Genaro Alas
Industriales y doctores
Asunto de verdadera importancia social es estudiar las causas que promueven la afluencia de la juventud española a las carreras universitarias, apartándola de las llamadas especiales, cuyo objeto se relaciona más directamente con la producción de la riqueza.
Hace días un ilustrado ingeniero se ocupó de este asunto, y su escrito es el que nos ha animado a publicar estas líneas.
Que a la nación conviene que se difundan los estudios que tienen por objeto la industria, es cosa indiscutible; pero no es camino conducente a ello excitar, siquiera indirectamente, a la Administración a que por medio de disposiciones restrictivas cree estímulos artificiales para tales estudios. No discutiremos que sea indispensable en toda sociedad que el individuo no pueda defender un pleito o recetarse sus medicamentos; pero es perfectamente indispensable que, como hasta aquí, cada uno pueda hacerse su casa, buscar las riquezas que crea esconden sus propiedades, &c., y esto asu cuenta y riesgo relativamente ala capacidad técnica con que acomete la empresa, salvo la debida inspección oficial para evitar perjuicio de tercero. Lo que a juicio nuestro debe hacer la Administración no es imponer la necesidad de títulos oficiales, que si pueden ser garantía de suficiencia, también son ocasionados a escudar la medianía; más bien le toca promover la concurrencia facilitando los estudios, pues ella es la verdadera piedra de toque del mérito. ¿Y cómo conseguir esto? Facilitando el ingreso en los centros de instrucción especiales; no haciendo ver a la juventud una inmensa diferencia de desarrollo de trabajo, según se decida por las carreras universitarias o por las especiales; no haciendo ver a las familias una diferencia inmensa de desembolsos en esta alternativa.
Pertinente a nuestro objeto sería estudiar la conveniencia de atender a la instrucción gradual que en cada ramo de la industria debe adquirir desde el peón al ingeniero: pudiéramos indicar la conveniencia de descentralizar esta instrucción y repartirla más cuanto menos elevada fuera la condición jerárquica, para de este modo ponerla al alcance de las clases correspondientes de la sociedad; pero, sin que dudemos de la utilidad de la necesidad de esta medida, no insistiremos en ella, y nos limitaremos a buscar la causa de la poca afluencia de alumnos a las actuales carreras de ingenieros de todos ramos y auxiliares.
Esta causa no es otra que los programas de exámenes de admisión en dichas escuelas. Desde luego opinamos con el Sr. Martínez Lunas que el decreto de 26 de Mayo último, en que se exige el examen numérico de todas las Matemáticas puras, desde Aritmética a Mecánica racional, no debe ser derogado ni aun prorrogado en sus efectos. Dedicados hace años a la preparación para carreras especiales, sabemos cuán difícil es hacer comprender a los candidatos la necesidad de aprender con solidez las materias que preceden a aquellas de que han de examinarse; tanto más, que los mismos padres desean, como es natural, acortar el período largo, angustioso y caro de la preparación.
Los nuevos programas son garantía de que los cuerpos especiales seguirán siendo en España los representantes de la ciencia matemática y de las que de ésta se alimentan; pero ni éste es el objeto principal de tales corporaciones, ni los nuevos programas facilitan el ingreso en ellas por ningún concepto.
La extensión de los programas es tal, que exige un largo período de preparación, aun para inteligencias escogidas y precoces; tal extensión se debe a haber admitido como condición indispensable para el ejercicio de la profesión del ingeniero un conocimiento muy vasto de la teoría matemática. Provechosísimo ejercicio es para las facultades mentales seguir hasta sus límites conocidos el análisis matemático; indudable es también que el individuo que en el albor de su juventud se abre paso paso por tan escabrosa senda, promete vigor más que suficiente para continuar su difícil carrera; ¿pero la prueba a que se le somete no es excesiva? ¿No es, sobre todo, contraproducente al objeto de atraer el mayor número posible de suficiencias? Creemos que sí.
La profesión del ingeniero, salvo casos poco comunes, no exige los conocimientos teóricos que supone el estudio matemático de preparación y carrera, ni aun exige las cualidades intelectuales que la adquisición de estos conocimientos en edad temprana hace indispensables para el éxito. Comprendemos que corporaciones sabias, que por circunstancias especiales de nuestra patria han llegado a ser depositarias de tan hermosa rama del saber humano, sientan desprenderse del tradicional tesoro; pero, aparte de que un nivel general más bajo (solamente con respecto a la teoría matemática) no excluye las eminencias teóricas, la prueba difícil de la preparación puede privar a estas corporaciones (y de hecho las priva) de adeptos, que, llamados a desarrollar con el tiempo su inteligencia o su energía, no han alcanzado este desarrollo en la edad en que el hombre escoge carrera. Cualquiera que haya hecho su educación científica en una escuela especial recordará los sorprendentes cambios de aptitud y aplicación de que ha sido testigo: cambios que a veces se manifiestan después de terminada la carrera. Pues bien: las teorías matemáticas, que por la intensidad de atención que exigen son las más difíciles de apropiarse por inteligencias jóvenes en que predomina la imaginación y la memoria, no son generalmente más útiles, las más fecundas en aplicaciones.
No solamente las fuerzas intelectuales que necesita el candidato a carreras especiales limitan el número de éstos, pero también influye en esto el largo tiempo que exige la preparación, período de intranquilidad y desembolsos de utilidad incierta. Este inconveniente, uno de los más poderosos a apartar la juventud de las carreras especiales, no sólo no ha sido remediado con los actuales programas presentados en 22 y 29 de Noviembre por las Escuelas de Minas y Caminos, sino que amenaza agravarse. Tales programas, aunque refiriéndose a los mismos conocimientos y tendiendo a que los candidatos a unas y otras carreras los posean en el mismo grado (nos referimos únicamente a las Matemáticas), difieren en el orden y extensión de las teorías parciales, así como en el señalamiento de textos. De aquí que sea preciso que haya escuelas preparatorias exclusivas para cada carrera, o que una escuela que admita candidatos para todas haya de establecer clases separadas. Si sucede lo primero, estas escuelas exclusivas tienen que estar en Madrid, pues en provincias no habrá número suficiente de alumnos para sostenerlas; de aquí aumento de gasto para las familias, una separación peligrosa, y por lo tanto, retraimiento en la mayor parte de los casos. Si una misma escuela ha de preparar toda clase de candidatos, el personal de ella ha de ser numeroso, y por lo tanto la preparación cara; motivo más que suficiente para ahogar vocaciones decididas.
Y no se nos diga que los programas, si bien señalan textos, no exigen que el examinando se entregue a ellos: todo candidato quiere, y hace bien, prepararse por el texto que ha de ser norma del examen; se requiere una solidez de conocimientos ajena a la edad temprana, para trasportar, digámoslo así, métodos y tecnicismo de un autor a otro.
Lo dicho nos parece suficiente para probar que lo que aparta a la juventud de las carreras especiales es la extensión de los programas de admisión; que este mal se agrava con la divergencia de programas, que dificulta la preparación en provincias. Si se quiere hacer competencia a Institutos y Universidades, es preciso favorecer la preparación local; y esto sólo se conseguirá simplificando y unificando los programas, lo cual reducirá la duración y el costo de la preparación, multiplicando además los establecimientos dedicados a ella.
La simplificación y unificación de programas, extendiendo esta última a todas las carreras civiles y militares, exige la redacción de un curso completo de Matemáticas puras, que comience en la Algoritmia y termine en la Mecánica racional; cada sección pudiera tener dos divisiones; la primera comprendería los conocimientos necesarios a su aplicación, suponiendo que el estudio teórico terminase en ella; la segunda abarcaría las teorías indispensables para pasar a ramas superiores. Si se abriera un concurso por secciones, dando un programa explícito respecto a extensión, método y tecnicismo, ofreciendo como único premio la declaración de texto, no dudamos del éxito.
Aun cabe facilitar más el acceso a carreras especiales. Dividido el examen de admisión en tres periodos anuales, pudiera hacerse el último y definitivo ejercicio en Madrid ante el tribunal de Profesores, y los otros dos en provincias ante un tribunal competente de Ingenieros residentes en las mismas. Sería desconocer la reputación que gozan los empleados facultativos temer que influencias locales torcieran los fallos de los tribunales de provincia, con perjuicio en último resultado de los aparentemente favorecidos.
No necesitamos decir que el resumen de nuestras observaciones es: reducción de la enseñanza teórica a sus verdaderos límites, marcados por la aplicación práctica; descentralización posible de la instrucción. Estas condiciones cumplidas, creemos que los centros actuales de enseñanzas técnicas se verían más concurridos; para difundir estudios menos completos, pero utilísimos, las condiciones son las mismas, predominando la de descentralización.
Quisiéramos que las razones apuntadas, los medios propuestos, lo hubieran sido con tanta claridad como convicción, pues de ellas esperamos para la industria nacional más que de artificiales estímulos creados por medidas restrictivas; bajo el imperio de éstas nace la necesidad de los títulos, su adquisición por medios no siempre legítimos: sólo la libre concurrencia, excitada por el número, fomenta la aplicación y crea la verdadera aptitud.
Genaro Alas
Ingeniero militar
Oviedo, 31 de Diciembre de 1877.