Filosofía en español 
Filosofía en español


Valeriano Gutiérrez Macías

Ligero perfil biográfico de Donoso Cortés

Extremadura puede enorgullecerse de haber dado a España y al mundo una figura tan relevante como la de Donoso Cortés, que por sí bastaría para designar al siglo XIX. Bien merece este elogio quien brilló igualmente como poeta, prosista, filósofo, historiador, político y diplomático; es decir, en cuantas actividades ejerció en su corta existencia de cuarenta y cuatro años.

Descendiente del esforzado capitán y genial político Hernán Cortés, conquistador de Méjico, Juan Francisco Donoso Cortés vino al mundo en los campos ubérrimos del Valle de la Serena, provincia de Badajoz, en la madrugada del día 6 de mayo de 1809, en el viaje que verificaron sus progenitores hacia su finca de «Valdegamas», motivado por las amenazas de las tropas del Corso –que derrotaron a nuestro ejército en la batalla de Medellín, librada el 28 de marzo del citado año– de ocupar su pueblo de Don Benito.

La infancia de Donoso Cortés –hijo de un abogado de los Reales Consejos, acaudalado y aristócrata– transcurrió en un ambiente de hidalguía, austeridad y fe. Se le procuró una cuidada y excelente formación, con profesorado especial llevado a la localidad. Desde la más tierna edad demostró unas dotes extraordinarias para asimilar cuantos conocimientos se le facilitaban –sobre todo los estudios históricos–, si bien se sabe que aborrecía las matemáticas.

Los estudios iniciados en Don Benito los secundó Donoso a los once años en la famosa Universidad de Salamanca –en la que figuró como alumno distinguido–, donde cursó Humanidades, y en la hispalense, en la que siguió la carrera de las Leyes.

Pronto se dibujaron las singularidades del carácter del insigne pensador extremeño: soñador, caballeroso, independiente, personifica las virtudes de su raza con su rigor y agudeza mental, con su alma a la par delicada y recia.

En su deseo de ampliar el horizonte intelectual y de dedicarse al cultivo de las letras, en 1828 Donoso Cortés se trasladó por vez primera a Madrid con una carta de presentación de su amigo el poeta Manuel José Quintana para don Agustín Durán, regresando al poco tiempo a Don Benito para trabajar el en bufete de su padre. ¿Qué influencia ejerció la Corte en el novel escritor? Sus lecturas las reflejan. Devoraba y anotaba los libros de Rousseau, Montaigne, Voltaire, Chateaubriand, Madame Stäel, Maquiavelo, Byron, Calderón, &c.

Cáceres se honró en contar como profesor a Donoso Cortés. En 1823 se había cerrado el colegio de Humanidades, que fue reinstalado en 1829. La personalidad que iba a regir la cátedra de Literatura era Quintana, quien renunció al nombramiento en favor de su discípulo Donoso, en una prueba de singular aprecio de su valía. De cómo se recibió a éste en el Centro Docente cacereño da idea su designación para pronunciar el discurso inaugural del curso en octubre de 1829. A sus veinte años el flamante catedrático cautiva la atención y admiración con la hermosa oración en la que formuló agudas observaciones sobre el carácter que distingue la moderna de la antigua civilización.

No obstante el reducidísimo número de los alumnos de Donoso –tenemos conocimiento de dos, registrándose el nombre de Gavino Tejado, su biógrafo, con el que le uniría amistad durante toda su vida–, empleando hora y media en cada sesión, pesando en ello el cumplimiento del deber y quizá el ensayo oratorio vocacional...

Hay otras razones poderosas que ligaron al a la sazón joven humanista con la antigua «Norba Caesarina»: su matrimonio, a principios de 1830, con la dama doña Teresa García Carrasco, que le concedió el fruto de una niña, María Josefa Rafaela Petra. Mas el Cielo tenía reservado que Donoso no disfrutase mucho de los encantos de su bella mujer y de la gracia tierna de su hijita: ambas fallecieron en dicha ciudad, sumiéndole en el mayor desconsuelo. Primero desapareció el retoño del amor, el día 26 de diciembre de 1832, y cerca de tres años después, la esposa queridísima, el día 3 de junio de 1835.

La seducción que ejercía Madrid en Donoso le impulsó a volver a la capital de España para dedicarse de lleno a la literatura y a la política. A esta época corresponden las producciones donosianas «Memoria sobre la situación actual de la Monarquía» y «Consideraciones sobre la Diplomacia», que obtuvieron franca acogida. El número de los amigos de Donoso se ensancha: Martínez de la Rosa, su paisano Gallardo, Mesonero Romanos, Pacheco, &c. Obsérvese la aparición del Donoso liberal que sostiene y difunde su pensamiento –influido notablemente por las lecturas– en el Ateneo –recientemente fundado y en el que explica lecciones de Derecho Político desde noviembre de 1836 a febrero de 1837– comenzando al propio tiempo su colaboración periodística en «El Porvenir», «El Correo Nacional», «El Piloto» y «La Revista de Madrid». Ya está en plena tarea el pacense, que en seguida descuella por su estilo –ágil y elevado–, el tono grave de su lenguaje, sus ideas barrocas y su elocuencia arrebatadora.

Luego de una larga ausencia en París –junto a la Reina madre doña María Cristina– donde con su amplia y profunda mirada Donoso Cortés contempla la vida francesa, su relación, su contacto con Europa otorga otro sello distinto a su ya egregia personalidad. Desiste de sus ideas liberales para entregarse por completo a combatir los modernos errores ideológicos y defender ardorosamente los principios del orden católico que en verdad nunca abandonó.

Regresa a la Patria, y en 1847 ingresa en la Academia Española con aquel siempre memorable discurso sobre la Biblia, considerado como modelo de «oratoria fastuosa, de frondosa prosa poética». ¡Cómo se advierte plenamente en esta pieza magistral al magnífico intelectual y la evolución –la «conversión»– que en el mismo se opera! Del Donoso liberal, moderantista, apenas hay ya un paso al que propugna un sistema social y económico basado en el catolicismo, abogando por la dictadura del Gobierno como superior a la dictadura de la rebelión.

Los años que van de 1842 a 1848 son los de mayor actividad periodística y política parlamentaria de Donoso Cortés. En 1848 se le designa embajador en Berlín, cargo que desempeño ocho meses; durante este periodo observó una vida de retiro. El austero representante de España escribió a Raczynski que salió de la nación «porque veía venir la catástrofe y no quería presenciarla como testigo impotente». Ante lo que intuía, poco a poco se apodera del brillante orador el pesimismo, el aspecto sombrío se apropia de su ser y ya no le desaparecería.

1850. Torna al país y reanuda su intervención en el Congreso, en el que pronunció su maravilloso parlamento sobre la situación europea que había de trascender y en el que profetizó hechos que tuvieron cumplida realización. El penúltimo día del año citado pronunció el discurso acerca del estado interior de España con el que derrocó al general Narváez. De tales oraciones parlamentarias son las siguientes frases; de la primera: «Los gobiernos representativos viven de discusiones sobrias, mueren por discusiones interminables»; y de la segunda: «No hay español ninguno que no crea oír aquella voz fatídica que oía Macbeth y le decía: Macbeth, Macbeth, serás rey. El que es elector oye una voz que le dice: elector, serás diputado. El diputado oye una voz que le dice: diputado, serás ministro. El ministro oye una voz que le dice: serás... La corrupción está en todas partes; la corrupción nos penetra por todos los poros; la corrupción está en la atmósfera que nos envuelve, está en el aire que respiramos.»

Este año de 1850 –parte del cual lo pasó Donoso Cortés en Don Benito– redactó el «Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo», obra fundamental del pensamiento español publicada a la vez en Madrid y en París, con la que conquistó un éxito sin precedentes de crítica y glosa, sin que pueda afirmarse que el interés por la misma se haya agotado.

El 28 de febrero de 1851 Donoso Cortés fue nombrado por el Gobierno de Bravo Murillo embajador en París; al mes siguiente presentó sus cartas credenciales al príncipe presidente Luis Napoleón, a cuyo enlace con la española condesa de Teba, Eugenia de Montijo –talento y belleza– asistió, firmando como testigo el acta de esponsales.

¿Cómo resultó la misión de Donoso Cortés en la nación francesa? Su correspondencia, sus agudas observaciones, verdaderas profecías, lo indican; el vidente se expresaba para el futuro; bien situado en los medios sociales, vivía intensamente la vida intelectual y hacía visitas a las Hermanitas de los pobres. Su mejor amigo, el periodista Veulliot –a quien dirigió sus misivas más efusivas e íntimas– consigna: «A veces se excedía tanto en sus larguezas, que no tenía una camisa en buen estado que ponerse», dejando constancia asimismo de su profunda acción religiosa, devoción creciente y práctica contin= ua de la oración. Un colega suyo, el conde de Hübner, embajador en Austria, le retrata así: «Anacoreta perdido en las áridas estepas de la diplomacia, apóstol predicando a los salvajes de los salones, asceta bajo el vestido bordado de embajador...».

Enfermo del corazón, Donoso Cortés falleció en la capital de Francia en la Embajada de España, en su puesto de mando como especificamos hoy. La terrible dolencia le quitó la vida en un mes. No podía morir de otra afección quien veía que la política europea se apartaba de Dios, encaminándose por los derroteros del anticatolicismo, prediciendo con sus trenos apocalípticos terribles sucesos que desgraciadamente se cumplieron. Por eso su vida íntima estaba torturada, su corazón dolorido, herido de muerte. Esta llegó el día 3 de mayo de 1853, ahora hace cien años. Tenía un crucifijo entre las manos. Sus últimas palabras –pronunciadas en presencia de una monja del Buen Socorro– fueron: «Dios mío, yo soy vuestra criatura; Vos habéis dicho: Yo atraeré todo hacia Mí. Atraedme, recibidme».

La más honda pena se apoderó de París, extendiéndose inmediatamente a España y al reino de la Catolicidad. Se ha escrito que fue llorado por ojos no acostumbrados a las lágrimas...

Un espectáculo edificante, impresionante, inenarrable constituyeron sus exequias. Era el extranjero más amado en Francia.

En la más hermosa estación del año nació y murió este preclaro varón de la primera mitad del siglo XIX, de quien dijo Menéndez y Pelayo: «Es la impetuosidad extremeña y trae en sus venas todo el ardor de sus patrias dehesas en estío».

El centenario del fallecimiento del primer marqués de Valdegamas y vizconde del Valle está siendo celebrado –especialmente en Extremadura– con el relieve y brillantez que requiere el célebre filósofo cuyo pensamiento –católico y español– continúa influyendo en el mundo entero.

Valeriano Gutiérrez Macías