Se halla de paso en Lima, y próximamente ha de dirigir a nuestro público uno de sus hermosos mensajes de hombre de fe, el notable escritor argentino, señor Julio Navarro Monzó.
No conocemos en detalle su labor periodística en la capital argentina, pero hemos leído sus dos interesantísimas conferencias: «Santa Teresa de Jesús y la vida y espiritualidad cristiana» y «La luz de nuestras vidas», dos piezas que conceptuamos óptimas como instrumentos de propaganda espiritualista y cultural –y que conste que no somos aficionados a prodigar elogios!
Libremente, sin que nadie nos lo pida ni insinúe, dedicamos este homenaje espiritual al escritor, al pensador, al espíritu libre y generoso que pasa. Va a dejar oír su voz y creemos cumplir un deber al recomendar a los lectores de Mercurio Peruano que no pierdan la oportunidad que se les ofrece de conocer a un hombre que encarna el tipo ejemplar del periodista moderno. Para atribuirle este carácter, no nos hace falta un examen muy prolijo de su obra de publicista, nos basta conocer algunas de sus ideas, su orientación franca, leal y generosa y su actitud de cristiano en la acción, sincero, libre y espontáneo; con las cualidades de humana simpatía que ha reconocido la Iglesia a San Francisco de Sales, al hacerlo patrón de los periodistas, según últimas noticias. [634]
Al despedirse de él, La Nación de Buenos Aires –periódico severo si los hay– ha hablado de su «intachable integridad moral», de su «honestidad intelectual» y de su «alta dignidad humana». No hubiera sido necesario que conociéramos este juicio de La Nación para valorizar tan relevantes condiciones. La figura espiritual de los hombres como Navarro Monzó adquiere relieve por sí misma. En la universal crisis de los valores morales en que ha quedado sumida la humanidad, después de la guerra; ahora que el mercantilismo más desaforado, y los apetitos y las ambiciones más desproporcionadas han invadido y maleado todos los órdenes, hasta los más venerables, de la actividad humana; ahora que verdaderas hordas de nuevos bárbaros han irrumpido en los campos, sólo frecuentados antes por gentes de sincera e íntima vocación espiritual, se hace necesario acoger con redoblado calor y simpatía a los que son capaces de concebir y poner en práctica una interpretación noble de la realidad para oponer a la ola de ciego egoísmo y de torpes y desatentadas ambiciones que se ha levantado en el mundo, la visión serena de una sociedad más justa, de una humanidad menos entregada al bajo strugle del materialismo industrial y político, menos dada a la sensualidad y a las idolatrías del escepticismo, que están desvirtuando el valor y la significación de todas las adquisiciones de la vida civilizada. Ahora que todo se mixtifica y se pervierte en nombre de la urgente necesidad de divertirse y «pasar el rato»; ahora que los Crésos y Sardanápalos de una civilización cruel y corrompida, ofuscan con sus festines y sus opulencias hasta las inteligencias y las conciencias menos contaminadas y más cándidas; ahora que parece que se hubiera entronizado en el mundo el gobierno invisible de Sir Epicuro Mamon, es necesario intensificar el pensamiento y la acción, y en ningún sector de las actividades modernas puede realizarse ésto como en el periodismo ya gravemente aquejado por las dolencias de la época. Frente al tipo del periodista venal o frívolo hay que colocar a aquel que sabe preservar, aún en medio del desconcierto moral de nuestros días, las normas y los principios de una elevada doctrina y de una fe entusiasta y segura en los destinos superiores de la especie. A esta categoría de hombres pertenece el señor Julio Navarro Monzó, y los que reconozcan en él a un hermano en el esfuerzo, hoy más necesario que nunca para redimirnos de las bajezas en que yacemos sumidos, deben saludarle con el respeto a que hombres de esa talla se hacen acreedores, sin esperar para el homenaje el, a veces falso, veredicto del éxito sonoro.
E. E.