Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, mayo de 1923 · número 59
año VI, vol. X, página 712

[Edwin Elmore]

Notas

Roberto Levillier,
La tienda de los espejos. Madrid 1921

El espíritu fino, la discreta tolerancia del doctor Levillier nos permitirán el previo comentario personal: en la figura de este joven diplomático de tipo intelectual tiene la República Argentina un digno representante de buena parte de las cualidades que abonan el carácter y la inteligencia de las nuevas generaciones del Plata. Tal vez –y tolere el Ministro este juicio personal hecho a título de amigos– nos gustaría ver en él más fervor cultural a la manera anglosajona y menos escepticismo esceptizante a la francesa… Mas no olvidemos que el amor y la fe culturales del señor Levillier viven en sus trabajos de historia, trabajos que se inspiran en un evidente espíritu constructivo y en un claro ideal de armonía… ¿Qué importa que, en ciertos casos, crea útil hacer literatura?…

Invitados por el amable clown de la portada, hemos entrado llenos de curiosidad en «la tienda de los espejos». Entramos, no para buscarnos a nosotros mismos, sino para ver a los demás y reírnos de ellos, como ellos se reirán de nosotros. Con esta curiosidad hemos abierto el libro, y en cada página hallamos al vecino magníficamente retratado, con todas sus virtudes, con todos sus defectos; lo vemos vivo, humano, real; el tipo se mueve, actúa, le oímos hablar, hasta precisaríamos el metal de su voz. Un instante dura la visión, y al terminar las paginas concluye la graciosa procesión de siluetas, y en la última hoja nos quedamos suspensos, apenados, porque termina. Levillier ha conseguido revelar en su papel sensible las grotescas fotografías de los tipos comunes de la vida, ha presentado en su colección de espejos, una tras otra, personas que viven como nosotros y en las que no podemos afirmar que no hay nada de nosotros. Dice el prólogo: «no descubriréis el más leve rasgo vuestro». No olvidemos que lo dice un payaso. Sin querer, como un aviso extraño de nuestra conciencia, sentimos que hay algo nuestro, que vive en las páginas –fácil y graciosamente escritas,– algo muy general y muy humano.

E. E.

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Edwin Elmore
1920-1929
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