No poseemos suficientes elementos de juicio para analizar seriamente la experiencia chilena. Probablemente en ésta ha habido, junto a un cierto utopismo de izquierda, un exceso de ilusiones cuanto a la legalidad constitucional, que ha conducido a la Unidad Popular a un callejón sin salida. A veces en la historia no basta con querer evitar la guerra civil. Sucede que si no se desarma al adversario y no se hacen tos preparativos para enfrentarse con él en todos los terrenos, incluido el de la guerra civil, las cosas concluyen en una cruel cacería contrarrevolucionaria. Pero ésta es una opinión formada desde lejos y sujeta a revisión que seguro no abarca todo el complejo de incógnitas de aquella problemática.

Lo que sí estamos en condiciones de hacer es abordar la nuestra, la problemática española de hoy, en su contenido y sus características concretas, y a la luz de los acontecimientos chilenos y otros.

Para nosotros, hoy, el problema no es ir al socialismo con éste o el otro aparato del Estado. El problema, concreto, inmediato, es poner fin a un sistema político de dictadura fascista y reemplazarle por otro de libertades democráticas. Es llevar a cabo una revolución política.

Partimos de la base real de que entre la dictadura fascista y la sociedad española, en su mayor parte, comprendidos sectores importantes del capitalismo, hay una contradicción que cada día es más evidente.

Los efectos de esa contradicción se reflejan en el interior mismo del aparato del Estado, en la crisis de las instituciones políticas actuales.

Para realizar un cambio de ese tipo de fuerzas democráticas pueden encontrar aliados incluso dentro del aparato del Estado actual. Y desde luego es fundamental lograrlos en el Ejército, o por lo menos neutralizar en la mayor medida posible a éste.

Por eso hemos planteado y abordado el trabajo hacia el Ejército. Ese trabajo empieza por los soldados. Los soldados son la juventud obrera, campesina y estudiantil en uniforme. Aquí la tarea es crear las condiciones de conciencia y de organización necesarias para que los soldados se opongan, si el momento llega, a la utilización del Ejército contra el pueblo. Los aspectos prácticos y concretos de este trabajo, que debe estar rodeado de la máxima clandestinidad, no pueden tratarse públicamente. La experiencia concreta no puede generalizarse directamente como si se tratase de los movimientos de masa o del trabajo del Partido en estos movimientos. Lo que si decimos públicamente es que ese trabajo hay que hacerlo, por encima de todas las leyes que lo prohíben, y que un Partido revolucionario que no lo entiende así incumple un deber fundamental. Es una labor a la que no se puede renunciar en ninguna circunstancia. La lección chilena nos lo confirma.

Los comunistas jóvenes deben ir al Ejército con la voluntad de aprender a ser buenos soldados, los mejores soldados. Es verdad que, tal como hoy se desenvuelve, la vida del cuartel es dura y desagradable. No atrae a los jóvenes. Más en vez de tomarla como un trago amargo que hay que pasar del modo menos malo posible, debemos utilizarla para adquirir los mayores conocimientos militares posibles. Es una ocasión de aprender a manejar las armas, de hacerse buenos tiradores. De aprender algunos rudimentos de la táctica militar, aunque sea a nivel de pequeñas unidades. Esos conocimientos pueden ser útiles un día para enfrentarse a la contrarrevolución o para defender la independencia de la patria. Para enfrentarse con los tanques del adversario —los tanques no son invencibles— o para saber volverlos contra aquél. Los revolucionarios que pueden ingresar en unidades especializadas, aunque la disciplina sea en ellas más dura, no deben rehuirlo, sino al revés. Ni la frase revolucionaria, ni el terrorismo individual o de pequeños grupos, resuelve el problema de la formación militar que puede resultar indispensable y precisa en un momento u otro de la lucha.

La experiencia militar de nuestro Partido que no es pequeña, nos enseña el valor que tiene una formación de ese género en un enfrentamiento armado, nos enseña también que de los grupos terroristas han salido más policías y carabineros que oficiales de primera línea.

Al insistir en la necesidad del trabajo entro los soldados nos proponemos. en primor término, que la dictadura no pueda utilizar al Ejército contra las ansias de libertad del pueblo, en esta fase. Pero también nos prevenimos para las contingencias del futuro de nuestra lucha.

A la vez que con los soldados aunque por otras vías, nosotros estimamos indispensable el trabajo cerca de los oficiales, y en general de los mandos del Ejército.

Sabemos de sobra que el cuerpo de oficiales y jefes ha recibido una formación ideológica destinada a hacer de él un instrumento de la política del régimen político actual y del sistema capitalista. Conocemos la influencia, en esa formación Ideológica, del anticomunismo. No ignoramos las circulares que se envían para reforzar dicho anticomunismo, particularmente en los últimos tiempos. Todo eso es verdad. Pero es una razón de más para desarrollar nuestra labor política e ideológica hacia jefes y oficíales y no para abandonarla.

La carga ideológica negativa que se recibe hoy en las Academias, y que el militar de carrera porta en sí, es posible en una serie de casos contrarrestarla. Incluso si eso se logra entre una minoría limitada, puede ser suficiente junto con otros factores —soldados, política justa y ofensiva da las fuerzas populares— para Impedir que la contrarrevolución utilice al Ejército a su albedrío.

La experiencia de la guerra en España, del 36 al 39, y más concretamente de la sublevación del 18 de julio, enseña que si el Gobierno de Casares Quiroga hubiera colocado en los mandos de regimiento y de reglones militares a los oficiales leales a la República y desplazado de sus puestos a unos cuantos generales y a unas decenas de mandos reaccionarios, cuya participación en la conspiración era manifiesta, la sublevación habría abortado. Los militares resueltamente fieles a la República eran una minoría, pero bastantes, dada la actitud del pueblo, para abortar la conspiración. Los militares decididos a sublevarse, jugándose el todo por el todo, tampoco eran mayoría en el Ejército. Hubo muchos sublevados geográficos, es decir, oficiales que siguieron a sus mandos sublevados por los mecanismos de la disciplina militar, lo mismo que los hubieran obedecido si hubiesen sido fieles a la República.

En Madrid, Cataluña, Levante, parte del Norte y parte de Andalucía, la derrota de la sublevación se debió, por un lado, a la unidad y la actitud ofensiva del pueblo que rodeó, con poquísimas armas, los cuarteles, y por otro lado a la actitud de uno minoría de jefes y oficíales que desde fuera y dentro de los cuarteles, con el apoyo de los soldados y el pueblo, contribuyó a neutralizar y a batir a los sublevados.

Hoy estamos en otra situación. Se trata de lograr que el Ejército no se oponga a un cambio político que madura en la sociedad, un cambio político que no es todavía el socialismo. Entre una parte de los oficiales y jefes, que no viven totalmente desvinculados de la sociedad, que son testigos asqueados de la corrupción y de la podredumbre del régimen, que ven acercarse el fin de la persona que lo ha representado y a la que habían vinculado su obediencia, hay, por lo menos, serias dudas sobre el porvenir inmediato y sobre la posibilidad de conservar, en el mundo de hoy, los postulados políticos en que se ha apoyado el régimen. Sabemos que, a la vez, pesa en ellos una concepción específica sobre lo que consideran el orden.

Si se diese la posibilidad de un compromiso entre las fuerzas antidictatoriales y esos mandos para que el paso de la dictadura a la libertad se hiciese con los menores desórdenes posibles, ¿habríamos de rechazarle?

Si se trata realmente del paso hacia un régimen democrático, de establecer la alternativa democrática y no de una simple comedia de «liberalización» formal de la dictadura para asegurar el continuismo, nosotros respondemos sin vacilar que ese compromiso sería aceptable. Claro que no estamos todavía en ésas. Aún falta que la unidad que existe, por ejemplo, en Cataluña, gane a todo el país. Aún se necesita que la acción de masas, las condiciones de la huelga nacional, se amplíen.

Pero aunque estuviéramos convencidos de que esos mismos militares van a sublevarse a la vuelta de unos meses o unos años contra la democracia, nosotros estaríamos on favor de un acuerdo que allanase los obstáculos al cambio democrático.

Cierto que la posibilidad de tal compromiso puede no darse. Pero en ese caso, la necesidad de trabajar hacia los oficiales —y Jefes— es aún más necesaria, a fin de atraer una parte de éstos a la causa democrática y asegurar la posibilidad do ganar un sector del Ejército y neutralizar a otro en el momento de la huelga nacional.

De ser posible, establecer la alternativa democrática sin chocar con el Ejército, es lo mejor. Si se puede establecer esa alternativa, teniendo sólo el apoyo o la neutralidad de una parte del Ejército, el cambio será más violento, pero desde luego posible.

Si hay que enfrentarse con todo el Ejército, las posibilidades de derrota del movimiento popular a corto término son muy grandes. Hay que ver las realidades de frente. Por eso no hay otro camino que dialogar, que trabajar con el Ejército.

Cuando nosotros hablamos, refiriéndonos al porvenir, de una vía democrática al socialismo, no pensamos ni por un momento en la copia de la experiencia de tal o cual país. En el proyecto de manifiesto-programa del Partido está claramente formulada la idea, refiriéndola no ya a la fase socialista. sino a la de democracia política y social, de que ésta «implica... la transformación del Estado, hasta hacerlo instrumento idóneo para la realización de estos objetivos». Apoyándose en la mayoría del pueblo, y ligando estrechamente los objetivos de clase con los objetivos nacionales, las fuerzas transformadoras tienen que realizar una política ofensiva, consecuente, para reducir todo complot, todo intento de vuelta atrás, por los medios que la situación exija.

Nuestro proyecto de manifiesto programa desarrolla claramente nuestra concepción del Ejército en la democracia político-social:

«Mantenimiento de un ejército permanente como instrumento para la defensa de la independencia y la soberanía nacional. Desarrollo de la industria nacional de armamento, a fin de dotar al Ejército de los medios defensivos necesarios, superando la dependencia actual de potencias extranjeras. Elaboración de una política nacional de defensa, basada en el principio de la «guerra de todo el pueblo», en caso de ataque a la integridad territorial y a la Independencia de España. Organización de una milicia territorial, con participación de todo el pueblo, dotada de armamento ligero y semipesado. entrenada por oficiales del Ejército y capaz de integrarse a este en caso de guerra, para defender más eficazmente al país.»

Claro que no basta con trabajar hacia el Ejército. Ya ahora muchos de nuestros cuadros jóvenes deben interesarse en el estudio de las cuestiones militares. Si la defensa nacional debe inspirarse el día de mañana en el principio de la «guerra de todo el pueblo», como corresponde a nuestra tradición histórica —no hay que olvidar las características de la guerra contra Napoleón—, es lógico que la preocupación por las cuestiones militares no sea exclusivamente de los profesionales. El estudio de esas cuestiones serla también muy útiles para la defensa del poder democrático, en caso de necesidad.