Filosofía en español 
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[ Eduardo Gómez de Baquero ]

Aspectos

De la discreción en el hispanoamericanismo

El profesor de Derecho internacional don Camilo Barcia y Trelles, asiduo e inteligente comentarista de los temas actuales relacionados con la disciplina que profesa y uno de los militantes del hispanoamericanismo, comentaba recientemente opiniones del escritor uruguayo señor Manini Ríos que señalan como una reacción contra el movimiento de aproximación espiritual entre los pueblos de habla española, que ha realizado innegables progresos en el último cuarto de siglo.

El señor Manini habla de la «paradoja» del hispanoamericanismo, protesta de que España haya pretendido asumir en algunas ocasiones por una especie de derecho natural, la representación de los pueblos hispánicos de América y previene a los americanos contra el supuesto plan de restaurar el antiguo imperio colonial –el imperio de Felipe II dice,– bajo la capa de una Confederación de los pueblos hispánicos.

No conozco el texto original del señor Manini, pero basta lo que recoge y discute el señor Barcia para que debamos tomar en cuenta como un aviso ese parecer del publicista uruguayo, que no es precisamente un hispanoamericanista. Porque no se trata de una opinión extravagante y suelta. Hay en nuestra América no pocos latinistas y hasta panamericanistas, a pesar del recelo que inspiran los Estados Unidos. En un folleto de un escritor paraguayo, profesor de la Universidad de la Asunción don Pablo M. Insfrau Sobre latinismo, contestando a Vasconcelos, se revela también en la defensa del latinismo y en algunas observaciones la resistencia a una españolización exclusiva. Bastante españoles somos ya, dice el señor Insfrau, enumerando los defectos que supone heredados.

Un gran español, establecido en la Argentina, al que debe mucho España en obras de cultura y asistencia, don Avelino Gutiérrez, quien viene dando la nota del buen sentido frente a las expansiones retóricas que más comprometen que sirven al hispanoamericanismo, advertía recientemente en «El Sol» con qué pulso debemos proceder al combatir la idea del latinismo. Lo oportuno sería competir con sus propagandas.

Creo que está en lo cierto don Avelino Gutiérrez. Esta cuestión del latinismo empezó por ser una disputa de palabras y de nomenclaturas, una reivindicación de las expresiones hispanoamericanismo y pueblos hispanoamericanos, como más adecuadas al caso. Sería temerario imprimir a esta disputa un sentido de exclusivismo, pretendiendo que la América de nuestra raza es un coto cerrado donde no pueda haber más influencia que la nuestra.

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Que España procure no quedar postergada en América por las propagandas francesas o italianas que se apoyan en la idea de la latinidad es natural, legítimo y patriótico. Mas no es sensato ni conducente a nuestro fin de cooperación con los pueblos hispánicos de América, el obstinarse en desconocer las realidades. Realidades son la influencia francesa y en menor grado la influencia italiana en América. Con estas realidades tenemos que competir y no nos es dable suprimirlas con declamaciones ni argumentos. Esas influencias culturales y económicas, aunque utilicen el nombre del latinismo se apoyan en cosas más positivas: en el libro francés, en la atracción de París, en la propaganda de la enseñanza francesa cuyos métodos y cuyos textos están muy extendidos en América, según puede verse abreviadamente en el informe del norteamericano P. H. Goldsmith Official instruction in the countries of Middle and Southern America; en la emigración italiana y en sus exportaciones culturales que, siendo menos importantes que las francesas, no son desdeñables. Estos hechos no pueden ser impugnados sino por otros hechos de competencia. Se trata de competir más que de refutar.

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No hay que olvidar la psicología de los nuevos pueblos de América. Son y es natural que sean, muy celosos de su independencia. Aunque exista allí un sentimiento supernacional, americano o hispanoamericano que establece cierta unión ideal entre los pueblos del Centro y el Sur de América y de ellos con la antigua metrópoli, el espíritu nacional se va desarrollando. América va entrando en la época de las nacionalidades, y ya en las repúblicas más adelantadas como la Argentina, ese sentimiento y esa conciencia nacional son muy fuertes. Ya en los días de la independencia, el fracaso del plan de Bolívar mostró que territorios tan vastos, tan diferentes entre sí en medios y en estado social, a pesar de la común tradición, tenían que pasar forzosamente por la base nacional. Es lo mismo que acaeció en las provincias romanas al desmembrarse el Imperio.

Cada vez que una manifestación indiscreta oficiosa u oficial, atribuye a España cierto primado, tutela o representación tácita de los pueblos hispanoamericanos, se produce en América una inmediata protesta. Estas imprudencias son dañosas para nuestra propaganda.

Una federación política hispánica es un ideal muy remoto, por hoy irrealizable y cuyas posibilidades futuras ignoramos. Concebir esa federación hipotética como una España mayor, que dijo el señor Sánchez de Toca, al modo de la Greater Britain de Dilke, de la federación imperial de Inglaterra con la oversea parts. Dominios y colonias, es una representación desmesurada que podrá halagar el amor propio español, pero que despierta prevenciones contra nosotros y estorba lo que hay de positivo, de real, de viviente, en el hispanoamericanismo.

Esa idea es la que impugna el escritor uruguayo señor Manini, al combatir la quimérica resurrección del imperio de Felipe II, uno de los fantasmas que todavía nos persiguen y que algunos tradicionalistas obcecados se empeñan en rehabilitar y canonizar, cediendo a su afición cadavérica.

Debemos concebir el hispanoamericanismo de una manera más práctica y a la vez más espiritual. Es una capacidad natural de cooperación que debemos ir desarrollando. Alguna vez he dicho que su modelo histórico debía ser, en la actualidad, el helenismo, una comunidad de lengua y de cultura que mantiene el parentesco espiritual y prepara las empresas de lo por venir, que está en las rodillas de los dioses, en lo incierto de las causas futuras.

Andrenio