Carlos Arturo Torres
De las corrientes filosóficas en la América Latina
Con este mismo título el literato y distinguido pensador peruano D. Francisco García Calderón, ha presentado una interesante Memoria al Congreso de Filosofía de Heidelberg en 1908, acogida luego por la Revue de Metaphysique et de Morale en suplemento especial,{1} singular honor que bien claramente está diciendo del valer del autor y de la entidad de su trabajo. El joven escritor a cuya vigilante preocupación por los problemas del pensamiento contemporáneo debe ya la literatura hispano-americana obras de raro mérito, plenas de vastísima información y de un espíritu del alta y generosa serenidad, aborda en su «Memoria» una materia que entra naturalmente dentro de los límites de este ensayo, en el punto mismo en que se estudia en él la rotación de las ideas en la esfera de la investigación filosófica. En la América española y en Colombia, muy particularmente, el espíritu especulativo ha sostenido tan asiduo o íntimo comentario de las cuestiones de política general, ha estado por tal manera vinculado durante extensos períodos a nuestra historia y a la modelación de nuestro carácter, que sería imposible no tener en cuenta sus orientaciones sucesivas, la fuente de sus inspiraciones y su persistente actuación en nuestros hombres y en nuestras instituciones cuando quiera que directamente o indirectamente se consideren éstas o se estudie la posición de aquéllos.
Muy más que parcialidades políticas han sido en ocasiones nuestros partidos escuelas filosóficas, supersticiones, excesos o fanatismos de doctrina, sus errores y arena de sus debates, nuestra historia, hasta el punto de haberse dado el caso singular de que la adopción de un texto universitario de ideología o de legislación haya sido abundoso pábulo de enardecidas discusiones en nuestros parlamentos, de vehementes campañas en nuestra prensa política, causa de conmoción social e indirecta bandera de agitaciones intensísimas y de guerras civiles.
Para García Calderón, la independencia política de la América latina, fue la surgente primera de donde hubieron de brotar las actuales corrientes de especulación filosófica en aquellos países, intelectualmente aletargados durante el período tres veces secular de la dominación española «que fue nuestra edad media.» En aquella época luenga y soporosa domina el dogma, la inquisición se establece, una escolástica de decadencia oprime el espíritu de nuestras Universidades, sobre todo las de México y Lima, troqueladas en el molde salmantino del siglo XVI; la curiosidad intelectual se desperdicia y gasta en obras atiborradas de erudición, en disputas bizantinas y en comentarios de viejos textos estrechos y excesivos. La filosofía dominante es más bien la de Duns Scot que la de Santo Tomás; es un pensamiento sutil, un ejercicio dialéctico en el vacío. Adviértese la influencia de Suárez, el teólogo español, más nunca la de la filosofía española liberada del dogma con el criticismo de Luis Vives, el cartesianismo de Gómez Pereira o la escuela de derecho natural de Victoria. Allí no ha penetrado todavía ninguna ráfaga del pensamiento filosófico que ya había inspirado a Bacon la fórmula del método experimental y encendido en obscura guardilla del barrio israelita de Amsterdam la mente que produjo la Ética y los principios del panteísmo absoluto del pobre y grande Baruch Spinoza. Es solamente a fines del siglo XVIII, cuando las doctrinas de Descartes y de Newton son conocidas y comentadas en las publicaciones de la época como El Mercurio Peruano de Lima. En suma, la actividad intelectual del período que precedió a la independencia, es pobre y entrabada; no hay allí ningún rayo de originalidad, ningún conato de autonomía, ninguna eficacia literaria ni política.
Estas observaciones contienen, sin duda, un gran fondo de verdad pero no toda la verdad; en Colombia a lo menos, país que el docto autor de la «Memoria» no incluye sino por una mención, muy honrosa ciertamente para el que esto escribe, puede observarse un fenómeno inverso, esto es: que la actividad intelectual no brotó de la revolución de la independencia, sino que, en cierto modo esta revolución fue consecuencia de aquella actividad. El movimiento de ideas que precedió a la guerra emancipadora concentrado en apariencia con Caldas y los miembros de la Expedición botánica casi de modo exclusivo a investigaciones científicas, implicaba en el fondo un intenso despertar filosófico que había de ser más tarde por irrevocables leyes de causalidad inspiración y numen de la revolución política. En su grande obra póstuma lo observa Reclus: «No fue uno de los menores triunfos del espíritu filosófico del siglo XVIII, la graciosa autorización dada a astrónomos franceses para medir un arco del meridiano en las mesas andinas y más tarde las licencias para emprender viajes de exploración concedidas a españoles y extranjeros; así se vio a Félix de Azara crear la geografía de las regiones del Plata, a los neogranadinos Mutis{2} y Caldas, y a los españoles Ruiz y Pavón, estudiar la historia natural de las regiones andinas».{3} Libros que decían del gran movimiento de ideas de la época, clandestinamente importados y sigilosa y ávidamente leídos y comentados en las tertulias de los hombres más distinguidos de la colonia elaboraban el espíritu que había de dar luego forma a la revolución, cuyo primer acto fue la traducción y propaganda de los Derechos del Hombre, que Nariño tomó de una historia de la Asamblea constituyente y que lanzó al país como doctrina y mensaje de las aspiraciones americanas. La acción intelectual de la revolución francesa, precedió, pues, en nuestro país, a la independencia; propagó sus ideales y la preparó con las labores de los grandes intelectuales de aquella época, cuantos fueron Nariño, Camilo Torres, Zea, Caldas y los demás.
En los años que siguieron al establecimiento de la Independencia, agrega García Calderón, toda la filosofía, todo el pensamiento hispano americano se orienta hacia la política, y son las influencias francesas las que predominan; liberalismo de Benjamín Constant, doctrinarismo de Gruizot, por donde quiera luchan y se imponen; en libros y folletos coméntanse estas doctrinas que los hombres de ese tiempo en tentativas estériles a las veces, se esfuerzan por realizar en formas prácticas. En el orden del pensamiento puro la influencia de Cousin y del eclecticismo, comienza hacia 1850 a prolongarse con la acción ejercida por los libros de Saisset, de Paul Janet y de Jules Simón, hasta las postrimerías del siglo.
Aquí aparece nuevamente Colombia separada del movimiento general hispano americano, como se estudia en la Memoria. El notable hombre de Estado, a quien cupo en suerte organizar el país y fundar en él la administración pública después del triunfo sobre España, y después de la disolución de la gran Colombia, se inclinaba por carácter y por temperamento intelectual al pensamiento británico en sus formas más positivas; el general Santander, pues, con sus colaboradores Soto y Azuero, fomentó en los colegios nacionales el estudio de los principios de legislación y de deontología de Bentham que el autor mismo había remitido a Bolívar en 1825, principios que hallaron luego en Ezequiel Rojas y en Rojas Garrido, apóstoles que llevaban a la defensa y propagación del credo utilitario toda la ardentía y toda la intransigencia del sectarismo racionalista. Impugnábanlos con bríos no menores, ya desde el día siguiente al 25 de Septiembre, el Ministro Restrepo (circular a las Universidades, de Octubre de 1828), ora mucho más tarde y enfrentados a los Rojas y a sus discípulos, algunos liberales idealistas de la mentalidad de Ricardo de la Parra y la escuela tradicionalista y conservadora que tenía a su servicio a los primeros escritores, acaso del país, con Mariano Ospina, José Eusebio y después Miguel Antonio Claro. El pensamiento filosófico francés estuvo representado casi exclusivamente entre nosotros, durante la primera mitad del pasado siglo, por el sensualismo de Destutt de Tracy tan magistralmente juzgado por Taine como el de Condillac y Cabanis.{4}
Es Tracy uno de los últimos representantes del espíritu clásico que predominó en los dos penúltimos siglos así un Descartes y los partidarios de las ideas puras como son las sensualistas a cuya escuela pertenecía el filósofo admirado de nuestros padres. La comprensión limitada de este espíritu le veda, dice Taine, ir más allá en la superficie de las cosas y estudiar el hecho viviente y probatorio; «jamás como en los sistemas de estos filosóficos, agrega el autor de La Inteligencia, se construyeron edificios más regulares y espaciosos con tan pobre extracto de la naturaleza humana; la escuela subsistió en la revolución, en el imperio y hasta la restauración, firme en la rigidez de su código, en la uniformidad de su criterio y de sus obras y en la estrechez de su juicio. Entre nosotros su influencia le hizo sentir hasta fines del tercer cuarto del siglo pasado. Bentham y Tracy eran para nuestros padres el símbolo supremo del pensamiento liberal militante, y sus nombres indisolublemente apareados, resonaron por mucho tiempo como el pean de una ardiente lid a un tiempo filosófica, religiosa y política. Corrientes más modernas empiezan a aparecer y Stuart Mili inspira a Florentino González su obra de derecho constitucional y Cerbeleón Pinzón en sus libros de filosofía moral, exhibe un temperamento conciliador y ecléctico, en que no aparecen huellas de la influencia francesa.
En el resto de la América latina la acción del pensamiento inglés es mucho menor; sin embargo, un gran pensador se forma en la escuela de Reid y de Dugald Stewart; es Andrés Bello, nacido en Venezuela, que a la cabeza de la vida intelectual de Chile influye en donde quiera. Su espíritu de análisis, su fuerte lógica, su psicología un poco abstracta pero penetrante y segura le daban acción original, varia y profunda sobre la dirección de las ideas. Aplica el análisis inglés a los principios de la gramática, a la lógica, a los códigos, a las leyes de la lengua, al derecho internacional y siempre se exhibe como filósofo de la escuela anglosajona, lleno de «common sense», de estoicismo moral, de análisis cerrado y poderoso: el argentino Alberdi recibe, como él, la influencia inglesa, pero más bien en sus doctrinas políticas y sociales, mientras que Sarmiento representa en el mismo país, por lo mejor de su espíritu y de su influencia, la tradición francesa y latina.» «La influencia de Bello en nuestro país se impuso sobre todo en el estímulo a las doctas disquisiciones filológicas y gramaticales, que han rayado a altura casi insuperable en las obras de Caro (M. A.) y del ilustre autor del Diccionario de construcción y Régimen de la Lengua Castellana, Rufino J. Cuervo; en los estudios de Derecho internacional determinó la orientación general del espíritu sajón de Martínez Silva; su literatura contribuyó a formar el gusto por el genuino casticismo castellano y sus fórmulas del derecho civil, esculpidas en el código chileno, fueron adaptadas sin modificaciones irreverentes por muchos legisladores.
Al espíritu clásico, padre común, al decir de Taine, así de la tragedia política del Terror como de la filosofía de la sensación de Condillac y de Condorcet, de Cabanis y de Tracy, sucedió, con las nuevas corrientes literarias, el movimiento romántico de la política y de la filosofía, en los cuales, como esencia íntima e incorruptible, se advierte una tendencia espiritualista patente en medio de las más audaces concepciones revolucionarias y de las demoliciones institucionales más intensas. El espíritu de 1848, que pasó como un hálito vivificante y ardoroso por el mundo occidental, con todo lo que implica de corriente de ideas, de anhelos, de justicia y de humanitarismo, de escuelas emocionales de rehabilitación de los oprimidos, de simpatía por el proletariado, de liberación de las patrias irredentas, tuvo en nuestro país acción visible y honda; así lo hace resaltar en obra reciente un sabio y pensador libertario.{5} Las nobles aspiraciones, la filosofía del progreso, la preponderancia del ideal sobre la inercia de las cosas, los conceptos morales de caída y de redención que se ascendrán la latitud de las pampas e inspiraciones poéticas, como en el caso del argentino Andrade citado por Calderón, culmina entre nosotros en hermosa aunque no rica floración intelectual y en una actividad política que no tuvo precedentes ni ha dejado imitaciones. En otra parte lo hemos dicho ya; parecía que las lenguas de fuego del alado espíritu hubieran descendido sobre aquellas mentes y encumbrarse en aquellas almas la noble llama que ilumina la transformación social por la justicia y la confraternidad. El espíritu nuevo, vibrante en la acción y clamoroso en la palabra de los inolvidables soñadores de la «Escuela Republicana», discípulos de Michelet y de Quinet o imbuidos en las vagas generalizaciones histórico-filosóficas de Herder, inspira el Código generoso de 1853. La innovación atacaba de lleno los residuos del régimen colonial desde el sistema rentístico hasta las concepciones de la filosofía y del derecho. En aquella figuración histórica de nuestra segunda independencia, Murillo fue nuestro Ledru Rollin como Camacho Roldán nuestro Lamartine. Nadie podrá desdeñar la obra y el pensamiento de aquellas almas inflamadas, de aquellos caracteres de elección: Vicente Herrera, Ricardo de la Parra, los Samperes, los Solanos, José Joaquín Vargas, Ricardo Becerra; toda aquella nobilísima teoría del ideal que un adversario ingenioso personificó con maleante intención y afortunado cincel en el Don Demóstenes de Manuela, de Eugenio Díaz Castro, y a quienes se llamó gólgotas por sus constantes invocaciones al Mártir del Gólgota, considerado por ellos como el primero y más sublime de los demócratas de todos los siglos. Ideas más prácticas y más concretadas a la política, pero no menos generosa propagaban brillantemente Ancízar, Santiago y Felipe Pérez, Zapata y el profundo Cuenca.
La doctrina laica contraria a los dogmas y la ardentía de su batallar contra las tradiciones de la escuela conservadora y católica, relevantes en la posición y en los escritos de Vigil en el Perú, de Bilbao en Chile, de Ocampo y de Juárez en México encarnó entre nosotros en Rojas Garrido, orador perfecto pero espíritu intransigente y retardatario que supo, no obstante, ejercer irresistible fascinación sobre la juventud de su tiempo; su verbo rotundo y abundoso fue vehículo de ese absolutismo de las ideas que caracteriza la mentalidad jacobina y fundó la escuela de la violencia en el pensamiento, cuya proyección necesaria en la política es la escuela de la violencia en los hechos bautizada entonces con el nombre de draconianismo. Draconianos y gólgotas, más que dos fracciones políticas del liberalismo son dos formas antagónicas del pensamiento, dos concepciones distintas y opuestas de la política y de la vida que Shakespeare, ese gran vidente, fijó en la actitud de Casio y en la de Bruto, después de la tragedia de los Idus de Marzo y que en la convención francesa abrió entre la Montaña y la Gironda un proceloso piélago de sangre. El criterio de lo absoluto y la intolerancia dogmática, su necesaria consecuencia debía también separar en el campo de la especulación filosófica a los discípulos de Rojas, entre quienes se distinguieron Arrieta, poeta y tribuno; Juan de D. Uribe, escritor genial y Juan Manuel Rudas, incansable laborador de ideas de la generación subsiguiente que fervorosas del autor de la Filosofía Sintética, entreveía más allá de sus inducciones amplios horizontes intelectuales y substantivas modificaciones en la apreciación de los fenómenos de la vida de relación. Al entusiasmo por Bentham, Tracy y Rojas sucedió, pues, el estudio sosegado y profundo de Herbert Spencer, citado acaso por primera vez entre nosotros, por un hombre muy discutido, pero de innegables ejecutorias intelectuales: Rafael Núñez.
El positivismo de Comte había hecho ya para entonces alguna carrera en otras Repúblicas, según nos lo dice García Calderón: «En Chile Lagaguirre, discípulo de Comte, explica y defiende sus doctrinas; en México, la Revista Positiva de Aragón, que defiende las mismas ideas, tiene una curiosa vitalidad; el positivismo, desde el primer momento debía conquistar el pensamiento de la América latina como no lo había hecho ninguna otra doctrina filosófica. La fórmula de Comte «todo es relativo; de ahí el único principio absoluto» implica una completa reacción contra el espíritu jacobino; es su refutación radical y levanta el concepto de tolerancia a las regiones superiores en donde el espíritu del siglo XIX en vigoroso contraste con el del XVIII, sitúa la posibilidad de conciliación y de armonía por lo alto, entre las más venerandas tradiciones de la humanidad y las más atrevidas aspiraciones de la libertad. Mas fue Spencer en Colombia quien imprimió una nueva orientación a los espíritus, seducidas sin duda por lo que Bergson llama con propósito impugnativo, las dimensiones gigantescas de sus seducciones, la limpidez y generalización de sus fórmulas evolutivas y la claridad superficial de sus comparaciones y de sus metáforas mecánicas. Por una parte era lógico, como lo reconoce el mismo Bergson, que el sistema spenceriano sedujese las inteligencias preparadas por los descubrimientos y las teorías ambientes a aceptar la explicación más universal de los fenómenos bajo formas de una estática y de una dinámica generales y a concebir la historia del mundo como una historia del movimiento físico. Por otra, su concepción de la relatividad, su afirmación de lo incognoscible, la amplitud de su criterio político y su concepto de que la ciencia y la Religión no son inconciliables, serenaban los espíritus fatigados de la esterilidad de una lucha sin tregua y sin piedad entre dos sistemas igualmente extremos e igualmente dogmáticos. Los Primeros Principios fueron tomados literalmente como el evangelio de las ideas modernas. Nicolás Pinzón W., espíritu luminoso cuya perdida no ha podido reemplazar la República, Herrera Olart, J. D. Herrera, Iregui, fueron apóstoles convencidos y militantes de la filosofía spenceriana. Así como en México extractos de los Principios de Ética de Spencer y de la Lógica de Stuart Mili, sirven de textos universitarios, en nuestro Externado de Bogotá, sintetizaciones de Moral y de los Primeros Principios hechos y bien hechos por Tomás Eastman e Ignacio V. Espinosa, servían de textos de Ética y de Psicología. Años antes, y por la iniciativa de Rudas, había traducido Madiedo y se propagaban entre la juventud el extracto de la Lógica de Stuart Mill, por Taine y condensaciones de Grote, de Bain, de Claude Bernard, de Ribot, de Zoubarouski. El pensamiento entraba en un período de hermosa actividad a la que contribuían no poco las enseñanzas en que Vargas Vega, nuestro Litre primero y posteriormente J. D. Herrera, hacían de la biología algo como el eje fundamental de la filosofía moderna, y las conferencias eclécticas a lo Janet, pero nutridas de vasta y novísima información del profesor suizo Rothslisberger. No apareció sin embargo entonces, ni han aparecido después, salvo algún trabajo inédito de Iregui y alguna conferencia de Camacho Carrizosa o de Diego Mendoza, ningún estudio de sociología comparable por su entidad, siquiera a los de Cornejo en el Perú, Letelier en Chile, Bulnes en México, Baéz en el Paraguay, Gil Fortoul en Venezuela, y últimamente García Calderón, en su vasto trabajo Le Pérou Contemporain.
Mas la supremacía del positivismo ha producido dos reacciones: honda la una, y de ya muy apreciable influencia en las modalidades del criterio filosófico en su aplicación a la literatura y a la política; brillante y fascinadora la otra por la aparente novedad y audacia de las doctrinas y el real genio de su apóstol; pero que no podría decirse en rigor que haya tenido una verdadera actuación filosófica. Esas dos corrientes quedan definidas y caracterizadas con dos nombres de cuyo prestigio está plena la contemporánea literatura de ideas: Guyau y Nietzsche. Como lo observa con tanta penetración Fouillée, los dos filósofos poetas sacan, de análoga concepción de la vida intensiva, dos conclusiones diametralmente opuestas. Consideran ambos la vida como una actividad que encuentra en su mayor expansión y en su más alta intensidad su goce más alto, pero en tanto que el teutón dominador ve en la superabundancia vital una potencia de dominación, de agresión y de tiranía, Guyau, en cuyo noble genio parecen culminar las más excelsas cualidades latinas afirma, por el contrario, que tal superabundancia es un elemento necesario de la simpatía y de la solidaridad humanas; la fuerza solo debe servir para el ataque, exclama el uno; sirve también y sirve mejor para la cooperación, dice el otro; los fuertes se aíslan, solo los débiles se asocian, asienta el germano; el mayor desarrollo cerebral que es una de las fases más eficientes y perdurables de la fuerza, demuestra el latino, tiende a la asociación cooperativa.
Encamínase la corriente filosófica de Guyau en el sentido de la expansión simpática hacia los demás, la de Nietzsche en el de la expansión agresiva contra los demás; siguiendo la primera, se funda el altruismo natural sobre las leyes mismas de la vida, que es en el fondo el proceso íntimo de la civilización occidental; permanécese en el adusto aislamiento primitivo, en que el hombre abate al hombre, en la prehistórica época de la acometividad sin atenuación y de la lucha sin piedad, en la eterna desigualdad, la eterna opresión y la guerra eterna, siguiendo la segunda. Ambos filósofos, ambos altísimos poetas, Guyau y Nietzsche, penetrados, en su sentido más hondo, de la seriedad del pensamiento, de la seriedad del arte y de la seriedad de la vida, combaten el concepto del arte por el arte y buscan en la poesía, como Mazzini, un vehículo a las grandes ideas; el uno como un nuevo campo para desplegar su potencia, matcht auslascen, el otro para expandir su alma en efluvios generosos de simpatía, de fraternidad y de amor. En el terreno político, el alemán ve en la violencia una expansión victoriosa de la potencia interior, en tanto que el francés declara: «Dar por objeto a la voluntad el abatimiento de los otros, es darle un objeto insuficiente y empobrecerse a sí mismo. Para el primero es, naturalmente, la completa dominación, el ideal de la expansión de la vida; Guyau demuestra por el contrario, que la voluntad, cuando llega a hacerse absolutamente incontrastable, se desequilibra y degenera;» el déspota, entregado a caprichos contradictorios y sin freno, se convierte en un niño y toda su omnipotencia objetiva acaba por producir una real impotencia subjetiva».{6}
No creemos que los espíritus distinguidos que en Colombia y en el resto de la América latina se han llamado «nietzchianos», hayan aceptado de los sermones líricos de Zaratustra otra cosa, aparte de las bellezas literarias que aquellas generalizaciones inofensivas del concepto apolíneo de la vida y la intensidad del vivir, sin llegar jamás seriamente a la condenación de la justicia y de la piedad, a las dos morales o mejor al inmoralismo, ni a pensar en el abatimiento y sujeción de la inmensa mayoría de sus conciudadanos convertidos en rebaño de esclavos. Si en los pueblos modernos ha de surgir el Dominador inmisericorde, ciertamente no será del gremio de los literatos, intelectuales y artistas más o menos modernistas que hoy legitiman el ministerio del opresor desalmado; los Rosas y los Melgarejos no se forman, ha dicho, en el comercio de los refinamientos literarios y de los estetismos exóticos y exquisitos. Las ideas de Guyau con todas sus proyecciones en el campo de la literatura, del arte, de la moral y de la política, encontraron entre nosotros resonancia y prosélitos en el reducido grupo de escritores que habló al país las columnas de dos diarios que llegaron a adquirir alguna notoriedad, siquiera sea por las tempestades que sobre ellos se desataron: La Crónica y El Nuevo Tiempo. En otros países de América, dice García Calderón: «La acción de Fouillée y de Guyau ha sido muy intensa, principalmente la del primero, en los estudios jurídicos y sociales. Las nuevas generaciones leen a Guyau y lo comentan sin cesar y un joven pensador defensor brillante del idealismo y del latinismo en América, José Enrique Rodó, ha hecho grandes elogios de él en su libro Ariel, cuyo título es ya un símbolo de renacimiento y de generoso idealismo. Todas las figuras interesantes del pensamiento contemporáneo en la América latina, continúa García Calderón, están orientadas hacia el idealismo; en México, donde dominaba el positivismo, se advierte un cambio de frente; el Ministro de Instrucción, Justo Sierra, hablaba recientemente de la crisis filosófica y Bergson ha destronado a Spencer. En Chile un profesor alemán, el Dr. Wilhem Mann, dirige en el Instituto pedagógico un nuevo movimiento de ideas contrario a la tradición positivista de aquel pueblo; en el Perú, los profesores Déustua y Javier Prado; en el Uruguay, Vaz Ferreira; en la Argentina, Carlos Octavio Bunge e Ingegnieros; en Cuba, Enrique José Varona; en el Paraguay, Manuel Domínguez, propagan ideas bastante análogas para que sea permitido señalar una corriente filosófica nueva.»
La tendencia al idealismo con la filosofía de Renouvier, de Boutroux, de Bergson, de William James, parece señalar el rasgo más relevante de la actual orientación del espíritu en Hispanoamérica como en el resto del mundo. Implica, al reivindicar los derechos del ministerio y del ensueño en el pensamiento y en la obra, una suerte de reacción contra el racionalismo algo estrecho y contra el criterio dogmático que constituyeron los caracteres de las filosóficas anteriormente enseñoreadas de la dirección de ideas y de la dirección de la vida. La excesiva supremacía de la práctica, el exclusivo culto de la riqueza y del éxito material, el egoísmo y algunas voces un amoralismo al cual las doctrinas de Nietzsche mal interpretadas, han dado su fuerza y su brillo, han sido, según el joven filósofo peruano, lote de la escuela positiva contra el cual reacciona el idealismo; podría observarse que esas manifestaciones del espíritu yankee han provenido en primer término de individualidades sobre quienes las corrientes filosóficas ejercen un mínimum de influencia, si alguna y más de una vez se ha patentizado también que mentalidades troqueladas por la más idealista de las doctrinas y la más desinteresada de las religiones, no hayan sido extrañas a la grosera y letal contaminación. El criterio filosófico, cada vez más tolerante y lato, resultado de la general cultura de nuestros días, influye necesariamente en las modalidades intelectuales de pueblos que rastrean con ávida persistencia, para imitarlo y a las veces para exagerarlo, el movimiento de las ideas europeas; pero está muy lejos de haberse alcanzado una nivelación uniforme, por lo alto, en la parte militante de la inteligencia latino-americana que autorice, sin sustanciales distingos, una calificación y una clasificación generales. Ni se ven todavía conatos de aquella originalidad filosófica que las formas características y peculiares de nuestra mentalidad demandan, y que no ha aparecido tampoco con relieve suficiente en otras ramas de la actividad intelectual que de aquélla se derivan. La reversión de los ideales, la intensa reacción de los principios, la no interrumpida mudanza de perspectivas intelectuales que hace pasar del idealismo al sensualismo, de éste al positivismo y del positivismo a nuevas formas de idealismo, determinan dislocaciones del criterio y retrasos del pensamiento Idola Fori de la filosofía que engendran los Idola Fori de la política. Fuerza es convenir igualmente que las ideas más avanzadas y generosas, como sol naciente, iluminan solo las cimas más altas y que aquel grupo profetice de que habla Quinet, destinado a recibir, a elaborar y a propagar las ideas que han de ser más tarde la fórmula salvadora de una sociedad y el lote común de los pueblos, tiene que pagar al precio de la persecución, del desconocimiento y de la injusticia, el don de su clarividencia y la audacia de sus revelaciones. En la masa profunda y amorfa dominan unas veces el prejuicio del pasado y otras, lo que es peor aún, las formas más delirantes e innobles de la diatriba panfletaria y de la retórica jacobina. La organización política y las doctrinas institucionales, oscilantes en su polaridad entre los más contrapuestos ideales, no han interpretado aún el sentido exacto del pensamiento moderno en cuanto éste implica de amplia conciliación entre lo práctico y lo generoso, entre lo tolerante y lo justiciero, entre las leyes de constancia, de evolución y de revolución.
Carlos Arturo Torres.
(Del libro inédito Idola Fori)
——
{1} Les Courants philosophiques dans L'Ámerique Latine, por Calderón.
{2} Mutis era gaditano pero domiciliado en Nueva Granada.
{3} E. Reclus. L'Homme et La Terre, vol. 5, p. 85.
{4} Les origines de la France Contemporaine, L'Ancien Régime v. I, página 316.
{5} «Pour L'Amerique Latine il en fut autrement; l'influence morale de la France est telle dans ces contrees que sa revolutión nouvell (1848), secoua fortment les esprits et produisit ca et la, notament dans la Nouvelle Grenade, mouvements politiques.» Reclus, L'Homme et La Terre, vol. V., pág. 137.
{6} Educación et Heredité, pág. 63. Esquisse d'une Morale sans obligation ni Sanction.