Filosofía en español 
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Editorial

Los intelectuales en la lucha por la democracia

En todo el desarrollo de los trabajos del V Congreso del Partido Comunista de España, una gran atención fue dedicada a los problemas de los intelectuales de nuestro país, como se desprende de los informes sobre los diferentes puntos del orden del día, así como de otras diversas intervenciones. Quedó finalmente plasmada esta atención en el programa de lucha que nuestro Partido «somete al juicio de todos los españoles a quienes interesa la pervivencia de España como país libre, independiente, democrático y soberano», y en cuyo punto octavo se resumen las condiciones previas a un impetuoso desarrollo de la cultura nacional.

No es, por otra parte, nuevo en nuestro Partido este interés por los intelectuales, por los problemas de su condición material y de su libertad de expresión, reducidas ésta y aquélla por el régimen franquista a una estrechez catastrófica. Sin ir más lejos, unos meses antes del V Congreso, y en la misma perspectiva política de lucha por la independencia nacional y la democratización de España, en el Mensaje de nuestro Comité Central a los intelectuales patriotas se analizaban ya los factores esenciales de la situación material e ideológica de la intelectualidad bajo el régimen franquista, indicándose también los caminos para una solución realmente democrática de todos aquellos problemas. La profunda repercusión alcanzada por el Mensaje y por los documentos del V Congreso entre amplios círculos de escritores, artistas, universitarios, hombres de ciencia y estudiantes, demuestran la justeza del análisis de la situación de los intelectuales efectuado por nuestro Partido, sobre la base de la teoría científica del marxismo. Demuestran también, y desde el V Congreso todos los acontecimientos en el mundo intelectual y estudiantil vienen a confirmarlo, cuánta razón tenía el Partido Comunista al prever, en el marco de la acelerada descomposición del franquismo y de la agudización de la lucha general del pueblo, un nuevo ascenso del movimiento democrático de la intelectualidad, un desarrollo y fortalecimiento constantes de las fuerzas nuevas en todos los sectores de la vida cultural.

Ahora bien, una de las conclusiones que del V Congreso se desprenden para el trabajo del Partido entre los intelectuales, es la necesidad de superar las debilidades, todavía muy reales, que existen en el frente de nuestra lucha ideológica. Son indudables, ciertamente, las aspiraciones democráticas de la gran mayoría de los intelectuales españoles; también es indudable la influencia creciente del marxismo-leninismo, principalmente, y ello por razones fáciles de comprender, entre las jóvenes promociones universitarias. De ambos hechos hay a diario pruebas inequívocas en la propia prensa oficial, en las revistas culturales, en muy diversos actos y asambleas de intelectuales y artistas. Pero también son indudables, como momento negativo de una realidad en plena transformación, las huellas ideológicas que el franquismo ha grabado en las conciencias, incluso en las de aquéllos que se sitúan en posiciones de lucha nacional, antifranquista y democrática. Y esos residuos ideológicos del franquismo, de muy diverso matiz, sólo pueden ser puestos en evidencia, analizados y superados, por medio de una lucha crítica tenaz contra la ideología de nuestro enemigo –que lo es de todo el pueblo y muy precisamente de los intelectuales– en sus diferentes manifestaciones.

Son éstas de muy diversa índole, y no fáciles de delimitar esquemáticamente, porque en la ideología de las clases reaccionarias dominantes en España –que es, por tanto, la ideología dominante en la sociedad española, la que espontáneamente se impone a los espíritus, y no sólo de los intelectuales– se entremezclan a veces corrientes muy dispares, aun cuando todas ellas cumplan en lo esencial el mismo objetivo de mistificación idealista de la realidad, de protección ideológica de los intereses de las clases explotadas. Y una de las cuestiones que la ideología reaccionaria en general, y el franquismo concretamente, han tergiversado con mayor ahínco, llegando a crear cierta confusión a su respecto en los propios círculos de la intelectualidad democrática, es aquella que se refiere a la misión social de los intelectuales, a su papel en la sociedad, a la proyección social y política de sus ideas. Esta cuestión, ciertamente de un gran interés para el desarrollo de la lucha por la democracia y el progreso en España, puede precisamente ser esclarecida a la luz de los documentos del V Congreso del Partido Comunista.

Hace ya muchos años, Ortega y Gasset escribía en un artículo que se «…impone a la inteligencia una retirada de las alturas sociales, un recogimiento sobre sí misma… Es preciso tender a que las minorías intelectuales desalojen de su obra todo «pathos» político y humanitario, y renuncien a ser tomadas en serio por las masas sociales… Conviene que la inteligencia deje de ser una cuestión pública y torne a ser un ejercicio privado en que personas espontáneamente afines se ocupan…» (Subrayado por nosotros). En estas palabras se condensa toda la concepción reaccionaria del papel de los intelectuales. Con uno u otro matiz, esta es la opinión predominante en la sociedad franquista, y sus fines son claros: apartar a la intelectualidad de las masas populares, convertirla en un mandarinato para juegos florales y abstractas disquisiciones estéticas o filosóficas, en un palabra, intentar impedir que juegue el papel que históricamente le corresponde en la revolución democrática. Y en España, ese esfuerzo de la propaganda ideológica reaccionaria ha sido y tiene que ser particularmente tenaz, dada la tradición progresiva de gran parte de nuestra intelectualidad.

Con esa idea de que «la política», «la propaganda», no son cosas de intelectuales, hemos chocado y chocaremos aún, y ello en círculos cuya oposición al franquismo no puede ser puesta en duda. En parte, incluso, esa repugnancia hacia la acción política se explica como reacción a los intentos del régimen de convertir a los intelectuales en portavoces y portaplumas de su ideología, como reacción a muchos años de política franquista. Por otra [5] parte, y es el reverso de esa misma actitud, por un reflejo de la teoría reaccionaria que tiende a ocultar el papel decisivo de las masas y de las clases sociales en la historia, en determinados círculos intelectuales antifranquistas, convencidos de la necesidad de la acción política, se entiende ésta como actuación de unas «minorías selectas», al margen del pueblo cuya «incultura» le incapacitaría hoy por hoy para un papel dirigente en la lucha democrática.

Frente a ambas actitudes, perfectamente explicables si se analizan concretamente, en el marco histórico actual de la sociedad española, cabe insistir en los planteamientos del Informe de la camarada Dolores Ibárruri ante el V Congreso del Partido Comunista de España. ¿Cuáles son, en efecto, los factores que determinan en última instancia el papel de los intelectuales, su acción histórica? Son factores sociales, indiscutiblemente. Es, primero, su propia situación material la que, de una manera no mecánica, determina sus posiciones prácticas, les lleva inevitablemente a tomar posición, primero sobre tal o cual problema concreto, y más tarde sobre el problema de conjunto de la sociedad española contemporánea. A este respecto, el examinar cuáles son las fuerzas sociales en presencia en nuestro país, y cuál su situación actual, decía Dolores Ibárruri: «…Existe en España una amplia clase media dividida en diferentes estratos… compuesta en su mayoría de empleados y funcionarios, de intelectuales y hombres de profesiones liberales». La situación material de esta clase media, a la que los intelectuales pertenecen en su inmensa mayoría, es cada día más crítica bajo el franquismo, en virtud del proceso ininterrumpido de concentración de la riqueza española en manos de la oligarquía financiera monopolista y de los grandes terratenientes. Y esa agudización de sus condiciones materiales de existencia radicaliza más y más a las clases medias, hace que sus intereses estén objetivamente cada día más ligados a los de la clase obrera.

Ahora bien, no sólo tienen importancia para los intelectuales estos factores materiales, sino también otros, de carácter ideológico, cultural, relacionados con la función específica de los intelectuales en la sociedad. Pero también en este terreno existe una contradicción irremediable entre las necesidades del desarrollo cultural y el régimen franquista. Y como decía Lenin, «todo hombre que vea claramente la contradicción entre el desarrollo cultural de un país y el régimen agobiador de la dictadura burocrática será conducido, más tarde o más temprano, por la vida misma, a la conclusión de que dicha contradicción sólo puede resolverse por la supresión de la autocracia».

Si ello es así, si tanto los factores materiales como los culturales conducen a plantear ante los intelectuales españoles la necesidad de un cambio de régimen, de la supresión del franquismo, resulta claro que la acción política no significa para un intelectual traicionar su «vocación auténtica», sino que es, por el contrario, la conclusión inevitable de su situación social, de su específica misión cultural. Tan es así, que el propio Ortega y Gasset, con otros muchos, y pese a sus teorías anteriores y posteriores actitudes, se vio obligado, en circunstancias históricas comparables con las actuales, a intervenir públicamente contra el sistema burgués-terrateniente de la monarquía, en virtud de la lógica interna del desarrollo histórico y social.

La intelectualidad española se ve pues lanzada, por la vida misma, a la lucha contra el régimen franquista, y el propio carácter de esa lucha determina el puesto que en ella han de ocupar los intelectuales. Porque se trata de la democratización de España, del restablecimiento de la independencia y soberanía nacionales, tareas históricas en las que están interesadas, no esta o aquella clase o capa social aislada, sino la gran mayoría de las fuerzas sociales españolas. Sólo la constitución de un amplio Frente Nacional de dichas fuerzas puede conducir a la victoria sobre el franquismo, premisa del ulterior desarrollo democrático en nuestro país. Y en dicho Frente, los intelectuales tienen un importante papel que jugar.

«Yo quiero destacar, decía Dolores Ibárruri ante el V Congreso, el papel que en la lucha por el progreso y la democracia están llamados a jugar los intelectuales. No es una casualidad el hecho de que el Partido Comunista se haya dirigido de una manera especial a los intelectuales con el Mensaje que todos vosotros conocéis. No es desconocido para nosotros, ni para nuestro pueblo, el papel que intelectuales y estudiantes han jugado en las diferentes revoluciones democráticas y liberales en España. Y no hay duda que los intelectuales volverán a jugar un papel revolucionario junto a las masas que van hacia adelante, como lo evidencian ya las corrientes antifranquistas que entre estudiantes e intelectuales discurren subterráneamente en busca de una salida.»

No cabe duda que esta salida inevitable será más rápidamente descubierta, que la agrupación ya incipiente de las fuerzas intelectuales, virtualmente poderosas, pero todavía demasiado dispersas, se concretizará antes, si los intelectuales españoles se elevan a una comprensión de conjunto del carácter de la lucha actual y de su papel en ella. El estudio de la realidad social y política española en los documentos de nuestro V Congreso, y esta es la aportación inestimable que el Partido Comunista hace a la causa común de la inmensa mayoría del pueblo, puede facilitar esa comprensión de los problemas españoles de la revolución democrática, incluso por aquellos intelectuales que no compartan o no compartan totalmente nuestras concepciones filosóficas y políticas. De hecho, en el programa y en los documentos del V Congreso, se refleja la situación real de nuestra patria, se recogen las aspiraciones profundas del pueblo español en su conjunto, y en función de lo uno y de lo otro se establece cual es la única solución posible y necesaria, independientemente de nuestros deseos y de los de este o aquel grupo o sector aislado.

Entre los problemas de la revolución democrática, uno hay, primordial, y que se relaciona estrechamente con las cuestiones que estamos tratando: ¿a quién incumbe el papel dirigente en todas las etapas de dicha revolución? A la clase obrera, se responde en los documentos del V Congreso. En esta respuesta debemos insistir los intelectuales comunistas, razonándola y discutiéndola con los demás intelectuales antifranquistas, para quienes puede no estar clara, debido en parte a todas las teorías, de extensa [6] difusión, sobre «la lucha de las generaciones», o «la acción de las minorías selectas» como pretendidos factores decisivos del desarrollo histórico. Y debemos insistir en esta cuestión basándonos en el esclarecimiento científico de la realidad social, porque la misión dirigente de la clase obrera no es una «frase de agitación», sino el resultado del proceso objetivo, dialéctico, de la sociedad en su etapa actual. La misión del proletariado, como clase dirigente, no procede de un decreto metafísico, ni de una «visión mesiánica» de la historia, como ciertos ensayistas, ignorantes o malévolos, impugnan al marxismo. La clase obrera es dirigente en la lucha por la democracia y la independencia nacional en virtud del papel primordial que desempeña en la producción social, por su conciencia revolucionaria, por su combatividad, porque como decía Stalin (Obras completas, tomo I), «es la única clase que crece y cobra vigor sin cesar, la única que impulsa adelante la vida social y agrupa en torno suyo a todos los elementos revolucionarios». En la historia contemporánea de España, la clase obrera ha demostrado ya, en la práctica, ser capaz de cumplir con su papel dirigente, y las grandes huelgas y manifestaciones de la primavera de 1951 son la más reciente y grandiosa prueba de esa misión histórica. A ellas habrá que referirse siempre para comprender los cambios profundos que se están produciendo en nuestro país y que permiten a estudiantes e intelectuales jugar un papel importante, a menudo de vanguardia, en la lucha por las libertades democráticas y la independencia nacional.

Ese papel, si ya fue importante en épocas anteriores, como lo ha destacado la camarada Dolores, puede y debe ser hoy todavía mayor. Porque en las circunstancias concretas del régimen franquista, la lucha de los intelectuales y estudiantes puede, junto con la del pueblo en general, abrir brechas importantes en el sistema de opresión del franquismo, y en cuestiones como la constitución y desarrollo de un amplio Frente Nacional puede jugar un papel decisivo, ya que estudiantes e intelectuales son el mejor y más directo lazo de unión entre las masas populares y las capas medias, cuya alianza es uno de los problemas cruciales de la revolución democrática.

Todo llama, pues, a la intelectualidad española a ocupar decidida y combativamente el puesto que le corresponde en estos momentos históricos. Y es que, como dijo ante el V Congreso del Partido Comunista de España Dolores Ibárruri: «…los intelectuales “¡Hombres!”, esos hombres con mayúscula a los que corresponde por entero la humana exclamación de Gorki: “¡Hombre! cuán orgullosamente resuena esta palabra”, no pueden resignarse a la miseria intelectual y física a que los ha condenado el franquismo».