Filosofía en español 
Filosofía en español


Manuel Llopis

Más industriales y menos doctores


De algún tiempo a esta parte hase levantado en el campo de la prensa española vivísimo clamoreo acerca de la desproporción alarmante que existe entre los que se dedican a las profesiones liberales y los que se aplican al Comercio y a la Industria; y plumas tan bien cortadas como la del Sr. Fernández y González (D. Modesto), y la del ingeniero de Minas D. Justo Martín Lunas, han tratado de este asunto en artículos que fueron leídos con fruición por los habituales lectores de La Ilustración Española y Americana.

Cierto, ciertísimo es cuanto en estos artículos se dice: indudablemente es triste, como exclama aquel escritor, «ver por esas calles de Dios a médicos sin enfermos, boticarios sin recetas, abogados sin pleitos, y licenciados en Filosofía y Letras sin tener dónde enseñar, y sobre todo, sin público que les escuche», con evidente peligro de que gran parte de estos licenciados y doctores vayan a engrosar las filas de algún partido político de los muchos en que desgraciadamente se halla dividida nuestra España.

Haciéndose, pues, cargo del grave problema que para el porvenir del país esta desproporción entraña, proponen dichos señores varios medios para impedir que andando el tiempo sea España un país compuesto exclusivamente de doctores (de título), y no exista en cambio ni un ingeniero, ni un industrial, y para distraer a la juventud de los estudios universitarios y atraerla a los de aplicación a la industria. Pero el momento y la ocasión de estos consejos carecen por lo menos de oportunidad. Cuando la producción española acaba tal vez de recibir funesto golpe; cuando el intenso malestar que la aqueja aumenta de día en día y amenaza tomar proporciones alarmantes; cuando se aproxima terrible y pavorosa crisis, de la cual se siente ya el ruido precursor; cuando la mayoría de las fábricas de España ven notablemente disminuidos sus pedidos, teniendo atestados de géneros los almacenes y amenazando quedar sin trabajo, y por consiguiente sin pan, millares de obreros, aconsejar a la juventud española que se dedique a la industria, es ocurrencia por cierto bien donosa.

El movimiento industrial en España, retardado respectivamente al de las demás naciones de Europa por un conjunto de causas que ahora no es del caso examinar, apenas potente y vigoroso empezaba a desarrollarse, prometiendo larga y lozana vida, cuando medidas poco prudentes y reformas poco acertadas han venido a detenerlo en su curso, a pararlo en su carrera, y tal vez a suspenderlo y a destruirlo. Merced a leyes sabias y protectoras, habíanse desarrollado en España gran número de industrias, ocupando multitud de brazos, difundiendo el bienestar y la abundancia por muchas comarcas; trasformando materialmente el país, que parecía despertar de prolongado letargo; aumentando el tráfico, que es siempre mayor cuanto mayor es la producción; alentando la actividad individual, que se lanzaba a empresas útiles y provechosas; fomentando el espíritu de asociación, origen de la grandeza material de las naciones, y proporcionando sobre todo al Estado rendimientos cuantiosos y seguros, pues que le daba nuevos elementos de tributación.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, no lo estiman así los gobiernos españoles, y a trueque de obtener en nuestras aduanas problemáticas ganancias; a trueque de alcanzar para nuestra producción de vinos, tan digna por otra parte de atención, ventajas que siempre resultan ilusorias cuando no perjudiciales hacia lo mismo que se quiere favorecer, sacrifican despiadadamente, y sin consideración, la industria nacional con reformas arancelarias de ruinosas consecuencias, abandonando lo seguro y positivo por lo incierto, dudoso eignorado, y realizando sin pensarlo y sin conocerlo la antigua y conocida fábula de la gallina de los huevos de oro.

Los inconvenientes que esto trae son notorios; las desventajas que de esto dimanan son manifiestas; las consecuencias que de ello pueden resultar son tan graves para el país productor y para la nación en general, que no es posible ahora determinar su alcance y extensión.

Mientras las naciones extranjeras elevan las tarifas de aduanas, como lo hizo Francia después de la última guerra, Italia más recientemente, y mucho antes los Estados Unidos, nosotros las rebajamos. ¡Oh ceguera inconcebible! ¡Oh ligereza incalificable! ¡Oh imprevisión la más completa!

Un día es la industria de refinación de azúcares la destinada a desaparecer por efecto de reformas mal calculadas; toca el turno después a la cristalería, loza y porcelana; más tarde a la industria de paños y a la de metales: hoy día todas las industrias están amenazadas, ofreciendo una perspectiva triste y abrumadora y un porvenir amenazador y preñado de conflictos. La pérdida de grandes capitales, la ruina de importantísimas industrias, la miseria en el país, y acaso colisiones sangrientas pueden ser el resultado de tales reformas.

Ante cuadro tan poco lisonjero y de exactitud tan fiel, ¿quién osará exponer sus capitales, su porvenir y su tranquilidad de espíritu en empresas de tal naturaleza y en trabajos de tal índole? La juventud española seguirá aspirando a un título académico que la habilita para crearse con más o menos pena una posición el día que estalle la borrasca. El mal que hoy se lamenta, lejos, pues, de disminuir, aumentará.

Laméntase con muchísima razón el Sr. Fernández y González en sus escritos de que las escuelas de Náutica cuenten escasos alumnos tratándose de un país que, como el nuestro, tiene dilatadas costas eimportantes provincias ultramarinas. Pero ¿cómo puede suceder otra cosa si desde otra malhadada reforma, la del año 1869, la marina mercante española, abandonada a una lucha imposible con las marinas extranjeras, corre precipitadamente a su total aniquilamiento y ruina?

Pregunta el Sr. Fernández y González: «¿Por qué nuestros escolares prefieren las carreras profesionales a los estudios de aplicación? y ¿por qué las universidades españolas se ven tan concurridas por alumnos de todas clases, y las escuelas especiales esperan en vano el contingente de cuantos necesitan aprender y trabajar?» Y a estas preguntas encuentra dicho señor fácil e inteligible contestación. Nosotros también la encontramos, pero en parte distinta de donde la halla el Sr. Fernández y González: nosotros la hallamos en el estado de atraso y postración de la agricultura e industria españolas, a la primera de las cuales apenas se aplica adelanto de ninguna especie, no siendo extraño que nuestros escolares no se dediquen a los estudios de aplicación, porque no hay donde aplicarlos.

Aliéntese la agricultura, que se encuentra en mísero Estado, hasta que sea lo que fue en antiguos tiempos; protéjase la industria cual lo reclama su estado naciente, hasta que produzca todo lo necesario para el consumo de España (que mucho le falta para ello), y aun para exportar a las naciones extranjeras, como exportaba en antiguos tiempos hacia Inglaterra, Francia, Italia, Flandes y África; permítase al país que trabaje, que con el trabajo se engrandecen las naciones; póngasele en condiciones de poder desarrollar sus fuerzas, que son muchas, de aprovechar sus elementos, que son valiosos, y entonces, abriéndose al trabajo nuevos horizontes y nuevos caminos, la juventud escolar, naturalmente y sin esfuerzo alguno, espontáneamente y sin necesidad de recurrir a medidas violentas, irá variando el rumbo de sus estudios hacia los de aplicación, porque habrá dónde aplicarlos.

Pero mientras nuestra agricultura permanezca postrada; mientras el horizonte de nuestra producción permanezca tan encapotado y oscuro como hoy día se halla; mientras frecuentes revisiones de aranceles mantengan en ella esa inquietud y alarma continuas, que tanto la perjudican, a pesar de cuanto se diga, de cuanto se escriba y de cuanto se haga, a pesar de cuantos medios se propongan con mayor o menor probabilidad de éxito, seguirá nuestra juventud acudiendo presurosa a las universidades, llenaránse los claustros de éstas, estarán de bote en bote las aulas, crecerán prodigiosamente las listas de matrícula, y cada día será mayor el número de licenciados y doctores.

Manuel Llopis

Barcelona, Abril de 1878.