Filosofía en español 
Filosofía en español


Polémica: La filosofía española contemporánea

Publicamos hoy la contestación de Manuel Pizán a don Alfonso López Quintás en relación con la polémica que desde hace ya dos semanas mantienen en MADRID ambos escritores, y en la que terció recientemente el ensayista Valeriano Bozal. Fieles a nuestro propósito de dar cabida a cuantas aportaciones al tema de la filosofía española contemporánea (espectro tras el que se adivinan cuestiones mucho más importantes para la vida cultural española), nuestras páginas siguen abiertas. La polémica, pues, continúa.

Manuel Pizán

Precisando una carta abierta

Mi colega de lides periodísticas –es autor de crónicas en el diario Ya, y de artículos sobre problemáticas y ya descubiertas relaciones entre los pensadores románticos alemanes y el mito mediterráneo– y académicas, el profesor de Estética señor López Quintás, ha creído conveniente replicar a un modesto trabajillo mío, en el que analizaba su libro Filosofía española contemporánea, con una carta que casi duplica la extensión de mi crítica. Me parece normal que, después de tres años de duro trabajo para confeccionarlo, acuda en defensa de unos méritos que cree amenazados «por la vía rápida y facilona de los juicios sumarios, las frases despectivas, la información inexacta y la interpretación peyorativa de ciertas características de la obra que en la propia intención –con lo que el padre López Quintás se refugia en el reino de lo subjetivo– responden a criterios muy positivos». Es una reacción muy humana, que no me hubiera preocupado mayormente. Como tampoco me hubiesen preocupado una serie de alusiones personales en las que no voy a entrar, aunque sí recordarle que con ellas rompe la norma habitual de la discusión teórica, que consiste en hacer razonadamente la crítica de la crítica, pero no del crítico, para así mantener un nivel de seriedad.

Pero sucede –y esto me hace contestar– que el señor López Quintás, siguiendo la vieja táctica retórica de inventarse un blanco fácil para así atacarlo mejor, de montar sus silogismos sobre una petición de principio, me hace decir en su «carta abierta» cosas que no he dicho, proceder que, intelectualmente, no es correcto.

Así, dice que pretendo «negar con increíble contundencia el valor filosófico de la obra de 61 escritores españoles». Si el señor López Quintás hubiera leído con atención mi crítica, se hubiese dado cuenta de que lo criticado es «su» enfoque, selección y tratamiento de los autores; no los autores en sí, que habrían de ser examinados en cada caso.

Igualmente, me atribuye que aplico al conjunto de la filosofía española contemporánea un calificativo anulador, aceptando la opinión de un autor de los tres que cito –se refiere a Ortega– de que la cultura española carece de un mínimo de categoría, cuando lo que en realidad digo, como cualquiera que haya leído la susodicha crítica puede ver, es que «aceptar ese planteamiento… no sería justo ni con López Quintás ni con nosotros mismos, y tal, vez ni siquiera con la enteca filosofía española contemporánea». Me parece verdaderamente improcedente que nuestro compilador piense que cuando digo que «el libro de López Quintás pretende ser un panorama general, y su visión resulta desoladora», me refiero al panorama general de la filosofía española contemporánea y no al panorama general de su libro, cosa muy diferente. La filosofía española contemporánea es en realidad muy pobre en su conjunto; pero existen una serie de individualidades, no todas, y ni siquiera la mayoría, en España merecedoras de un respeto que el señor López Quintás parece querer extrapolar indiscriminadamente.

La importancia del pensamiento hispánico

Que la cultura española actual, y más en especial la filosófica, es muy pobre, es objetivamente obvio. Si consideramos que los pensadores que marcan los rumbos ideológicos de nuestro siglo –dicho sea sin ánimo pedantesco ni polémico, sino en respuesta a la pretensión de pretender reducir la filosofía a una actividad representada por los nombres de Aristóteles, Fichte, Heidegger, Kant y Humeson J. Hirschberber, Etienne Gilson, Jacques Maritain, I. M. Bochenski, Copleston, Ernst Cassirer, Erich Fromm, Lanza del Vasto, Sarvapali, Radakrishnan, Aurobindo Ghosh, R. G. Siu, A. Kojéve, Jean Hyppolite, Adam Schaff, Louis Althusser, Galvano della Volpe, Cesare Luporini, Roger Garaudy, Albert Camus, Karl Jaspers, Martin Heidegger, Jean Paul Sartre, Gabriel Marcel, Nicola Abbagnano, Ernesto Guevara, Marc Mitin, Habermas, V. Afanasiev, Lucien Goldmann, Foucault, Levi-Strauss, Ernst Bloch, Abendroth, Karel Kosik, Herbert Marcuse, Antonio Gramsci, Gyorgy Lukács, Theodor W. Adorno, Auguste Cornu, Alfred Nort Whitehead, Wittgenstein, Ho Chi-Minh, Moritz Schlick, Otto Neurath, Rudolf Carnap, Bertrand Russell, K. R. Popper, K. Gó¶del, C. G. Hempel, Fanon, Jean Wahl, Toynbee, De Wahlens, Tran Duc Thao, Scheler, Merleau-Ponty, Percy W. Bridgman, Morris Lazerowitz, Noam Chomsky, Sigmund Freud, Mao Tse-tung, Vladimir Ilitch Lenin, Josef Stalin, Konstantinov, Benedetto Croce, G. Gentile, Wilhelm Reich, E. Mounnier, Romano Guardini, John Dewey, Karl Mannheim, Ernst Troeltsch, Nicolai Hartmann, Teilhard de Chardin, William James, Henri Bergson, Lezlek Kolakowski, Korsch, I. Cohn, Otto Grotewohl, Jean Pierre Vigier, Veblen y algunos otros, ¿cuántos pensadores españoles contemporáneos podrían, por su repercusión nacional e internacional, dar la talla suficiente para incorporarse dignamente a esta nómina? Pocos, muy pocos. La cultura española contemporánea, en el primer tercio de este siglo, ha dado pintores, literatos, algunos científicos… Pero pensadores, muy escasos, en circunstancias personales muy difíciles y sometidos, en ciertos casos, a una presión extrema. Y creer que un pensador como Amor Ruibal, sobre el que ya volveré después, alcanzaría un puesto superior al decimotercero –es un decir– entre aquel «palmares», me parece de un optimismo desbordante.

En cuanto al tema del eclecticismo como supuesta característica típica del pensamiento hispánico, que con el nombre de integracionismo postula el señor López Quintás, debo decir que la cosa está bien clara, por muy analécticamente que se razone. Ferrater, por ejemplo, afirma en su diccionario filosófico que es «un tipo de filosofía que se propone tender un puente… entre el pensamiento que toma como eje la existencia humana… y el pensamiento que toma como eje la Naturaleza», para mediar entre tendencias filosóficas contrapuestas. Y si esto de tender puentes, poner remaches y enchufar híbridos no es eclecticismo, llamémosle como se quiera, que venga Santo Tomás y me lo diga.

Amor Ruibal y su idealismo

Volviendo sobre Amor Ruibal, cuya importancia consiste en representar en España corrientes idealistas de tipo asimilable a las guardinianas, era como filósofo, conviene destacarlo, un autodidacta enciclopédico, confuso y sin método, descubridor de Mediterráneos, revisionista de la escolástica y presunto integrador de teología y filosofía, defensor a ultranza del método escolástico y que incluso escribe en latín la primera parte de su obra más conocida, Los problemas fundamentales de la filosofía y el dogma. El señor López Quintás me aduce, como prueba de su importancia, una cuantiosa bibliografía sobre el autor en cuestión. Debo confesar que inmediatamente acudí a la relectura. Pero, ¡oh, sorpresa!, no estaba allí ningún Sartre, ningún Heidegger, ningún Althusser, ningún Russell, sino una larga serie de nombres, en su mayor parte desconocidos, y algunos pocos demasiado conocidos. En cambio, no se cita a Ferrater, acaso porque en su diccionario filosófico apenas dedica unas líneas al canónigo compostelano.

Esto, la verdad, no es serio. Amor Ruibal, que despreciaba cordialmente al pensamiento moderno, desde su postura medieval –con terminología de semejanzas existencializantes–, decía de aquél: «Ese universal desconcierto entre sus filósofos…, deseo desorientado de novedades…, incapacidad para una labor constructiva». ¿No nota el lector algunas resonancias cuando el señor López Quintas habla de «el espíritu desarraigado y extremista del hombre contemporáneo»? Este pensamiento, neotradicionalista y neomedieval, por esencia antimoderno, entendiendo por modernidad las estructuras, las actividades y el sistema de ideas y creencias propios de la Europa occidental a partir del siglo XV, enlaza curiosamente las personalidades de Toynbee, del peor Heidegger, de Amor Ruibal, de Romano Guardini y de su intérprete español, López Quintás, en una imagen anticientífica del Medievo que haría sonreír al nada sospechoso Huitzinga, cuando dice que, de vivir un cuarto de hora en la Edad Media, hubiéramos estallado violentamente contra ese supuesto sistema equilibrador de valores que no era sino clasismo, hambre e ignorancia.

Refiriéndose a Javier Zubiri, motivo de algunos de los más floridos párrafos del señor López Quintás, y casi leit motiv de su «carta abierta», encuentro algunas contradicciones en lo que afirma ésta. En primer lugar dice que aseverar que se trata de un neoescolástico –con vocabulario, es cierto, existencializante en parte– es prueba de falta de preparación, algo propio de gente indocumentada e ignorante. Pero, por otra parte, afirma que ya anteriormente, al aparecer su obra Sobre la esencia, había habido otros «ignorantes» con la misma temeraria osadía. Se me ocurre entonces que si se ha dicho por más gente, o bien el número de los ignorantes es muy grande o bien decir que Zubiri es neoescolástico no es ignorancia, sino precisamente todo lo contrario. Pulsemos, pues, otras opiniones.

Habla Gonzalo Fernández de la Mora

Para que el señor López Quintás no atribuya intenciones extrafilosóficas a las autoridades que traiga a colación, renuncio a escoger de entre un amplio florilegio, limitándome a un solo autor, que espero le parezca, desde su punto de vista, más allá de toda duda: Gonzalo Fernández de la Mora.

Si cualquier lector curioso tiene interés en ello, puede encontrar en el ABC del 1 de marzo de 1963 la crítica que Gonzalo Fernández de la Mora hizo a Sobre la esencia, de Zubiri. En ella dice que «el interlocutor principalísimo es Aristóteles, que unas veces comparece con sus propios textos y otras con los de sus geniales comentaristas –Escoto, Tomás de Aquino, Suárez, Soto y Cayetano, principalmente–. Zubiri, aunque utiliza acepciones consagradas, se esfuerza constantemente en renovar la terminología y el orden expositivo tradicionales y en destacar enérgicamente sus discrepancias de fondo con la escolástica. Pero ello no excluye que su verdadero punto de referencia sea la filosofía aristotélico-tomista o perenne», ya que la empresa del señor Zubiri, sigue diciendo Gonzalo Fernández de la Mora, «consiste en repensar, actualizar y completar la filosofía aristotélico-tomista desde los niveles del siglo XX».

Tengo verdadera curiosidad por saber si el señor López Quintas, después de ver que la opinión está extendida, va a seguir manteniendo que afirmar la pertenencia de Zubiri a esta corriente de pensamiento es prueba de falta de preparación, de falta de conocimiento suficiente de la filosofía española actual. En cuanto al real valor teórico de la obra zubiriana, espero poder tener alguna ocasión propicia para tratar del tema.

Escolástica y neoescolástica

Refiriéndome a la sorprendente e intempestiva defensa que el señor López Quintás hace de la escolástica y la neoescolástica, quisiera puntualizar algunos extremos.

La escolástica, como todo sistema de ideas, es reflejo de la sociedad de su tiempo, que en última instancia es lo determinante, pese a todas las sobredeterminaciones, a todos los matices que se encuentren. La sociedad de aquel tiempo era la feudal. El intento de hacer sobrevivir a la escolástica más allá de sus límites sociohistóricos se corresponde, de hecho, con el intento de hacer sobrevivir el tipo de sociedad de que era reflejo; con posturas que podemos llamar tradicionalistas, e incluso en muchos casos integristas. Con posturas que van contra la corriente de la Historia. Por tanto, estoy de acuerdo cuando el señor López Quintás dice que la neoescolástica o la escolástica son algo muy serio. Lo son… en el siglo XIII. En el nuestro pueden ser objeto de arqueología ideológica, pero no pueden ser tomadas en serio, si no es en cuanto representan un obstáculo –muchas veces premeditado– para el pensamiento actual y su desarrollo.

Pero, dejando aparte puntos como si el escoger la clave de un autor no es valorar a ese autor, ni si la letra es microscópica o no, cosa que si alguien coge el libro de que hablo se convencerá por sí mismo, ni si es prueba de valor cívico, en vez de exhibicionismo, autodedicarse diecisiete páginas mientras Gaos sale despachado en sólo cuatro; ni sobre ciertas «veladas» alusiones que afirma existen en el prólogo del libro –y cuyo desvelamiento supondría dotes adivinatorias no exigibles en todos los mortales–, y algunas otras cuestiones igualmente anecdóticas, hay algunas cosas que quisiera destacar.

Cómo se hace una compilación

Me parece grave, y lo dije en mi crítica, que un libro que se titula Filosofía española contemporánea se deje fuera a la mitad del pensamiento español contemporáneo. En su larga «carta abierta», el señor López Quintás, como habrá advertido el lector, suele limitarse una y otra vez a dar excusas por unos fallos que aparecían citados en mi trabajo y que parece admitir, a la vez que, por otra parte, los recusa en bloque, lo que no deja de ser contradictorio. Pero, en este caso de los autores que faltan, las contradicciones alcanzan niveles desconcertantes.

Afirma que varios autores, de los que yo citaba como ausentes, le indicaron que preferían no aparecer en un libro de ese género. Pero ¿es que se va a seguir un criterio objetivo para hacer una recopilación del pensamiento actual o el arbitrismo de éste quiere y aquél no? Otros, dice, no han contestado a las cartas que el señor López Quintás les envió solicitando datos, e interpretó este silencio como un deseo de no aparecer en la obra, y ¿cómo sabe el señor López Quintás que cuando un autor no le contesta es que no quiere aparecer, y no, por ejemplo, que se ha perdido la carta? Y en última instancia, ¿no existen libros de los autores en cuestión, bibliografía sobre ellos? Comprendo que es más cómodo pedirle unos datos a un autor que trabajar sobre él, pero ¿hasta qué punto puede ser científico semejante proceder? Todavía más: porque haya una copiosa bibliografía sobre Unamuno y sobre Ortega –que, dicho sea de paso, son, objetivamente considerados, y no sólo en mi opinión, los autores con más repercusión internacional, junto con Santayana, del que habría que discutir si pertenece al círculo cultural español–, ¿es ése motivo para dedicarle considerablemente menos espacio que a otros autores más de sus preferencias? Porque exista un libro sobre los filósofos españoles en América escrito por José Luis Abellán –compañero mío, precisamente, en la cátedra de Historia de la Filosofía Española, en la que, en el trato diario con profesores, alumnos y libros, procuro ir aprendiendo algo sobre el tema–, ¿es motivo para que el señor López Quintás se considere eximido de recensionar el pensamiento de esos autores más por extenso?

Los que faltan

Pero dejando de lado esas contradicciones, así como el hecho de que las recensiones suelen ser un popurrí de citas del autor en cuestión, ensambladas con mejor o peor fortuna, hay algo todavía más serio. López Quintás dice que cuando por un error de cálculo, relativo a la extensión del libro, tuvo que reducirlo, le pareció lógico prescindir «de las recensiones que no se acomodaban al plan general de la obra». Luego la obra tenía un plan, y viendo los autores que faltan, es fácil averiguar cuál.

Porque los que faltan son precisamente, y salvo excepciones, la otra mitad del pensamiento español. Lo que Menéndez Pelayo definiría como la «línea heterodoxa», lo que Eloy Terrón llama la «filosofía clandestina» española, y lo que yo preferiría etiquetar como la filosofía avanzada, la filosofía a la altura de su tiempo y de las corrientes internacionales de cada momento. Línea heterogénea de pensamiento que cuenta con nombres de la valía de Servet, Valdés, Sánchez, Sabiuda, Vitoria, Vives, Huarte, Las Casas, Mariana, Cardoso, Jovellanos, Marchena y Ruiz, Sanz del Río, Pi y Margall, Castelar, Salmerón, Lorenzo, Pedro Estasé, Joaquín Abreu, Fernando Garrido, Sempere y Miquel, Flores Estrada, Valentí Camp, José Ingenieros, Hermenegildo Giner, Revilla, Benítez de Lugo, Juan José Moreto, Antonio Fabié, Sánchez de la Campa, Sixto Cámara, Roque Barcia, Cayetano Cortés, Jaime Vera, José Mesa, Francisco Mora, Iglesias, Besteiro, De los Ríos, el primer Unamuno y tantos otros pensadores españoles, vivos o recientemente fallecidos, de la diáspora o de las nuevas generaciones, muchos de los cuales cité en mi anterior recensión. Y la verdad, o jugamos todos o se rompe la baraja.

Equidad

Porque el verdadero patriotismo, al que se refiere el señor López Quintás, y al que debe aspirar todo español, consiste no en perpetuar falsos mitos, sino en analizar con sentido crítico nuestro pasado y nuestro presente, ver lo valedero, dejar lo que ya no sirve y construir así el futuro.

Me parece que, en beneficio de un decantamiento del panorama cultural español, y para evitar posibles confusiones –sobre todo, como he dicho en otra ocasión, al tener el libro de López Quintás un mérito manifiesto, ser el primero en romper el hielo de este tema, la filosofía española contemporánea en su conjunto–, había que intentar aclarar algunas cosas. Modestamente, espero haberlo podido conseguir. En cuanto a los reproches personales que el señor López Quintás pudiera haberme dirigido en su «carta abierta», publicada hospitalariamente en estas mismas páginas, le recordaré un viejo autor latino, Plinio: «Ita reprehendit ut laudet.» Es decir: «Hay reproches que son elogios.»

Manuel Pizán