Miguel de Unamuno
El libro del mes
Literatura hispanoamericana
Miguel Cané: Prosa ligera.- España.- En la tierra.- Recordando. Buenos Aires 1903
Ya otra vez me he ocupado en las columnas de esta misma revista de otro libro del Sr. Cané, y casi todo cuanto entonces dije es aplicable ahora. Es un libro de chroniqueur a la francesa, ligero y agradable, en estilo suelto y llano. No impropiamente lleva en su cubierta este lema: Gallical Constructiones, pues, en efecto, se ve en él marcadísima la influencia francesa. A las veces ésta le lleva al Sr. Cané un poquito lejos, como al decir que la base de la industria «así en Austria como en Bélgica», son los descubrimientos de Claudio Bernard, de Chevreuil y de Pasteur, franceses los tres, como si no hubiese otros y como si los descubrimientos del primero, importantísimos en fisiología, hubieran sido de grande ni de pequeña aplicación a la industria. A este respecto de la galomanía –tan perniciosa como su contraria la galofobia, de que me confieso algo tocado– es curioso que en unas bien pensadas líneas que fechadas en París, tituladas Ocaso y referentes a la actual decadencia francesa, nos hable Cané, de Grecia, como de «la madre admirable» que dio vida a Francia.
Aún no he podido comprender qué es lo que tengan los franceses de griegos.
De tres partes consta la Prosa ligera del Sr. Cané: la primera, titulada España, contiene Una visita de Núñez de Arce, que hizo nuestro poeta al Sr. Cané, siendo éste ministro de la Argentina en Madrid hacia 1890, relato que tiene interés; Por montes y por valles, relación animada y entretenida de una cacería de jabalíes por las sierras de Guadalupe, en tierras del marqués de la Romana, amigo del autor; unas notas escritas en 1887 acerca de El arte español –entiéndase el pictórico– su origen y carácter, y por último, un breve escrito, de 1900, sobre La cuestión del idioma, en el que me he de detener.
La cuestión del idioma nacional, o sea la del porvenir del castellano en América, se discute hoy mucho en la Argentina, y no siempre con el juicio, el tino y el buen acierto con que lo hace el Sr. Cané. He de tratarla por extenso en esta revista, con ocasión del interesante folleto del Sr. Quesada El «criollismo» en la literatura argentina.
«Las primeras impresiones positivamente desagradables que sentí respecto a la manera con que hablamos y escribimos nuestra lengua –dice Cané– fue cuando las exigencias de mi carrera me llevaron a habitar, en el extranjero, países donde también impera el idioma castellano. Hasta entonces, como supongo pasa hoy mismo a la mayoría de los argentinos, aun en su parte ilustrada, sentía en mí, al par de la natural e instintiva simpatía por la España (y al hablar así me refiero a los que tenemos sangre española en las venas), cierta repulsión a acatar sumisamente las reglas y prescripciones del buen decir, establecidas por autoridades peninsulares. Era algo, también instintivo, como la defensa de la libertad absoluta de nuestro pensamiento, como el complemento necesario de nuestra independencia. Eso nos ha llevado hasta denominar, en nuestros programas oficiales, «curso de idioma nacional» a aquel en que se enseña la lengua castellana. Tanto valdría nacionalizar el catolicismo, porque es la religión que sostiene el Estado, o argentinizar las matemáticas, porque ellas se enseñan en las facultades nacionales.»
En este tono y sobre este pie, tan sensato, moderado y razonable asienta el Sr. Cané su doctrina toda. Tiene razón al decir que la pobreza de la autoridad de la Academia Española y el «mandarinismo estrecho de sus preceptos, fueron y han sido parte no exigua a mantener vivo el espíritu de oposición en las comarcas americanas», y mucha razón tiene también al decir que D. Juan María Gutiérrez, ilustre argentino y escritor castizo, planteó la cuestión en su verdadero terreno al pedir «la lengua española, una e indivisible, bien común de todos los que la hablan y no petrificada e inmóvil, patrimonio exclusivo, no ya de una nación, sino de una autoridad». En tal sentido me he pronunciado más de una vez, y he de volver a hacerlo, rechazando monopolios lingüísticos y afirmando el derecho y el deber de meter su propio espíritu en la lengua cada uno de los que la hablan. Pero donde suelen marrar los americanos que tratan de este problema, no es en la cuestión de derecho, sino en la de hecho. Equivócanse, en efecto, muy comúnmente, al creer que son propios y privativos de ellos fonismos, giros, tendencias lingüísticas y hasta voces que corren aquí de boca en boca, y no sospechan siquiera que la lengua hablada de ciertas regiones españolas se parece a la que ellos hablan mucho más de lo que pudieran creer. Con facilidad tomamos por andaluz a un americano. En esto nadie ha pecado más que el Dr. Abeille, que se metió a escribir del idioma nacional de los argentinos sin conocer apenas más castellano, de España, que el escrito, y aun éste no bien. El Sr. Cané recuerda que el Dr. Abeille se esfuerza en defender el, «bajo el punto de vista», giro que supone americano, contra el «del punto de vista» español. Pues bien; en España son más acaso los que dicen «bajo el punto de vista» que no los que dicen «desde (y no del) el punto de vista», y eso no lo han tomado de americanos.
Como he de volver a este asunto, y más de una vez, lo suspendo ahora.
La segunda parte del libro del Sr. Cané se titula En la tierra, e incluye seis trabajos de costumbres argentinas: Tucumana, La primera de D. Juan en Buenos Aires, En el fondo del río, De cepa criolla, A las cuclillas y Aguafuerte. En el cuarto, De cepa criolla, hay curiosos recuerdos históricos, un como brevísimo resumen de la historia argentina a partir de 1890, e interesantísimas observaciones acerca de la primera educación criolla a mediados del pasado siglo XIX, educación «superficial, arrancada a trozos a la debilidad de la madre, con sus largas estadías en el campo predilecto, los numerosos años recomenzados en el curso universitario y en la adolescencia, la vida vagabunda, un tanto compadre, que hoy se ha perdido felizmente por completo». Y luego nos habla de «las hazañas de media noche, las asociaciones para el escándalo nocturno, el prurito del valor en las luchas contra el infeliz Sereno, el asalto a los cafés, a los bailes de los suburbios, el contacto malsano de las bajas clases sociales cuyos hábitos se toman, el lento desvanecimiento de las lecciones puras del hogar». De este lamentable estado sacó a muchos la guerra del Paraguay, aprovechándose en ella cualidades de casta que se desperdiciaban. Todo lo que sigue en estas páginas es muy digno de leerse, y parece escrito en su mayor parte para España, incluso lo referente a «la invectiva, sin la cual un escritor clerical de la buena escuela no hace nunca nada que valga la pena». Leyendo en este mismo trabajo, que es de 1884, lo de que el primer deber sagrado de los argentinos es defender a sus mujeres «contra la invasión tosca del mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido» que es hoy la base de su país, recordé la discusión sobre la ley de divorcio sostenida en el Parlamento argentino, discusión de la que he de escribir algo, pues nos da gallardísimas muestras de la oratoria política de aquella república. Carlos Varbal, el protagonista del relato titulado De cepa criolla, le sirve al autor para expresar sus nobles ideas llenas de reposo y sensatez.
En el relato A las cuclillas de 1884, hay un retrato del tipo del oriental o uruguayo que merece atención también, y unas muy atinadas consideraciones respecto a las asonadas americanas, para las que «en el seno de las sociedades secularmente organizadas hay una eterna sonrisa... y, sin embargo, ¡cuánta virilidad, cuánta altura de pensamiento importan muchas veces!» No cabe dudarlo.
La tercera y última parte del libro Recordando, incluye cuatro trabajos. El primero, Mi estreno diplomático, tiene gracejo, y le presta gran interés el que nos habla de aquel fastuoso Guzmán Blanco, el «ilustre americano», chupón que fue de Venezuela durante algún tiempo.
El segundo trabajo, Sarmiento en París, me interesó grandemente, porque hace tiempo que persigo cuantas noticias y juicios puedo lograr acerca de aquel poderoso luchador, del genial autor del Facundo, de ese arrogante ejemplar de raza española, escritor de los más briosos, calientes y robustos que conozco. Cané reproduce algunas páginas de Sarmiento, entre ellas su relato de cómo tomó en África, y bajo la tienda de un jete árabe, la diffa, el obligado banquete. Es una página deliciosa.
Parece que los argentinos empiezan a comprender toda la verdadera grandeza de Sarmiento, y espero llegue día en que aquí también se le rinda el homenaje que le es debido, y pase a ocupar su puesto entre los grandes escritores de nuestra lengua.
Nuevos rumbos humanos y Ocaso, son los dos últimos trabajos del libro del Sr. Cané, un libro, ante todo, de buena voluntad, moderado, equilibrado siempre, sin llamativos de ninguna clase, algo como la conversación de un hombre de mundo que ha viajado, ha visto y ha oído mucho.