La Gaceta Literaria
Madrid, 1º de enero de 1931
 
año V, número 97
páginas 16-17

Filosofía 1930
 

(De día en día va adquiriendo vigor en España la vida filosófica. Es ya considerable el número de personas orientadas de un modo vigoroso hacia los tres o cuatro problemas capitales de la Filosofía actual. Se ha superado, pues, el periodo heroico. Aquel en que todo destino filosófico se adscribía aquí a la posibilidad de una media docena de profesores. Coincidió por fortuna esta exigencia española de necesitar y reclamar antes que nada unos cuantos buenos profesores con la realidad europea de fines de siglo. En esa fecha, las mentes mejores de la Filosofía alemana se esforzaron en la captura de unos saberes ya elaborados, requiriendo como tarea previa e indispensable para la dedicación filosófica que la Filosofía kantiana fuese comprendida en integridad. Hace unos diez años que la Filosofía europea se ha hecho independiente de esa disciplina profesoral. Lo que no quiere decir que los filósofos no sigan siendo igualmente profesores. No sé cuando podremos aspirar en España a salir del estricto periodo de aprendizaje. Puede muy bien suceder a un pueblo que haya una época en que predominen las capacidades receptivas, no creadoras, que persigan el saber de los demás y agoten en una tarea así todas sus reservas. Un leve conocimiento de las características intelectuales que residen en el español permite asegurar que no nos resignamos a eso. Ya es bien raro –y también magnífico– que durante veinte años la vida filosófica española haya permanecido tensa en disciplinas de interés por comprender, no las cosas ni el universo, que eso sería ya hacer y crear filosofía, sino lo que los demás, algunos hombres geniales, han comprendido. No es difícil, pues, augurar, para muy en breve, un periodo distinto, y en él la Filosofía española hablará. Ese pleito secular acerca de si en España son o no posibles los valores filosóficos más altos tendría entonces, y sólo entonces, una solución decisiva.)

Del año que ahora finaliza, destacamos los hechos y noticias siguientes, que ofrecemos a los lectores con un leve comentario:

1) Una nueva Filosofía.– A principios de 1930 inició Ortega en la Revista de Occidente unas sesiones filosóficas cuya finalidad era exponer con todo rigor una nueva Filosofía, que, como es sabido, Ortega se dispone y decide a estructurar totalmente. Toda Filosofía tiende, quiera o no, a obedecer dos imperativos o necesidades esenciales: Aprehender una realidad que se presenta a nosotros como algo evidente y absoluto. Y a la vez, que se trate de la realidad primaria, previa a todo, en orden a la cual los saberes se jerarquicen e influyan. Una entidad así ha gravitado sobre toda la Filosofía moderna, desde Descartes, y es la realidad o cosa llamada pensamiento. Aparece éste desde luego con un rango de obligatoriedad filosófica que nadie puede poner en duda. Tan pronto como filosofe, me doy de bruces con esa realidad, y así el idealismo la ha proclamado como la más radical y primaria. Ortega niega al idealismo la legitimidad de eso, y nos presenta una realidad distinta, anterior e independiente del pensamiento, y que no necesita de él, puesto que se basta a sí misma, siendo por ello una realidad absoluta. Se trata de la «realidad vital», cuyo ingreso en la Filosofía hace Ortega. «Pienso porque vivo» debe decirse, rectificando la fuente cartesiana del idealismo. El único dato absoluto es, pues, según Ortega «mi Vida», el acto radical y absoluto de mi vivir. El idealismo se dio muy bien cuenta de que a la realidad que se denunciase como absoluta había de adscribirse una categoría suprema, la de «ser para sí». Esto lo considera Ortega como una genial invención, pero rebate al idealismo que esa categoría convenga al pensamiento. Al iniciar Ortega la crítica en este punto, obtiene que el pensamiento no es para sí, sino otro pensamiento. Una vez en posesión de la absoluta realidad vital, es inevitable que Ortega camine a la gigante elaboración de una Filosofía radicalmente nueva. Resulta que no hay conocimiento absoluto sino de «mi Vida». Pues distingue al conocimiento absoluto el que no agota a los objetos como tales, y esto no ocurrirá sino en algo que sea dado absolutamente. Por tanto en la Vida. Apenas ha expuesto Ortega diez lecciones sobre esta nueva y admirable Filosofía –nadie dudará que lo es– y resulta por esta razón imposible el más leve intento de juicios críticos. Sin embargo, es de tal magnitud filosófica este acontecimiento que Ortega nos ofrece, y choca de tal modo con las rutas tradicionales de la Filosofía, que invita como ninguna otra cosa al fragor polémico, por ingenuo que sea, y así el maestro Ortega ha de perdonarnos que en estas líneas breves, al par que la gran noticia, brote un manojo de interrogaciones impacientes. Parece que lo que en realidad descubre Ortega es un a priori vital. Ahora bien, este a priori si no actúa luego en nuestro saber teorético de los objetos, no posee necesidad ni rango alguno ineludible. Ese a priori no es ciertamente como en Kant un nuevo formalismo, sino que tiene realidad ontológica, es un ser. Influye en las categorías de las cosas. Así, cuando decimos del mundo que es una resistencia ¿queremos decir también que todo lo que sea el mundo, además de eso, está fundado en eso? Las categorías de las cosas, por las cuales forman parte de «mi circunstancia» ¿sirven para mí saber de ellas? Es una de mis mayores impaciencias ante estas investigaciones de Ortega: comprender qué función corresponde a ese a priori vital en la elaboración de mi saber del mundo. Asimismo, si la realidad vital es previa al pensamiento permanecerá irreductible ante él. Yo y mi pensamiento estaremos inermes ante ella, sin captura posible de esa su realidad independiente y primaria. ¿Cómo podré, incluso pensarla? Su realidad, según Ortega dice, es que no puedo dudar de ella, y se presenta ante mí de un modo evidente. «Su ser» entonces consiste en algo que mi pensamiento como indudable, como evidente. Para afirmar la realidad vital, para mostrar su ser, por lo único que me sirvo de ella, necesito, pues, del pensamiento. Este sería, por tanto, tan primario como ella. Pero hay más, y es que la radical manifestación del «mi vida» orteguiano se verifica de un modo oscuro. La Vida ¿es realmente evidente como entidad primaria? La Vida se evidencia más bien en y con el logos, mediante un doble juego sintético. ¿Hay Vida absoluta sin el logos?

2) El profesor Zubiri.– Muy pocas cosas hemos sabido de Zubiri en este año de 1930. Ni siquiera la seguridad de que persiga en Alemania, junto a Heidegger, el último engranaje metafísico de la fenomenología. Todos los peligros gravitan sobre Zubiri ahora, cuando las musas escépticas despliegan tentaciones eficaces. Zubiri ha escalado entre nosotros con rapidez y denuedo esa primera cima que es para el estudioso el ingreso en la orden profesoral. Pero no se trata de esto. El nivel de las exigencias alcanza hoy una cota que nadie sospecharía aquí hace algún tiempo. ¿Pues no queremos ya en España crear y producir filosofía?

3) José Gaos.– Uno de los hechos más gratos de reseñar para mí es el triunfo de José Gaos. Ahí está, explicando Filosofía, en la Universidad de Zaragoza. Es el hombre de más entusiasmos filosóficos que conozco. Además de eso, todo en él tiende a robustecer la riqueza intelectual de que dispone, y uno está seguro de que ha de realizar su labor de un modo limpio. Es el filósofo nato. Parece orientarse hacia los problemas metafísicos, y, por tanto, su llegada a la Filosofía no puede ser más oportuna. El hecho de verle en una Universidad, entre jóvenes curiosos de saberes, es para los que le conocemos una garantía de dos cosas: que conseguirá una obra original, todo lo ambiciosa que con absoluta legitimidad puede permitirse su talento. Y también, que en una provincia española habrá un grupo permanente de cultivadores de la Filosofía, sin peligro alguno de fugas desorientadoras. Quizá, no sólo eso, sino a la vez una escuela de Filosofía que asegure una continuidad y forje una eficacia. Desde luego, entre los que actualmente se dedican en España al magisterio filosófico, es José Gaos el único que puede algún día contemplar en torno suyo la congregación disciplinada de una escuela.

4) Fernando de los Ríos en la Central.– En sus dos ejercicios de oposición a una cátedra de doctorado, Fernando de los Ríos nos proporcionó la mejor de las satisfacciones. Este hombre, que trabaja hoy en los problemas de más fino relieve polémico entre los filósofos del Derecho, nos demostró hasta qué punto ya nuestra época se basta a sí misma y pone en circulación saberes legítimos. Es un signo de grandeza para nuestro tiempo el que prefiera las meditaciones actuales, que hoy mismo se elaboran por hombres que están ahí junto a nosotros, a otras de entraña tradicional. Casi exclusivamente, el profesor de los Ríos se refirió en sus ejercicios a trabajos de Scheler, Hartmann y Heidegger. Saber filosófico, pues, que corresponde casi íntegro a los últimos cinco años. No he podido menos de recordar que el profesor Serra Hunter, de la Facultad de Filosofía de Barcelona, me decía hace unos meses que en sus explicaciones a los discípulos nunca se refería para nada a los filósofos posteriores a Hegel. Si acaso, un poco a Bergson. Es decir, la Filosofía, para constituir un saber legítimo, necesita, según este profesor, petrificarse en la historia. Mi amigo Souto Vilas asiste a la llegada del profesor de los Ríos a la Central con emoción incontenible. Así otros jóvenes. No hay que olvidar, a la vista de estos entusiasmos, que la figura intelectual de don Fernando de los Ríos es de primer rango en la vida española. Yo sé muy bien, por la índole de los trabajos filosóficos y jurídicos en que se ocupa, que en los próximos años atraerá hacia Madrid las atenciones europeas más serias. Su afán de descubrir unas categorías válidas y eficaces para los objetos del orbe jurídico le coloca en la más avanzada línea polémica de estos estudios. (Junto a la semblanza intelectual de D. Fernando de los Ríos, es inevitable que aparezca su semblanza política, de la que radicalmente difiero y estoy llamado a combatir de un modo implacable y agresivo. Creo oportuno decir esto a continuación de las líneas anteriores, de un elogio sin reservas.)

5) Zaragüeta y el cardenal Mercier.– Ha sido una de las novedades filosóficas del año. El libro compacto de Zaragüeta, que resume con fidelidad y método pulcro el panorama ideológico del cardenal Mercier. Todas las cosas del Sr. Zaragüeta poseen una distinción y un buen tono intelectual destacado. Su libro, que por otra parte recibió ya de nosotros un amplio comentario polémico, posee cuantiosamente esas características valiosas, y debe recordarse en este breve índice de noticias.

6) Recuerdo a dos filósofos.– En 1930 murieron en España dos hombres que trabajaban con entusiasmo en cosas de Filosofía. El Sr. Gómez Izquierdo y D. Ángel Amor Ruibal. Por los días mismos en que aconteció el hecho infausto de sus muertes escribí sendas notas en La Gaceta Literaria. Es tanto más triste esa fuga involuntaria si se recuerda que ambos realizaban labor interesante, muy rara además aquí, y aunque no significase ninguna posibilidad de provecho decisivo para la cultura filosófica, convenía sí tener en cuenta conocer y estimar los resultados.

7) El centenario de San Agustín.– Si existe alguna figura en la Iglesia cuya genialidad ahogue toda vacilación en admirar, es San Agustín. Bien poco se ha hecho en España para conmemorar el XV centenario de su muerte. Un grupo de frailes, entre lo que se advierte el pulso organizador del P. Félix García –hombre intrépido y magnífico–, organizó un ciclo de conferencias que creemos aún inacabado. A ninguna de las celebradas cabe adscribirle en justicia el honor de haber situado ante nosotros la filosofía de San Agustín. Eugenio D’Ors en la suya intentó bosquejar una interpretación histórica del pensamiento agustiniano, y dijo cosas tan peregrinas y en alguna ocasión de tan manifiesta deshonestidad intelectual, que sólo se explica por el deseo de halagar a parte del auditorio, en alto grado tendencioso. Aún es tiempo de homenajes de más rango y de subsanar todas las deficiencias. Organícense cursillos. Interésese la Universidad. Hágase, en fin, algo digno de San Agustín.

R. Ledesma Ramos

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Ramiro Ledesma Ramos
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